Honor

Honor


XIV

Página 31 de 34

XIV

 

La incursión en Alemania

 

 

 

Le despertaron unos ligeros golpes en la puerta. La voz pausada y de bajo tono de un asistente, como si no quisiera molestar le llegaba desde el pasillo.

—Señor, son las seis de la mañana.

Robert pensaba firmemente que las guerras serían mucho menos incómodas si se pudiera dormir y descansar algo más.

Se lavó y afeitó rápidamente y después se puso el uniforme de la RAF. Sobre él, la cazadora de cuero. Buscó el casco de lona, las gafas y la máscara de oxígeno y salió de la habitación.

En el mess había una gran animación. Algunos asistentes pasaban bebidas calientes con algunas piezas de bollería. Robert se tomó un café y algunos trozos de pan con mantequilla sentándose junto a su punto, Tommy. Era un hombre muy joven, apenas sobrepasaba los veinte años, y tenía muy poca experiencia en vuelo, pero era bastante habilidoso. Era de origen polaco, aunque había vivido siempre en Inglaterra, por eso estaba destinado en el escuadrón Kosciuszco. Era poco hablador, discreto y tímido. Poseía una cara sonrosada y el pelo ensortijado, que siempre llevaba revuelto como si no se peinase nunca. Tenía una gran confianza en Robert. Éste era el mayor del escuadrón, y no por grado militar, sino por edad y horas de vuelo, que sobrepasaban en número a las de sus colegas. Tommy tenía una enorme confianza en su “leader”. Se sentía seguro y protegido a su lado.

—¿Has dormido bien, Tommy?

El otro contestó con un sonido casi gutural mientras trataba de tragar apresuradamente un bizcocho.

—¡En pie! —se escuchó al fondo.

Todos se levantaron mientras se hacía el silencio.

Era el Wing Commander que entraba y que, en un instante, dijo:

—Por favor, pónganse cómodos.

Ruido de sillas que se mueven y algunos murmullos.

—Era sólo para comentarles que, como la misión va a ser muy larga, haremos el despegue en el momento exacto para evitar esperas en el aire y así gastar menos combustible. En este momento están ya despegando desde diversas bases aéreas los bombarderos. La formación va a ser muy grande, cerca de los mil aviones.

—Se oyeron murmullos entre los pilotos; murmullos que el Wing Commander acalló haciendo un gesto con las manos abiertas hacia sus subordinados—. Organizar toda esa formación lleva bastante tiempo y, cuando ya estén iniciando el rumbo hacia el objetivo, nos ordenarán el despegue. Por tanto vayan hacia al dispersal junto a los aviones y calculo que... —Miro su reloj de pulsera— en unos treinta o cuarenta minutos estaremos iniciando el despegue. Gracias por la atención y ¡suerte a todos!

 

***

 

Poco después todos los pilotos se dirigían hacia el campo de vuelo. Allí, los mecánicos estaban ya dejando listos los aviones. Algunos se fueron ya a sentar en sus cabinas para, así, allí sentados, esperar la orden del despegue.

Robert se sentó en una de las sillas tratando de relajarse ante lo que le esperaba. Le dio pena no haber podido hablar con Maggie la tarde anterior, pero el teléfono del escuadrón estaba a tope y no quiso hacer la llamada cuando ya era de noche.

Sus relaciones iban siendo cada vez más serias e intensas. Desde el primer día en que se acostaron juntos, Maggie trataba de encontrar la excusa para que los niños pudieran estar fuera y ellos gozar de unos momentos de intimidad. Billy miraba a Robert como si fuera un dios. Lo admiraba y seguía embobado con sus relatos. También la habilidad de Robert para trabajar la madera y hacerle maquetas de aviones y algunos juguetes le fascinaba.

Ahora Robert se encontraba con una nueva situación: la responsabilidad de no hacer sufrir a Maggie otra desgracia, otro accidente que le hiciera revivir lo que le ocurrió con su primer marido.

Hasta ahora él había sido el único responsable de sí mismo; por tanto, un accidente o morir en la batalla era algo que apenas debería importar a los demás. Pero ahora pensaba en lo que ocurriría si algo de eso ocurría, y no era solo por Maggie, también por sus hijos a los cuales quería como nunca antes pensó que le iba a ocurrir, particularmente a Billy, pues la niña Elizabeth era callada, sumisa y tímida; aún así le inspiraba un gran sentimiento de ternura.

