Honor

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Capítulo 6

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SUBIÓ al avión en último lugar. El espacio era reducido y Blair se había sentado sola en la parte de atrás. Mac, Stark y Ellen Grant, la otra agente femenina, habían subido antes y ocupaban la zona posterior a la cabina del piloto. Cam los saludó con la cabeza al dirigirse hacia la cola y se acomodó en el asiento situado frente al de Blair.

Estiró las piernas en el pasillo y sacó un montón de memorandos de su maletín.

—¿Tiene planes para esta noche, agente Roberts? —preguntó Blair. Le gustaba el aire medio informal de Cam: llevaba unos pantalones chinos planchados y una chaqueta a juego sobre una camisa azul de excelente tejido. Sólo le gustaba más con los vaqueros ceñidos y descoloridos que se ponía cuando no estaba de servicio. Blair se acordaba muy bien del aspecto que tenía Cam con ellos. En realidad, cada vez que pensaba en la noche del bar, sentía enormes deseos de deslizar las manos bajo aquellos vaqueros. Aunque, por el momento, no parecía que hubiese muchas probabilidades—. ¿Una cita amorosa, tal vez?

Cam sonrió y sacudió ligeramente la cabeza.

—Ningún plan. A propósito, feliz cumpleaños.

Blair se ruborizó levemente ante la sorpresa que le produjo aquel comentario personal. La mayoría de los agentes del Servicio Secreto tenían como religión no establecer más contactos que los profesionales con su protegido. Eso le sirvió para recordar que la jefa de seguridad sólo pretendía ser amable, como casi todas las personas con las que se relacionaba. Se inclinó hacia delante y bajó la voz para hablar:

—Vaya, gracias, comandante. ¿No hay posibilidades de recibir un beso de felicitación?

El suave sonido de su voz parecía una caricia. Cam la miró sin poder ignorar lo atractiva que era y, luego, volvió a centrarse en los papeles que tenía delante.

—No.

No hablaron nada más durante el resto del vuelo.

Cuando el Suburban frenó delante de la entrada privada de la Casa Blanca, Cam salió, sostuvo la portezuela y acompañó a Blair por la avenida de acceso. Se detuvo ante la puerta del edificio, que un guardia abrió para que entrase Blair.

—La veré por la mañana, señorita Powell —dijo—. Páselo bien.

La puerta se cerró sin que la hija del Presidente respondiera. El personal de seguridad de la Casa Blanca era responsable del bienestar de Blair desde ese momento hasta que estuviese lista para marcharse al día siguiente. Cam estaba deseando tener un día libre y, sobre todo, una noche relajante. Despidió el coche y se alejó, marcando una serie de números conocidos mientras la Casa Blanca y Blair Powell quedaban atrás.

Poco después de las nueve de la noche, Cam se tumbó en el sillón con una bebida y contempló la escena que se veía desde las ventanas de su salón. Desde su apartamento se divisaba el resplandor de la Casa Blanca en la distancia. Se preguntó fugazmente cómo le iría a Blair, pero enseguida desechó aquel pensamiento. Esa noche no tenía que preocuparse por ella.

Alcanzó el teléfono, comprobó que el codificador funcionaba y marcó.

—Soy el número 38913 —indicó, cuando le respondió una voz femenina—. Quisiera confirmar mi cita de esta noche. —Esperó un momento mientras verificaban su número de identificación de cliente—. Sí, a las once en... —Dudó cuando su busca sonó—. Un segundo —añadió, comprobando el número. Era la Casa Blanca—. Volveré a llamar. Tal vez más tarde. Sí, sigue en pie; pagaré el tiempo adicional. Gracias.

Llamó a la otra línea, sin desactivar el codificador.

—Roberts —dijo lacónicamente cuando alguien cogió el teléfono.

—¿Comandante? Soy Mac. Siento molestarla, pero pensé que le gustaría que la llamase.

—¿Mac? —preguntó, sorprendida—. ¿Qué hace usted ahí? ¿Qué pasa?

—No debería estar aquí. Se ha ido, comandante. La perdieron hace una hora.

—Maldita sea —exclamó—. ¿Qué han informado los equipos sobre el terreno? ¿Cuál es el estado de búsqueda?

Hubo un intervalo de silencio.

—Pues..., no la están buscando exactamente. El jefe del equipo de aquí no quería que nadie supiese que ella... había salido... y decidió esperar a que volviese por su cuenta. Cuando empezó a hacerse tarde, un amigo mío me llamó a escondidas.

