Himmler

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Cartas 1927-1928

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CARTAS 1927-1928

De nuestro hogar, nuestro castillo, mantendremos alejada toda la suciedad.

HEINRICH HIMMLER

15 de febrero de 1928

En el verano de 1924 Heinrich Himmler, tras una larga búsqueda, encontró por fin empleo en el prohibido NSDAP. Gregor Strasser, funcionario del partido y uno de sus dirigentes, propietario de una farmacia en Landshut, fue elegido en mayo miembro del Landtag [Parlamento regional] bávaro por el Völkischer Block, una organización nacionalsocialista paralela, y en diciembre llegó al Reichstag [Parlamento nacional]. Como a partir de ese momento carecía de tiempo para organizar el partido en la Baja Baviera, el joven Himmler asumió la dirección de la secretaría del NSDAP. En una carta a un conocido, Himmler escribió en agosto de 1924 lo siguiente acerca de su nueva actividad: «Tengo muchísimo trabajo, he de dirigir y ampliar la organización de la Baja Baviera en todos los sentidos. Ya no puedo pensar en un trabajo que me permita responder una carta a tiempo. El trabajo de la organización, que dirijo por completo yo solo, me gusta y la cosa sería maravillosa si se pudiera preparar la victoria o la lucha por la independencia, pero en esto consiste el trabajo abnegado de nosotros los nacionalsocialistas, un trabajo que no producirá frutos visibles en un futuro próximo, siempre con la convicción de que el fruto de este trabajo se dará años después, y hoy nuestro esfuerzo parece una batalla perdida».

Tan perdida no estaba la batalla. En mayo el Völkischer Block había conseguido un 17,4 por ciento de los votos en Baviera, tantos como los socialdemócratas, y en las elecciones al Parlamento la extrema derecha también fue capaz de obtener un número de votantes por encima del promedio. En diciembre de 1924 Adolf Hitler salió de la cárcel[6] y en febrero del año siguiente fundó el nuevo NSDAP, aun cuando se le había impuesto la prohibición de hablar en público durante unos meses. En Baviera tal prohibición estaba en vigencia hasta marzo de 1927 y en Prusia, hasta noviembre de 1928.

Himmler tenía ahora la tarea de transferir a unos mil militantes de la Baja Baviera, organizados en veinticinco agrupaciones locales, al nuevo NSDAP; con la transcripción de los libros de cuentas del partido, las cuotas de socio, etcétera, esta no debió de ser empresa sencilla. Esto significaba asimismo frecuentes desplazamientos por el estado bávaro, visitas a las delegaciones locales, charlas y aclaración de cuestiones organizativas. Solo entre noviembre de 1925 y mayo de 1926 habló en veintisiete eventos en Baviera, además de en otros veinte en Westfalia, Hamburgo, Mecklemburgo, Schleswig-Holstein, entre otros estados. Su incesante actividad viajera no le diferenciaba de otros funcionarios del partido. Joseph Goebbels se embarcó sin descanso en incontables viajes entre 1925 y 1926 para dar conferencias en numerosos lugares del Reich y montar nuevas sedes locales para los nacionalsocialistas. Goebbels, junto a otras figuras, también participó en abril de 1926 en diversos mítines en Baviera. «Con Himmler por la tarde en Landshut», anotó en su diario el 13 de abril. «Himmler: un buen tipo con mucha inteligencia. Me gusta».

En el congreso del NSDAP celebrado en Weimar en julio de 1926 se designó a Gregor Strasser jefe de la Propaganda del Reich y Himmler le siguió una vez más: nombrado subdirector de la Propaganda del Reich, se trasladó a la central del partido en Múnich y fue elegido Gauleiter (jefe territorial) interino de la circunscripción de la Baja Baviera. Si hasta entonces había sido sobre todo responsable de Baviera, ahora su campo de actuación se extendía por toda Alemania. Como su labor de diputado del Parlamento absorbía por completo a Gregor Strasser, asimismo una de las principales figuras del partido, le competía a Himmler la propaganda diaria. Debía preocuparse de que se enviara el material propagandístico, visitaba las agrupaciones locales y tenía, por encima de todo, la amplia misión de coordinar a los oradores, y especialmente organizar los mítines de Hitler. Desempeñaba, pues, un papel muy especial en el aparato de la formación política, ya que por un lado recaía sobre él decidir qué grupo local tendría el privilegio de estar delante de Hitler y, por otro, mantenía un estrecho contacto con el líder para acordar con él las fechas de los mítines. Aunque de vez en cuando se haya transmitido una imagen de Himmler como la de un triste funcionario, lo cierto es que se hallaba en el centro del poder del NSDAP y disfrutaba de una buena relación con el «jefe», tal y como se le llamaba, y no solo en las cartas de Himmler.

En sus viajes Himmler leyó, entre otros libros, Mi lucha de Hitler, que entonces se editaba en dos tomos: el primer tomo —una autobiografía política de Hitler— se publicó en 1925; el segundo, que delineaba el programa político de los nacionalsocialistas, en 1927. Himmler compró el primero en julio de 1925, justo después de su aparición, y claramente, como lo demuestran las anotaciones de su puño y letra en los márgenes, comenzó de inmediato con la lectura, pero hubo de interrumpirla y no pudo concluir hasta febrero de 1927, a tenor de la entrada en su lista de libros leídos. «Contiene muchas e inquietantes verdades», observó. «Los primeros capítulos sobre su juventud presentan ciertas flaquezas». Quizá fuera este el motivo para suspender la lectura. Adquirió el segundo tomo, de nuevo nada más publicarse. El 17 de diciembre de 1927 había avanzado hasta el final del tercer capítulo y el 19 de diciembre, cuando llevaba un día con Marga en Berlín, estaba a punto de terminar el octavo, lo que indica que posiblemente ella leyera también en aquellos días Mi lucha.

