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Primera parte » 90

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Einsatzgruppen, una vez metidos en faena, procedían siempre más o menos de la misma manera: hacían cavar una gigantesca zanja, llevaban allí a centenares e incluso a millares de judíos o de supuestos opositores recogidos de las ciudades o de los pueblos circundantes, los alineaban en el borde y los ametrallaban. En ocasiones, los ponían de rodillas para dispararles un tiro en la nuca. Pero la mayoría de las veces ni siquiera se molestaban en comprobar si todos estaban muertos, y unos cuantos llegaron a ser enterrados vivos. Algunos sobrevivieron, protegidos debajo de un cadáver, medio muertos ellos mismos, mientras esperaban que cayera la noche para subir a la superficie escarbando en la tierra bajo la que estaban sepultados (pero esos casos fueron verdaderamente milagrosos). Varios testigos han descrito el espectáculo de esos cuerpos amontonados los unos sobre los otros, cual masa hormigueante de la que se escapaban los gritos y los gemidos de los que agonizaban. Las zanjas eran cerradas de nuevo inmediatamente. En total, con este método primitivo, los

Einsatzgruppen liquidaron alrededor de un millón y medio de personas, judíos y otros, pero sobre todo judíos.

Heydrich, en compañía unas veces de Himmler, otras de Eichmann o de Müller, asistió a varias de esas ejecuciones. Durante una de ellas, una mujer joven le tendió su bebé para que lo salvara. La madre y el niño fueron abatidos allí mismo delante de él. Heydrich, más hermético que Himmler ante cualquier forma de sensiblería, no se desmayó. Pero, sin embargo, impresionado por la crueldad de la escena, se preguntó por la pertinencia de esa modalidad de ejecución. Y, como a Himmler, le inquietó su desastroso efecto en la moral y los nervios de sus valerosos SS. Mientras lo pensaba, destapó su cantimplora y echó un trago de

slivovice. El

slivovice es un aguardiente checo hecho a base de ciruela, muy fuerte y, en opinión de numerosos checos, nada bueno. Gran bebedor, Heydrich debió de cogerle gusto a raíz de vivir en Praga.

No obstante, transcurrirá todavía cierto tiempo antes de llegar a la conclusión de que sus

Einsatzgruppen no constituyen necesariamente la solución ideal para resolver la cuestión judía. Cuando en julio de 1941 efectuó su primera inspección con Himmler, también en Minsk, donde ambos fueron en el tren especial del Reichsführer, Heydrich, al igual que su jefe, no halló nada censurable en la matanza a la que había asistido. Hubieron de pasar varios meses hasta que uno y otro comprendieran que tal procedimiento hacía entrar al nazismo y a Alemania en una esfera de barbarie que corría el riesgo de granjearle al Tercer Reich la condena de las generaciones futuras. Había que hacer algo para remediarlo. Pero el desarrollo de las matanzas estaba tan avanzado que el único remedio que encontraron fue Auschwitz.

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Sorprendentemente, durante este sombrío y horrible periodo, el número de matrimonios checos aumenta. Incluso hay una razón para ello. El Servicio de Trabajo Obligatorio, a comienzos de 1942, sólo concierne por el momento a los solteros. Por eso es notable un aumento significativo de ciudadanos checos que se casan apresuradamente. Pero como era de esperar el asunto no pasa desapercibido a la mirada inquisitorial de los servicios de Heydrich. Se decide por tanto que el STO checo se extienda a todos los ciudadanos checos varones sin restricción alguna. Así, decenas de miles de trabajadores checos, casados o solteros, serán enviados a la fuerza a las cuatro esquinas del Reich con el fin de servir de mano de obra allí donde se necesite, es decir, por todas partes, ya que la Wehrmacht se traga a los trabajadores alemanes por millones. Se cruzan allí polacos, belgas, daneses, holandeses, noruegos, franceses, etc.

Esta política no carece de efectos secundarios. En uno de los numerosos informes de la RSHA que aterrizan invariablemente sobre la mesa de Heydrich, puede leerse:

«Desde diferentes lugares del Reich, donde están empleados millones de trabajadores extranjeros, oímos hablar de casos de relaciones sexuales con mujeres alemanas. El peligro de debilitamiento biológico está en constante aumento. El número de quejas relativas a jóvenes de sangre alemana que buscan trabajadores checos para mantener relaciones sentimentales no deja de multiplicarse.»

