Hitchcock

Hitchcock


Nota

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Nota a la presente edición [*]

El libro que tiene usted en las manos, amable lector, es en realidad una cápsula del tiempo. Fue escrito cuando contaba yo con poco más de veinte abriles, por allá en los ochenta. Pesaba cerca de cincuenta kilos menos y estaba mucho más lleno de certezas que hoy.

Por aquellos tiempos, Emilio y Cristina García Riera me invitaron a participar en una colección de libros sobre grandes cineastas publicada por la Universidad de Guadalajara. El formato de la colección era el llamado «antología crítica», en el cual se hablaba de cada película en un breve contexto y con referencias a las opiniones de otros críticos ajenos al autor. Hacia el final se nos permitía agregar nuestra propia opinión a favor o en contra de la de los autores citados. La idea era retratar una suerte de «Hitchcock para principiantes» de fácil consulta y acceso.

Por aquellas fechas, había yo dirigido tan solo algunos cortometrajes y estaba activo en la creación de efectos especiales de maquillaje para diferentes directores de cine y televisión. Sin embargo, tenía una ansiedad enorme por expresar todo aquello que sentía por el cine en general y por el cine de Hitchcock, en especial. Este libro presentaba entonces una oportunidad singular.

Al releerlo para esta edición, he decidido dejar intactas las opiniones de aquel joven que ahora me resulta un tanto remoto.

Sin embargo, comparto y reafirmo mi creencia de que el periodo inglés de Hitchcock resume temática y estilísticamente el resto de su carrera con contadas excepciones. Visto así, Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959) es una evolución de 39 escalones (The 39 Steps, 1935) y Psicosis (Psycho, 1960) una puesta al día de El enemigo de las rubias (The Lodger: A Story of the London Forg, 1927). Pero existen en Hitchcock momentos de brillante reinvención en su carrera norteamericana. Creo hoy en día que Encadenados (Notorius, 1945) muestra a un Hitchcock con absoluto control del melodrama, muy por encima de su pericia inicial. Creo también que Frenesí (Frenzy, 1972) (obra curiosa que combina su origen británico con el periodo americano del autor) es una de las joyas más deslumbrantes de su autor. Una destilación del Hitchcock más misantrópico y sociópata. Un filme convulso y olvidado de forma injusta, que va a contrapelo en la obra de un hombre que se empeñó sobre todo en mostrarnos el mundo como un lugar sofisticado y elegante en el que la tragedia empaña los rostros celestiales de Grace Kelly o Cary Grant, y las lágrimas caen sobre los impecables vestuarios de Edith Head. Frenesí, por contra, destruye todas estas preconcepciones y nos muestra un mundo vulgar e inmediato en el que la compulsión sexual subyace en los detalles más inocuos. Es la expresión agigantada y revertida de aquella famosa escena en la que la cámara avanzaba a través de un plano general en el exterior de un edificio y entraba por la ventana hasta descubrir a John Gavin y Janet Leigh en un cuartucho de hotel en paños menores. De hecho, uno de los planos más famosos de Frenesí es, literalmente, la cara anversa del plano en Psicosis. En este, la cámara abandona la escena del crimen sexual y sale por la puerta discretamente hasta mostrar el edificio en plano general.

Las discrepancias entre mi opinión a los 43 años y las que este joven expresa serían numerosas: hay demasiada certeza e impiedad en la evaluación de ciertas cintas que con el tiempo he llegado a valorar más y más —Marnie, la ladrona (Marnie, 1964)— y alguna socarronería que me molesta de cara a lo aprendido en el quehacer cinematográfico. Es un libro en el que el cine se entiende como ejercicio teórico y no como una realidad cambiante y física. Una absoluta validación de la teoría «autoral» que me parece ahora inexacta y peligrosa. Pero es una cápsula del tiempo en la que un joven intenta articular lo que Hitchcock representa para él en particular. Este libro es la plegaria de un cineasta elevada al Olimpo más inasible en busca de inspiración.

Espero que os mostréis generosos con el joven autor. A fin de cuentas, es un buen muchacho. Puede que aún haya esperanzas para él…

Guillermo del Toro, Los Ángeles, 2008.

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