Honor

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V

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Con ayuda del joven midieron un poco por encima la distancia que había recorrido desde el punto de salida. Era superior a los 450 Kilómetros. Si no era un record mundial poco le faltaría, aunque era posible que otros concursantes hubieran hecho hoy también muy buenos vuelos.

Después le enseñó al muchacho su velero. Era casi el último grito en la construcción de estas máquinas. El Rhoenadler, había sido construido en el taller de Alexander Schleicher. No era un diseño suyo, pues era de otra firma, pero él mismo había ayudado a su cuidadosa construcción y excelente acabado. Peter permitió que el joven se sentara en la cabina mientras soñaba que algún día él sería capaz de volar esta maravilla de planeador.

—Hay como un cuartel o establecimiento militar cerca del pueblo ¿verdad? —preguntó Peter.

 

***

 

Notó algo extraño. Todos enmudecieron. Incluso algunas personas mayores parecía que con un dedo delante de la boca mandaban mantener el silencio a los más jóvenes. No llegaba a entender lo que pasaba. Tampoco era importante. No le prestó más atención.

Se fue al pueblo, mientras el resto de personas se quedaron guardando el avión. Allí llamó por teléfono a Waserkuppe.

—Estábamos angustiados —escuchó a Alexander al otro lado del hilo telefónico con ese sonido metálico típico de estas comunicaciones—, todos ya han llamado desde sus puntos de aterrizaje.

¿Dónde estás?

—Junto a las montañas del Eifel, en un pueblo que se llama Brhoel.

Peter pudo oír los gritos de entusiasmo que le llegaban por el auricular cuando Alexander dijo en voz alta el lugar del aterrizaje a los demás que deberían estar junto al teléfono lanzando expresiones de alegría.

—¡Fantástico, fantástico! —decía Alexander—. Debes de haber hecho el vuelo más largo.

—Tardaremos bastante en llegar allí a recogerte, ten paciencia.

—Ya lo sé —respondió Peter—. Os esperaré en el velero. En el restaurante que hay en la plaza del pueblo os podrán explicar en dónde está el lugar del aterrizaje. Es como a un kilómetro de la aldea, tiene un buen camino para entrar.

—¿Y el velero? —preguntó Alexander con un deje de inquietud.

—No te preocupes, ni un rasguño, el terreno en donde he aterrizado es muy bueno.

 

***

 

Peter comió algo en la cantina del pueblo y después de dejar un dibujo en la puerta sobre dónde estaba el velero, por si llegaban muy tarde el equipo de recuperación, se fue andando a donde estaba el planeador. Al llegar allí todavía se encontró a los muchachos que le habían recibido después del aterrizaje. Le ofrecieron descansar en su casa, diciéndole que podía estar seguro de que nadie iba a dañar el avión, pero Peter prefirió mantenerse allí hasta que llegaran sus compañeros.

Se encaminó, cuando estuvo solo, a la zona en donde había visto desde el aire ese extraño cuartel. Llegó en poco tiempo cerca de su puerta. Una reja defendía la intimidad de la instalación. El resto estaba rodeado por muros, que impedían ver qué es lo que había dentro.

Un soldado en la garita, le dio el alto. Le dijo que no podía acercarse. Junto a la reja había una leyenda: “Arbeit macht frei” El trabajo te hace libre. Nunca había visto un acuartelamiento de ese tipo. Intentó indagar más. No pudo. El vigilante le conminó a que abandonase el lugar.

Le extrañó que en su Alemania que subía en prosperidad, existiese esos establecimientos, aparentemente secretos, en donde parecía estar recluida una muchedumbre de personas, pero que ignoraba quienes podrían ser. Lo que era claro es que aquello tenía toda la pinta de ser un establecimiento penitenciario.

 

***

 

Ya era de noche cuando todos los curiosos abandonaron el terreno en donde estaba posado el velero. Se sentó junto al fuselaje, pero como tenía algo de frío, se metió dentro de la cabina. Peter cerró los ojos y como una película empezó a pasar por su mente las imágenes del vuelo. Las trepadas en las térmicas haciendo espirales, hasta llegar a la base de las nubes, los largos y tranquilos planeos, ese instante en que perdida la esperanza, ya muy cerca del suelo y resignado a tomar tierra se encontró esa ascendencia salvadora que le catapultó de nuevo a las alturas. Todo lo saboreaba con deleite. Los pequeños malos o tensos momentos del vuelo se volvían ahora experiencias placenteras.