Lo que más le interesaba a Himmler, según sus comentarios y subrayados, eran las declaraciones de Hitler relativas a la salud nacional y el racismo. Marcó esta oración: «Imponer a los individuos defectuosos la imposibilidad de reproducir individuos defectuosos es un imperativo de la más clara razón y significa, en su aplicación sistemática, la más humana acción de la humanidad». Al lado apuntó lo siguiente: «Ley de Zwickau». Con esto aludía a Gustav Emil Boeters, médico oriundo de la ciudad de Zwickau, quien en los años veinte exigió —sin éxito— una ley que promulgara la esterilización obligatoria, que más tarde sí adoptó el Gobierno de Hitler en julio de 1933. Sobre la vehemente advertencia de Hitler acerca del «mestizaje» y el peligro que supondrían los «productos mezclados» para los «de pura raza», Himmler escribió: «Existe la posibilidad de la segregación». También comentó con las palabras «habrá consecuencias» la solicitud de Hitler del «reconocimiento de la sangre», es decir, «el fundamento general basado en la raza» aplicado a cada uno de los individuos de la sociedad, los cuales tendrían que valorarse de diferente forma de acuerdo a su raza.

Himmler también ponía de relieve el programa de Hitler para aplicarlo a la educación y formación con el objetivo de cimentar en cada joven alemán «la convicción de que en ningún caso él es menos que otros. Mediante su vigor físico y su agilidad, debe recobrar la fe en la invencibilidad de su raza». Al respecto comentó: «Educación con las SS y la SA».

En los años que siguieron dedicó mucho tiempo a viajar, recorrió Baviera y toda Alemania. En enero de 1927 dio charlas en Turingia, donde se celebraron elecciones al Landtag; en febrero en Westfalia; en abril en la cuenca del Ruhr. En mayo visitó Mecklemburgo y Sajonia; en junio se desplazó al norte del país; en julio estuvo en Viena. En uno de estos viajes, en septiembre de 1927, conoció en el tren de Berchtesgaden a Múnich a Marga Siegroth, nacida Boden[7].

Marga Siegroth había pasado una semana de vacaciones en Berchtesgaden y había decidido quedarse otra semana más en Múnich antes de regresar a Berlín. Ya tenía tras de sí un matrimonio fallido, que duró aproximadamente de 1920 a 1923; sobre su primer esposo, de apellido Siegroth, nada se sabe. Su padre, Hans Boden, un antiguo terrateniente en Goncerzewo (Goncarzewy) bei Bromberg (Bydgoszcz), en Pomerania, le había comprado, en el otoño de 1923, en el punto más alto de la inflación, parte en una «clínica ginecológica privada» en Berlín por mil dólares en préstamos de oro. La clínica se hallaba en un piso del número 49 de la Münchner Straße, en el barrio burgués de Schöneberg, donde Marga vivió y trabajó a partir de entonces como enfermera jefe.

No cabe duda de que la joven despertó el interés de Himmler, no solo por su cabello rubio y sus ojos azules, sino también por su trabajo, máxime cuando, como enfermera de la Cruz Roja durante la Primera Guerra Mundial, a ojos de este había desempeñado tareas femeninas ejemplares. En sus cartas posteriores intercambiaron en numerosas ocasiones sus impresiones sobre la contienda y hacían referencia a ella, por ejemplo, cuando Marga escribe: «Desde el campo de batalla estoy acostumbrada a escribir sin mesa» (22/12/1927).

Su puesto de enfermera jefe en la clínica privada le permitía gozar de una vida independiente y cómoda, con pocas horas de trabajo al día y con criada propia, y disfrutar de las comidas de la cocinera de la clínica. Por las tardes y noches tenía tiempo de salir de compras por la ciudad, encontrarse con conocidos y asistir a algún acto cultural. Con todo, no parecía estar satisfecha con su vida. Aunque su contrato de trabajo vencía en abril de 1929, meditaba de continuo acerca de renunciar a su empleo antes de tiempo o cambiar de clínica. Un motivo importante lo constituía el hecho de que no se entendía con los médicos. «Ojalá no estuvieran los médicos impresentables», se lamentaba en repetidas ocasiones. Es probable que viera el trabajo también como una solución de emergencia tras el fracaso de su matrimonio, sobre todo porque en aquel entonces eran pocas las mujeres divorciadas. Desde el punto de vista económico estaba protegida, pero muy pronto iba a renunciar de forma voluntaria al trabajo por su segundo esposo.

Marga Siegroth no solo temía las relaciones personales, sino que le «horrorizaba» casi todo lo que perturbara su tranquilidad y su rutina diarias. Entablar relaciones con otras personas implicaba, a su parecer, como más tarde quedará claro, casi siempre «fastidio» y «decepción». Por un lado, su desprecio por la humanidad («existen otros individuos totalmente diferentes», 04/11/1927), acompañado de unas exigencias en extremo altas para con los demás, y por otro, su propia rigidez y falta de amabilidad en sus relaciones sociales malograron más tarde su contacto con la familia de Himmler, a la que en un principio acogió con cariño, relación que muy pronto se enfrío y se limitó a unas escasas visitas formales. Su escepticismo sobre el ser humano en general, y el hombre en particular, suele ser un tema habitual en sus primeras cartas, en las que Himmler desea en repetidas ocasiones que ella renuncie por él a su desconfianza. A Marga esto le cuesta, ya que después de su experiencia «ha perdido la fe en, por encima de todas las cosas, la honestidad y sinceridad de un hombre para con una mujer» (26/11/1927).