—¿Anda por ahí fuera, perdida?

—¿Están locos? —Tomó aliento tras sentir una fugaz punzada de miedo.

No era propio de ella. Al segundo, ya se le había despejado la mente—. Muy bien.

—¿Quién más lo sabe?

—Sólo el equipo de aquí dentro. No tienen ni un rastro que seguir.

Entendió el mensaje. «No saben que es lesbiana y él no quiere decírselo.»

—Vale. No podemos llamar a nuestra gente. Se supone que no sabemos nada de esto. —Fue hasta el dormitorio y cogió, de paso, la pistola y las llaves—. Puedo mirar en algunos sitios. Escuche, Mac, hay un club itinerante que va de un lugar a otro por toda la ciudad. Muy exclusivo: sólo los enterados tienen la dirección. Localícemelo. Lo llamaré dentro de una hora.

—¿Y cómo voy a encon...? Cam interrumpió la protesta.

—No sé cómo, pero estoy segura de que lo hará.

Dos horas después, Mac había conseguido por fin la dirección del club itinerante. A aquellas alturas, Cam ya había visitado todos los bares gays que conocía y varios más que le había indicado Mac, y se estaba quedando sin ideas. Era casi la medianoche de Nochevieja y todos los bares estaban atestados de hombres y mujeres exuberantes en diferentes grados de embriaguez y desnudez. No la había encontrado. Por lo que sabía, seguro que Blair estaba en la cama con una novia que ellos desconocían. Ojalá fuera así.

Cuando convenció al gorila de la puerta para que la dejase entrar en la exclusiva fiesta con un billete de cincuenta dólares a falta de invitación, descubrió que el interior era mucho peor de lo que había esperado. Música alta y gente por todas partes dando empujones para conseguir compañía con la que pasar la noche. El humo formaba nubes debajo de los sucios focos. El aire rebosaba sexo y alcohol. Se abrió paso hasta las sombrías profundidades de la sala, confiando en que Blair no fuese ninguna de las rubias que veía.

La hija del Presidente vio a Cam casi de inmediato. Llevaba media hora apoyada en la pared del vestíbulo que daba a los cuartos de baño, observando a una tía joven y dura, con pantalones de cuero negro ceñidos, que se pavoneaba junto a la barra, tratando de impresionar a sus amigas con sus bravuconadas. A Blair le pareció que resultaría divertido jugar con ella. Siempre era una satisfacción humillar a las duras y apostaba lo que fuera a que podía hacer que aquélla le suplicase al cabo de un cuarto de hora. Estaba a punto de entrar en acción cuando divisó a Cam.

Cameron Roberts, que le llevaba la cabeza a la mayoría de las mujeres, se abrió camino entre la multitud como si fuera un elegante cúter en el mar. Podría haber resultado alguien corriente con su ligera cazadora polo oscura, los vaqueros desteñidos y las botas de siempre, pero era, con toda probabilidad, la mujer más sexy de todas. Airosa y segura, ágil y poderosa, parecía una cazadora en busca de su presa.

La oscuridad del vestíbulo le daba ventaja a Blair.

Cuando Cam se acercó, el pulso de Blair se aceleró. En aquella ocasión la presa se iba a convertir en cazadora.

Cam cruzó el arco que conducía al vestíbulo cuando empezó la cuenta atrás para la medianoche. La gente se apretaba a su alrededor, buscando a alguien con quien recibir la llegada del nuevo año. Como caída del cielo, Blair la agarró por el brazo y la acorraló contra la pared, apretándose contra su cuerpo.

Cam se quedó atónita. Sintió la suavidad de aquellos pechos contra los suyos, el aliento caliente en el cuello y un muslo musculoso que se encajaba con firmeza en su entrepierna. La sensación fue tan inesperada que no tuvo tiempo de controlarla. Se quedó sin aliento cuando una puñalada de deseo recorrió su columna vertebral y explotó entre sus muslos. En un instante tenía el clítoris dolorosamente hinchado, duro y listo.

—Por Dios, pare...

—Feliz Año Nuevo, comandante — le susurró Blair al oído y, luego, sujetó la cabeza de Cam y le dio un beso posesivo.

