Honor

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I

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Éste no respondió, pues estaba extasiado, boquiabierto, por la postura, mirando hacia arriba al artefacto que se mecía en el viento

El planeador inició un viraje para poderse ajustar más al borde de la montaña. El avión empezó a inclinarse. Cada vez se encontraba con los planos menos horizontales. Parecía como si el piloto no pudiese dominar la máquina. ¿Podrían ser las rachas de viento? Peter agarró el brazo de Robert al intuir la tragedia. Los dos empezaban a ver con angustia cómo la punta de las alas se empezaba a doblar debido a las fuerzas aerodinámicas.

—¡Sácalo del viraje, sácalo!

Era el grito de una de las personas que estaba en el suelo mirando el vuelo del aparato.

Robert, podía ver cómo en la cabina la cabeza del piloto se movía de lado a lado, como si estuviese haciendo un gran esfuerzo para sacar a su máquina de esa trayectoria en espiral que estaba tomando.

El planeador cada vez volaba más rápido y más inclinado perdiendo ya la altura ganada. De pronto con un grito de estupor, que salió casi al unísono de todos, la mitad de un ala se desprendió del aparato. Se escuchó un instante después un sonoro ¡Bang! Por un lado caía el avión dando vueltas, ya casi en invertido, y por otro el trozo de ala desprendido, como si fuera una hoja revoloteando al viento.

Casi verticalmente y con un estruendoso sonido de maderas rotas el planeador se estrelló muy cerca de donde se encontraban. Todos salieron corriendo hacia los restos que estaban esparcidos sobre la colina. Robert y Peter llegaron de los primeros. Ambos se quedaron inmovilizados ante el espectáculo que vieron sus ojos. Entre multitud de astillas y trozos de tela y cables, se encontraba el piloto. La cabeza abierta y la masa encefálica chorreaba lentamente como algo de apariencia espesa y viscosa sobre la hierba. Pudieron percibir el olor dulzón de unos sesos humanos. El viento arreció haciendo flamear los restos de la tela que en su momento habían cubierto las alas, y una fina lluvia empezó a mojar toda la escena.

Notaron los muchachos cómo una persona les cogía por los hombros. Ambos se volvieron. Era Oscar Ursinus, que mordía nerviosamente su pipa. Les apartó del lugar del accidente y con paternal voz dijo entre dientes.

—Volved a casa.

Ambos hicieron caso, empezando a bajar la colina mientras la fina lluvia caía sobre sus hombros. Los dos iban en silencio, sin decirse nada. Impresionados por el accidente mortal, pero también tenían grabada en su retina la visión del planeador flotando sobre ellos, ganando milagrosamente altura, ajeno a la gravedad de la tierra, igual que un pájaro, igual a lo que siempre Robert había soñado.

Peter rompió el silencio.

—¿Merece la pena matarse así?

—Peter, todos debemos tener fijada la hora de nuestra muerte. ¿Te acuerdas de Hans, que se dio un golpe al caerse de un caballo y murió?

Éste asintió con la cabeza sin decir una palabra.

—Pues yo prefiero morir en un avión, aunque sea joven. Cuando llegó a su casa su madre notó el rostro serio que traía.

—¿Qué tal lo has pasado?

—Ha habido un accidente mamá.

Su madre paró de revolver la comida que estaba en la sartén, y limpiándose las manos en un delantal que llevaba anudado a su cintura preguntó.

—¿Qué ha pasado?

—Se estrelló un avión contra la montaña.

—Bueno todos los días según cuentas rompen los aviones.

—El piloto se ha matado —dijo escuetamente Robert.

Su padre que estaba sentado en un sillón, levantó la vista del periódico que estaba leyendo y sentenció.

—Te prohíbo que vuelvas a ver esos aviones, Que vayas a esa montaña. ¡Quítate de la cabeza esas fantasías de la aviación!

 

***

 

La noticia del accidente, conmocionó al pueblo de Poppenhausen. En un par de días todos recogieron sus pertenencias y en lenta caravana abandonaron las cumbres de Wasserkuppe que volvieron a su dominio, otra vez pertenecían a las vacas, a los ganados que habitualmente pastaban en sus laderas. En pocos días los colegios empezaron de nuevo sus clases y poco después ya casi nadie se acordaba de los vuelos y el accidente que había ocurrido durante el final del verano.

Pero Peter y Robert que en un primer momento trataban de no comentar el accidente, como si intentaran borrarlo en su memoria, recordaban la impresión que les causó ver cómo el aparato antes de estrellarse no solo se había mantenido, sino que incluso había conseguido más altura que la que tenía la montaña. ¿Cómo era posible eso?

