Honor

Honor


Capítulo 3

Página 6 de 25

—Ya tengo la lista, comandante — dijo Fielding, que estaba en línea.

—Empiece —ordenó Cam, con la mano derecha sobre la pequeña terminal de la consola central. Cuando apareció la lista, la repasó rápidamente. Había seis lugares probables en la zona inmediata—. Póngase en contacto con Mac Phillips para coordinar los equipos. Voy a comprobar los lugares del principio de la lista.

—De acuerdo. —Fielding cortó la comunicación y sacudió la cabeza con tristeza.

«Suerte.»

«Muy bien —se dijo Cam mientras cerraba el coche y se mezclaba con las multitudes que siempre llenaban las calles de Greenwich Village—. Ha llegado el momento de jugar al escondite.»

Una hora después pagaba la tercera entrada de la noche y le agradecía al gorila de la puerta vestido de cuero el chabacano cráneo con huesos que le había puesto en la mano. Cam jamás habría averiguado que tras aquella fachada cubierta de tablas había un club si no le hubieran dado la dirección. El lugar era un almacén de una lúgubre manzana junto a Houston y el interior se dividía en varios niveles. Según pudo ver, había al menos dos barras, pistas de baile dispersas aquí y allá, y lo que parecía un laberinto de habitaciones pequeñas en la parte de atrás.

Luces rojas empotradas iluminaban tenuemente la zona central y le daban el aspecto, al lugar y a sus ocupantes, del escenario de un accidente.

El club era sólo de mujeres y se trataba predominantemente, aunque no sólo, de un bar gay. Cam pidió una cerveza y comenzó a deambular por la concurrida sala principal. En la parte de atrás, unos vestíbulos en ángulo conducían a otras habitaciones mucho más pequeñas, todas llenas. Eran salas de ambiente, como comprobó enseguida cuando vislumbró figuras difusas que se dedicaban a diversas actividades sexuales.

Había parejas de mujeres apoyadas en las paredes, con las manos bajo la ropa, mientras otras permanecían junto a ellas, mirándolas. De vez en cuando veía a alguien arrodillado con la cabeza metida entre dos muslos separados. Hubo un momento en que tuvo que pasar de puntillas pegada a la pared ante dos mujeres que se encontraban a punto de consumar su relación, sin que les importasen las que se apretujaban para observar su acalorado intercambio. Cam se limitó a mirar de pasada las zonas más pequeñas, para comprobar que Blair Powell no estaba entre las participantes. No sabía por qué se sentía tan aliviada.

En cuanto llegó a una barra aún más oscura, situada en el extremo del largo vestíbulo, Cam divisó a Blair Powell en un rincón. La primera hija estaba apoyada en la barra, con una pierna sobre el reposapiés, mirando hacia Cam. Ésta se dio la vuelta rápidamente y se ocultó detrás de un grupo de mujeres congregadas junto a la pared.

Levantó el puño izquierdo, susurró su localización al micrófono que llevaba sujeto en él y dio instrucciones a sus agentes relativas al despliegue de los coches y a las posiciones sobre el terreno. Cuando Cam volvió a centrar la atención en Blair Powell, la hija del Presidente se encontraba con una rubia muy musculosa, que vestía pantalones de cuero negro y un chaleco sin mangas, y se apretaba contra Blair en aquel atestado espacio. Al parecer, la extraña le estaba susurrando algo urgente al oído, mientras Blair contemplaba la multitud de cuerpos que bullían en la pequeña pista de baile con expresión remota, como si su mente estuviera en otra parte.

Evidentemente, la mujer de cuero intentaba captar el interés de Blair hacia algo un poco más íntimo que la conversación, si su lenguaje corporal no engañaba. Ahora se había callado y frotaba una pierna contra el muslo de Blair. El lento balanceo de sus caderas era visible desde el otro lado del recinto. Luego, besó a Blair en el cuello y deslizó la mano por debajo del vaquero para tocarle el muslo. Habría presionado la palma contra el triángulo situado entre las piernas de Blair si ésta no le hubiera agarrado el puño y hubiera empujado la mano en el último segundo. La primera hija permaneció callada durante toda la escena y su cara apenas reflejó una emoción.

Cam comprendió que nadie sabía ni a nadie le importaba quién era Blair. Todas estaban sumidas en su propio deseo sexual o en las emociones particulares que estuviesen buscando. Con todo, Cam tenía que asegurarse de que Blair continuara en el anonimato y no sabía muy bien cómo hacerlo. Llamar la atención sobre ella tratando de sacarla de allí contra su voluntad no era, desde luego, la mejor manera. Sería la peor.

A pesar de las ramificaciones políticas, Blair Powell tenía todo el derecho a estar allí, y Cam se resignó a esperar que llegase el momento.

Pero aquello resultó más difícil de lo que había previsto.

—Será mejor que te calmes, fiera — murmuró Blair—. Me estás destrozando la pierna.

—Oh, tía —murmuró la mujer con voz ronca y la cara junto al oído de Blair—. Estás muy bien. Me pones tan caliente..., tan jodidamente caliente.

Blair se apartó todo lo que el reducido espacio le permitía, pero su compañera no se disuadía fácilmente. Atrapó a Blair contra la barra con un brazo a cada lado y le apretó más la pierna, con movimientos entrecortados y tensos. Blair desvió la cara para evitar un beso. Los labios de la mujer se toparon con su cuello y, un segundo después, deslizó una mano bajo la blusa de Blair. A ella no le produjeron ningún efecto los dedos que acariciaron su pecho, aunque sí se lo produjeron a su ardiente acompañante, que gimió entre sacudidas y se estremeció, a punto de llegar al clímax allí mismo en la barra.

