Honor

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IX

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Un teniente se atrevió a levantarse después del silencio que había seguido a estas palabras.

—Con su permiso, mi general. Creo que se podían achacar parte de esos accidentes a la falta de tiempo en la instrucción. Hace unos pocos meses, el tiempo mínimo para sacar un piloto adelante, un muchacho que viniera sólo de volar en veleros, era de un año. Después se cambió a seis meses. Ahora en tres meses tiene que aprender a dominar una máquina aérea como el Messerschmitt-109 con cerca de mil quinientos caballos de potencia. No es un avión fácil de volar para aquellos que tienen tan poca experiencia.

El general se quedó algo dubitativo. Peter también se levantó.

—Con el debido respeto, mi general, yo soy uno de los instructores que tengo que enseñarles cómo deben de volar nuestro mejor avión de caza, el Messerschmitt-109; pero el problema es que, como usted bien sabe, este poderoso y ágil avión es de una sola plaza. Por lo tanto tienen que montarse por primera vez solos en él, sin que nadie les pueda decir ya una vez en el aire cómo volarlo. —El general empezó a poner gran atención en las palabras de Peter y éste continuó hablando—. En un principio toda la instrucción inicial la damos en la avioneta Bücker, un pequeño biplano de noventa caballos de potencia. De ahí los pasamos al Messerschmitt-108 Taifun, que es un avión que, según dicen, se parece un poco al caza. De todas formas, el Taifun es un avión muy ligero, y no creo que simule en su manera de volar al 109. Pero el problema radica en que yo, que debo enseñarles en este avión de doble-mando, no he volado nunca en mi vida el avión de caza; por tanto, no sé cómo darles unas directrices que les ayuden de verdad a pilotar ese fantástico avión si yo nunca me he montado en él. El resultado es que, simplemente en el despegue o en el primer aterrizaje, destruyen el avión… Eso si no es que salen también ellos gravemente heridos…

El general consultó con un par de ayudantes suyos en voz baja. Después, dirigiéndose a Peter, le dijo:

—Me parece acertada su observación. Voy a dar la orden para que todos los instructores de vuelo que estén en la enseñanza avanzada vuelen varias veces el Messerschmitt-109, y así sepan dar unas directrices apropiadas a nuestros jóvenes pilotos que se van a tener que enfrentar a los aviadores ingleses y franceses.

 

***

 

Varios días después, Peter estuvo aprendiendo el manual de vuelo del Messerschmitt-109. En un principio no había ningún avión de ese tipo en Fürstenfeldbruck, pues la escuela de caza se encontraba en otra base aérea.

 

Una tarde, un par de estos flamantes aviones aterrizaron en la pista de hierba. El grupo de instructores se aproximó a ellos cuando pararon el potente motor y la cabina se abrió para mostrar dos jovencísimos pilotos de un escuadrón de caza que los habían traído.

Dos días después, Peter se sentó en la cabina teniendo a su lado uno de los jóvenes pilotos de caza. Era un rubio mocetón que no parecía llegar a los veinte años.

A Peter lo primero que le llamó la atención era lo estrecha, pequeña e incómoda que era esa cabina. Él, que no era una persona alta, cabía en ella con dificultad. No sabía cómo podría volar este avión una persona corpulenta.

El otro piloto le fue dando una serie de consejos de cómo manejar los equipos del Me-109 y de cómo volarlo, despegar y aterrizar con él y cómo sacarle todas sus portentosas cualidades.

Al final preguntó:

—¿Alguna duda? —le dijo con una sonrisa. Peter movió la cabeza lateralmente sin decir palabra—. Entonces al aire y que lo disfrutes.

Diciendo esto le dio un pequeño golpe en el casco de lona que llevaba sobre la cabeza como para desearle buena suerte y se bajó de la posición que tenía encima del ala. Peter se encontró solo. No era la primera vez que iba a experimentar un avión diferente que no conocía, pero nunca se había sentado en un purasangre con un motor de semejante calibre.

Se ató bien el paracaídas, los atalajes que le aseguraban al avión, hizo todas las comprobaciones pertinentes y dio una señal con la mano al mecánico que estaba sobre el ala derecha junto al motor.

La puesta en marcha del Me-109 era muy singular: una persona por medio de una manivela empezaba a hacerla girar y, con ello, un volante de inercia, una masa de bastante peso, cogía más y más revoluciones; cuando ya no podía imprimirle más velocidad, se quitaba de su posición junto al motor y el piloto, desde la cabina, engranaba un embrague que conectaba el motor del avión al volante de inercia; ello hacía que el motor girase unas cuantas vueltas, suficiente para poderlo arrancar. Si desgraciadamente no llegaba a ponerse en marcha había que repetir toda la operación: otra vez a girar la manivela y, cuando ya no se podía ir más rápido, embragar de nuevo la puesta en marcha.

Peter logró arrancar al primer intento y, con un suave y redondo ronroneo, empezó a calentar el motor.

