Honor

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Capítulo 10

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—Su atacante era un chico de dieciséis años que decidió esquiar montaña abajo y surgió entre los árboles, procedente de una pista contigua. No debía estar allí, pero nadie vigiló aquella parte del descenso. No tenía ni idea de quién es usted y, de hecho, no creo que lo sepa.

—Entonces, ¿de momento estoy segura? —preguntó Blair con una pizca de amargura.

—No parece que haya relación con los hechos de Nueva York. Hemos logrado que esto pase inadvertido y no creo que los medios de comunicación le dediquen mucho espacio.

Blair suspiró, agradecida.

—Gracias. Quiero salir de aquí esta tarde y volver a la cabaña.

—¿Por qué tampoco me sorprende eso? —dijo Cam con resignación—. Me he tomado la libertad de consultar con sus médicos y me han dicho que, si su dolor de cabeza mejora, le darán el alta encantados.

—Estupendo. Puedo soportar un dolor de cabeza. Aquí dentro me siento como en una pecera.

—¿Está segura? —Reprimió las ganas de retirar unos mechones dispersos de cabello rubio que caían sobre las mejillas de Blair—. Se ha llevado un buen golpe ahí fuera.

—Los he recibido peores en el cuadrilátero. —Blair trató de hablar en tono displicente, pero su voz sonaba débil—. Aguantaré con resignación. Déjeme salir, por favor.

El ruego era tan poco propio de ella que a Cam se le encogió el corazón de compasión. Soltó la mano de Blair y se levantó.

—Haré los preparativos.

—Gracias.

—No tiene por qué dármelas — respondió Cam, con un nudo en la garganta.

«Estás bien, y eso es lo único que importa.»

Cam casi había llegado a la puerta cuando Blair habló.

—Y gracias por protegerme esta tarde —dijo delicadamente. Aún notaba el inesperado consuelo del abrazo de Cam mientras yacía entre sus brazos sobre la nieve.

—Tampoco tiene por qué agradecerme eso, señorita Powell. — Cam agarró el pomo de la puerta con tanta fuerza que le dolieron los dedos. Durante un instante fugaz volvió a sentir el extraño terror que había experimentado al ver caer a Blair. No podía permitirse aquel sentimiento hacia ella. No podía permitirse sentir nada por ella. En un tono más áspero del que pretendía, añadió: Sólo hice mi trabajo.

Luego se fue, y Blair se quedó sola de nuevo.

—¿Qué tal su cabeza? —preguntó Cam tras ocupar un asiento al lado de Blair. Había estado observándola desde el despegue, media hora antes. La joven rubia se había puesto cada vez más pálida y su rostro estaba blanco como la cera. Los ojos azules, habitualmente claros como el cristal, se habían convertido en oscuros charcos de dolor.

—Sobreviviré —respondió Blair en voz baja. En realidad, el menor movimiento vertical del avión le producía una oleada de náuseas que amenazaba con romper su admirable autocontrol. Por suerte, el cielo estaba despejado y el avión se dirigía a Nueva York con muy pocas turbulencias. En otras circunstancias, temía haberse puesto en evidencia.

Cam acercó la cabeza, aunque los otros agentes y Diane se sentaban diez filas por delante y se hallaban enfrascados en sus conversaciones o durmiendo. Blair y ella se encontraban solas. Aun así, Cam no quería que nadie oyese su conversación privada.

—No tiene que ser una heroína.

—¿Por qué no toma un par de analgésicos e intenta descansar?

Blair comenzó a sacudir la cabeza, pero se detuvo de pronto cuando un ligero movimiento hizo que se le encogiese el estómago.

—Créame, comandante, no soy una heroína. El problema es que los analgésicos me sientan peor que el dolor.

—Me temo que a mí me ocurre lo mismo. —Cam se movió en el asiento, retiró el apoyabrazos central y estiró el brazo izquierdo sobre los respaldos. Señaló hacia su hombro con un ademán de la barbilla y sugirió: Inclínese y cierre los ojos durante el resto del vuelo. Seguramente será lo único que la alivie un poco. Créame, he estado en su situación más de una vez. Sólo hay una forma de aguantar: con pastillas o durmiendo.