En el viaje en tren de tres horas de duración los dos tendrían con seguridad ocasión de averiguar lo que les diferenciaba al uno del otro: una mentalidad prusiana frente a un carácter bávaro, una confesión protestante frente a la fe católica, el hecho de que Marga no solo fuera una mujer divorciada sino también siete años mayor que Heinrich. Por otra parte, compartían intereses y una visión negativa de la democracia de Weimar y los judíos («la escoria»). Tal y como demuestran sus diarios, siendo estudiante de Agronomía Himmler había soñado con regentar una pequeña finca junto a una «chica adorable». De pronto, con Marga este viejo sueño renació, pues aunque en aquella época a esta le encantara vivir en la gran ciudad, de la verdadera vida en el campo tenía ella más idea que él mismo y más que cualquier otra joven de buena familia. Había crecido en una hacienda y tenía experiencia en el cultivo de frutas y verduras y en la cría de ganado; podía conservar no solo víveres para el invierno, sino también remover el estiércol y hasta sacrificar cerdos. A ello había que añadir que, como enfermera jefe, poseía conocimientos de contabilidad y, por último, la tentadora perspectiva para Himmler de que la joven podría cuidar de su delicada salud. Pronto ella se entusiasmó también con la ilusión de regresar al campo y allí construir una nueva existencia junto a su nuevo marido.

Está claro que desde el primer momento se entendieron tan bien que ya al día siguiente Marga informó a Himmler mediante una postal (con una imagen de Berchtesgaden) de su alojamiento en Múnich, en el hotel Stadt Wien, junto a la estación de tren, donde podrían citarse. Durante un largo paseo a lo largo del río Isar aparecieron las primeras diferencias («el camino donde casi nos enfadamos», 25/12/1927). Los dos hablarían después en reiteradas ocasiones sobre sus primeras riñas. Él lo expresa así: «¿Sabes? Reñimos tanto los primeros días que ya no será necesario volver a hacerlo durante toda la vida» (13/02/1928). Ella lo refrenda: «Creo que tienes razón, en los primeros tiempos reñimos lo suficiente como para el resto de nuestras vidas. Cada frase era una riña y una duda» (14/02/1928).

19 de septiembre de 1927[8]

Señor Heinrich Himmler

Diplomado en Agronomía

Múnich

Barerstr. 44/11

Estoy alojada en el hotel Stadt Wien.

Un saludo cordial,

M. Siegroth

Las primeras misivas de Himmler se han perdido, pero por el cuaderno donde registraba su correspondencia queda constancia de que escribió a Marga Siegroth («M. S.») por primera vez el 26 de septiembre de 1927. Tras la fecha de las cartas de Marga anotó a mano, al igual que hacía con el resto de su correo, la fecha de llegada. Los editores la incluyen entre paréntesis. El resto de paréntesis son originales de Heinrich y Marga; para los comentarios y las aclaraciones se han utilizado la cursiva y los corchetes.

Berlín O[este] 30, 29 de septiembre de 1927

(Mú.[nich], 4 de octubre de 1927, 9 h)

Estimado Sr. Himmler:

Gracias por sus líneas. Me llegaron cuando estaba con el ánimo un poco bajo porque me encontré con más problemas de lo que creía posible. Quiero y tengo que ponerle fin. Pero es complicado volver a empezar desde el principio, pero aun así hay que hacerlo.

¿Qué tal está? ¿La salud? ¿Qué tal con la mostaza, el vinagre, las cebollas, etc.?

¿Volvió a disfrutar de un «buen» café? Si eso, escríbame, por favor, una postal.

Salude de mi parte al cine del pueblo. (¡Estoy de broma!) Aguardo la carta prometida. Exigente como siempre, ¿no es verdad?

He leído sus escritos con gran interés. ¿Cuál debo volver a enviarle? El libro rojo solo, ¿no?

Hace un tiempo precioso. Y en M.[únich] ha llovido con frecuencia.

Afectuosamente,

Su Sra. M. Siegroth

Berlín O. 30, 16 de octubre de 1927

Münchenerstr. 49

Querido Sr. Himmler:

Hoy es el primer día de tranquilidad y lo he disfrutado a tope. Por lo demás, solo trabajo y disgustos. ¿Qué tal está? Seguro que con mucho trabajo; ¿y la salud? Lo que se puede, se quiere; lo que se quiere, se puede.

Me lo he dicho a menudo, cuando pensaba que ya no podía seguir adelante.

Hará todavía un tiempo precioso donde está. ¿Viaja mucho? ¿Cuándo vendrá a Berlín?

Por lo demás, yo estoy bien.

Afectuosamente,

Su M. Siegroth

Berlín, 2 de noviembre de 1927

(Mú., 4 de noviembre de 1927, 24 h)

Querido Sr. Himmler:

Por fin hemos terminado con el cierre de mes. Quiero agradecerle sus cartas y los periódicos. Estos últimos se pueden comprar en B.[erlín] también, y los he comprado, por eso le pido que me envíe alguno de Múnich. El Weimarer también lo he leído.

Prefiero no decir nada sobre su carta, pero le aseguro que no me he reído. «En el fondo no se debería ser decente y bueno». Fabuloso todo lo que se propone. Su estómago se venga solo de los daños permanentes que se infringe a usted mismo. Es comprensible, ya que la ley está de su parte.

Se trabaja para poder pagar los impuestos, por lo menos una alegría, ¡los impuestos!

Leí el libro de Ludendorf [sic] sobre los masones.

El libro despotrica sobre los judíos, creo que los hechos hablan por sí solos, ¿para qué estos comentarios? La vida te da demasiadas alegrías.

Saludos,

Su Sra. M. Siegroth

No cabe duda de que Marga había leído el folleto Vernichtung der Freimaurerei durch Enthüllung ihrer Geheimnisse (Destrucción de la masonería mediante la revelación de sus secretos, Múnich, 1927), que acababa de ver la luz y que escondía un odio verdadero a los judíos. Lo firmaba Erich von Ludendorff, antiguo general imperial y jefe militar en la Primera Guerra Mundial, además de comprometido político antisemítico y nacional-populista. El objetivo de los masones sería, en palabras de Ludendorff, la «judaización del pueblo y la construcción de un poder de Jehová». Según afirmaba el autor, el texto, editado por él mismo, tuvo una gran y rápida aceptación, a pesar de que la prensa apenas le dedicara espacio y las librerías lo boicotearan al principio. Hasta finales de 1927 se habrían vendido más de cien mil ejemplares.

