Hija

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Diario 17

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Diario 17

Otra novela de hijo difícil: Tenemos que hablar de Kevin. En la ficción, los hijos malos tienden a ser varones. ¿En la realidad también? Sin duda los varones tienen, hasta ahora, aun en esta etapa de la humanidad, mayor propensión a la violencia. ¿Cultura, genes, testosterona? Una sabia combinación, probablemente, como todo lo que le sucede a los humanos.

Tenemos que hablar de Kevin es una novela de la escritora norteamericana Lionel Shriver, y sirvió de base para una mala película. El libro, sin embargo, es bueno. Y aterrador.

La novela está escrita en primera persona. La madre escribe cartas al padre ausente. Su apellido, Katchadourian, es un gran acierto: remite a una familia armenia, le da savia y vida a una historia familiar. Todas las acciones están fechadas con prolija atención y relacionadas con la historia política del país, cada hecho acontece en un barrio en particular, en un lugar bien definido, bien descripto. ¡Ah, las precisiones de la novela! ¿Es posible sortearlas?

Eva, la madre de Kevin, no es una mujer promedio, una madre promedio. El hijo es un monstruo desde su nacimiento mismo, pero sólo ella lo sabe. ¿O lo provoca? Eva no quiere a su hijo. Realiza con corrección mecánica todo lo que se espera de una madre, pero reconoce una profunda falsedad en esa especie de imitación de un amor que no siente. ¿Eva no quiere a su hijo porque comprende desde el primer momento que Kevin es un monstruo o viceversa?

Eso me recuerda otra novela sobre esta cuestión que configura ya un subgénero temático, el de los hijos perturbadores. (¿Pero acaso no lo son todos?) Es El quinto hijo, de Doris Lessing. ¿Quién es, qué es ese quinto hijo que viene a trastocar, a deformar la felicidad de la familia? La continuación, Ben en el mundo, me resultó decepcionante. La duda se resuelve, la historia se encamina hacia la ciencia ficción y Ben resulta ser una extraña combinación de antiguos genes, una especie de homínido anterior al Homo sapiens. Era fascinante, en cambio, pensarlo como un hijo más, y sin embargo diferente, luchando, desde el embarazo mismo, contra el cuerpo extraño, amenazador de esa madre, el cuerpo ajeno del que se alimenta.

Vuelvo a la madre de Kevin, gran personaje. Es una mujer dura consigo misma, consciente de sus errores y sus falencias, de su frialdad y su falta de amor verdadero hacia su hijo: toda su capacidad de pasión está puesta en la relación con su marido y, después, en el amor por su hija menor. La madre de mi novela, en cambio, pivotea entre la confusión y el desconcierto, no entiende el mundo que la rodea, no entiende lo que pasa con su hija. En términos generales, no entiende. Ama desaforadamente a Natalia con un amor pesado, constante, irrevocable.

Para los efectos de la fiesta en casa de Pilar, usé datos de una situación real. Cierta vez tuve que ir a un salón donde se había hecho una fiesta de fin de año del colegio de mis hijas, porque una de ellas había perdido su billetera. Me recibió el dueño del lugar y un socio, dos personas de mi edad. Asqueados y furiosos, atacándome como si yo fuera la responsable personal del estropicio, me llevaron a ver el salón en el que se había realizado la fiesta. Por primera vez entendí por qué mis hijas no aceptaban mis propuestas de hacer una fiesta en casa, un asalto, proponía yo, con el vocabulario y la inocencia de una adolescente sesentista. Además de otros desastres (el caos y la destrucción que habían logrado los chicos usando una manguera de incendios era indescriptible), el suelo del salón estaba literalmente cubierto hasta unos veinte centímetros por un par de capas de botellas, petacas, cartones de bebida. Era difícil imaginar cómo y por dónde se movían o bailaban los que participaban en la fiesta. La escena no me hubiera servido a efectos literarios: daba miedo, pero, sobre todo, era inverosímil.

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