Hija

Hija


Diario 14

Página 29 de 50

Diario 14

Con muchas diferencias, Cecilia está modelada sobre la imagen de Mary, una señora que trabajó doce años en mi casa, cuando mis hijas eran chicas. Nos queríamos mucho y nos tratábamos de usted (no era paraguaya). Sus tres hijas eran mayores que las mías y en algún momento trabajaron conmigo de baby-sitters. Mary era gorda y sufría. En los grupos de ALCO (Asociación de Lucha contra la Obesidad) encontró ayuda.

De pronto, así porque sí, mi querida señora Mary, una persona que había sido perfectamente normal, entró en un estado de depresión gravísima que le cambió la expresión de la cara. Su depresión se agravó hasta llegar al punto en que tuvo que dejar de trabajar porque ya no podía levantarse de la cama. La trataron con una batería de antidepresivos. Un día vino a casa a saludar y parecía otra. Tenía la cara torcida, deformada en una mueca, los ojos brillantes, extraviados. Hablaba con un discurso incoherente, no conseguía terminar una frase y usaba constantemente la muletilla «usted me entiende», «usted ya sabe», para completar los agujeros.

La señora Mary (siempre la llamamos así) fue una persona sensata, inteligente, tranquila y alegre. Mis hijas la querían tanto como yo. A los treinta y nueve años se volvió loca y nadie pudo hacer nada por ella. Durante un tiempo la seguí por muchos y diversos psiquiátricos del conurbano. La obra social de su marido, que era ordenanza en un ministerio, le proveía internaciones y atención médica, pero no tenía un psiquiatra que siguiera su caso. Los médicos, que iban a los lugares de internación de vez en cuando, siempre la estaban viendo por primera vez. Mary entraba y salía de los loqueros y no había nadie que centralizara la información sobre su enfermedad, nadie con quien hablar, nadie que se interesara en ella como persona, nadie que la conociera, nadie que pudiera explicarnos qué le pasaba y por qué. Varias veces fui a visitarla con su marido. Alguna vez la encontramos lastimada, siempre nos decían que se había caído por la escalera o se había golpeado con una puerta. Los medicamentos que controlaban sus síntomas la convertían en una cosa torpe, indiferente y pasiva que chupaba caramelos para atenuar la sequedad de la boca, sucia de saliva seca en las comisuras. Cuando estaba sin dopar, gritaba y se defendía contra enemigos para nosotros invisibles, recibía mensajes a través de la radio y televisión, o de carteles que aparecían en el aire, oía voces que la torturaban. No hay palabras capaces de contener el sufrimiento de sus hijas, que en ese momento eran adolescentes y no querían verla, no soportaban verla así. Nunca se recuperó.

Ir a la siguiente página

Report Page