Hitchcock

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Cine sonoro » 1930. Asesinato

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(MURDER! - 1930)

Producción British International, John Maxwell; Inglaterra.

Dirección: Alfred Hitchcock.

Guión: Alma Reville, Alfred Hitchcock y Walter Mycroft, sobre la novela

Enter Sir John, de Elemence Dance y Helen Simpson.

Fotografía: Jack E. Cox.

Intérpretes: Nora Baring (Diana Baring), Herbert Marshall (sir John Menier), Miles Mander (Gordon Druce), Esmé Percy (Handel Fane), Edward Chapman (Ted Markham), Phyllis Konstam (Dulcie Markham), Hannah Jones, Una O’Connor.

Duración: 92 minutos.

Hitchcock dirigió también una versión alemana,

Mary, interpretada por Walter Abel. Los siguientes comentarios se refieren únicamente a la versión inglesa, puesto que la otra no se encuentra disponible. // Rodada en los estudios Elstree, Gran Bretaña. Estrenada en 1930.

SINOPSIS: Diana Baring, actriz de repertorio, es acusada del asesinato de una amiga. Su proceso penal avanza ominosamente, pero uno de los miembros del jurado, sir John Menier, convencido de la inocencia de la chica, profundiza por su cuenta la investigación y desenmascara al verdadero culpable: el novio de Diana, que había decidido matar a la víctima porque iba a descubrir que él era «mestizo»[2]. Diana informa que ya estaba enterada de ese dato y Handel Fane, el versátil novio, que resulta además travestí, homosexual y cirquero, se suicida ahorcándose en el trapecio, a mitad de su acto, vestido con toda la elegancia de una reina del trapecio. Finalmente Diana queda libre y la vemos entrar a la casa de sir John. La cámara descubre entonces que se trata en realidad del escenario de una obra de teatro.

Asesinato es una «curiosidad» en la obra de Hitchcock; uno de los poquísimos

Whodunit[3] de su carrera. Hitchcock lo encuentra «un filme interesante» y explica entusiasmado toda su labor de experimentación:

[…] hicimos cosas que nunca antes habían sido hechas. Fue la primera parte hablada de Herbert Marshall y estaba perfecto para el papel; resultó excelente en el medio sonoro. De cualquier forma debíamos revelar sus pensamientos internos, y, como odio introducir personajes inútiles en una cinta, usé el monólogo con «flujo de conciencia». En aquel tiempo esto se calificó de extraordinaria novedad, aunque había sido usado desde hacía mucho en el teatro, empezando por Shakespeare. Había una escena en la que Herbert Marshall escuchaba radio en el baño […] tenía una orquesta de 30 tocando en el estudio, detrás del set. Verán, era imposible agregar luego el sonido; la música tenía que ser grabada al mismo tiempo.

Spoto nos dice que el tema del filme es la relación realidad-ficción: «la fascinación de la ilusión de la realidad y la realidad de la ilusión es algo tan viejo como Platón: Hitchcock merecería un tratamiento más profundo del tema en

Vértigo (De entre los muertos) (

Vertigo, 1958)», y abunda:

Sir John defiende su lucha por disculpar a Diana al reflexionar sobre la relación entre el arte y la vida; «esta no es una obra teatral», dice, «¡esta es la vida!», y para llegar a «nada más que la verdad» (nombre de una pieza del repertorio de la compañía), la policía, al principio, va a ver una obra que muestra al asesino vestido primero de mujer y luego de policía —dos disfraces usados por Fane para escapar de la escena del crimen—. El filme va entonces desde la cortina del escenario, que se eleva, al panel, como cortina, que se levanta simultáneamente en la celda de Diana. Cuando los esfuerzos de sir John tienen éxito, el asesino completa la atmósfera teatral suicidándose durante su acto circense. El filme termina con Diana entrando a la casa de sir John elegantemente vestida, pero la cámara se aleja para revelar que es la escena de otra obra teatral en la que los personajes actúan; la cortina que cae señala el final.

Habría que agregar que

Asesinato mantiene algunos de los peores vicios de su origen teatral, entre ellos una sobrexplicación de cualquier mínimo acto y una infecciosa verborrea en la mayoría de sus escenas. Como ejemplo, basta el larguísimo diálogo en la sala de deliberación del jurado. En esta secuencia casi cada uno de los miembros del jurado da la explicación de su veredicto en una especie de sermón sobre las leyes, la justicia y sus posibles alcances. Esa demora se siente particularmente extraña por el contraste con un muy conciso montaje que antes ha comprimido todo el juicio en unos segundos. La secuencia adolece, además, de un pobre trabajo de actores; se usa demasiadas veces el recurso de cuestionar a coro (¡!) al protagonista como en una tragedia griega. Sin embargo, tiene algo interesante: en la secuencia, una extensa explicación sobre desdoblamiento de personalidad hace intuir ya el tema de

Psicosis, y muy especialmente su engorroso final con la explicación psicoanalítica.

Otro fallo es el carácter pomposo del héroe, que lo hace aparecer inaccesible y distanciado durante la mayor parte de la cinta, y que convierte su investigación en un pedante acto paternalista. Pero quizá el más grave de todos los errores es la torpeza que muestra Hitchcock al unir el concepto de homosexualidad con el de impulso asesino, como lo haría una y otra vez (

El agente secreto [

Secret Agent, 1936],

La soga [

Rope, 1948] y

Extraños en un tren).

Sobreviven a esas deficiencias la actitud (con tintes de deseo incestuoso) de uno de los miembros del jurado hacia la acusada, la secuencia posterior a todo el «rollazo» de los jurados, cuando se escucha el veredicto fuera de cuadro, mientras en la pantalla un hombre limpia la salita y se fuma una colilla abandonada. De nuevo, la actitud de los «trabajadores de la justicia» parece más destajista que otra cosa. Es evidente que al miembro más destacado del jurado le preocupa más obtener un culpable que hacer justicia. Eso se repetirá en

Inocencia y juventud, Sabotaje, Yo confieso, Atrapa a un ladrón (

To Catch a Thief, 1955),

Falso culpable (

The Wrong Man, 1956) y

Frenesí. También hay que destacar que los últimos 15 minutos de la cinta, así como los encuentros entre Diana y sir John tienen un estupendo tratamiento visual.

APARICIÓN DE HITCHCOCK: Pasa frente a la cámara como transeúnte, hablando con una mujer.

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