 

***

 

—¡Escuadrón 303 scramble, escuadrón 303 scramble!

El agudo y metálico sonido del altavoz soltando a los cuatro vientos su mensaje le sacó de sus pensamientos.

Todos corrían hacia los aviones. Su aparato, el Mustang, no estaba aparcado muy lejos del dispersal y, en pocos segundos, lo alcanzó. Se subió a la cabina por su parte izquierda y se metió en ella. Su mecánico, que estaba de pie sobre el ala derecha, le ayudó a atarse. Primero el paracaídas y, una vez que lo hubo hecho, como este paracaídas era de asiento, es decir al paquete de la campana de seda le servía como cojín para sentarse, Robert puso las manos en el borde de la cabina y, haciendo fuerza, comprobó que podía levantarse sin problemas, que ningún cinturón o algo parecido le impedía salir de la cabina con el paracaídas puesto. Después se ajustó los atalajes que le ceñían a su asiento, se puso el casco de cuero, enchufó el tubo de la máscara de oxigeno, la conexión de la radio y, ya con todo listo, escuchó la voz de su mecánico.

—¡Suerte!

Se bajó del ala y todo estaba dispuesto para arrancar el motor. Hizo una rápida comprobación de los instrumentos y mandos y conectó el interruptor de la batería. Algunas luces se encendieron en la cabina. Después empezó con los procedimientos de la puesta en marcha del motor. Con el mando del primer fuera pegó unas cuantas emboladas; esto lo que hacía era inyectar directamente gasolina en los cilindros para que arrancase mejor. Comprobó que la mezcla de combustible estaba cortada y gritó con fuerza.

—Libre la hélice.

Desde el suelo, su mecánico le hizo una seña con la mano para corroborar que nadie estaba cerca de ella. Levantó la guarda roja del starter y mantuvo hacia arriba el interruptor. Las palas de la hélice empezaron a girar. Después de una vuelta puso el encendido en “both” (“ambos”) y, simultáneamente, fue avanzando hacia delante el mando de la mezcla.

El motor hizo un par explosiones, salieron algunas pequeñas llamas por los escapes, pero nada más.

Él siguió con el dedo manteniendo el starter conectado, pero el motor no arrancaba. Agarró el primer y volvió a bombear combustible a los cilindros.

Otras dos o tres explosiones y de nuevo el lento giro de la hélice. El mecánico se subió al ala izquierda junto a la cabina.

—¿Cuántas emboladas le ha dado con el primer?

—Unas cinco o seis —contestó Robert.

Podía ver que ya casi todos los aviones estaban en marcha y empezaban a rodar hacia la cabecera de pista.

—Conecte otra vez el starter y, al mismo tiempo, bombee de nuevo con el primer —le dijo su mecánico que estaba sobre el ala.

De nuevo lentos giros de la hélice, un par de explosiones y parecía que el motor se negaba a arrancar.

Robert se dio cuenta de que la batería se estaba agotando, cada vez el giro de la hélice era más lento y las pequeñas luces de la cabina lucían más tenues.

—¡Traed el carrillo de las baterías! —gritó el mecánico a unos soldados que estaban junto al avión.

Era un pequeño remolque con bastantes baterías puestas en paralelo; de esta manera podrían dar más energía al motor de arranque. Estaba a unos cien metros, pesaba bastante y los dos soldados lo empujaban con esfuerzo.

«¿Por qué será a veces tan difícil poner en marcha el motor de un avión con lo fácil que es arrancar un coche?», pensó con desesperación al ver que ya los aviones del escuadrón iniciaban todos el despegue mientras que él seguía allí incapaz de arrancar.

Miró a su derecha y vio que su punto, Tommy, le miraba y estaba esperándole pacientemente con el motor en marcha. Si tardaba mucho era posible que tuviera que pararlo, pues en tierra estos motores se calentaban demasiado en muy poco tiempo.

Le pareció una eternidad hasta que los sudorosos ayudantes pusieron el carrillo de las baterías y lo conectaron al avión. Inmediatamente pudo ver que las luces del tablero de instrumentos cobraban fuerza de nuevo.

El mecánico se subió otra vez al ala y se puso junto a Robert.