Berlín, 4 de noviembre de 1927

(Mú., 9 de noviembre de 1927, 11 h)

Estimado Sr. Himmler:

Hemos vuelto a escribir el mismo día. Este no será el caso ahora, por eso le escribo hoy.

Entonces tiene un poco de mala conciencia, así que parece, «pues», que no ha avanzado mucho con sus nuevos logros. Que no quiera ser bueno podría entenderlo, joven, independiente, claro, pero decente, eso no lo puedo aceptar. Espere al menos a estar en mi adorado Berlín. De repente todo a la vez es demasiado bueno.

Se está tratando lo del estómago, que se mejore.

Cuando solo tiene tratos con gente amoral, usted se alegra. Pero también existen otros individuos, por no hablar de seres humanos. Estaría agradecida al destino si me enseñara unas pocas personas cuya vida tuviera sentido. Me doy cuenta de que la vida, traiga lo que traiga, tiene una misión, un objetivo.

Aguardo el día en que asista a un mitin (nunca he asistido a un mitin político). ¿Qué impresión me causará? ¿No me iré con la sensación de que todo son solo frases? ¿No es romántico poder ayudar a las personas que ni siquiera quieren que se les ayude? Aun así hay que hacerlo, por propia voluntad. Como hay muchos canallas, no es necesario ser uno más. La sangre se subleva contra ello. Ya no puedo abrir el libro de Ludendorf [sic], me indigno por dentro, el que haya habido y que aún haya hombres alemanes libres que solo consideren indigno de ellos el comportamiento exterior.

Permítame que no le hable sobre mis propias preocupaciones. Hasta abril de 1929 no vence mi contrato y quiero aguantar hasta entonces. Y creo que podré con ello. ¡Se puede lo que se quiere! A veces he pensado que no se puede, pero se debe. Por qué se «debe», no lo sé. Seguro que al final soy demasiado cobarde. Cuando se empieza algo nuevo, ¡irá todo mejor! Lo dudo.

Tengo que volver a escribir la segunda mitad de la carta. La primera versión se centraba demasiado en «mí misma». ¿Usted también cuida sus cartas?

Entonces, dentro de un mes estará aquí. ¿Le dejarán quedarse durante un tiempo en Berlín? Podríamos disfrutar de más tranquilidad el uno con el otro, pero que sea así, el futuro nos lo dirá. Espero con ganas la lucha y la ironía. […]

Saludos,

Su M. Siegroth

O. 30, 13 de diciembre de 1927

(Bützow, 17 de diciembre de 1927)

Querido Sr. Himmler:

Así que ha sobrevivido con éxito al «Pequeño París» y cuando esté en B.[erlín] seré testigo de ello[9]. ¿O no?

Cuando leí en el V.[ölkischer] B.[eobachter] que hablaría hoy sábado en Stolp [sic], entendí su telegrama, que, sinceramente, al principio me sonó muy extraño. Se lo agradezco y muchas gracias también por la carta.

¿Qué habrá «pensado»? Seguro que algo muy malo, ya que no lo ha puesto por escrito, ¿o se lo va a guardar hasta que venga? Su proposición es absolutamente correcta. Por favor, no me haga esperar mucho. Si no, en Potsdam será también muy tarde, a las 11:30 no podrá estar allí de ninguna manera, ya que llega a la estación de tren de Stettiner. Y ha olvidado la gran ciudad, no es como Múnich. Ríase tranquilo. Se le da muy bien, como a mí. ¿Un halago?

Recibirá mi carta el sábado, para lo de Parchim fue demasiado tarde. Ayer por la noche regresé muy tarde del cumpleaños de mi padre.

Vaya fastidio estos últimos días. Las Navidades, los muchos encargos, aunque me gusta ir de compras, a veces no tiene ninguna gracia. El teatro me decepcionó.

Sobre Múnich en enero ya hablaremos.

¿Por qué le gusta mi Stolp-Pom.[merania] y no mi Berlín, o no le permite su «cabezota» admitir que Berl. es más cómoda de lo que había pensado? Por favor, no haga de esto un asunto de Estado. Quizá ya me conozca un poco, ¿no? Prefiero concluir porque si no voy a seguir con este tono.

Esta semana volveré a tener invitados en casa, creo que será agradable. La verdad es que me da pena que usted me entienda tan poco, me gustaría seguir con la «ironía». Pero puede ser que se lea de otra manera y no con el sentido que se pretende. Ahora lo dejo, pero volveré a ello.

Dios mío, el Dr. Goebbels parece «judío», incluso el cabello que se peina hacia arriba. De repente me vienen todos mis pecados. Se dejó su lápiz aquí en casa. ¿Cómo ha ido todo en el «Pequeño París»? ¡Qué curiosa!

Hasta luego,

Su M. Siegroth

Himmler visitó a Marga desde el 18 al 21 de diciembre en Berlín. Como siempre, había preparado con antelación un intenso programa, de modo que el mismo día de su llegada partieron juntos hacia Potsdam para visitar el castillo de Sanssouci. La siguiente carta de Marga manifiesta un claro cambio en su relación. No solo se tutean; ahora, además, el tono bromista y cordial de una amistad superficial ha devenido en un trato de confianza y una preocupación propios de los que se quieren.

Cuánto intimaron, esto es, si simplemente se habían declarado su amor el uno al otro o si se habían acostado juntos, no se desprende ni de las formulaciones cohibidas de ella ni de las utilizadas por él en las siguientes cartas. Para Himmler el celibato antes del matrimonio siempre había constituido un principio importante. Es posible que en el caso de una mujer divorciada no le pareciera tan estricto. Por otra parte, su constante admiración por Marga, a la que define como «mujer digna y limpia» (si bien en el sentido tradicional ya no era limpia, puesto que él no era su primer hombre), quizá fuera una indicación de que la abstinencia antes de la boda continuaba siendo, como siempre, algo primordial para él. Por ello se podría pensar que en Berlín solo hablaron del amor que se profesaban y que lo sellaron con unos besos y el tuteo mutuo. En cualquier caso, habían acordado volver a verse en Múnich en enero.

