Honor

Honor


IV

Página 10 de 34

Cuando atacó el último tiempo, Vivace, la catarata de sonidos compartidos entre el piano y la orquesta inundaban el auditorio. Llegó el final de la obra, vibrante preciosista. Tocado el último acorde y cuando el mágico sonido de los instrumentos y del piano de Klara casi todavía volaban por el aire, el público se puso en pie a aplaudir con pasión. Robert se levantó de su asiento impresionado hasta la médula por lo que había escuchado y visto. Por un momento el director y Klara permanecieron estáticos, se miraron con complicidad, y ella perdió esa faz trascendental que había tenido a lo largo de la obra. El director de orquesta y todos los músicos aplaudían mientras ella con una gran sonrisa en su rostro se dejó besar las manos por la persona que había dirigido la orquesta. Los aplausos no cesaban y Klara con una mano gentilmente cogida a la del director, hacía reverencias mientras el público atronaba el teatro aplaudiendo y gritando ¡Bravo! sin parar durante bastantes minutos. El conocido rito de abandonar el escenario y volver de nuevo con el director para recoger los persistentes aplausos le resultaba curioso. Cuando acabó el estruendo, Klara se sentó ella sola al piano otra vez. Se hizo un silencio sepulcral. Los maestros músicos dejaron sus instrumentos sobre la tarima. Todos estaban expectantes. Sin que estuviese en el programa empezó a tocar una pieza, lenta, suave, henchida de romanticismo, más tarde Klara le dijo que era una obra de Robert Schumann titulada “Träumerei”. La suavidad conque la interpretaba, el sentimiento que ella ponía en la ejecución, su cara de nuevo trasformada por las notas musicales, hicieron que a Robert se le humedecieran los ojos.

Cuando acabó, otra vez el entusiasmo de los espectadores hacía vibrar el auditorio. Vista en la distancia, con su elegante vestido negro, y sus gestos casi aristocráticos, Robert encontró a la muchacha adorable. Le sorprendía que ella atesorara esa sensibilidad para la música que hasta ese momento nunca había visto, pues cuando practicaba en su casa o en el taller de pianos de su padre, parecía casi más un ejercicio de habilidad de dedos que ese derroche de dulzura y de belleza musical que era capaz de expresar en un concierto. Se dio cuenta de que algo importante empezaba a crecer en su corazón. No era solo comprender la música, sino también un naciente sentimiento hacia ella.

Por fin el público empezó a abandonar la sala, él se acercó hacia el escenario. Klara estaba con la faz iluminada por una sonrisa hablando animadamente con los componentes de la orquesta. Se dio cuenta de que se acercaba Robert, y aproximándose al borde del estrado, se agachó para ofrecer las dos manos a él en señal de saludo. Éste le tomo ambas y le dio un fuerte apretón mientras que en la cara de la muchacha floreció un gesto de alegría.

—Luego nos vemos —le dijo en un susurro.

Robert se quedó cerca de la puerta, pero ella seguía allí en el escenario, con sus compañeros. Entonces se dio cuenta de que ambos venían de mundos muy distintos. Ella del ambiente intelectual y elegante, y él no dejaba de ser un chico de un pequeño pueblo que nunca se había movido por el mundo ni de la música ni de la literatura. Al final decidió volver solo andando hacia su casa.

Estaba anocheciendo, y el verano se aproximaba a pasos agigantados. Miró al cielo, y allí todavía florecían algunas pequeñas nubes cumuliformes, esas nubes que él había descubierto para usar en el vuelo a vela bajo las cuales girando en círculos podía ganar altura con su velero. Por primera vez desde que estaba en Varsovia, echaba de menos deslizarse por el aire, sentirse pájaro de nuevo. En el fondo volar, y sobre todo volar sin motor, era también escribir una cierta poesía en libertad, jugar con el viento, saborear la alegría de la vida y la belleza del vuelo…

Mientras volvía disfrutando del benigno anochecer, y del impacto que la música le había producido, decidió que iba a escribir a Peter, para que le contase cosas del vuelo a vela, cómo se estaba preparando para la competición de Wasserkuppe de ese verano, qué aviones nuevos se habían construido. También sabía que su carta se la mostraría a Annette. ¡Que diferencia con Klara! No cabía duda de que ella era físicamente mucho más atrayente que la polaca, pero el carácter, la cultura y la interesante conversación con ésta última, no tenía nada que ver con la muchacha alemana. Se rió el solo, pensando la mujer tan increíble que se podría formar con el cuerpo y la cara de Annette y el intelecto y la mente de Klara.

 

***

 

Al día siguiente por la tarde, una vez más Robert llamó a la casa vecina, pera reunirse con Klara y practicar el polaco.

Ella hacía unos ejercicios de piano, y discretamente él se sentó a su lado. Acabada la última nota, giró hacia él y le preguntó.

—¿Qué te pareció el concierto de ayer?