—He estado pensando por qué el planeador pudo tomar más altura que la del despegue —dijo un día Peter—. Esa jornada había mucho viento, y seguro que el aire al remontar la montaña crea delante de ella una zona ascendente que puede tener la suficiente fuerza para ser superior a la tasa de descenso del avión. En el fondo es lo mismo que hacen los grandes pájaros.

Robert asintió y a su mente vino el recuerdo del vuelo de las gaviotas delante de los acantilados cuando sopla fuerte la brisa y, cómo éstas, se mantienen milagrosamente, sin mover las alas delante de las rocas.

—Tienes razón Peter.

Después de un corto silencio añadió.

—¿Por qué no construimos nosotros un planeador y el próximo año volamos con el resto de los participantes que vendrán de nuevo a Wasserkuppe?

—Pero ¿cómo? No sabemos casi nada de la construcción de aviones—respondió Peter.

—Bueno, yo sé tratar y trabajar la madera, y creo que este año hemos visto bastantes cosas interesantes relativas a cómo se construye un avión…

—¡Y cómo se destruye también!—interrumpió Peter con un tono irónico.

—No, en serio, creo que lo podríamos hacer. Sabes que al final de la reunión se da un premio para el mejor diseño. Nosotros podríamos ganarlo. He visto que todos los que se presentan, son en su mayoría estudiantes de ingeniería, pero no son demasiado hábiles en la construcción. Creo que yo tengo más conocimientos sobre cómo trabajar la madera. Tú puedes hacer unos buenos planos…

—¿Y lo haríamos en el taller de tu padre? ¿Él nos dejaría?

—Eso es imposible, nunca mi padre me permitiría hacerlo, además el taller es relativamente pequeño, ahí no podríamos construirlo—respondió Robert

—Bueno —dijo Peter meditabundo—, hay una caballeriza cerca del establo de mi familia que está sin usar. La utilizan solo como almacén para depositar trastos viejos. Quizás ahí podríamos intentarlo.

 

***

 

Los meses siguientes pensaban todos los días al final de las clases del colegio, cómo iba a ser el avión. Se dieron cuenta de que en el fondo necesitarían otra persona más para coser y poner la tela sobre las alas. Peter pensó en Annette su hermana melliza. Ella no se perecía en absoluto a él. Dicharachera, un tanto atrevida y a veces hasta insolente, llevaba con orgullo una larga melena rubia, generalmente acabada en un par de coletas. Tenía una piel blanca y trasparente como la seda y los ojos, grandes y algo saltones, de un azul muy intenso. Robert nunca había reparado mucho en ella, pues en general, a su edad, pensaba que el sexo femenino eran personas dedicadas a un rol secundario en la vida. Las epopeyas, las batallas, las heroicidades tenían siempre los mismos protagonistas, los hombres. En el fondo pensaba que el mundo estaba construido así. La prueba la tenía en su casa, aunque se llevaba mejor con su madre, era el cabeza de familia el que tomaba las decisiones inapelables, que aparentemente nunca eran contestadas por el resto del los componentes familiares.

En un par de días se reunieron con Annette, y le contaron todo su proyecto. Ella echó para atrás la cabeza después de haberlos escuchado, en un gesto muy femenino para apartarse el pelo que en lánguido flequillo caía sobre su frente y dijo.

—¡Que poco cuesta soñar!

Estas palabras dejaron un tanto desarbolados a los dos muchachos, que no sabían de verdad a qué se estaba refiriendo.

—¿Pensáis de verdad que seréis capaces de construir un avión con vuestras manos?

Los dos chicos se sintieron heridos en sus más íntimos sentimientos, en sus más íntimas creencias. ¿Quién era ella para dudar de las capacidades que podían desplegar? Cuando en catarata verbal, Robert empezó a dar una contestación dura y sin piedad, éste discurso se cortó de golpe ante la contestación firme de Annette.

—Yo os ayudaré a poder volar.

El equipo estaba constituido, firme, cada cual con su trabajo específico. No hubo necesidad de hablar más.

 

***

 

Unos días después, sobre una mesa, bajo una oscilante luz que colgaba del techo, mientras en el exterior resonaban monótonamente las gotas de la lluvia del otoño, los tres se inclinaban ante una gran hoja en blanco.

Con firmeza, con la seguridad que da el tener en la cabeza las ideas y ser capaz tan solo de plasmarlas sobre un papel, Peter empezó a trazar las líneas de lo que iba a ser su avión, el planeador de los tres. Empezó dibujando el fuselaje, una forma casi triangular, como el casco de una barca, una barca que surcaría los aires. El piloto se sentaría en la parte delantera, la cabeza al aire, fuera de la cabina por un pequeño orificio que únicamente le dejaría fuera de su habitáculo lo justo para que pudiese ver hacia adelante. Murmullos de aprobación de los otros dos miembros del equipo afirmaron el diseño. Pero ahora venía lo verdaderamente difícil. Cómo deberían ser las alas.