1.[10] O., 30. 21 de diciembre de 1927

(Mú., 23 de diciembre de 1927, 7:30 h)

Se ha hecho demasiado tarde hasta que me he puesto a escribirte, mi querido cabezota. Siento tu cara de decepción y me habría encantado haber escrito antes, pero ha sido imposible. Mañana es Navidad y eso significa calma. Hoy ha venido otra enfermera a visitarme y no podía darle con la puerta en las narices. Menos mal que has llegado a «tu» Múnich y ya estás trabajando. Sé bueno, disfruta de las Navidades y cuídate para que te recuperes un poco. Sé bueno y no te olvides de que entre la temeridad y la cobardía hay un gran trecho. Ayer estábamos charlando y hoy estamos separados. No hay respuestas para las preguntas. Mañana recibiré una carta tuya, querido. Mejoraré, en serio. Lo que se puede, se quiere, y lo que se quiere, se puede, ¿no? Menudo frío anoche, te habrás congelado. ¿Estuviste también donde el «tío doctor»? En enero, ¡aquí!

Mi querido,

Tu Marga

En aquella época Himmler alquilaba en el distrito muniqués de Maxvorstadt una habitación en casa de los Pracher, en el número 2 de la Gabelsbergerstraße. En esta calle se encontraban la Alte Pinakothek y la universidad politécnica, a la que había asistido entre 1919 y 1922. Ferdinand von Pracher era el padrastro del mejor amigo de Himmler, Falk Zipperer, al que conocía desde los años de escuela en Landshut. A pesar de esta familiaridad, él trataba a los padres de Falk con su título de «excelencia». Y aunque cada noche regresaba a ese domicilio, consideraba que su verdadero hogar era la casa de sus padres. Estos residieron entre 1922 y 1930 en un domicilio oficial en el piso superior del instituto de enseñanza secundaria Wittelsbacher, del que su padre fue director hasta su jubilación. Himmler a veces visitaba a los suyos brevemente a la hora del almuerzo; toda la familia solía reunirse los domingos para comer. Himmler pasó las Navidades en la casa familiar con su hermano menor, Ernst («Ernstl»), su hermano mayor, Gebhard, la mujer de este, Hilde, y la hijita de ambos, Mausi. El instituto se hallaba a unas pocas calles hacia el oeste de la habitación que alquilaba, en Marsplatz, un área extensa e inhóspita próxima a las vías del ferrocarril, con vistas a un cuartel y a la carpa del circo Krone, donde Hitler pronunció sus primeros discursos ante un público masivo.

Antes de la Primera Guerra Mundial Maxvorstadt, al norte del centro de la ciudad, y el colindante barrio de Schwabing se conocían por su ambiente bohemio y cultural. No obstante, desde 1925 hubo en Schwabing una sección del NSDAP que, ya ese año, con unos quinientos o seiscientos militantes, era cuatro veces más fuerte que otras secciones del partido en Múnich. En el patio trasero del número 50 de la Schellingstraße tenía su laboratorio fotográfico Heinrich Hoffmann, el fotógrafo de Hitler; en 1925 cedió algunas habitaciones al NSDAP, y hasta finales de 1930 esta fue su sede principal. Las oficinas estaban ocupadas por estrechos colaboradores de Hitler: Philipp Bouhler, director, Franz Xaver Schwarz, tesorero, y Max Amann, gerente de la editorial Eher, propiedad del partido.

En una calle adyacente, en el número 41 de la Schellingstraße, se halló entre 1927 y 1931 la redacción e imprenta del Völkischer Beobachter. En esta misma calle se ubicaba también el bar del que era asiduo Hitler, el Osteria Bavaria. El escritor Oskar Maria Graf, que de 1919 a 1931 vivió en la zona y era cliente habitual de este bar bohemio de estilo italiano, escribió al respecto: «Allí Hitler era el centro de sus futuros “paladines”». Graf le vio allí, entre otros, con Heinrich Hoffmann, Rudolf Heß y Hermann Göring. «El cogotudo y cabezón de Gregor Strasser y Himmler, con sus pequeños ojos y su pinta de jefe de oficina aplicado, iban y venían».

Pocas casas más allá, en la esquina donde confluyen la Amalienstraße y la Theresienstraße, en el número 25, se ubicaba desde septiembre de 1927 la Casa de Fotografía Hoffmann, donde, según se cree, Hitler conoció a Eva Braun en octubre de 1929. La tienda estaba justo encima del famoso café Stefanie, que hasta la Gran Guerra había sido el lugar de encuentro de los artistas de Schwabing, pero entretanto lo frecuentaban los políticos del NSDAP. Himmler conocía bien esta parte de la ciudad, ya que hasta los trece años había vivido con su familia en la Amalienstraße y con su hermano contemplaba a través de la ventana del café Stefanie a los artistas, pobres como ratas, «junto a un vaso de agua y con un palillo entre los dientes», mientras jugaban al ajedrez, tal y como recuerda Gebhard. Seis años más tarde, en 1919, regresó para estudiar, después de los años de colegio en Landshut y un breve interludio como aspirante a oficial. Desde su habitación amueblada llegaba a todas partes a pie: a la universidad, a la casa de la señora Loritz donde almorzaba y cenaba con un grupo de amigos y a los mítines de la asociación de estudiantes Apollo.

El 1 de enero de 1931 la sede del NSDAP se trasladó desde el patio trasero del número 50 de la Schellingstraße al lujoso y costoso palacio Barlow en el número 45 de la Brienner Straße, más conocido como la Casa Marrón, adquirido en julio de 1930. A partir de mediados de enero de 1931 hombres de las SS vigilaban día y noche la entrada al edificio.

