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Periodo norteamericano » 1947. El proceso Paradine

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EL PROCESO PARADINE

(THE PARADINE CASE - 1947)

Producción David O. Selznick-Vanguard, O. Selznick; Estados Unidos. Dirección: Alfred Hitchcock. Guión: David O. Selznick, basado en la novela de Robert Hitchens. Adaptación: Alma Reville. Fotografía (en blanco y negro): Lee Garmes. Música: Franz Waxman. Intérpretes: Gregory Peck (Anthony Keane), Ann Todd (Gay, su esposa), Charles Laughton (lord Horfield), Ethel Barrymore (lady Horfield), Alida Valli (Magdalena, la señora Paradine), Charles Coburn (sir Simon Flaquer), Joan Tetzel (Judy, su hija), Louis Jourdan (André Latour), Leo G. Carroll, John Williams, Isobel Elsom. Duración: 132 minutos. // Estrenada en 1947.

SINOPSIS: La señora Paradine es acusada de haber asesinado a su marido, un viejo militar ciego. La arrestan y su caso es consignado al joven y prometedor abogado Keane. El pasado turbulento de la señora Paradine pesa en su contra, pero Keane se ha enamorado de su cliente y cree en su inocencia. Viaja al sitio donde está la mansión Paradine y se hospeda en un hotelito cercano. En la mansión conoce al criado André Latour, fiel servidor del señor Paradine. Sospecha de él y lo investiga más a fondo. Latour ha sido amante de la señora Paradine y guarda por ello un fuerte remordimiento. Gay, la bella esposa de Keane, rechaza durante una fiesta las obvias insinuaciones del juez lord Horfield. Ella misma declara luego impotente contra la obsesión romántica que Keane enmascara como deseo de justicia. El juicio es muy difícil porque el juez no es otro que lord Horfield, quien por rivalidad o venganza personal pone obstáculos y ridiculiza todos los mecanismos de la defensa. Latour confiesa su culpabilidad antes de suicidarse, y esto hace que la señora Paradine estalle en la sala del juicio y proclame no solo su propia culpabilidad, sino las intenciones románticas de su defensor, a quien culpa indirectamente del suicidio de su amante. Keane parece destruido, pero su esposa no lo ha abandonado y eso aún le da esperanza.

El proceso Paradine resulta un conjunto extrañamente frío y fallido, en gran medida porque la cinta estuvo dominada casi en su totalidad por la sombra de Selznick. Según Leff, la novela en que se basó el proyecto se nutría a su vez de «un escándalo que agitó los círculos legales en Londres». Existe una confusión acerca de la libertad con que Hitchcock se acercó al material. El director siempre sostuvo que la novela le fue impuesta por Selznick, pero algunas fuentes parecen inclinadas a creer lo contrario. En el resultado final influyó negativamente el casting. Hitch dijo más de una vez que él siempre quiso a Lawrence Olivier o Ronald Colman para el papel del abogado, pero Leff tiene evidencias de que el director peleó por Gregory Peck y casi lo impuso, con el argumento de que, a pesar de todo, «Peck atraería al público a los teatros». Para el papel de la señora Paradine se tuvo en mente a Greta Garbo y a Ingrid Bergman, pero ambas rechazaron el papel y Hitch tuvo que conformarse con el «último descubrimiento» europeo de Selznick: la italiana Alida Valli.

El mismo Hitch reconoció que «el peor fallo del casting fue darle a Louis Jourdan el papel del sirviente […] [que] debió haber sido un caballerucho que oliera a estiércol, que apestara a estiércol». En cambio, el director tuvo al afectado Louis Jourdan, que nunca ha dejado de ser en la pantalla un ham[7], que busca que la luz caiga adecuadamente sobre su rostro en lugar de que fluya desde él. Según Leff, el insoportable «actor» tuvo que «hacerse recubrir los dientes, usar tacones altos y cortarse el pelo» para destruir así los últimos rasgos que Hitch hubiera podido apreciar en él. Pero hay tres actores que están «en su papel»: Ann Todd, Ethel Barrymore y Charles Laughton.