—Para un momento —dijo Robert.

Buscó debajo de la mesa, en un saco que había traído de su casa y sacó unas maderas, unos retos astillados.

—Esto lo recogí de parte del ala que quedó del Weltensegler, cuando se estrelló.

Con paciencia empezaron a poner los trozos sobre la mesa. Como un puzzle iban uniendo unas astillas junto a otras, hasta que al final tenían una parte de la sección del ala, una costilla entera, es decir cual era la forma del perfil del ala si la cortaran con una sierra perpendicularmente.

—Según dijeron los ingenieros, el perfil es lo más importante, es lo que da la sustentación. Ahí no podemos inventar nada. Hay que copiar, y este planeador, hasta que se estrelló, volaba bien.

—De acuerdo —dijo Peter.

Annette no decía nada, pues en estos menesteres, de momento no tenía opinión.

—Bien, ¿Y cómo hacemos la planta del ala?

La pregunta de Peter les sumió en el silencio. Annette dijo.

—¿Cuál es el pájaro que mejor vuela?

Ambos muchachos se miraron con cara de sorpresa, no esperaban esa pregunta por parte de ella.

—Pues no sé —balbució Robert, quizá un águila o una gaviota—. ¿Y eso que tiene que ver?

—La naturaleza sabe más que nosotros —dijo Annette con determinación—. Si las alas de una gaviota, de un águila, se mueven bien por el aire, construyamos algo que se parezca a ellas.

En ese momento Robert, se dio cuenta de que la muchacha no era solo una bonita cabeza rodeada de rubios cabellos. Que dentro había un cerebro organizado, y quizás más inteligente que el de ellos. ¡No, eso era imposible! Siempre el hombre había demostrado más inteligencia que la mujer. Retomando el relevo respondió.

—Esta bien Peter, pinta el ala de un pájaro.

 

***

 

Éste como en sus buenos días de colegio, se puso casi encima del papel, y empezó a dibujar nerviosos y largos trazos. Como hacia normalmente, de su boca empezaron a salir los sonidos onomatopéyicos, del aire silbante, del sonido que la brisa haría acariciando esas alas mientras volaba. Al cabo de unos minutos, la hoja que antes estaba en blanco mostraba con un realismo inusitado el dibujo del ala de una gaviota. Se veían las plumas, la forma estilizada hacia las puntas, la planta con la parte cerca del fuselaje con más inclinación, y luego hacia los extremos paralela al suelo. Cuando el dibujo estuvo acabado, se apartó de la mesa y del papel para verlo de lejos y que los otros dos lo sometieran a su aprobación.

—Estupendo, —comentó Robert—. Pero interiormente, ¿cómo la construimos?

Otra vez se quedaron en silencio, hasta que surgió la voz de Annette.

—Si queréis volar como los pájaros, no tenéis nada más que imitarlos.

De nuevo Peter y su amigo no llegaban a entender lo que quería decir la muchacha.

—No entiendo…

Balbució Robert, a lo que ella respondió.

—Pues que cacéis un pájaro y miréis como está construida el ala, dónde están los huesos, cómo están constituidos estos, eso es lo que quiero decir.

El argumento de ella, dejó un tanto confundidos a los dos.

—Aquí rara vez hay gaviotas, y cazar un águila no va a ser tan fácil —respondió Peter.

—¿Y el ala de un pato no os serviría para esto?

La respuesta de Annette les dejó otra vez perplejos.

—Pues la verdad es que si, pero ¿cuanto cuesta comprar un pato?

¿Tenemos dinero para eso?

—No lo compres, cázalo —dijo ella.

—Es verdad —contestó Peter con entusiasmo—. En las charcas del río hay muchos. Si ponemos una red enfrente de su trayectoria de despegue, con un poco de suerte, atraparemos a uno. No se hable más, dejamos el diseño del ala hasta que consigamos nuestro pájaro. Y diciendo esto, recogió los lápices y dobló los papeles que metió dentro del cajón de un mueble que en su tiempo habría sido una cómoda, pero que ahora era una reliquia desvencijada y rota que se encontraba en un rincón adornada por gran cantidad de telas de araña.

 

***

 

La captura del pato, fue una aventura divertida y hasta cómica del fin de semana. Hicieron una red con cuerdas muy finas y con hilos. Ahí los muchachos pudieron apreciar que Annette, no solo tenía un buen cerebro, sino también unas hábiles manos para manejar la aguja y el dedal, pues la construcción de éste rudimentario artilugio para cazar patos, fue en su totalidad obra suya.

