Honor

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II

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Hubo un momento en que la racha subió hasta catorce metros por segundo. La persona que dirigía el lanzamiento gritó.

—¡Tensar! ¡Correr! ¡Fuerte!

Los que estaban al final de las gomas, agarrando los nudos de cuerda empezaron una carrera ladera abajo, estirando éstas. La tensión era cada vez más importante y casi ya no podían hacer más fuerza para tensarlas más. En voz más pausada, el que dirigía el despegue dijo a los de la cola.

—¡Soltar!

Éstos dejaron la cuerda que sujetaba la cola del planeador, y éste salió despedido hacia adelante, como en un gigantesco tira—chinas. No rodó por el suelo más de una par de metros y ya estaba en el aire. Cuando las gomas perdieron la tensión, se cayeron al suelo al deslizarse hacia abajo la anilla que sujetaba ambas al gancho del morro del avión.

Robert que estaba en la parte final de la goma derecha, al notar como se aflojaba la tensión, dejó de hacer fuerza y vio como el planeador pasaba silbando a un par de metros sobre sus cabezas. El aire emitía un lamento especial al acariciar las alas del avión, y la cabeza de Martens miraba fijamente y con total concentración hacia adelante.

Se deslizó paralelo a la ladera de la montaña, pero ya con suficiente velocidad para hacer la maniobra segura, viró a la derecha empezando a volar en dirección a la cresta de Wasserkuppe. La brisa que subía del valle, y creaba un viento ascendente por delante del monte empezó a impulsar el planeador y éste poco a poco comenzó a ganar altura. Mientras recogían las gomas para subirlas de nuevo a la zona de lanzamiento, Robert no dejaba de mirar a ese pájaro mecánico de color marrón, de madera oscura, barnizado brillante, que daba pasadas una tras otra apoyándose en la brisa. Al cabo de unos diez minutos, maniobraba con soltura y gracia a unos cientos de metros sobre sus cabezas.

Había una gran cantidad de personas, no solo de los concursantes y constructores de los aviones, sino de los pueblos vecinos, contemplando el milagro de que un aparato sin motor, de alas alargadas y esbeltas volaba suspendido por el viento sobre ellos.

Robert podía ver la cabeza de Martens, que apenas sobresalía del fuselaje, mientras la movía para mirar en los virajes, calculando la trayectoria del planeador. Tenía envidia. Él querría estar ahora en esa cabina, sintiendo esa suavidad del aire, de las rachas de viento que mecían el planeador.

Todos se sentaron en la cresta mirando con arrobo, cómo el avión volaba, describiendo una trayectoria en forma de ochos, haciendo pasada tras pasada por delante de ellos, sin que aparentemente perdiese nada de altura. No cabía duda de que Martens dominaba ya el arte de volar sobre la ladera. De vez en cuando miraban a los relojes que algunos portaban, midiendo el tiempo que llevaba ya volando.

Pasaron los cuarenta minutos, mientras la muchedumbre que cada vez era más numerosa, prorrumpía en gritos de júbilo. Cuando ya llevaba más de una hora, vieron como el planeador abandonaba la ladera, volaba sobre la cresta, ya casi en el sotavento, perdía altura y aproándose al viento aterrizó blandamente sobre la parte superior de la montaña.

Los espectadores que estaban en Wasserkuppe corrieron hacia el avión. Martens estaba alborozado quitándose el casco de tela y cuero que tenía sobre su cabeza, y abriendo la cobertura de piel que cubría el fuselaje, para salir de éste.

—¡La has conseguido, lo has conseguido!

Oscar Ursinus, casi sin aliento por la carrera que se había dado, todavía con su inseparable pipa colgada de sus labios, le daba golpes amistosos en los hombros de Martens.

Cuando éste salió del planeador casi fue llevado en volandas, por todos los que se encontraban a su alrededor.

Esa noche, junto a un fuego amistoso y revitalizador, Ursinus, de una manera solemne, anunció que en ese día había nacido el verdadero deporte del vuelo sin motor. Que a partir de ese momento ya no deberían llamarse a esos aviones planeadores, pues no solo se deslizaban ladera debajo de las montañas, sino que aprovechando la fuerza del aire, eran capaces de mantenerse sobre ellas. Igual que los barcos a vela usaban el viento para navegar, estas máquinas utilizarían éste para volar.

—A partir de ahora llamaremos a estos aviones veleros (segelflugzeuge), y a este deporte vuelo a vela (segelflug).

Todos los que estaban junto a la hoguera, afirmaron con la cabeza y entre murmullos de aprobación, aceptaron esta nueva manera de nombrar a esta actividad y a estos aviones.

 

***

 

Fue un verano productivo. Martens, envalentonado con sus logros, se dispuso también a batir el record de distancia en velero. Para ello, despegó en un día de buen viento, y aprovechando la ascendencia que le daba la ladera, fue desplazándose lateralmente sobre la montaña. Al final planeó todo lo que pudo hacia el valle, y consiguió aterrizar a más de nueve kilómetros del punto de partida.

Robert y Peter tuvieron la oportunidad de volar repetidas veces en un planeador elemental. No era el sofisticado velero de Martens, el Vampyr, pero si una vetusta máquina, aunque de un rendimiento aceptable, casi sin fuselaje, unas alas, una viga que soportaba la silla en donde se acomodaba el piloto, y que en su parte trasera tenía los timones para dirigir el avión. Todo ello rodeado de una maraña de cables que le daban rigidez a la liviana estructura.

No aprendieron, en realidad a volar a vela, pues todo lo que hicieron fue planear hacia el valle, pero supieron cómo hacer virajes, cómo mantener estable la velocidad y la trayectoria, y cómo aterrizar decentemente.

Robert, se dio cuenta de que al final de ese verano, se le había pasado en parte la aprensión, el miedo no confesado, que experimentaba anteriormente, cuando le tocaba iniciar un vuelo. En realidad nunca expresó estos sentimientos, esas sensaciones con Peter, pero en el fondo llegaba a notar que éste debería sufrir los mismos miedos, pues cada vez que le tocaba volar a él, dar uno de esos tímidos saltos hacia la atmósfera, la faz del muchacho y hasta su carácter cambiaba, se hacía serio, poco comunicativo, concentrado en su labor.

Esto también, tenía en parte, su lado negativo, pues esa euforia que sentía al principio cuando finalmente después del tímido planeo por la atmósfera, conseguía aterrizar sin daños, desapareció. Quizás debido a que ya no tenía que hacer ese esfuerzo de voluntad, ese intentar superar sus sensaciones de miedo, que se habían desvanecido casi totalmente, al trasformarse el vuelo en una actividad que, ellos creían, no tenía apenas  secretos para los dos jóvenes.

 

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