—Puede que esté ahogado. Hágalo girar sin darle al primer y con el mando de potencia totalmente abierto para que se limpien los cilindros.

De nuevo pulsó el interruptor del starter y la hélice empezó a girar lentamente.

Robert pensó que se iba a quemar el motor eléctrico de puesta en marcha si seguía así.

El mecánico, con su mano derecha metida dentro de la cabina mientras seguía girando y girando la hélice, puso el mando de potencia hacia atrás, abrió el mando de mezcla a tope y empezó a dar emboladas mientras gritaba:

—¡Arranca, arranca maldita sea!

Robert podía ver como los dos últimos aviones estaban ya despegando. Tan sólo quedaban en el campo él y Tommy, que seguía pacientemente junto a su avión con el motor a ralentí.

Por fin parecía que los movimientos del mecánico servían para algo: el motor empezó a dar algunas explosiones, empezó a girar más rápidamente y, soltando un montón de humo por los escapes, arrancó.

—¡Estaba ahogado!

Ése fue el diagnóstico que le hizo su mecánico justo antes de saltar desde al ala a la hierba del campo.

—¡Quitad todo, calzos fuera! —gritó Robert con rabia. Después llamó por radio—: ¡Rojo leader!

—Rojo dos, aquí —respondió Tommy para comprobar que la radio funcionaba correctamente.

En cuanto le hicieron las señas de que le habían quitado los calzos y el carrillo de las baterías, empezó a rodar hacia la cabecera de la pista. Llegó allí en menos de un minuto. Miró el tablero de instrumentos: el líquido refrigerante marcaba una temperatura de cuarenta grados y lo mínimo para despegar era de sesenta; por otro lado, el aceite estaba muy frío tan sólo diez grados… también lo mínimo para el despegue era de quince grados… Debería esperar a que el motor se calentase un poco más. Decidió despegar ya. Si el motor le fallaba al darle la máxima potencia, pues mala suerte; pero si esperaba más tiempo ya no podría unirse al resto de los aviones del escuadrón.

Desde la caseta de control le dieron luz verde. Se alineó con la pista, vio que Tommy estaba a su derecha y le hizo señas moviendo en círculos el dedo índice de su mano izquierda para indicarle que iba a meter potencia.

Avanzó el mando de gases hacia delante… lentamente… con miedo a que el motor le fallara; pero por fortuna parecía que iba bien. En pocos segundos estaba en el aire.

—Pasamos control —trasmitió escuetamente.

Una pulsación en la radio indicaba que Tommy había escuchado la orden.

—¿Rojo leader?

—Rojo dos, aquí —respondió su punto para indicarle que estaba en la misma frecuencia de radio.

—Castor control, Castor control. Aquí rojo leader —comunicó Robert por la radio.

Con un sonido metálico escuchó la voz del controlador.

—Rojo leader, tienes el resto del los aviones a las dos y a quince millas. Vira a la derecha a vector uno, cuatro, cinco.

El control le daba así instrucciones para reunirse con los otros cazas del escuadrón, que no podía ver porque estaban ya muy lejos.

En lugar de tomar altura rápidamente se quedó con una tasa de subida muy pequeña haciendo que aumentara la velocidad, así se acercaría a sus compañeros aunque estuviera más bajo. Después ya subiría, tendría tiempo para ello.

Castor control le seguía dando rumbos y distancias al grueso de la formación de cazas pero, aunque miraba hacia la posición que le indicaban, no llegaba a ver al resto de sus compañeros.

—Rojo dos, “Tally-ho” —escuchó por los auriculares. En el argot de los pilotos de caza eso significaba que su punto tenía ya contacto visual con los otros aviones.

—¿Dónde? —preguntó Robert.

—A la una, mucho más altos —respondió Tommy.

Alzó la vista y, a bastante más altura, pudo ver al resto de sus compañeros en compacto grupo.

—Castor control:  Rojo leader incorporado a la formación Polish —trasmitió Robert

—Bienvenido, Rojo leader.

Era la voz del Wing Commander, que mandaba todo el escuadrón Kosciuszko.

A partir de ahí el control de radar les iba dando el rumbo para que todos se posicionaran cerca de la gran formación de bombarderos.