«Una película con Laughton es una gran batalla de principio a fin —Laughton versus Laughton—», dice Leff, aunque en este caso:

Terminó por volver a Laughton contra Hitchcock, [a pesar de que] los dos se apreciaban mutuamente. Laughton tenía sus propias perversidades. El secreto ligeramente guardado sobre su ambivalencia sexual contribuía a su encanto ácido y daba a Hitchcock material para algunas de sus más divertidas burlas. El papel de Horfield —juez de carácter sádico y libertino— parecía ideal para Laughton […] pero su actuación empeoró conforme pasaba el tiempo. A pesar de esto, Rohmer y Chabrol opinan que «nunca estuvo mejor Laughton que al ser dirigido por Hitchcock: es algo digno de verse mientras juega al gato y al ratón con el pobre Keane». Este «trabajador de la justicia» está movido una vez más por sus deseos personales antes que por un auténtico anhelo de justicia.

De Ethel Barrymore, Spoto nos dice que «trajo dignidad y conmovedora simplicidad a una historia llena de lo contrario, con almas mediocres y torcidas». Y de Ann Todd, otra «importada de Inglaterra», es general la admiración hacia su profesionalismo.

Un factor decisivo en la inconsistencia de la cinta fue el guión «dictado por Selznick» (quien según dice Spoto, cambiaba al argumento «día a día»), en un esfuerzo por mostrar a Hitch cuánto bien podía hacer a una película la producción creativa, y para extender su control sobre tan valiosa propiedad. Tal actitud terminó por convencer al director de todo lo contrario. Hitch buscaba terminar su trabajo con rapidez para alejarse de Selznick y acercarse a Sidney Bernstein y su compañía, la Transatlantic. Leff afirma que, a petición de Hitch, todo el trabajo de la segunda unidad de filmación (dirigida por él mismo) se llevó a cabo en Inglaterra, pues deseaba en secreto procurarse «un viaje gratis [y] usó las demoras transatlánticas para formular los planes de su siguiente filme».

La indecisión que permeó todo el proyecto queda expresada en el gran número de títulos pensados para la cinta que, según consigna Spoto, Selznick «decidió firmemente en varios momentos entre 1946 y 1947», entre los que figuraban aberraciones como Una mujer con experiencia, Esta no es una mujer común y El monstruo con ojos verdes.

Además de las apariciones de Laughton, vale la pena destacar la secuencia en que la señora Paradine es arrestada y consignada. Hitchcock ha dicho que lo que le «interesaba en esa cinta era tomar a una persona como la señora Paradine, ponerla en manos de la policía, someterla a todas sus formalidades y [verla] decir a su doncella, al salir de su hogar entre dos inspectores, “no creo que vuelva para la cena”». Más tarde la mujer es despojada de todos sus lujos, del mismo modo con que Hitch despojó de lo superfluo a otra «mujer fría»: Tallulah Bankhead, en Náufragos. Una mujer policía pasa los dedos por el cabello de la señora Paradine y le destruye el peinado, buscando algún objeto oculto, en una auscultación casi obscena que remite a las secuencias de «deshumanización por la justicia» de La muchacha de Londres (Blackmail, 1929) y Falso culpable (The Wrong Man, 1956).

Hitchcock, ansioso por terminar, y deseando experimentar un poco, filmó las secuencias de la corte con cuatro cámaras diferentes para obtener una continuidad casi teatral en las actuaciones, aunque, según consigna Leff:

La presencia de cuatro cámaras y cuatro booms en el foro de la corte necesitó una legión operativa y grips[8] [que] no solo bloqueaban la visión que los actores tenían uno del otro, sino que los obligó a actuar para cosas, más que para gente [además de que el calor y la confusión destruían su concentración].

Hitchcock intentaba hacer alguna economía con todo eso, pero si tal fue su intención desde el principio, fracasó, pues la película costó cuatro millones de dólares. El costo financiero jamás fue recuperado. La cinta marcó el fin de la unión Hitchcock-Selznick, y fue recibida con tibieza por parte de la crítica, que resentía por lo general la presencia de Selznick.

APARICIÓN DE HITCHCOCK: Carga un violonchelo y fuma un puro mientras camina.

El proceso Paradine (1947). Hitchcock, ansioso por terminar el trabajo y deseando experimentar un poco, filmó las secuencias de la corte con cuatro cámaras diferentes para obtener una continuidad casi teatral en las actuaciones

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