Tras la toma de poder por los nazis en 1933, Múnich fue declarada capital del movimiento, a la que se le adjudicó la tarea de, sobre todo, glorificar la historia del partido y su ascenso. Para ello se estableció el centro del poder en Königsplatz y Karolinenplatz, donde cada año se celebraba una conmemoración en recuerdo del golpe de Estado del 9 de noviembre de 1923 con la toma de juramento de numerosos candidatos a ingresar en las SS.

El 25 de diciembre de 1927, un día soleado y cálido, Himmler realizó con su hermano menor el mismo paseo que había dado con Marga en septiembre: «Fuimos por la Maximilianstr., a lo largo del Isar (donde casi nos enfadamos aquella vez) hasta Friedensengel, Prinzregentenstrs., Englischer Garten, Monopterus, Ludwigsstraße, todos lugares que tú conoces bien. Así que te podrás imaginar que no he podido acordarme de ti ni un poco» (25/12/1927).

La siguiente carta (que él sella como la número tres, véase al respecto la explicación que ofrece en la carta número cuatro) es la misiva más antigua que se conserva de Himmler de los rollos de película hallados en Israel.

3) Carta urgente Múnich, 23 de diciembre de 1927, 14 h

¡Mi querida Marga!

Esta mañana llegó tu carta urgente. Cuánto me alegró y qué feliz empecé el día. Hice unos recados, fui a la oficina y regresé a casa a toda prisa y aquí encuentro tu [bonito] paquetito. Qué puedo decirte, ¡mi querida derrochadora!

Déjame que te desee unas felices Navidades. Disfruta de la fiesta y no estés triste ni dudes; debes saber que deberías llamar tuya a una persona que te está profundamente agradecida por tu amor y que todos los pensamientos que le quedan libres cuando la lucha lo permite son para ti y que te quiere y te honra como lo más querido y puro que tiene.

Tienes que creerlo, y debes estar por ello contenta, que celebramos juntos, aunque en la distancia, la Navidad. Te mando mis fotos para que puedas contemplar a tu «cabezota» de cerca[11].

Esta misma mañana he encargado un libro para ti, que creo que te gustará, a ti, la mujer con el bonito pelo rubio y los ojos azules. Mañana por la tarde vuelvo a casa y el domingo y el lunes estaré también allí para poder descansar un poco y estar a gusto. Menuda fiesta sería si mi mujercita estuviera sentada junto a mí y nos diéramos cariño. Mejor que no piense en eso.

Y no te preocupes por mí. Hasta el 6 de enero no hay nada, estaremos tranquilos. Mañana por la mañana iré a casa del tío doctor, antes no ha sido posible. Yo mismo me asombro de lo bueno que soy en realidad. En casa me tengo que controlar bastante para que nadie se sorprenda de mi docilidad. ¿Qué te parece?

Espero que todo el mundo te trate bien, que no tengas que enfadarte por nada y que no tengas que fruncir el ceño. Te acaricio la frente y beso tu boca.

Tu Heini

4) Múnich, en la oficina, 23 de diciembre de 1927, 21 h

¡Mi querida, querida Marga!

Oye, creo que hoy no te he dado las gracias por tu bonito regalo […] Utilizaré la carpeta en los viajes a menudo, para que mi mujercita tenga noticias.

He numerado esta carta, creo que es muy práctico. La numeración empieza a partir de nuestro 18 de diciembre.

Te doy un beso, ¡mi querida mujercita!

Tu Heini

3. O. 30, 22 de diciembre de 1927

(Mú., 1 h, 25 de diciembre de 1927)

Acaba de traerme Ella, la de enfrente, tu querida carta. Te podrás imaginar con qué alivio respiré. Porque esta tarde tengo que celebrar la Navidad, por lo que debo estar un poco en «forma». Mi querido cabezota, cuánto me hizo reír esta palabra, porque menuda cabeza. Has sido bueno, querido, realmente bueno y has dormido. ¿De verdad que puedes ser «bueno»? Lo comprobaré en enero […]

Me encanta tu carta, ojalá yo también pudiera escribir todo eso, no se me da tan bien, pero tú sabes lo que pienso y mi amor por ti. Sabes qué pienso y lo tranquila y calmada que estoy por dentro. Me horrorizan las Navidades, es una fiesta de la tranquilidad, y qué año tan feo hemos tenido. Pero también ha sido bonito, muy bonito, me ha devuelto la creencia en las personas. Puedo volver a creer, a confiar. No sabes cuánto significa eso. Soy muy rica por ti y por tu amor.

Mi querido y amado cabezota, conmigo solo deberías tener alegrías, tanta alegría y amor y bondad como pueda darte. Sabes que las mujeres somos un sexo débil.

Ahora tengo que ir enfrente a la fiesta. Ojalá ya hubiera pasado todo, porque no me gusta mucho hacer de «enfermera jefe». Mi socio, que ya se ha marchado, me ha regalado un cojín grande y bonito. Lo que tengo que aguantar. Coger aire a fondo y, ¡venga!, a divertirse.

Son las 11, con tantos regalos como una princesa, con tantos besos como una amada, he llegado sana y salva a casa. Después de que la parte oficial se hubiera resuelto, solo vi rostros felices y todos me abrazaban. Ahí mi vida volvió a tener sentido. Me ha hecho muy feliz. Cuatro de mis empleados también estaban aquí el año pasado. […]

Te deseo otra vez, mi querido cabezota, unas felices fiestas. Felices y buenos días con mucha alegría y tranquilidad. Lo último lo necesitas. ¿Sigues enfadado con Berlín? Me entristece. No puedo hacer nada. A mí me da igual, no me molesta. Mi hogar es mi mundo. […]

Mi querido, buen y amado cabezota, recibe un saludo,

Tu Marga

7) Múnich, 26 de diciembre de 1927, 23 h

En mi habitación, Gabelsbergerstr.

¡Mi querida mujercita!