La noche le envolvía con sus fragancias. El suave sonido de las rachas de viento enredándose en las ramas de los árboles. El lejano y tenebroso canto de un buho en la lontananza. El monótono y continuo trinar de los grillos. Acunado por estas sensaciones y debido al cansancio acumulado se durmió en poco tiempo.

El sonido de un coche y la luz de unos faros desde detrás del avión le despertaron. Abrió los ojos. La aurora se presentaba ya por el oriente tiñendo de un suave color rosa el horizonte. Se intentó levantar de su asiento en la cabina del avión, pero parecía pegado al respaldo. Tenía la espalda dolorida. La postura en la que había estado durmiendo le había dejado entumecido. Al final haciendo un esfuerzo logró ponerse en pie.

—¡Vaya vuelo Peter!—. Fue el saludo de la primera persona que se bajó del coche.

Éste era un moderno Adler que llevaba a rastras un remolque abierto en donde transportar el velero una vez desarmado.

—Nos hemos perdido tres veces por el camino hasta que hemos encontrado esta aldea, ¡vaya viajecito! por eso llegamos tan tarde —comentó un muchacho joven del grupo.

—Alexander no ha podido venir. Había algunos planeadores que habían tenido pequeñas roturas en los aterrizajes, y se ha quedado para dirigir los arreglos en la fábrica —dijo el conductor.

—Si queréis podemos soltar el remolque y marchar al pueblo a desayunar. Cuando ya haya amanecido totalmente desarmamos el velero —propuso Peter—. ¡Tengo un hambre...!

Todos se echaron a reír y estuvieron de acuerdo. Dejaron el remolque en el campo junto al avión y las cuatro personas se fueron en el coche mientras una lluvia de preguntas caía sobre Peter para que narrase cómo se había desarrollado el vuelo.

¡Que tiempos tan felices eran aquellos! Grabados en su memoria estaban campeonatos, vuelos que eran auténticas aventuras llenas de sol y de naturaleza. La incertidumbre de salir a hacer un vuelo de distancia, que, a veces, con mala suerte acababa a muy pocos kilómetros del lugar de salida y en cambio, también existían esos días buenos en que el tiempo se aliaba a su favor y podía hacer cientos de kilómetros, mantenerse en vuelo durante horas, disfrutar de sentirse pájaro y acabar la aventura aterrizando en un pequeño prado o descampado.

No obstante su nueva responsabilidad con el puesto de coordinar el desarrollo del vuelo a vela en la región, le imponía ocuparse de montar escuelas y clubs nuevos. De enseñar a volar a los jóvenes chavales que se aproximaban a esta actividad. El Tercer Reich no cabía duda de que estaba levantando el país a pasos agigantados, la economía se disparaba día a día. Surgían nuevas industrias, carreteras en donde antes solo había caminos, el nivel de vida se elevaba de manera meteórica, y sobre todo la conciencia de orgullo alemana estaba por las nubes. No obstante estas manifestaciones de apoyo incondicional al líder, a Hitler, en actos grandiosos y épicos, llenos de banderas, de antorchas, de desfiles, a Peter le producían cierta inquietud.

La idea del gobierno era insuflar un espíritu de equipo en la juventud, de darles un sentimiento nacionalista y militarista, que en el caso de la aviación lo intentaba por medio del vuelo a vela. Promocionaba el Estado, escuelas de vuelo sin motor en muchas pequeñas aldeas. Allí los jóvenes, con tan solo quince años, se iniciaban en el arte del pilotaje, de saber manejar un avión en el aire. Era la semilla que iba a germinar en la poderosa Luftwaffe, el imponente Ejército del Aire alemán. Éste primer paso en el mundo de la aviación, era bastante barato. Mantener un campo de vuelo, una pista de hierba, comprar unos veleros elementales y aprovecharse del entusiasmo por la aviación de unos jóvenes instructores, hacía que con una inversión mínima se consiguiesen miles de muchachos involucrados en la aviación, que más tarde se trasformarían en pilotos de combate.

A Peter no le complacía ese espíritu que imponía el gobierno. Él amaba el vuelo a vela como actividad deportiva, como aventura. Por el contrario la mayoría de los chicos que se apuntaban a los cursos de vuelo sin motor, una vez aprendidas las primeras fases de esta actividad, ya no seguían con ella. Para ellos había sido un primer peldaño para iniciarse en la aviación, pero no amaban de verdad el auténtico deporte de volar sin motor, de buscar el reto de deslizarse lo más lejos posible aprovechándose únicamente de las fuerzas de la madre naturaleza.