—Hum. —Cam gimió cuando la lengua inquisitiva de Blair invadió su boca, añadiendo gasolina al fuego que la abrasaba. Le devolvió el beso; no pudo evitarlo. Durante un instante, se olvidó de dónde estaba e incluso de quién era. Sólo sentía los latidos en su cabeza y una exquisita punzada en sus entrañas mientras se precipitaba hacia el orgasmo. Inconscientemente, sus palmas se posaron sobre los pechos de Blair, que jadeó y deslizó una mano entre las piernas de Cam.

—¡Oh, Dios! —exclamó Cam y apartó la cabeza con tanta fuerza que se golpeó contra la pared. Le temblaban las piernas y casi no podía hablar. Separó las manos del cuerpo de Blair como si le quemase. Los dedos de Blair la estimulaban y la atraían.

La agarró de la muñeca y alejó la mano de su cuerpo. —¡No, maldita sea! ¡Ya basta!

—¿Está loca? —preguntó Blair con la voz cargada de excitación—. Está muy caliente, muy dura, lo siento a través de sus pantalones. Casi a punto. . Déjeme hacer lo que yo sé que le apetece.

—Esto no es lo que me apetece. — La verdad pura y simple le sirvió a Cam para recuperar el control. Obligó a retroceder a Blair y se deshizo de su contacto—. Quiero sacarla de aquí.

Los ojos de Blair brillaron peligrosamente cuando se dio cuenta de que había estado a punto de humillarse. El fuego del cuerpo de Cam había encendido el suyo, y había estado casi a punto de correrse. Aún vibraba, y el más mínimo contacto la habría hecho estallar. Nadie le hacía una cosa así, a menos que ella quisiera.

—¡Jódase, agente Roberts!

Blair intentó alejarse, pero Cam la sujetó por un brazo.

—Señorita Powell, por favor.

—Déjeme en paz. —Blair se sacudió de malos modos la mano que la retenía—.

—Nadie sabe que estoy aquí.

—Yo sí.

—Entonces haga como que no lo sabe —le espetó Blair, tratando de perderse entre la multitud. No podía moverse con rapidez entre la masa de juerguistas, y Cam no se apartó de su lado.

—No puedo —dijo Cam en tono tajante. Se arriesgó a volver a tocarla y deslizó los dedos sobre el brazo de Blair, lo cual la serenó un poco—. Por favor.

Blair dio la vuelta, con el cuerpo rígido a causa de la furia.

—Pues haga su trabajo y no se cruce en mi camino.

—Muy bien. De acuerdo. —Cam aceptó la leve concesión, no le quedaba más remedio. Aunque le fastidiaba enormemente, dejó que Blair fuese delante de ella. Quería llamar a Mac para pedir apoyo, pero temía perder a Blair si apartaba los ojos de ella durante un segundo. Lo mejor que podía hacer era permanecer a su lado hasta que la noche quedara configurada, y luego pediría otro equipo.

A pesar de los esfuerzos que hacía Blair para deshacerse de ella, Cam estaba lo bastante cerca como para oír a la hija del Presidente hablando con una joven rubia, que llevaba el pelo de punta, un tatuaje en un lado del cuello y unos pantalones de cuero tan ceñidos que proclamaban a gritos que estaba pidiendo guerra. A modo de saludo, Blair la besó en la boca y anunció:

—Me voy. ¿Vienes conmigo?

La asombrada desconocida tardó unos segundos en encontrar las palabras, pero, cuando lo consiguió, sonrió con descaro y respondió:

—A donde tú quieras.

—Sígueme, nena. —Blair la tomó de la mano y la arrastró hacia la puerta.

Cam las siguió a una discreta distancia, mientras caminaban con las cinturas enlazadas. Cuando Blair se detenía para acariciar y toquetear a su conquista, Cam se ocultaba entre las sombras. Blair nunca miraba hacia donde se hallaba Cam, pero sabía que se encontraba allí, contemplando el espectáculo.

Si aquella seducción estaba pensada para enfurecer a Cam, la enfureció, pero seguramente no por las razones que pretendía Blair. A Cam la enojaba el riesgo que corría Blair al escoger a una desconocida para poco menos que hacer el amor con ella en la calle, a unas cuantas manzanas de la Casa Blanca. Resultaba peligroso desde innumerables puntos de vista. Blair Powell era hermosa y brillante, y tenía talento. No necesitaba desperdiciarse en relaciones de una noche. Era arriesgado desde el punto de vista físico, suicida desde el punto de vista político y voluntariamente autodestructivo. «Y a ti qué te importa.»