Son aproximadamente las 11 h. Acabo de llegar en tranvía de casa de mis padres y estoy en mi bonita habitación que ahora es mi auténtico hogar. Me he puesto mi vieja zamarra, me la dieron hace diez años, cuando muy joven ingresé como soldado en el Ejército alemán. No hay nadie más en la vivienda, solo yo. En la cocina, que aún me resulta extraña, me he buscado lo necesario y me he hecho un té y ahora estoy aquí sentado y quiero poner sobre papel algunos de mis pensamientos, ¡difícil empresa! Qué bonito fue hace ocho días, cuando supe después del trabajo que podría pasar un par de maravillosas horas con mi mujercita, que me vendrán muy bien, y podremos charlar y decirnos todo aquello que de otro modo nunca contaríamos, porque la otra gente no nos entiende, ya que somos demasiado orgullosos como para mostrarle a cualquiera un pedazo de nuestra alma, de la que podrían reírse.

Y así continuará siendo con los demás. Y los dos tenemos que apañárnoslas con el papel y decir con palabras lo que nuestras almas susurran y sienten, tan solo con la vibración del sentimiento, sin ninguna materia superando todas las distancias.

Tengo que informarte sobre todo lo que he hecho, sino mi mujercita «mala» no creerá que también puedo ser «bueno». Entonces, el sábado por la mañana no me levanté hasta las 8:30 h, estuve charlando con mi amigo Falk hasta las 11 h, más o menos, cuando se fue con unos parientes a Schliersee. A las 11 h estaba en la oficina. Allí solo me topé con un par de señores, los empleados tenían permiso para quedarse en casa. A las 2 h a comer. A las 2:30 h al médico. Ya te envié los buenos resultados. Y ahora vuelve a decir que soy un «cabezota», eso no es así. Un par de recados más y de vuelta a la oficina. Trabajé en unas cosas y luego me fui rápido a casa, empaqueté mis trastos y me puse en camino. De repente me di cuenta de que no tenía ninguna cosilla para Mausi, mi sobrinita, así que cogí una pequeña pelota de colores que se puede atar a las vigas del techo. Ya tenía todo y conduje el coche a toda velocidad a casa de mis padres, llegué con puntualidad militar (excepcionalmente oigo decir a alguien). Una gran alegría por el hijo pródigo, por supuesto. Como todos los años una bonita celebración ante el alto pino (cuatro metros) y el belén iluminado. Sobre las 8 (20 h) fuimos a casa de mi hermano casado, que vive a diez minutos de la casa de mis padres, y pasamos la noche con él y su querida y buena mujer. Mi hermano Ernst y yo fuimos a las 12 h como cada año a la misa del gallo. No suelo ser un gran devoto de la iglesia, pero en la misa suelo serlo siempre, sobre todo en una sagrada catedral gótica. No suelo importunar mucho a Dios, tanto en épocas buenas como malas, con mis cosas y preocupaciones, pero pedí por ti, querida, y por nuestro amor.

Después de los maitines regresé a mi habitación y encontré tu querida carta y entonces sentí la alegría de la Navidad. Te escribí una carta urgente, la llevé al tren y luego estuve con mi leal hermanito hasta las 3 h en casa (Marsplatz, padres). (Te lo aclaro siempre, porque si no no sabrás a qué me refiero, yo lansquenete, con «casa»). Leí una vez más tu querida carta y dormí plácidamente hasta el mediodía. Por la tarde, desde las 14 h a las 17 h, estuve de paseo con Ernst, al que te describí ayer, y luego vinieron mi hermano Gebhard y su mujer a tomar el té y se quedaron hasta la cena. Estuvimos charlando. Después de cenar jugamos hasta la noche con nuestros padres a dos juegos de sociedad, inofensivos y alegres, como si aún fuéramos niños. A las 12 de la noche te escribí otro par de líneas. La verdad es que fui un poco vago, pero sabía lo buena mujercita que eres y que no te enfadarías si la carta resultaba un poco más breve. Volví a dormir divinamente. Esta mañana he ido con Ernst a la ciudad y te he escrito un par de líneas más. A las 12 h fuimos a misa, y de vuelta a casa de mis padres. Hacía malo, así que no se podía pasear. Desde las 14 h a las 4:30 h fuimos —no lo creerás— al cine (no a tu querido cine en Múnich, sino a otro). Vimos la película sobre Cristo Rey de reyes. La película me ha gustado mucho. Salvo por algunas tergiversaciones y algo de cursilería, es muy buena. Después, a casa. Estuvimos conversando y luego, Ernst y yo fuimos a visitar brevemente a Gebhard, su mujer y su hijita. Después de la cena, jugamos un poquito. Y con esto, habían pasado ya dos días de tranquilidad e inocencia en casa de los padres. Aunque estaba muy a gusto, a las 22 h me tuve que ir, quería estar solo para poder estar contigo.

Cuánto me alegro de que tu gente haya sido agradable contigo, te lo has ganado ante Dios, buena mujer. ¿Ves?, ahora se me ocurre una frase que te gustará y que me repetía y repito con frecuencia cuando a veces la gente me desespera: «Incluso el peor de los hombres está conectado a la humanidad por un fino alambre». Esto se suele ver en una fiesta como esta, cuando las almas más ásperas quizá por un momento son buenas y agradecidas.

En tu carta te refieres a lo de «pequeña». Ah, te puedo imaginar claramente en tu clínica y, ya sabes, que aquella vez en la estación de tren rápidamente te consideré una mujer con mucha energía, y aun así, eres para mí mi «pequeña» mujer, a la que siempre me gustaría proteger en mis brazos, para que nadie pueda hacerle daño. Y además, querida pilluela, esto no te lo tengo que aclarar, no te debería desairar, sabes bien qué significa. Este es el destino del «gigante derribado», así que se queda en «querida mujercita».

También escribes sobre Berlín. Le tengo cariño a Berlín porque tú estás allí, igual que se lo tendría al pueblo más pequeño y pobre si ese fuera tu hogar. El sistema de Berlín que no te alcanza, buena y pura mujer, lo odio y lo odiaré siempre. Pero por eso no debes estar triste, no he pensado ni por un momento que pudiera entristecerte. Así que no estés más triste, querida mujercita.

