Hija

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Diario 3

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Diario 3

Mi amiga L. vivió quince años en París. Yo sabía que en algún momento había trabajado como niñera de las hijas de un embajador africano. Esa experiencia podría haber reavivado en mi personaje el deseo de tener hijos. Empecé a escribir el capítulo sin hablar con L. Mi embajador imaginado estaba casado con una compatriota, tan negra como él, y también era negro todo el personal de la casa. Yo quería que mi amiga me contara su experiencia real pero L. es muy reservada, no habla mucho de su vida en París, y temía molestarla con mis preguntas. En realidad, odio interrogar a la gente, por más que la experiencia me haya enseñado que ninguna historia inventada es tan fascinante y tan poco convencional como la realidad.

Finalmente nos encontramos en un café famoso por la calidad y variedad de su tortas. Estábamos en 2012 y ya no se usaba en Buenos Aires la palabra confitería, que hubiera descripto el lugar quizá con más precisión. Con cada café nos trajeron una pequeña y deliciosa muestra de la repostería de la casa. Mientras la mousse de chocolate se nos deshacía en la boca, descubrí todo lo que L. había olvidado. Habían pasado treinta años y mi amiga no recordaba cómo había conseguido el trabajo, dónde quedaba el piso del Embajador, a qué país representaba. Sólo recordaba que el inglés era su lengua nativa. En cambio se acordaba muy bien de su esposa peruana y me contó que todo el personal de servicio era blanco, como solía suceder en otras embajadas africanas. Me pareció razonablemente justo.

Las chiquitas, en realidad, no eran mellizas, sino que tenían tres años de diferencia: la mayor tenía cinco años. L. presenció con culpa, con humillación y con miedo, la escena del castigo. Renunció poco después, aduciendo motivos personales.

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