Hija

Hija


Diario 2

Página 5 de 50

Diario 2

La imperfección del imperfecto a la hora de narrar. Estoy escribiendo el segundo capítulo, tal vez demasiado largo, en un penoso pretérito imperfecto: salían, comían, entraban, saltaban, pensaban, sentían. El imperfecto no es un tiempo narrativo. Sirve para contar cómo eran las cosas, no sirve para contar qué pasó. Curiosamente, esta era una dificultad que tuve en mis primerísimos intentos de narrar, cuando trataba de pasar de la poesía al cuento. Por alguna razón, podía describir sin problemas cómo era todo, y fracasaba a la hora de contar qué pasó entonces. No me resultaba natural, debía forzarme, impostar la lengua, para poder romper la red de la situación, para irrumpir en el relato. Entonces, de golpe, una vez, milagrosas palabras que convocan al pretérito indefinido. De pronto, un día irrumpió la acción, se produjo la magia, me encontré narrando. Pero no tuvo nada de mágico. Fue lento, consciente y forzado.

Ahora me pasa algo parecido. Por algún motivo siento la necesidad de seguir contando qué pasaba, antes de llegar a lo que pasó. Quizá porque estoy intentando una historia de vida, una historia que debe desarrollarse a lo largo de muchos años. ¿Qué hacen, cómo hacen los demás?

Estoy leyendo un libro de Herta Müller Todo lo que tengo lo llevo conmigo. Es una novela acerca de un campo de trabajos forzados en Rusia, en la posguerra, adonde tienen encerrados a cientos de jóvenes rumanos de habla alemana. En otros libros (El hombre es un gran faisán en el mundo), para relatar las historias más crudas y brutales, Herta Müller despliega una prosa poética bellísima, compleja, difícil, inmensamente placentera. Este libro, que no carece de poesía, está escrito, en cambio, de una manera sencilla y directa. Llevo leídas unas doscientas páginas de pretérito imperfecto con brevísimas escenas de acción que sirven casi para ilustrar las descripciones. Entonces, es posible.

Información: C. y R. me hablaron largamente del contrabando o cuasicontrabando de autos holandeses en los setenta. C. los llevaba a Madrid por cuenta de otro, R. «importaba» combis personalmente a París. Me dieron información fascinante y muchísima más de la que necesitaba para esta novela. Cuando llegó el momento de utilizarla, me di cuenta de que si avanzaba por ese terreno, me iba a desviar demasiado de mi objetivo. Sin embargo, me alegro de haberles preguntado: aunque aparezcan sólo dos frases sobre un tema, deben ser coherentes y sin errores.

Entrevisto a mi amigo X., artista plástico, para obtener información sobre las actividades de Guido en París. X. fue refugiado político en Europa. Nos encontramos en La Biela, un café que fue de los jóvenes en los sesenta. Pero no de los jóvenes hippies, ni de los militantes, ni de los intelectuales. Nosotros preferíamos los cafés de Corrientes: El Colombiano, el Ramos, La Paz, el Politeama, el Foro, La Giralda. Sólo aquellos a los que llamábamos bananas iban a los cafés de Libertador o a La Biela, que ha demostrado tener una clientela ridículamente fiel. Son ellos, son los mismos, son los chicos que llegaban con sus motos en los años sesenta-setenta y ahora tienen como mínimo sesenta-setenta años. Sin motos.

X. no vivía en París en esa época. En cambio me informa con mucha precisión acerca de los elementos que podía tener Guido en su estudio. Qué pinceles, qué lienzos, qué colores, sabe incluso en qué tienda de París se compraban.

Hoy el mundo ha descubierto Buenos Aires y lanza constantes hordas de turistas sobre la ciudad. La Biela está en la zona turística por excelencia. Detrás nuestro una pareja baila muy bien el tango y la milonga. El sonido molesta bastante en la grabación pero el día está lindo y preferimos quedarnos afuera. X. me habla con mucha precisión de los objetos materiales, pero recuerda menos el tipo de discusión que podía haber en el ambiente artístico. Yo insisto. ¿Qué artistas eran consagrados, cuáles eran polémicos? ¿Le Parc? ¿Warhol? ¿Minujin? ¿Cuáles eran Los Temas? Me habla mucho de instalaciones pero yo tengo dudas. ¿Se usaba esa palabra en los años setenta? Creo haberla escuchado por primera vez hace unos quince o veinte años. Aunque quizá sí se utilizara ya en el ambiente de las artes plásticas. Y el arte social. Claro, tiene razón. Eso sí lo recuerdo con intensidad. El muy reciente (en los setenta) reinado de los posters, el arte de denuncia, el arte colectivo, el arte por todos y para todos. ¡Ah, la memoria! Ese paisaje falso, un decorado grosero plagado de dudas y mentiras.

Ir a la siguiente página

Report Page