 

***

 

Pasado el tiempo y cuando la producción de los veleros aumentaba cada día más Alexander le llamó un día a la oficina de diseño. Peter subió la escalera que le llevaba a una especie de pecera, rodeada de cristales, en el piso superior y desde la cual se podía ver todo el taller. Allí había mesas de dibujo, papeles y planos por todas partes con los últimos diseños que se estaban proyectando.

—Mira, —le dijo mientras se reunían en torno a una mesa en la cual estaba extendido el esquema de un nuevo avión—, para las escuelas que están comenzando su actividad, deberíamos buscar unos diseños más sencillos, más baratos. Los aviones que producimos son muy buenos, pero caros y difíciles de reparar.

—Sí, estoy de acuerdo —respondió Peter—. Por desgracia se rompen muchos fuselajes en las tomas de tierra por la inexperiencia de los alumnos.

Cogió un lápiz como si fuera a dibujar un nuevo esquema y preguntó a Alexander.

—¿Qué tienes tú pensado?

—Construir todo en madera no es barato y requiere muchas horas de trabajo, para que un piloto primerizo lo rompa en un instante. Creo que deberíamos buscar un nuevo tipo de construcción, algo que sea menos refinado aerodinámicamente, pero que todavía de un buen rendimiento. Algo más duro, menos caro, y más ligero.

—¿Estás pensando lo mismo que yo? —respondió Peter en una mirada de complicidad—. El tubo de acero.

Alexander esbozó una sonrisa mientras movía afirmativamente la cabeza.

—Exactamente. Un fuselaje hecho de tubo de acero y recubierto de tela. Eso es mucho más duro y ligero, aunque tenga algo más de resistencia al aire.

—El problema —dijo Peter mientras se sentaba en una silla y jugaba con el lápiz entre sus dedos— es que con esa técnica se fabrican muchas avionetas, pero no tenemos ni idea de cómo hacerlo aquí, pues siempre hemos construido todo en madera.

—Hay una fábrica de veleros cerca de Munich, que está haciendo eso, fuselajes de tubo y tela y alas de madera. El que lo dirige es amigo mío, lo conozco hace tiempo, se llama Egon Sheibe.

Alexander hizo una pausa, y después prosiguió.

—¿Por qué no te pones en contacto con ellos y te vas para allá unos días a ver cómo tienen organizada la construcción? Nos interesaría saber sobre todo cómo hacen la unión ala-fuselaje. Ya hablé con Egon hace unos días y me dijo que no tenía ningún problema en enseñarnos su producción.

Peter se levantó y dirigiéndose a Hanna, una recia secretaria que no podía disimular su origen bávaro dijo.

—Por favor ponme en contacto con la fábrica Sheibe en Munich. Ella le miró con cara de enfrentarse a un problema imposible,

pero con disciplina alemana, se puso a buscar por listines y cuadernos.

Peter y Alexander continuaron sobre la mesa refinando el diseño de lo que iba a ser su próximo velero.

—Señor Wolf, ya tiene su llamada —dijo Hanna ofreciéndole el auricular del teléfono a Peter mientras mostraba un rictus de triunfo en su cara.

Peter se incorporó de la mesa y tomando éste dijo.

—Buenos días ¿con quién hablo?

Al otro extremo de la comunicación, se escuchó una voz de timbre metálico pero de agradable modulación.

—Soy la secretaria del señor Sheibe, mi nombre es Erika.

—Buenos días Erika, mire le hablo desde la oficina de diseño de la firma Alexander Schleicher, queríamos concertar una reunión y una visita a su fábrica para discutir unos asuntos de diseño de los nuevos veleros que…

—Sí, señor —interrumpió Erika—. El señor Sheibe ya me habló de ello, ¿Para cuando quiere hacer el encuentro? Le esperamos cuando usted quiera.

Peter tapó el auricular y preguntó a Alexander.

—¿Cuándo quieres que vaya?

—No sé… ¿el lunes?

—El lunes de la próxima semana estaré allí. ¿Me da la dirección?

Erika le dijo como encontrar la fábrica que estaba en Dachau una población a unos 20 Kilómetros al norte de Munich.

