Hitchcock

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Cine sonoro » 1935. El agente secreto

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(SECRET AGENT - 1935)

Producción Gaumont British, Michael Balcon e Ivor Montagu; Inglaterra.

Dirección: Alfred Hitchcock.

Guión: Charles Bennett, sobre la obra teatral de Campbell Dixon e historias de W. Somerset Maughan.

Diálogos: Ian Hay, Jesse Lasky Jr.

Fotografía: Bernard Knowles.

Música: Louis Levy.

Edición: Charles Frend.

Intérpretes: John Gielgud (Edgard Brodie/Richard Ashenden), Madeleine Carroll (Elsa Carrington), Peter Lorre (el general), Robert Young (Robert Marvin), Percy Marmont (Caypor), Florence Kahn (señora Caypor), Charles Carson (R.), Lilli Palmer, Michael Saint Denis.

Duración: 93 minutos (aunque Robin Wood señala 83 minutos y mi vídeo, 90). // Rodada en los estudios Lime Grove, Gran Bretaña. Estrenada en 1936.

SINOPSIS: Después del falso velatorio de Edgard Brodie, agente secreto de Inglaterra, el «cadáver» Brodie pide a R., su superior, que le explique el motivo de esa farsa: su identidad será transformada en la de un tal Richard Ashenden, para eliminar a un agente alemán en el Medio Oriente. En su tarea será ayudado por el supuesto general Pompilio Moctezuma de la Villa del Conde, despiadado asesino de origen mexicano, de pomposo nombre e irrefrenable pasión por las mujeres. Ashenden y su asistente viajan a Suiza, donde se encuentran con Elsa, rubia aprendiz de agente que se hará pasar por esposa de Ashenden para vivir las emociones de su profesión. Asimismo, conocen a Marvin, en apariencia un simpático americano de vacaciones, que pretende a Elsa. Ashenden y el general encuentran un botón en la mano de un organista asesinado. El botón pertenece a la chaqueta del señor Caypor, hombre de edad que viaja con su esposa. El general resuelve asesinarlo. Elsa quiere participar para «no perderse la diversión», pero le asignan la tarea de distraer a la señora Caypor. La mascota de Caypor, un pequeño perro, aúlla desconsolada en el hotel mientras Ashenden, Moctezuma y su amo trepan a lo alto de una montaña por una vaga apuesta de honor. El general arroja a Caypor desde allí. Ashenden observa todo a través de un telescopio. Por desgracia, un telegrama demuestra que Caypor era inocente y Ashenden, lleno de culpa, renuncia a su labor de espía. Elsa le confiesa su amor. Moctezuma convence a su colega de ir a una fábrica de chocolate, guarida de los espías, donde les será revelado el nombre del sujeto que buscan. Ashenden accede a participar «por útima vez» en el asunto. En la fábrica son descubiertos y logran escapar, causando una falsa alarma. Descubren que el verdadero espía no es otro que Marvin. Elsa, furiosa porque Ashenden ha vuelto al espionaje, toma el tren con Marvin. Ahí es alcanzada por el general y Richard. El tren en que viajan es destruido por bombarderos ingleses y Marvin muere de manera accidental, no sin antes asesinar al general de un tiro. Elsa y Richard renuncian a sus carreras definitivamente y se unen en matrimonio.

«Este filme me parece parte de una intacta serie de obras maestras que va desde

39 escalones hasta

Alarma en el expreso (

The Lady Vanishes, 1938) —cinco espléndidos trabajos en el curso de tres años». Así se refiere Spoto a

El agente secreto, una cinta que ha recibido tantos elogios como simples omisiones y que tuvo muy diferentes respuestas de público y de crítica. En ella encontramos el desarrollo del «torcido sentido turístico» de Hitchcock: su afán de usar como telón de fondo las atracciones o lugares más pintorescos de una región para la ejecución de actos violentos o insólitos (en este caso la fábrica de chocolates y los Alpes, y en algunas escenas de transición los lagos y los bailes). Ese particular «sentido turístico» se intuye ya en

El hombre que sabía demasiado y fue llevado al virtuosismo en

Con la muerte en los talones.

Pero si para Hitchcock la parte «más aburrida» del quehacer fílmico era el rodaje, durante la filmación de

El agente secreto conoció la excepción a la regla en el ambiente tenso y accidentado de un set que reunió a un John Gielgud inseguro —se le había asegurado que sería «el Hamlet» de los espías—, un Hitchcock demasiado gordo (140 kilos) y un Peter Lorre adicto a la morfina que actuaba, por decir lo menos, de manera poco controlada (Hitchcock lo estimaba mucho y no le ponía freno), improvisando y entorpeciendo la labor de los demás actores y del director. Con todo, el personaje de Lorre es interpretado como un chispeante cliché de latino, y aunque los efectos de la droga son evidentes en algunas de sus actuaciones —sobre todo en un forzado y torpe montaje, casi al principio, del que se deduce la imposibilidad de controlar al «gabán que camina», como le apodaba Hitchcock— la mayor parte del tiempo sostiene un curioso papel de héroe-villano de manera admirable y logra ligarlo, como hace notar Spoto, con su personaje de M. «Un caza-damas, ¿eh?[5]», pregunta Ashenden cuando ve al general persiguiendo a una criada británica en Curzon Street. «No solo damas», replica R. (esta reacción también se aplica a cierta ambigüedad sexual entre los personajes masculinos sobre la que abunda después Spoto) y menciona que:

La primera reacción del general hacia Elsa es «Ah, esta adorable mujer-dama-niña». Mientras viaja en el funicular a las montañas, el general susurra palabras seductoras a una pequeña niña. Le ladra como un perro, bromea y la adula en forma molesta. […] Aquí su patología apunta hacia ese universo moralmente gris en el que florecen la intriga política y los asesinatos de expediente.