—¡Tranquila, por favor! —exclamó Blair, fuera de guardia ante el rápido orgasmo que estaba experimentando la desconocida. No había tenido intención de dejar que la mujer llegase tan lejos e iba a calmarla cuando sus ojos recorrieron el lugar y se encontraron con los de Cameron Roberts. Blair se quedó atónita.

Su jefa de seguridad estaba apoyada en la pared de enfrente, vestida con unos vaqueros, camisa blanca y botas. Tenía una expresión completamente impasible y parecía sentirse como en casa. Sin lugar a dudas, Roberts era una de las mujeres más sexys del lugar y verla le produjo una punzada de excitación que ni siquiera la mujer que estaba a punto de correrse junto a ella le había provocado. A Blair Powell la enfureció el hecho de que la agente del Servicio Secreto le resultase atractiva, sobre todo porque sabía que estaba allí sólo para vigilarla.

«Vale. Si quieres mirar, mira.»

Con los ojos clavados en los de Cam, Blair puso las manos sobre las nalgas de la desconocida y frotó los prietos músculos en pequeños círculos, levantando la pierna para presionarla contra la entrepierna de la otra mujer.

—¡Oh, joder! —gimió la mujer con todo el cuerpo tenso.

—Sigue, cariño —le susurró Blair al oído—. Era lo que querías, ¿no?

—¡Oh, Dios, sí! —La desconocida jadeaba junto a su cuello—. Ah, huy..., oh, creo que me voy a correr.

—Había llegado al punto en que lo único que buscaba era aquel instante fugaz en el que uno parece derretirse. Oh, sí.

La mirada de Cam no se apartó de aquella exhibición sexual. Su rostro no reflejaba ninguna emoción, y tampoco el de Blair, ni siquiera cuando su compañera de representación se estremeció contra su cuerpo al llegar al orgasmo. Cuando los espasmos de la mujer se calmaron, Blair se libró del abrazo de su agotada compañera, cogió su bebida de la barra y se abrió paso entre la gente. No se volvió para mirar a la mujer doblada sobre el mostrador, que jadeaba sin aliento, ni prestó atención a los ocasionales comentarios elogiosos que su representación había merecido. Se dirigió sin prisa hacia Cam.

—¿Ha disfrutado del espectáculo, agente Roberts? —preguntó cuando llegó donde estaba Cam. La presión de la multitud la colocó a escasos milímetros de su jefa de seguridad y el suave destello rojo de las luces le permitió distinguir una fina capa de sudor sobre la piel de Cam. La necesidad de deslizar un dedo entre sus pechos era mucho más excitante que el sexo que Blair ya había olvidado.

Cam le devolvió la mirada con ojos firmes. Habría resultado incómodo presenciar la relación si hubiera percibido una pizca de intimidad en ella. No cabía duda de que había sido erótica. Sabía que estaba mojada, pero la excitación física no la molestaba. Se trataba de un puro acto reflejo, apenas registrado por su conciencia. No había sido la única que había mirado, aunque el interés de las demás era de índole muy distinta. Habían obtenido un placer indirecto al contemplar cómo Blair hacía que la otra mujer se doblegase de necesidad. Lo que más fastidiaba a Cam era aquel hecho, su carácter impersonal. Blair Powell le había parecido digna de mucho más. «Pero al fin y al cabo no soy yo la que decide, ¿verdad?»

—Tengo un coche fuera para cuando se quiera marchar. —Fue lo único que dijo. No pretendía involucrarse en las relaciones personales de Blair Powell ni pretendía comentarlas. Tal vez tuviese que presenciarlas si Blair continuaba con aquella clase de encuentros públicos, pero no tenía por qué participar en ellos.

—¿Y si decido ir caminando?

—Como guste —contestó Cam—. Arreglaré las cosas para que alguien la acompañe.

—No estoy segura de haberme divertido lo suficiente —señaló Blair con intención—.

Fue un poquito demasiado rápida. Las duras no aguantan mucho.

Cam se encogió de hombros, negándose a participar en una conversación sobre el espectáculo sexual que había presenciado.

—El coche esperará fuera aunque se quede hasta muy tarde.

—¿Y dónde estará usted?

—Aquí dentro, con usted.

—¿Vigilando? —En la voz de Blair había un sesgo de amargura.

—Sólo si no queda más remedio — respondió Cam en tono suave y, al pronunciarlas, comprendió lo ciertas que eran sus palabras. Quería que Blair estuviese a salvo, no contemplarla mientras mantenía relaciones sexuales con desconocidas.

Blair bebió su Manhattan, la única consumición que había pedido en toda la noche. Tal vez le gustase caminar por la cuerda floja, pero no era tonta. Estudió el rostro de Cam para valorar su actitud a partir de la expresión y se dio cuenta de que no podía. La jefa de seguridad estaba apoyada en la pared, absolutamente tranquila; hablaba en tono afable y su rostro se mostraba impertérrito. Para cualquiera que las mirase, podían ser dos mujeres en los niveles exploratorios iniciales de un típico encuentro de bar. Aunque Blair sabía que no era así, y por más que la agente Roberts aparentase que Blair podía elegir el resto de la noche, desde el momento en que la habían encontrado, se había acabado su libertad. Depositó el vaso con fuerza en la mesa más cercana.

—Usted no coincide con mi elección de acompañante, comandante —afirmó en tono cáustico—. Me voy a casa.

Cam siguió a Blair hasta la calle a una distancia prudente y, cuando la vio entrar en el coche con dos agentes, se dirigió con paso cansado hacia su propio coche.

Mientras recorría unas cuantas manzanas en la oscuridad, trató de no recordar la imagen de una extraña sucumbiendo a la pasión en los fríos brazos de Blair Powell.

Ir a la siguiente página

Report Page