—Bueno tengo que enterarme de los trenes y autobuses que llegan allí —dijo Peter, después de colgar.

—¿Por qué no te llevas mi Zündapp? Yo no la voy a usar.

La oferta era totalmente irresistible. Esta moto de nuevo diseño y motor de dos cilindros era lo mejor que se podía fabricar en aquellos años en el mundo del motociclismo.

El domingo a media mañana, hacia un día primaveral y agradable. Peter hizo una pequeña maleta que puso en la parte trasera de la moto, cogió su casco de lona de volar y las gafas y se puso en camino. Nada más empezar a conducir la moto, paró un momento. Se quitó el casco de lona, pues quería sentir la fresca brisa directamente en su cabeza y prosiguió su ruta.

Cerca de la noche, y después de un agradable viaje disfrutando de la incipiente primavera llegó a Dachau.

 

***

 

Al día siguiente logró encontrar la fábrica. Estaba en un almacén casi en la parte central del pueblo. Preguntó por Erika.

Una muchacha de pelo castaño, ademanes elegantes, cara que a Peter le pareció agradable y cuerpo esbelto salió a su encuentro.

—¿El señor Wolf? Soy Erika.

Ella le ofreció no solo su mano sino también una sonrisa subyugante. Se le formaban un par de hoyuelos deliciosos en las mejillas al sonreír.

Pasaron un día apretado e intenso. Ella le acompañó siempre, le presentó a Egon Sheibe y pudo ver cómo eran los veleros que éste construía. El fuselaje era de tubo de acero de forma triangular.

¿La ventaja? Pesaban tan solo cincuenta kilos y eran mucho más duros que uno de madera.

A la hora de la comida, la hicieron los tres juntos en la fábrica. A medida que pasaban las horas el trato con Erika le parecía cada vez más agradable. Ella tenía siempre un óptimo buen humor, reía constantemente las ocurrencias de Peter, y a éste le encantaba contemplar sus risas marcadas por esos hoyuelos en las mejillas.

Acabaron a última hora de la tarde después de ver y tomar notas de los diseños que estaban construyendo. Dos aviones, uno de dos plazas para entrenamiento y derivado de éste otro monoplaza para los pilotos una vez que ya supieran volar. Sheibe incluso hizo la propuesta de que la fábrica de Alexander podía construir estos tipos de veleros pues él no podía fabricar los suficientes planeadores para abastecer a las incipientes escuelas de vuelo sin motor que empezaban a surgir a lo largo de la geografía alemana.

La relación fue muy cordial, y a última hora de la tarde, Peter quiso invitar a cenar tanto a Egon Sheibe como a Erika por su amabilidad.

—Agradezco muchísimo su invitación, pero tengo un compromiso familiar que es imposible de eludir —dijo Egon—. Pero puede invitar a Erika si quiere, ella le podrá llevar a un buen y típico restaurante.

Esta proposición todavía gustó más a Peter.

Así fue y quedaron en que él la recogería para dirigirse a un sitio especial.

Llegó con su moto a la puerta de una casa baja en las afueras del pueblo. Allí ella salió a recibirlo. Iba vestida con una blusa blanca una falda amplia y ceñida con un cinturón de cuero que resaltaba su espléndida figura. Peter la encontró adorable.

—¿Está lejos de aquí? —preguntó él.

—No incluso podríamos ir en la moto —propuso ella—. Estoy acostumbrada a montar en ella, pues mi hermano tiene una parecida… bueno no tan bonita —añadió en un mohín.

El sillín era relativamente pequeño y ella se tuvo que pegar totalmente a él para montarse, cosa que agradeció Peter.

Le fue indicando el camino, subiendo a la parte alta del pueblo. Cada vez que ella le indicaba algo, él volvía ligeramente la cara para escucharla y veía su faz, allí junto a la suya, la melena al viento, el aroma de su piel…

Acabaron en un bonito restaurante, típico bávaro. Degustaron una cena regada con buen vino. La sobremesa se prolongó bastante tiempo. Los dos estaban muy a gusto uno junto al otro.

Se levantaron y con las últimas luces del día se asomaron al jardín. La brisa primaveral llena de aromas les refresco agradablemente.

En ese momento, Peter vio algo parecido a un terreno, un gran descampado, rodeado de alambradas. Luces mortecinas iluminaban el recinto. Dentro había como alargados barracones de madera.

—¿Qué es eso? —preguntó.