Como en

La muchacha de Londres, se comete aquí un horrendo crimen en nombre de dudosos principios de «justicia», y está marcado, como apuntan Rohmer y Chabrol, por un «abrupto cambio de ritmo» que transforma a la comedia ligera del inicio en algo más oscuro y moral. «Nos da la impresión —siguen diciendo— de que estas personas se están divirtiendo al jugar el papelito de espías y viviendo una vida de lujo en su suntuoso hotel suizo. El error trágico del asesinato del sospechoso inocente trae consigo la filosa intervención de la moral, la conciencia y la mala conciencia en este jueguito de salón». Tal ruptura está marcada por un momento de terrible poesía, cuando Ashenden se distancia ingenuamente del crimen para observarlo desde un telescopio, mientras, en un montaje paralelo, Elsa entretiene a la señora Caypor a pesar de que la mascota de la pareja, que presiente el crimen, aúlla y trata de salir de la habitación. Spoto describe el remate de esta secuencia: «Finalmente, cuando su amo ha sido arrojado y una nube ha cruzado la nieve, el sonido del llanto del perro une ambas escenas y acompaña primeros planos de ambas mujeres cubriéndose la cara. Es uno de esos lúgubres efectos que serán recurrentes en los filmes de Hitchcock». La «mancha» de la nube sobre la nieve blanca indica lo sucedido en el alma del «patriota» Brodie-Ashenden y marcará su vida de tal forma que al final de la cinta, cuando se lee una tarjeta enviada a R. por la pareja, nos damos cuenta de que la ha firmado como Richard Ashenden, pues como señala Spoto, «¡Edgard Brodie ha de permanecer muerto, y su identidad usurpada!».

A pesar de que Hitchcock se declaró siempre «un completo apolítico», en casi todas sus cintas de tema político o de propaganda bélica creó una ambigüedad moral que evita la cómoda identificación del público e invita a la polémica. Frutos claros de esta búsqueda son

Enviado especial (

Foreign Correspondent, 1940) y

Náufragos (

Lifeboat, 1944). Su

agente secreto es más terrible cuanto más agradable y refinado lo encontramos (en la secuencia del tren tiene incluso el gesto de guardar la pistola, indicando así que su intención ya no es asesinar a Elsa, sino solo interrogarla), mientras que el grupo de los héroes lleva a cabo su sucio «trabajo» con gran diligencia, pero sin mucha simpatía de nuestra parte.

La ambigüedad aparece también en el terreno sexual. Igual que en

39 escalones, entre Elsa y Richard hay una parodia de matrimonio; él y ella entran en conflicto y se cercioran de la identidad —las intenciones— del otro, a través de papeles y pasaportes. En otra secuencia, ella concluye su ritual de maquillaje y le pregunta su opinión, pero, como no recibe la respuesta esperada, lo abofetea. Richard le contesta con lo mismo. Elsa se toca la mejilla inflamada, y declara: «El matrimonio ha empezado». La cinta juega con el triángulo amoroso entre Marvin, Elsa y Richard. Al principio, cuando Richard apenas ha llegado a Suiza y va a conocer a su «esposa», se encuentra con Marvin cómodamente instalado en la habitación, comiendo uvas, como un romano después de la orgía. Al entrar el «legítimo esposo», Marvin se retira y le entrega las uvas, o sea, le pasa la estafeta de su deber sexual. La energía erótica de dos de los personajes, Elsa y Moctezuma, se desvía hacia intereses «secundarios» (el espionaje y el asesinato), en los que parecen encontrar la culminación y la verdadera aplicación de su deseo, igual que la protagonista de

Marnie, la ladrona (

Marnie, 1964) desvía su energía hacia los robos. La homosexualidad entre los personajes masculinos se insinúa en pequeños pero significativos detalles. Spoto consigna que «al pedir un tabaco al anciano conductor del taxi, [Marvin] fuma un imaginario cigarrillo, a lo que el viejo, que no ha comprendido, responde con un beso [al aire], y Elsa comenta: “Le agradas”. Más tarde Marvin envía besos telefónicos a Ashenden creyendo que es Elsa quien está al otro lado de la línea». En esa misma tónica se advierte que a Moctezuma le molesta que Marvin ponga su mano en el hombro, aunque él mismo porta un arete y se muestra sospechosamente servil con el inglés. Desgraciadamente, como marca Spoto, la asociación de homosexualidad e instintos criminales en el caso de Marvin es poco afortunada, de la misma manera en que nos parece racista la asociación de la «máquina de matar» con el único personaje latinoamericano. Es por ello que al final de la cinta, para que la pareja se una, deben ser eliminados el seductor y el mexicano asesino, es decir, los representantes de las áreas oscuras de su conciencia.

Peter Lorre (en primer plano) en una escena de

El agente secreto (1936)

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