En poco tiempo todos los indicadores le mostraron que éste funcionaba correctamente. Movió ligeramente el mando de potencia con su mano izquierda y el avión empezó a rodar suavemente por el suelo. La visibilidad desde la cabina era muy limitada porque la posición del caza apoyado en la rueda de la cola y el inmenso motor que tenía delante le impedía casi cualquier visión hacia el frente; por ello iba dando eses por el suelo y, así, mirando por los lados poder ver qué es lo que había delante del avión y evitar algún obstáculo.

Llegó al final del campo de hierba y se enfocó para hacer el despegue. Delante tenía más de un kilómetro y medio de terreno llano y cubierto de un verde lujuriante, el que constituía el campo de vuelo.

Últimas comprobaciones: radiador abierto, rueda de cola blocada, instrumentos del motor… Todo bien. Miró al controlador que, con unas grandes banderolas de colores dentro de una pequeña casamata de madera, dirigía el tráfico sobre el aeródromo. Éste le agitó una bandera verde para decirle que estaba autorizado a despegar. Suavemente fue moviendo hacia adelante el mando de potencia con su mano izquierda.

El motor empezó a rugir y a vibrar al cobrar vida los más de mil quinientos caballos de potencia. El avión se aceleraba con intensidad y Peter trataba de mantener la trayectoria recta, sin desviarse, utilizando los pedales donde apoyaba los pies. Se daba cuenta de que su corazón cogía vueltas cada vez más rápidas, igual y casi al mismo ritmo que el motor.

Una rápida mirada al indicador de potencia le advirtió que tenía ya suficiente para el despegue y empujó ligeramente la palanca de mando levantando la cola. El avión se puso horizontal. Ahora ya podía ver hacia adelante a través del parabrisas. Un vistazo al anemómetro, que le indicaba la velocidad, y comprobó que ya tenía la de despegue. Tirando un poco de la palanca de mando dejó de percibir los baches y traqueteos que le trasmitían las ruedas. Ya estaba en el aire. Apretó el botón que hacia subir el tren de aterrizaje y se plegó con un cierto ruido. Redujo a la potencia de subida y empezó a ascender.

Respiró con alivio: ¡Ya estaba volando el mejor avión del mundo el Messerschmitt-109! Subió en abiertos virajes disfrutando de la suavidad de los mandos del caza. En poco tiempo estaba por encima de las nubes que, como aglomeraciones de algodón blanco, se extendían sobre el suelo. A los cuatro mil metros se colocó la máscara de oxigeno y a su cara llegó un suave flujo fresco y revitalizante. Siguió subiendo hasta alcanzar los ocho mil metros de altura. Nunca antes había subido tan alto y le pareció maravillosa la panorámica que podía ver desde esta atalaya tan singular.

Hizo varias maniobras para ver el comportamiento del avión a esta altura: era simplemente extraordinario.

Ahora quería ver cómo se comportaba esta máquina a gran velocidad. Picó con decisión hacia la tierra y, en pocos segundos, estaba llegando a los setecientos cincuenta kilómetros por hora. Entonces se dio cuenta de que, a esta velocidad, los mandos eran casi imposibles de manejar debido a la dureza por las cargas aerodinámicas. Intentó un viraje, pero había que hacer una fuerza muy grande sobre la palanca de mando para que el avión girase un poco. Se decidió a salir del picado. Tiró de la palanca y estaba con tal dureza que tuvo que hacer un esfuerzo enorme para lograr que el avión abandonase su trayectoria hacia el suelo y remontase de nuevo.

Mentalmente recordó este problema con el avión a la máxima velocidad para decírselo a sus alumnos.

Descendió por debajo de las nubes y allí empezó a hacer algunas maniobras acrobáticas. No era difícil hacerlas, aunque en el plano vertical los mandos seguían siendo muy duros en cuanto se alcanzaba gran velocidad. Por lo demás el avión era una delicia a la hora de manejarlo.

Ahora quedaba lo más difícil: aterrizar.

Se acercó al aeródromo, sacó el tren de aterrizaje y se aproximó haciendo un circuito relativamente ceñido. En la aproximación final no estaba muy estabilizado y la toma de tierra fue un tanto brusca. El avión dio unos cuantos grandes botes sobre la hierba hasta que al perder velocidad la carrera de aterrizaje se detuvo. Aunque era invierno y no hacía nada de calor, estaba sudando. Se quito la máscara de oxígeno que ya no necesitaba para volar a baja altura

Dio media vuelta y, rodando despacio, se fue otra vez a la cabecera de pista para iniciar un nuevo despegue. No era nada fácil manejar este avión al hacerlo aterrizar. Ahora se daba cuenta por qué había tantos accidentes con él entre los pilotos con poca experiencia.