Cuando la joven, de repente, puso a Blair contra una pared y deslizó las manos debajo de su jersey, Cam estuvo a punto de acabar con aquel encuentro. Se le encogió el estómago al ver a Blair acorralada y casi indefensa. Jurando para sus adentros, Cam apretó los puños a ambos lados del cuerpo y se esforzó en recordarse a sí misma que Blair Powell tenía todo el derecho a hacer lo que estaba haciendo y que cualquier intento de intervenir sólo serviría para que la próxima vez fuese más temeraria. Al cabo de un segundo, oyó la risa de Blair y vio cómo empujaba a su acompañante. Una manzana más allá, ambas desaparecieron en un hotel. Cam observó que Blair reservaba una habitación y, luego, conducía a su nueva amiga a los ascensores.

Mientras la puerta se cerraba, Blair agarró a la mujer por el pelo y la besó.

A Cam le ardía la sangre cuando fue a la recepción y estampó su placa identificativa sobre el mostrador.

—Déme el número de la habitación.

—Pero...

—Si lo hace, me iré. Pero, si me obliga a esperar un maldito segundo, cerraré este lugar durante las seis horas siguientes.

Dos minutos después, a la una de la madrugada, Cam estaba en el vestíbulo del hotel Franklin. Su llamada obtuvo respuesta inmediata.

—¿Mac?

—Sí, comandante. Dígame que la ha encontrado, por favor.

—Envíe a dos de los nuestros, no del equipo de la Casa Blanca, al hotel Franklin del paseo. Esperaré aquí hasta que lleguen. Está en la habitación 1302 y creo que pasará la noche en ella. Necesito a alguien en la habitación de enfrente —la he reservado— y un coche abajo para interceptarla cuando salga.

—Entendido.

Cam se frotó los ojos y agradeció que el conserje del hotel no hubiese prestado mucha atención cuando Blair firmó. Cam sólo le había dejado ver su placa de refilón y no creía que él reconociese a Blair. Se estremeció al darse cuenta de que estaba divagando. «Dios.»

—Mac, no comente nada de esto, por amor de Dios. Si el gabinete de prensa de la Casa Blanca descubre su pequeña aventura, los tendremos encima por la mañana.

—¿Alguna información sobre la persona con la que está? —preguntó Mac, en tono dubitativo.

—No —respondió Cam, cortante.

«Quienquiera que sea, será mejor que no llegue a saber quién la ha abordado.»

Volvió a verlas: la boca de Blair en el cuello de la mujer, sus manos recorriendo la extensión de su cuerpo. Durante un segundo, sintió los pechos de Blair en sus propias palmas y recordó los dedos entre sus muslos, atormentándola con la presión perfecta...

—Comandante, ¿sigue ahí?

—Sí —afirmó, con la voz tomada por el recuerdo.

—Habrá alguien ahí dentro de cinco minutos —aseguró Mac.

—Bien. —Cam lanzó un suspiro entrecortado—. Dígales que se den prisa.

En Cam bullía una peligrosa combinación de ira y deseo cuando salió del ascensor al pequeño vestíbulo que daba a su apartamento. Se detuvo, sorprendida, al ver a una majestuosa rubia sentada en el banco que había en un hueco. Claire dejó a un lado un libro y le sonrió.

—¡Dios mío! —exclamó Cam—. No era mi intención hacerte esperar en la escalera.

Su visitante se levantó y guardó el libro en un elegante bolso de piel.

—Lo sé, pero mi noche ya estaba planeada, y esto es bastante seguro. Sé que estoy dando las cosas por sentadas y si quieres, puedo irme. Pero has reservado la noche entera.

—No, entra —dijo Cam mientras abría la puerta—. Te debo una copa.

Encendió el conmutador de la luz, lo que les dio luz suficiente para moverse, y se volvió hacia la mujer que entraba tras ella:

—Lo siento...

—No pasa nada —dijo la rubia, rozando un instante la mejilla de Cam. Cuando deslizó la mano sobre el pecho de Cam, la oyó respirar profundamente y sintió también el temblor y el acaloramiento. Conocía los síntomas. Con un susurro gutural, afirmó: Necesitas un poco de atención.

Sin esperar respuesta, empujó a Cam suavemente contra la puerta y la retuvo poniéndole una mano en el pecho. Bajó la otra mano para aflojarle los botones del pantalón. La rápida sacudida de las caderas bajo sus dedos fue una respuesta muda.

Apartó la mano del pecho para apoyarla en la pared, se inclinó y navegó bajo los vaqueros de Cam.

