Hija

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Diario 19

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Diario 19

¿Es válido contar una novela en episodios? Pero aún organizada (o desorganizada) en episodios, una novela podría tener una trama. La vida, sin embargo, no tiene trama. Apelo, entonces, a uno de los más viejos, repetidos y gastados recursos, la misma justificación que se ha usado para explicar la necesidad del naturalismo, el surrealismo, el teatro del absurdo: el redescubrimiento de la realidad.

La literatura es siempre artificio, palabras que sólo pueden ser verosímiles, nunca verdaderas, porque la verdad, esa curiosa construcción, no está en el discurso, sino en los hechos, en la misteriosa, inasible, tal vez inexistente realidad, en el misterioso, inasible, tal vez inexistente pasado. Así ha reclamado siempre cada escuela literaria ser mucho más realista que los cultores del supuesto realismo.

La novela, pobrecita, no ofrece muchas variantes en este aspecto, o tiene trama o tiene viaje. Desde la Odisea en adelante, el viaje es el gran recurso para enhebrar episodios. En la novela picaresca, el personaje viaja de un amo al otro, como en mi propia novela, Los amores de Laurita, en que la protagonista viaja de un hombre a otro. Una historia de vida es un viaje por el tiempo. Si quiero que sea algo más que un rosario de episodios enhebrados por un hilo, debo conseguir que mis personajes crezcan y cambien.

Para obtener los materiales del Proyecto Alegría, conversé con mi prima B., que alguna vez estuvo en una de esas reuniones de padres y por suerte no le resultó necesario avanzar más allá. Las historias de los otros padres la persuadieron de que el caso de su hijo no era grave.

Me arrepentí un poco de haberla invitado a tomar un café. Mi prima, que es una persona muy exigente y un poco gourmet, rechazó el primer cafecito porque estaba frío, el segundo porque estaba quemado, y tomó el tercero de muy mala gana mientras me contaba su historia. De su experiencia con el Proyecto Alegría, sacó la conclusión (quizás equivocada o no aplicable a todos los casos) de que obligar a una persona a participar en el hospital de día era una medida excelente y necesaria en un caso de adicción severa, y que podía ser negativa y provocar incluso el efecto contrario en alguien que alguna vez usaba o había usado drogas livianas. Habían pasado muchos años, su hijo estaba muy bien y no se arrepentía de su decisión. Siempre le quedó la curiosidad de saber qué fue de aquella chiquita y su madre que fumaban tan orgullosa y desesperadamente tabaco cargado de nicotina, esa droga legal, adictiva y destructora. Hoy, me decía B., mientras se consolaba de la prohibición de fumar en los cafés sosteniendo un cigarrillo apagado entre los dedos, no les habrían permitido fumar cigarrillos así, en un ambiente cerrado.

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