La muchacha bajó la cabeza, como no queriendo contestar. Él la miró de frente.

—Es un campo en donde encierran a los que no quieren trabajar, a los delincuentes.

—Es decir ¿una cárcel? —respondió él.

Ella le cogió del brazo y le llevó a unas sillas algo separadas del resto de las mesas. Allí se sentaron. Miró a ambos lados para cerciorarse de que nadie les podía oír y dijo.

—Es un campo que en la entrada pone “El trabajo te hace libre”, pero en realidad lo que hay allí dentro son personas opuestas al partido Nazi. Comunistas, también clérigos, sacerdotes, romaníes, polacos judíos…

Al escuchar estas últimas palabras Peter se puso tenso. Como un relámpago surgió en su memoria el recuerdo de lo que había visto cuando aterrizó en medio del campo durante el vuelo de distancia. Luego era esto. Ahora lo comprendía todo. En ese momento paso por su mente la figura y el recuerdo de Robert.

Después de una pausa, él dijo lentamente.

—Me avergüenzo de que en Alemania esté ocurriendo esto. Todos tienen derecho a vivir aquí. Ellos también son alemanes.

¿Sabes si a estas personas se les ha hecho un juicio?

Erika mirando otra vez a ambos lados para cerciorarse de que nadie podría escucharles dijo.

—Que yo sepa no se les ha juzgado por nada. Simplemente no eran “arios” como dicen los del partido. Basta una denuncia de alguien, que infundan sospechas sobre tu origen y la policía entra en las casas de estas personas, las expropian y las llevan allí.

Hizo una pausa que como un silencio espeso y denso se interpuso entre los dos. Erika dio un ligero suspiro, y en voz baja dijo.

—Yo también creo que es una vergüenza. Ese lugar era una antigua fábrica de pólvora. Ahora lo han convertido en un campo de aislamiento. La gente del pueblo no quiere oír hablar de ello. Hace cómo si no lo viese. Conozco a un vecino nuestro, no es mala persona, pero está obsesionado con la pureza de la raza. Dice que todos los gitanos o judíos que hay dentro son peores que los cerdos. Hay personas que vivían en Dachau y eran de origen judío. Les han expropiado todos sus bienes y están ahí recluidos, encerrados.

 

***

 

No son delincuentes, son personas normales. Sé que les someten a un trato vejatorio, inhumano. Se les trata peor que a los animales. El recinto está rodeado de una valla de alambre de espino electrificada. Si alguno quisiera escapar moriría al instante achicharrado. Es terrible.  No comprendo esto.

Paró unos segundos su disertación, segundos muy largos hasta que prosiguió.

—Lo peor es que no se puede hablar de este tema. Casi nadie fuera de Dachau sabe que esto existe. Nada más que está en la mente de los dirigentes del partido. Pero si aquí que lo vemos todo lo criticas, te tachan de antipatriota, de no querer a la verdadera Alemania. No sé a dónde podemos llegar en el trato humano si las cosas se siguen radicalizando.

Peter por primera vez se dio cuenta de que algo podrido y sórdido había debajo de ese esplendor que Hitler estaba consiguiendo para Alemania.

Él le agarró la mano mientras decía tristemente.

—Ven te llevaré a tu casa.

Ella apretó su mano con vehemencia sin soltarla mientras iban lentamente hacia la salida  del restaurante.

 

***

 

Al día siguiente continuó la visita a las instalaciones de la fábrica. Peter tenía una desagradable sensación que no se podía quitar del cuerpo después de lo que había visto el día anterior del campo de trabajo de Dachau. Únicamente la presencia de Erika, su comunión de ideas sobre ese tema, que en pequeños intervalos en los cuales se habían quedado solos habían seguido comentando, le daba un poco de alegría a este viaje que debería haber sido totalmente placentero.

El último día le dejaron volar unos de los veleros que producía Egon Scheibe. Era un velero de dos plazas. El nombre Mü-10 Milan. Fueron a un pequeño campo al sur de Dachau y allí prepararon el vuelo para que Peter probase el avión.

Estaba construido en un fuselaje de tubos de acero y recubierto todo de tela. Las alas eran de madera como en el resto de los aviones sin motor que se construían en Alemania. Junto a él se encontraba el diseñador y constructor, Sheibe, dos operarios que prepararon el velero y un piloto que manejaría la avioneta con la cual remolcarían el planeador a las alturas.