Blair carecía de fuerzas para poner en tela de juicio el tono amistoso de Cam y supuso que el gesto de amabilidad obedecía a la compasión, más que a otro tipo de sentimientos especiales hacia ella. No obstante, en ese momento necesitaba precisamente lo que Cam le ofrecía: simple consuelo humano.

—Gracias. —Se movió con cuidado y se apoyó en el costado de Cam, de modo que su cabeza descansaba en la curva del brazo de la agente. Sabía que no iba a dormir, pero tal vez el dolor se amortiguase si cerraba los ojos.

—De nada. —Cam estiró las piernas y se recostó en el asiento. Al cabo de un par de minutos se dio cuenta, por el movimiento rítmico del pecho de Blair, de que la joven se había dormido. El débil zumbido de fondo de los motores y el calor del cuerpo de Blair le proporcionaron una sensación de paz que había olvidado hacía mucho tiempo.

Miró por la ventanilla sin pensar en nada. Durante aquellas preciosas horas, no deseaba más que la presencia de Blair. Y, cuando se quedó dormida, apoyó la mejilla sobre los suaves y fragantes cabellos de Blair.

Cuando el avión aterrizó, Cam y Blair se despertaron al mismo tiempo.

Ninguna de las dos se movió. La mano de Cam había resbalado del asiento, se curvaba con delicadeza sobre el costado de Blair y descansaba debajo de su pecho.

Mientras dormía, Blair se había dado la vuelta y había rodeado la cintura de Cam con su brazo. Apoyaba la cabeza bajo la barbilla de Cam y reposaba entre sus brazos.

Estaban abrazadas como si siempre hubiera sido así.

Cuando los ocupantes de la cabina comenzaron a levantarse y estirarse, Cam retiró el brazo del cuerpo de Blair, aunque no quería soltarla.

—Señorita Powell, tenemos que salir.

Con un suspiro Blair se enderezó, se mesó los cabellos despeinados y se fijó en que ya no le dolía la cabeza.

—Sí, claro.

Miró a Cam y la sorprendió percibir una fugaz expresión de algo semejante a la pena en su atractivo rostro. Pero enseguida regresó la impenetrable máscara profesional.

—La veré en tierra. —Cam se levantó del asiento y añadió: Parece que está mejor. ¿Se encuentra bien?

—Sí, gracias, comandante.

Cam sonrió y la dejó para hablar con su gente sobre los planes de transporte hasta el apartamento. Diane avanzó por el pasillo hasta el asiento vacío de Cam.

—Estabais muy cómodas ahí juntitas —observó secamente.

—Déjalo ya, Diane —dijo Blair en voz baja.

Diane se tragó la observación que iba a hacer. Había algo en la voz de su antigua amiga que la puso sobre aviso. De hecho, se las veía muy bien juntas. Demasiado bien juntas.

Era como si se hubiesen abrazado mil veces antes. Diane se limitó a sacudir la cabeza y a silenciar sus palabras de advertencia. Algo le dijo que Blair no la escucharía.

Cam puso la taza de café de cartón sobre la mesa de trabajo y miró a Mac con una expresión interrogadora en las cejas.

—¿Sigue arriba?

—Sí, desde hace tres días — respondió Mac y sacudió la cabeza—.

—¿No hay reunión?

—No. Sólo un mensaje en el que informa que no tiene planes. —Cam no sabía muy bien qué pensar, pero aquello no le gustaba. Desde que habían aterrizado en Triboro, Blair no era la misma. Anunció que iba a trabajar en su estudio y que no necesitaría mantener reuniones diarias con Cam, y ésta no protestó, pues le dio la impresión de que ello equivaldría a invadir la intimidad de Blair.

No obstante, la atmósfera del centro de mando recordaba la calma antes de la tormenta. Todos esperaban que Blair rompiese su aislamiento en cualquier momento y los lanzase de nuevo a una caza enloquecida. Por su parte, Cam casi deseaba que lo hiciera. Había algo desconcertante en aquel repentino cambio de conducta de Blair.

—Prefiero al enemigo que conozco —murmuró Cam en una extraña manifestación de enfado. Tomó el café y se dirigió a su pequeña oficina acristalada. Mac la miró y pensó que Blair Powell no era la única que se comportaba de una forma rara.

Cuando la semana avanzó sin cambios, la espera se convirtió en la nueva rutina.