Llegados al río, buscaron un remanso en donde estaban las aves tranquilamente flotando y extendieron la red entre dos árboles. Uno de ellos se quedó al cuidado de ella, y los otros dos se marcharon sigilosamente al otro lado del río, para espantar a los patos y que salieran volando en dirección a la red. Cuando estaban ya cerca de ellos, empezaron a pegar gritos para asustar a las aves. Éstas salieron volando pero pasaron por encima de la trampa que les habían puesto. Tan solo una de ellas rozó el engaño, y se enredó en la maraña de hilos y cuerdas. Peter se tiró con furia a coger el pato. Se pegó un chapuzón impenitente en unas aguas que estaban ya muy frías y al final el ave, con habilidad consiguió zafarse de su trampa y escapar volando de nuevo.

La red se había roto por varias partes, y una vez más Annette salió a remediar el desaguisado. Con paciencia, remendó lo que estaba roto. Pero cuando acabó su trabajo, ya no había ni un solo pato en el río. Todos habían huido.

—Me parece que esto no es tan fácil.

—Yo estoy congelado —dijo Peter cuya ropa estaba toda mojada por el agua.

Se tumbaron sobre la hierba a esperar que algún ave pudiese volver, mientras daban cuenta de una barra de pan y un queso fabricado por las manos artesanas de la familia de Peter.

 

***

 

Ya al final de la tarde, cuando las sombras se estaban alargando detrás de los árboles, una manada de ánsares se posó suavemente en el agua. Otra vez extendieron la red con cuidado y en silencio. Peter, que era el más corpulento se quedó guardando la trampa, mientras, de nuevo, la muchacha y Robert, en sigilosa marcha se pusieron detrás de los patos. Unas palmadas y algún grito, hizo que los pájaros emprendieran el vuelo hacia donde estaba extendida la red. Todos pasaron por encima, pero esta vez, fueron dos los patos que se enredaron entre la maraña de hilos y cuerdas. De nuevo Peter se tiró con determinación al agua, y logró agarrar a uno por el cuello. El otro, con gran algarabía, luchaba por desembarazarse de la red, que se rompía por momentos, hasta que consiguió liberarse y emprender la huida en sentido contrario.

Llegaron corriendo Annette y Robert, para ver cómo su compañero, se debatía entre el fango, enredado en los restos de la red pero con el pato firmemente agarrado con su mano derecha.

—¡Mátalo! —dijo Robert.

—¿Cómo? —Respondió su amigo.

—¡Tuércele el cuello! —dijo la muchacha.

Mientras, el pato aleteaba con fuerza y lanzaba picotazos a diestro y siniestro que cuando alcanzaban a Peter, éste lanzaba un ¡Ay! muy sonoro, pero continuaba sujetando con firmaza el animal.

Al final, los tres acabaron en el río, chapoteando entre el barro y por fin pudieron dar cuenta del pato.

Volvieron empapados, tiritando de frío, llenos de barro, pero triunfantes al almacén en donde estaban los planos del futuro avión. Ahí dejaron su presa sobre un taburete, y Peter y Annette se quitaron casi toda la ropa para secarse, mientras encendían una estufa que había en un rincón. Robert, tímidamente, no quería quitarse sus vestimentas aunque estaba empapado y temblorosamente helado. Lanzaba, sin poderlo remediar, fugaces miradas a la muchacha que se había quedado tan solo con una especie de enaguas de tela blanca.

Al final, cuando la panzuda estufa expandía oleadas de calor, con recato se quitó la camisa y el jersey y lo puso casi encima del ardiente metal, para que se secase.

Salieron de allí cuando la noche envolvía los campos, y ese día la reprimenda sonó con fuerza en las casas de Peter y de Annette, y en la de Robert, al presentarse con las ropas, aún algo mojadas, y sobre todo ensuciadas por el barro.

 

***

 

El estudio del ala del pato, les convenció de que de esa manera era casi imposible construir un ala. Sí vieron que lo huesos pesaban muy poco y que estaban como huecos. Al final decidieron hacer un ala casi rectangular, con un larguero en I que soportase todas las cargas y de unos 13 metros de envergadura.

—¿Cómo llamaremos al planeador? —preguntó Annette. Después de unos momentos de meditación respondió Robert.

—Será el APR-1.

Los otros dos se quedaron un tanto desconcertados, pero se lo aclaró enseguida.

—A por Annette, P por Peter y R por Robert, y el número 1 porque es nuestro primer diseño. Después de éste, con la experiencia que consigamos y los premios que nos den, seguiremos haciendo más planeadores, y al final seremos los dueños de una gran fábrica de aviones.

—¡Que bonito es soñar!—Repitió Annette. Fue la única respuesta de ella. A Robert no le sentó nada bien este comentario.

 

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