—Normalmente el instructor se deberá sentar en el asiento trasero y el piloto que aprende en el delantero. Vuélalo desde atrás y así verás sus reacciones —le dijo Egon Scheibe a Peter.

—¿Te sientas tú delante? —preguntó Peter al constructor. Este con una sonrisa de complicidad le respondió.

—Es mejor que vaya Erika... si ella quiere—, mientras hacía un gesto de invitación a la muchacha.

Ésta un tanto sorprendida accedió, con la alegría de Peter al cual la idea de volar con ella le seducía bastante.

Para darle a la prueba un carácter más serio, le dijo que llevara una libreta y un lápiz, en donde ella anotaría el resultado de las diferentes maniobras.

Peter ayudó a Erika a ponerse los cinturones de seguridad en la cabina delantera, notando un cierto nerviosismo en la muchacha, y después se sentó en el asiento del instructor. Le pareció que la visibilidad desde la cabina trasera era un tanto reducida, pero suficiente para hacerse cargo sin problemas de los mandos del avión.

Con todo listo, engancharon en el morro del velero un cable de unos cincuenta metros que le unía a la parte trasera de la avioneta remolcadora. Cuando estuvo dispuesto, hicieron señas los ayudantes al piloto remolcador. Éste puso la máxima potencia y despegaron arrastrados por el pequeño avión.

Peter seguía con gran habilidad los movimientos de la avioneta remolcadora, ganando altura lentamente y cuando llegaron a una altitud de setecientos metros, se soltó del cable. Lo primero que hizo fue buscar una buena ascendencia térmica y en apretados círculos dentro de ella ganar altura, hasta que llegaron a la base de la nube que se formaba sobre ellos. Estaban a más de dos mil metros sobre el suelo. El día era magnífico, cielo azul, salpicado aquí y allá por pequeñas nubecillas blancas que marcaban las zonas en donde el aire subía.

Con disciplina profesional, Peter empezó a hacer diversas maniobras para probar las características del velero. Vuelo lento, virajes pronunciados, entradas en pérdida…

Mientras hacía estas maniobras le iba dictando a Erika sus impresiones y los datos de velocidad o inclinación de cada una de ellas. Algunas veces, cuando ya habían perdido bastante altura, buscaba otra ascendencia térmica y de nuevo en virajes continuos subía otra vez hasta la base de la nube, para continuar su evaluación.

Al cabo de una hora más o menos dijo que ya había probado todo lo que le interesaba del velero.

—Coge tú los mandos y vuela un poco —le dijo a ella.

—¿Quién yo? ¡Yo no sé volar!

—Pues para eso estoy aquí, para enseñarte —respondió Peter entre carcajadas.

Siguieron en el aire aproximadamente una hora más. Tiempo en el cual entre risas la muchacha aprendía a mover los mandos y mantener la línea de vuelo, dar virajes, moverse en el aire.

Poco a poco, como el día era muy bueno se desplazaron hasta estar sobre Dachau.

Desde arriba se contemplaba el pueblo, el trazado de sus calles. Descubrieron la casa de Erika, a ella le pareció muy pequeña vista desde el aire, y, como no, el campo de trabajo con sus barracones. Se dieron cuenta de que estaba todavía a medio construir. Se podían percibir los cimientos de un montón más de barracones que todavía estaban en proyecto. Aparentemente aquello iba a tener un gran tamaño. Otra vez, ahora los dos solos en este pequeño planeador, comentaron la locura de esta política del partido Nazi.

Poco a poco fueron perdiendo altura, hasta que al final aterrizaron blandamente sobre la mullida hierba del aeródromo.

Peter, con la ayuda de la notas que había apuntado Erika, le comentó a Egon Scheibe, las cosas que se podían mejorar del velero. El mando de alabeo era muy lento, seguramente sellando los alerones se podría incrementar su efectividad. Por otro lado el mando de profundidad era muy pesado y necesitaba un compensador más potente.

Egon prestaba gran atención a las explicaciones de Peter, mientras Erika le miraba con admiración, al ver todas las cosas que había percibido él y que ella no había apenas notado. Cuando acabaron, el constructor dijo.

—Agradezco mucho tus apreciaciones. Algunos de estos pequeños defectos ya los habían anotado mis pilotos de prueba, pero nadie me había dado un estudio tan exhaustivo del las características del avión y de la manera de corregirlos.

 

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