Cambiaban los turnos, entraban y salían agentes. Los que estaban de turno pasaban las horas leyendo, jugando a las cartas y preguntándose cuándo estallaría la bomba. Cam permanecía el menor tiempo posible en el centro de mando. Corría, hacía ejercicio y leía en su apartamento. Dio órdenes estrictas de que la llamasen en el momento en que Blair diese indicación de prepararse para salir del edificio y procuró no pensar en lo mucho que echaba de menos verla todos los días. Ocho días después del regreso de Colorado se produjo al fin la llamada.

—Egret ha volado —informó Mac.

—¿Qué? ¿Sola?

—Sí, señora. Acaba de tomar un taxi para ir al centro.

—Maldita sea —exclamó Cam—. ¿Cómo han permitido que sucediera?

—No había ningún modo de detenerla físicamente.

—La incomodidad de Mac resultaba obvia, incluso por teléfono—. Abandonó el edificio sin avisar, salió a la calle y paró un taxi. Por suerte, subimos al coche rápidamente y la hemos seguido.

Cam suspiró, aliviada.

—¿La han localizado?

—Afirmativo. Espere un segundo. Cam recorrió el salón sujetando el teléfono móvil con la mano. Aunque no se habían producido más contactos del individuo que había dejado la nota ante la puerta de Blair, temía que no fuera el único que vigilaba a la hija del Presidente. Blair iba sin escolta, y a Cam le preocupaba su seguridad.

—Acaba de entrar en un bar de Houston —informó Mac.

—¿Nombre y dirección? —preguntó Cam lacónicamente.

—Rendezvous —respondió Mac y, a continuación, le dio la dirección.

—Que un equipo permanezca fuera con el coche. Iré hasta allí.

No había pasado un cuarto de hora cuando Cam entró en el bar y escudriñó la atestada pista de baile y las mesas circundantes en busca de Blair. Al filo de la medianoche de un sábado el lugar estaba lleno. Las luces eran tenues y el humo impregnaba el aire, dificultando la visión. Cam se abrió camino entre los grupos de personas que ocupaban el perímetro del recinto, pues suponía que Blair habría buscado la penumbra. Tras asegurarse bien, la vio hablando con una joven que lucía unos tatuajes muy llamativos en los brazos.

La mujer que acompañaba a Blair era, sin duda, una culturista concienzuda. La ceñida camiseta blanca sin mangas que llevaba pretendía exhibir su bien trabajado físico y los vaqueros de corte bajo y con botonadura dejaban ver los musculosos muslos a la menor oportunidad. En aquel momento, la mano de la mujer acariciaba el brazo desnudo de Blair y, poco a poco, se acercaba a su pecho. Cam apretó los dientes y trató de ignorar el proceso de seducción. Al observar cómo Blair se apretaba contra la otra mujer, se acordó del breve instante en que se había acercado a ella de la misma forma, rindiéndola fácilmente con un beso. El cuerpo de Cam se excitó enseguida al recordarlo y se le endureció el clítoris casi al momento.

«Dios, ¿qué diablos te pasa?»

Cam se obligó a no prestar atención a la vibración que sentía entre los muslos.

No obstante, tuvo que desviar la mirada cuando Blair tomó el rostro de la mujer con las manos y lamió lentamente el borde de su mandíbula antes de meter la lengua entre los labios separados. En aquel punto, Cam admitió al fin que no podía hacer lo que había ido a hacer allí. No resistía ver cómo Blair tocaba a otra mujer y, en ese caso, tampoco podía protegerla. La dominaba la ira cuando habló al micrófono de la muñeca con voz ronca.

—Quiero que el primer equipo entre ahora mismo a realizar la vigilancia. —

Volvió la espalda bruscamente cuando las dos mujeres empezaron a besarse con pasión, mientras sus manos se acariciaban con abandono. En cuanto vio que Stark y Grant entraban en el bar, se abrió paso entre la gente y salió a la calle. Se dirigió al segundo coche y llamó por la radio al cuartel general—. Mac, sustitúyame durante las doce horas siguientes. Si hay una emergencia, avíseme. Si no, no estoy disponible. —Sin esperar respuesta, golpeó con fuerza la mampara de cristal para llamar la atención de Taylor—. Lléveme al aeropuerto.

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