Para terminar: ten por seguro que siempre seré el mismo. Hazme el favor y no te preocupes más, como deduzco de la última parte de tu carta.

Igual que hace ocho días estabas sentada junto a mí y te sentías a salvo, siempre, siempre podrás sentirte así. Una vez te dije que nunca te defraudaría y en eso puedes confiar, igual que yo confío en tu amor. Por lo que no puedo responder es por mi destino. Mi preocupación es siempre la misma: si tengo derecho a causar a una persona a la que profeso amor infinito, quizá debido a ese amor, muchas y amargas preocupaciones. No puedo huir de mis obligaciones y quizá te atraiga a ti a un remolino de preocupación, pena y destino. Nosotros los lansquenetes de la lucha por la libertad alemana deberíamos permanecer aislados y proscritos. Mi querida niña, piensa en todo esto, no lo he escrito de forma atolondrada, sino porque hoy ya me puedo imaginar lo horrible del futuro y porque te quiero de verdad. En cualquier caso nunca serás una carga para mí, no debes tener nunca ese pensamiento, pero el que pueda causarte inquietud y pena me abruma. Sobre esto quiero hablar contigo en persona.

Mañana recibiré otra preciosa carta tuya y por la noche te escribiré. Ahora hay que terminar, es la 1:30 h, pero voy a llevar la carta a correos, que está a unas pocas casas de aquí.

Te abrazo y te beso, mi querida mujer,

Tu Heini

Para el bávaro Himmler, Berlín era el antimundo, el símbolo del «odioso sistema» de la democracia de Weimar. Las opiniones sobre Berlín difieren desde que la ciudad tomó un tremendo impulso como capital del Reich alemán, fundado en 1871. Para unos era el epicentro de la cultura urbana y la vanguardia artística, los avances científicos y la industria. Para otros representaba la esencia de la abominable modernidad, un lugar de vicios y decadencia consecuencia del capitalismo codicioso. Para la derecha popular, la metrópolis era el objetivo de ataque por excelencia y la pantalla de proyección a la que se atribuían todos los rasgos negativos de una sociedad moderna. Además, Berlín era un baluarte del movimiento obrero. La contrarrevolución arremetía contra la hegemonía de socialdemócratas y comunistas; el «Berlín rojo» debía caer de una vez.

No obstante, Marga vivía en Berlín y no quería que el muniqués Himmler calumniara su ciudad. «Espere al menos —le apaciguaba— a estar en mi adorado Berlín» (04/11/1927); bromeaba con él: «¿Por qué le gusta mi Stolp-Pom.[merania] y no mi Berlín, o no le permite su “cabezota” admitir que Berl.[ín] es más cómoda de lo que había pensado?» (13/12/1927); o buscaba compasión: «¿Sigues enfadado con Berlín? Me entristece. No puedo hacer nada. A mí me da igual, no me molesta. Mi hogar es mi mundo» (22/12/1927). Lo que él intenta retomar en la carta siguiente: «Le tengo cariño a Berlín porque tú estás allí, igual que se lo tendría al pueblo más pequeño y pobre si ese fuera tu hogar. El sistema de Berlín que no te alcanza, buena y pura mujer, lo odio y lo odiaré siempre» (26/12/1927). Con todo, Marga paulatinamente cambiará de opinión y se apropiará del resentimiento de su prometido. A comienzos del nuevo año seguía tomándole un poco el pelo ante su inminente vista a Berlín: «No debes temer la “gran ciudad”, haré todo lo posible para protegerte» (04/01/1928). O: «Piensa que Berlín es una gran ciudad (ya imagino tu pregunta: ¿qué tipo de gran ciudad?) pero la gente sabe conducir coches y un granuja no se pone en peligro por eso. En la ciudad pequeña primero hay que aprender, quiero decir, aprender a conducir. Pero si todavía tienes miedo de Berlín, entonces escribe por favor a tiempo, recogeré al lansquenete miedoso y le protegeré bien y seré agradable con él» (02/02/1928). Sin embargo, a medida que va quedando claro que ella se irá de Berlín, su imagen de la ciudad se altera y escribe: «qué bien que ya no tenga que seguir viviendo en esta suciedad» (13/02/1928). O lo siguiente: «Berlín está demasiado contaminada, solo se habla de dinero» (22/04/1928). Mas una cosa tiene clara: ¡se casará en Berlín!

6. O. 30. 28 de diciembre de 1927

(Mú., 30 de diciembre de 1927, 10:30 h)

Mi querido, mi amado, esta mañana llegó pronto tu querida carta como siempre. Pedí un té y el correo sobre las 9 y Hanna apareció con las palabras «aquí está la carta», había dejado todas las demás aparte. La leí enseguida, todo amor y bondad. Fuiste bueno y escribiste una carta bien larga. Mi querido, amado cabezota, eso lo sigues siendo, ¿no?, y bien satisfecho que estás con eso de que «seas» tan bueno. Ya sé que no existe serás. La verdad es que varias veces me he reído con ganas con tus palabras.

Escucha. Sobre la zamarra, ¿no había calefacción? Y compraste una pelota, me habría gustado verte, y luego la buena y cariñosa mujer de tu hermano, suena extraordinariamente bueno, me hizo reír a carcajadas.

He estado bien estos días, hemos vuelto a estar un poco más ocupados. Escribir un poco, compras y por las tardes visita de mis padres ayer, hoy Helmut, mañana espero que nadie. El viernes por la tarde al teatro, el sábado Nochevieja. Mis padres[12], Ella y yo nos juntaremos y daremos un paseo por Berlín. No he hecho nunca nada de todo eso.

¿En qué sección de los «gigantes» te sitúas tú? Llevaré con orgullo mi destino, tú me ayudas, querido cabezota, ya que los gigantes «derribados» no pueden hacerlo solos.

Hablas de mi «querido cine», se dice «cine del pueblo», a lo hecho, pecho.

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