De nuevo llegó al final del campo. Dio otra media vuelta y echó un vistazo a la manga de viento, estaba casi aproado a la dirección de despegue; eso estaba bien. Miró de nuevo todos los controles del motor y, con todo listo, se dispuso a despegar otra vez. Hizo una seña con la mano al controlador, que estaba en la casamata, para indicarle que quería salir de nuevo. Éste agito una vez más la banderola verde y a la vez empezó a darle potencia al motor. Nuevo rugido, baches que se retransmitían de las ruedas al fuselaje y, en poco tiempo, la suavidad de saber que ya estaba en el aire. Hizo un circuito bastante amplio y enfocó la pista desde más lejos. Esta vez iba mucho más estabilizado en la aproximación. Ya casi tocando el suelo, tiró ligeramente de la palanca de mando y el avión tocó con algo de brusquedad la hierba. Unos cuantos botes más y se detuvo.

De nuevo dio media vuelta para ir al punto de despegue. Así hizo cinco circuitos más hasta que consiguió aterrizar ya con toda suavidad. Una pequeña luz roja en el tablero de instrumentos le indicaba que estaba bajo de combustible. Volvió a la zona de aparcamiento y allí paró el motor.

Al apagarse el tremendo ruido le envolvió una sensación de laxitud. Se quedó un rato inmóvil dentro de la cabina mientras escuchaba pequeños chasquidos que hacía las partes metálicas del motor al perder temperatura.

En el fondo los aviones parecían seres monstruosos que tenían vida propia. Ahora percibía el olor a aceite caliente, el calor que todavía se desparramaba del motor, el ligero humillo que salía de los escapes al estar todavía con gran temperatura. Esta bestia mecánica se sumía en un letargo hasta que otra mano humana le diese vida de nuevo.

¡Que bonito era volar solo en el aire! ¿Por qué no podía ser él un piloto de caza? Ahora le venían los recuerdos de cuando, con menos de diez años, en su aldea natal y junto a Robert, miraban los combates aéreos del final de la Gran Guerra. En el fondo maldecían su mala suerte, pues eran unos niños demasiado pequeños para ser pilotos.

Pero ahora resultaba que era demasiado viejo para ocupar ese puesto en un avión de combate y, por eso, estaba relegado a las misiones de enseñanza. Él, que tenía bastante experiencia y mano firme para manejar sin problemas un avión de caza como éste en el aire, se veía en la tesitura de enseñar las artes del vuelo a chavales que no llegaban en general a los veinte años y, sin apenas experiencia ni de vuelo ni en la signatura de la vida.

 

***

 

Unos golpes en el fuselaje le sacaron de sus pensamientos. Era el joven piloto que le había dado las instrucciones para volar el Messerschmitt-109 que estaba subiéndose encima del ala. Con la mano izquierda abrió la cabina y el fresco aire le reconfortó.

—¿Qué tal ha ido? —preguntó éste con curiosidad.

—Muy bien. Es una gran máquina. De todas maneras he encontrado que a altas velocidades los mandos se vuelven muy duros, principalmente para sacar de un picado el avión.

El joven piloto movió de lado a lado la cabeza antes de responder.

—Sí. Esa es la principal pega de este avión. Cuando los combates se desarrollan a gran altura tenemos todas las ventajas, pero cerca del suelo hay que tener cuidado. De todas maneras, yo tan sólo he combatido en la campaña de Polonia. Los pilotos polacos eran muy agresivos pero la aviación que tenían era muy antigua. Con el Messerschmitt podías lanzarte desde gran altura, darles una pasada y subir de nuevo sin que te pudiesen seguir. Era muy fácil derribar a sus aviones. Yo mismo derribé dos—. Dijo estas últimas palabras con un deje de orgullo.

Por un momento en la cabeza de Peter pasó el pensamiento de que quizás Robert hubiese estado en uno de esos aviones… Eso suponiendo que estuviera volando; dato que desconocía.

—Para mí lo más importante —añadió Peter— es tratar que los pilotos que vuelan solos la primera vez no tengan un accidente en el despegue o el aterrizaje. He encontrado que el despegue es fácil si se es un poco rápido al controlar el motor… pero el aterrizaje es un tanto difícil.

—Ya lo sé —dijo su interlocutor—. Tienes que hacer unos cuantos hasta que le coges el truco al aire. El problema es que hay que salir sólo desde el primer momento al no tener avión de doble-mando. Creo que Messerschmitt está diseñando una versión biplaza para la enseñanza en esta fase.

—¿Sabes cual es la mayor pega? —dijo Peter—: Que hoy día apenas hay tiempo para formar a los pilotos de verdad. En muy pocos meses pasan de una avioneta ligera, donde yo les enseño a volar, a meterse en esta máquina que está pensada para pilotos expertos. De todas maneras, después de haberlo volado me doy cuenta mejor sobre cómo deben hacer el circuito y el aterrizaje para amoldarse a este avión. —Peter se desabrochó los atalajes y el paracaídas y salió de la cabina—. Ven, te convido a una cerveza para celebrar mi suelta en el Messerschmitt-109.

Ambos se fueron andando hacia los edificios donde estaba la sala de operaciones. Mientras iban hacia allí, Peter no pudo por menos que volverse para admirar la estilizada silueta del avión que acababa de volar. En el fondo sentía envidia de su joven amigo que estaba destinado en un escuadrón de combate, y no en una escuela de vuelo como él.

 

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