Honor

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XI

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Peter quedó estupefacto.

—No hace falta estar casado para… tener…un… —balbució.

 

 

Muy lentamente se levantó de la silla. Erika hizo lo mismo. Uno enfrente del otro se miraron fijamente. De los ojos de él empezaron a surgir gruesas lágrimas. Se acercaron y se fundieron en un abrazo apretado, duradero y pasional.

Los dos estaban llorando sin decirse una palabra y con sus cuerpos unidos fuertemente el uno contra el otro.

Muy suavemente Peter le dijo al oído:

—Sé que no voy a morir, porque tengo que vivir para ti y para nuestro futuro hijo. Nunca te dejaré. Confía en mí y en la suerte que siempre he tenido.

 

***

 

La mujer del establecimiento salió de la cocina con una fuente sobrada de cerdo cocinado en grandes trozos. Se quedó inmóvil al ver a los dos fundidos en un fuerte abrazo, sin hablarse ni moverse y apretándose entre si. Esbozó una sonrisa y se dio media vuelta para respetar su intimidad.

 

 

 

 

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