—¡Oh, Dios! —gimió Cam, rezando para aguantar de pie. Estaba tan dura que le dolía desde que Blair la había tocado en el bar y la urgente necesidad no se había calmado. El primer contacto fue atroz. Agarró la manilla de la puerta para sostenerse y cerró los ojos.

Las caricias eran seguras, abrumadoras e incesantes. Cam oyó sus propios gemidos. Estaba apoyada contra la pared, con el cuerpo rígido por el esfuerzo que hacía para controlar la creciente presión, y sus caderas se movían hacia la mano que esperaba. Cuando los dedos la presionaron despacio, jadeó:

—Lo estoy perdiendo.

—No pasa nada —murmuró una voz dulce.

Intentó aguantar, con la mandíbula apretada hasta que le dolió. Tras otra firme caricia, estalló. Gritó con voz ronca mientras la explosión la sacudía y su cabeza se balanceaba con cada pulsación. Cuando al fin se calmó, le sorprendió seguir en pie.

—Oh, Dios —resolló sin aliento. No quería que fuese tan rápido.

—No creo que dependiese de ti. —

Su acompañante se rió ligeramente y se apartó con discreción para que Cam pudiese recobrar la compostura. Claire sabía que la excitación no guardaba relación con ella, como sucedía a menudo, según sospechaba.

—¿Quieres tomar la copa ahora? — preguntó Cam secamente, mientras peleaba con los botones de sus vaqueros .Le temblaban muchísimo las manos.

—Pues la verdad es que sí —dijo Claire con una sonrisa. Inclinó la cabeza hacia el baño y añadió: Enseguida vuelvo.

Cam fue hasta el bar con las piernas no muy firmes y sirvió una copa para cada una. Un minuto después, ambas estaban sentadas en el sofá, frente a las ventanas que llegaban hasta el techo.

Permanecieron en silencio en la penumbra durante unos minutos y, luego, Cam preguntó:

—¿Te molesta la no correspondencia? —Como su invitada no respondía, añadió en voz baja: Lo siento. Ha sido una indiscreción y no es cosa mía.

—No, no pasa nada —contestó amablemente—. No espero correspondencia de ningún tipo, y la mayoría de las veces tampoco la deseo.

«La mayoría de las veces.» Ahora le tocaba a Cam callarse. A pesar de las numerosas ocasiones en que se habían visto, nunca habían hablado de nada personal.

Jamás había querido saber nada de Claire. Ni siquiera había pretendido saber su nombre. No tenía ni idea de por qué le había preguntado aquello en ese momento.

—Esto es un trabajo y debes entender que lo hago porque quiero. No existe ningún tipo de coerción — explicó.

Cam la creyó. Los servicios de aquel calibre sólo se conseguían por recomendación y Cam la había obtenido de un funcionario de altísimo nivel del consulado italiano. Un diplomático que conocía desde siempre le había garantizado que el servicio era seguro y discreto, y que a las acompañantes les pagaban muy bien.

Aunque Cam ignoraba quiénes eran ni qué sentían. Hasta la última cita, ambas habían mantenido ocultas sus identidades y sus secretos. Se trataba de una transacción de negocios con una capa de buena educación, nada más.

—Entonces, ¿a veces te agradaría hacerlo de las dos formas? —preguntó Cam.

—Ten por seguro que no te echaría de mi cama —respondió Claire en tono cortés y, a continuación, soltó una carcajada que restó importancia a su afirmación—, si es lo que querías oír.

—No te pregunto eso. —Cam luchaba con las palabras. Cómo podía explicarle que hacía meses que no sentía deseos de tocar a ninguna mujer, que la mera idea de pensar en alguien la aterrorizaba, y que todo estaba aún demasiado próximo; que cuando los recuerdos y la culpa la incapacitaban para pensar o para dormir, el sexo le daba unas pocas horas de paz, siempre que no experimentase más que el afán de desahogo—. No puedo... No he. Claire la detuvo poniéndole una mano en el muslo.

—No necesito que me hagas el amor. Si así te sientes mejor, disfruto con lo que hacemos. Mucho. Esa sí.

Cam asintió y lo aceptó, porque se encontraba demasiado cansada y alterada por su pérdida de control, primero en el bar y luego allí, como para pensar con claridad.

Dejó su copa sobre la mesa, se levantó y extendió la mano.

—Quiero que te quedes esta noche —dijo, deseando dormir por fin.

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