Robert, se humedeció los labios antes de contestar, y mirándola fijamente dijo.

—Nunca antes había estado en un evento musical. Jamás creí que la música podría generar esas sensaciones. Pero sobre todo, para mi lo más impresionante fue verte desbordando sentimientos, cómo sentías la música, cómo eras capaz de transmitir a los demás la belleza de esas notas.

Después le fue contando lo que había experimentado en su alma con la obra de Scheherazade. Cómo “veía” a ésta encarnada por el sonido del violín. Más tarde abrió su corazón para decirla cómo se había estremecido con la sensibilidad de las notas que salían del piano de Klara.

Cuando acabó, ella estaba con los ojos húmedos. Le cogió las manos y le dijo.

—Nunca antes, ni el mejor crítico me había dicho algo tan bonito sobre mi interpretación. Quizás yo tengo una suerte —soltó una sonrisa—, dicen que para interpretar bien a Chopin, hay que ser polaco, judío y homosexual. Bueno yo no cumplo la última condición, aunque soy una mujer —añadió en tono confidencial bajando la voz.

El resto de la tarde, en lugar de dar la consabida clase sobre frases y escritura, estuvieron hablando, eso si en polaco, sobre música, sobre el piano, sobre Shumann, sobre la dificultad de interpretar a Listz. Ella le iba poniendo ejemplos sobre la técnica pianística y como había variado desde los primeros clavicordios hasta el moderno piano.

Tanto tiempo estuvieron hablando sobre esa pasión que para Klara era la música, que Isaac, su padre, interrumpió la conversación para decirles que iban ya a cenar, y que si Robert quería compartirla con ellos. Éste se dio cuenta de lo tarde que ya era, y se excusó con cortesía, dirigiéndose a su casa a tomar la comida con su familia. En el fondo le parecían insulsas ya las reuniones en su hogar. Su padre ya casi no hablaba. Andrzej, sin decirlo, se sentía incómodo con esa nueva familia que había invadido su solitario terreno y su madre y su hermana Gretel, no eran precisamente personas de conversación interesante. Le habría gustado mucho más quedarse en casa de Klara. Ahí había siempre encendidas tertulias sobre temas culturales o musicales, que aunque él se veía muchas veces acomplejado para tomar parte, le gustaba escuchar en silencio, pues las discusiones entre Klara y su hermano Simeón eran muy vivas y él aprendía rápidamente el polaco, tratando de seguir sus argumentos, aunque a veces le era imposible por la celeridad de la conversación.

 

***

 

En un par de días escribió a Peter, se abstrajo un poco de la música y se centró en su aviación sin motor, en esa nueva actividad que se veía imposibilitado de practicar. En realidad no sabía si alguien en Polonia practicaba el vuelo a vela y menos dónde lo hacía.

 

***

Pasó el verano, pegajoso y húmedo. Se asombró del cambio de temperatura que se podía sentir en Varsovia, el áspero frío invernal y el verano lleno de humedad.

Su padre empeoraba, pero Robert pensó que no era una cuestión física, sino una postura intelectual. Había renunciado a la vida. Todo había sido excesivo, la pérdida de su negocio del almacén de maderas en Poppenhausen, la incomodidad que sutilmente mostraba Andrzej, por la invasión que habían hecho de su casa, y el accidente vascular, que lo había dejado en la práctica casi inútil para moverse o simplemente para hablar.

Por otra parte a su madre y a su hermana, les iba bastante bien el trabajo en la tienda de costura. Al principio eran solo arreglos caseros de prendas de ropa, pero ahora se estaban ya planteando hacer confecciones nuevas, montar una pequeña industria que podría vender prendas nuevas. En eso se sorprendió Robert, pues siempre había considerado a su hermana un poco negativamente, sin decisión, sin ideas, y era en cambio ella quien en realidad lideraba las iniciativas que su madre seguía con disciplina.

Se propusieron cambiarse a otro piso, bastante pequeño, que tenía en la planta baja un local en el que se podría montar el taller y una tienda para vender los productos. La convivencia con Andrzej, era cada día peor. Eso le daba pena a Robert, pues siendo vecino, puerta con puerta con la familia de Klara, tenía siempre la excusa de pasar a su casa, al final de la jornada de trabajo, mientras ella hacía sus ejercicios de dedos, como le gustaba decir, y estar con ella practicando el polaco. Cuando se cambiasen a la nueva casa sería distinto.

Esperarían al final del verano para mudarse. Mientras, Robert se aficionó a asistir a los conciertos con Klara y su familia. Le encantaba y escuchaba hechizado, no solo la música, sino principalmente las explicaciones que hacía ella sobre la partitura y la obra.

 

 

Un día, acabado el verano, cuando el frío se empezaba a sentir de nuevo, al llegar a su casa, vio que tenía encima de la mesita de la entrada una carta dirigida hacia él. Era de Peter.

 

 

Ir a la siguiente página

Report Page