Cuando Robert la pudo ver se quedó asombrado: eran un grupo compacto de cientos y cientos de aviones que estaban sobre sus cabezas. Viraban suavemente y ponían ya rumbo este, hacia el corazón de Europa.

En poco tiempo todo el escuadrón de cazas les sobrepasó en altura y cada pareja de Mustangs fue tomando su posición. La de los dos aviones Rojo leader era en la parte trasera izquierda de la inmensa agrupación de bombarderos. Como los cazas volaban más rápidos que los pesados cuatrimotores cargados de bombas, iban por encima de ellos haciendo suaves giros en ese para mantenerse sin pasarlos. A su derecha veía flotando a corta distancia el Mustang de Tommy, que volaba en formación acomodando su vuelo a él.

Toda la masa de aviones empezó a cruzar el Canal de la Mancha. En frente se veía ya la costa francesa, en concreto la zona de Calais. Los bombarderos seguían subiendo y subiendo muy lentamente. Abandonando el mar y, ya sobre tierra firme, debido al frío de la altura, se empezaron a formar estelas de condensación. Detrás de los gases de escape de los motores iban dejando en la atmósfera un trazo blanco inmaculado que se mantenía en el cielo. Esto, en parte, delataba el grueso de la formación; pero la orden era volar lo más alto posible, pues así la puntería de los cañones antiaéreos era menos exacta.

El espectáculo era formidable: cientos de trazas blancas iban dejando detrás de sí todos los grandes cuatrimotores y suponía que su avión también la dejaría. Miró a su derecha y vio que, efectivamente, el Mustang de Tommy marcaba su camino con una estela fina blanca y reluciente sobre el cielo. Volaban a más de veinticuatro mil pies de altitud, por encima de los ocho mil metros.

A pesar de la calefacción, se notaba el intenso frío de la altura. Estarían por debajo de los cuarenta grados bajo cero. El cuerpo lo llevaba bien abrigado: el uniforme, la cazadora y el calor de la calefacción incidía en él, pero los pies se mantenían relativamente fríos. Ésa era la razón de volar siempre con las enormes botas de los pilotos: incómodas porque iban forradas por la parte interior de lana y llevaban gruesos calcetines; pero, si no fuera por esto, se les congelarían los pies.

Se acomodó en la cabina. ¡Qué bonito era volar! Esa atmósfera limpia e inmaculada de la altura, ese cielo azul purísimo sobre ellos, esa luz restallante que obligaba a ponerse unas gafas oscuras, esa vista de los campos verdes allá abajo que pintaban el terreno de múltiples colores… Lástima que ese espectáculo de las estelas de los grandes aviones flotando en el aire fuese la antesala de la destrucción y la muerte. Los bombarderos llevaban en sus bodegas, en sus entrañas, una carga de bombas que derramarían sobre el objetivo causando miseria y desgracia; y lo más triste: sin ninguna discriminación, pues los que lanzaban las bombas en realidad no llegaba a saber sobre quiénes iba a caer. Eran “el objetivo”, pero eso era un eufemismo que ocultaba la realidad de la vida. Podían caer sobre mujeres, ancianos, niños… gente que no tenía ninguna culpa de esta maldita guerra que estaba ya dando sus últimos coletazos.

¡Cuantos compañeros, cuantos amigos, había perdido en combates aéreos! Se podía decir que quizá habían caído los mejores.

La diosa fortuna había escogido caprichosamente a unos y había respetado a otros. Muchas veces no era cuestión de ser mejor o peor piloto.

Era una cuestión de suerte.

 

***

 

Delante de la gran formación de bombarderos empezaron a florecer pequeñas manchas negras que surgían por todas partes: eran las granadas de la artillería antiaérea que les disparaba. Mientras lanzasen su ataque desde el suelo significaba que no habría aviones enemigos de caza para luchar contra ellos. Cuando la actividad de los cañones disparando contra los bombarderos cesase, querría decir que podían esperar el ataque de los aviones alemanes.

—Rojo leader, arriba —trasmitió por la radio.

Era para avisar a Tommy de que incrementasen la altura sobre la formación de bombarderos. La artillería disparaba contra ellos y, si se ponían a volar algo más alto que los grandes aviones, no les podrían alcanzar con ninguna granada.

Se apretó los cinturones de seguridad, iba a empezar la lucha…

 

 

Ir a la siguiente página

Report Page