Supongo que Heydrich, después de leer ese informe, pondría mala cara. Besar a extranjeras no es algo que a él le moleste en absoluto. Pero que mujeres arias ardientes busquen aparearse con unos metecos, eso le repugna, y supone una razón añadida para despreciar a las mujeres en general. Es cierto, sin embargo, que Lina jamás podría hacer una cosa semejante, ni siquiera para vengarse de sus infidelidades: Lina es una verdadera alemana, de sangre pura, de sangre noble, que antes preferiría matarse que acostarse con un judío, un negro, un eslavo, un árabe o cualquier otro hombre de una raza inferior. No como esas puercas sin conciencia, que no merecen ni ser alemanas. Las pondría a todas en un burdel, y cuanto antes, o en esos criaderos de arios, esos picaderos donde las jóvenes rubias esperan a que las monten los sementales de las SS. Habría que ver entonces si alguien se quejaría.

Me pregunto cómo los nazis acomodaban su doctrina a la belleza de las eslavas: no sólo pueden encontrarse en la Europa del este las mujeres más bellas del continente, sino que con frecuencia además muchas de ellas son rubias con ojos azules. Por otra parte, cuando Goebbels mantuvo relaciones con Lida Baarová, espléndida actriz checa, no parece que se planteara demasiadas cuestiones sobre la pureza racial. Quizá no dejara de pensar que su belleza fatal la hacía apta para la germanización. Si pensamos en el físico degenerado de la mayoría de los dignatarios nazis —y Goebbels con su cojera es uno de sus más genuinos especímenes—, no podemos más que reírnos al imaginar ese temor al «debilitamiento de la raza» que los obsesionaba tanto. Pero en cuanto a Heydrich, evidentemente, la cosa es distinta. Él no es un retaco moreno y su físico porta en alto el estandarte de la germanidad. ¿Se lo creía? Pienso que sí. Siempre es fácil creer en lo que nos favorece y mejora. Recuerdo esta frase de Paul Newman: «Si no hubiera tenido los ojos azules, jamás habría hecho la carrera que hice.» Me pregunto si Heydrich pensaría lo mismo.

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Una vez más, he caído por azar sobre una obra de ficción relativa a Heydrich. Esta vez se trata de un telefilm,

El crepúsculo de las águilas, sacado de una novela,

Fatherland, de Robert Harris. El personaje principal está representado por Rutger Hauer, el actor holandés consagrado por su inmortal papel de replicante en

Blade Runner, de Ridley Scott. Aquí hace el papel de un comandante de las SS que sirve en la policía criminal (la Kripo).

La historia se desarrolla en los años sesenta. El Führer reina en Alemania. Berlín ha sido reconstruida según los planos de Albert Speer y parece una ciudad que mezcla los estilos barroco, art nouveau, mussoliniano y abiertamente futurista. La guerra continúa contra Rusia, pero el resto de Europa está bajo el dominio del Tercer Reich. Sin embargo, es una época de deshielo de las relaciones con Estados Unidos. Kennedy tiene que encontrarse con Hitler en los próximos días para firmar un acuerdo histórico. En esa ficción, es el padre, Joseph Patrick, y no el hijo, John Fitzgerald, quien ha sido elegido presidente. Como se sabe, el padre de JFK nunca ocultó sus simpatías nazis. El relato se basa en el principio de: «¿Y si…?» Construye una historia alternativa a partir de una hipótesis, que aquí es la de la perennidad del régimen hitleriano. Eso se llama una ucronía.

En este caso, ésta toma la forma de una intriga policiaca: altos dignatarios nazis aparecen misteriosamente asesinados. Con la ayuda de una periodista americana, llegada para cubrir la visita de Kennedy, el inspector de las SS que representa Rutger Hauer descubre el nexo que une a todos esos muertos: Bühler, Stuckart, Luther, Neumann, Lange… todos ellos participaron en una misteriosa reunión veinte años atrás, en enero de 1942, organizada en Wannsee por Heydrich en persona. Heydrich, en los años sesenta, se ha convertido en ministro, Reichsmarchall en el lugar de Goering, y en cierto modo en el número dos del régimen. Hitler, para no comprometer el acuerdo que debe firmar con Kennedy, manda hacer desaparecer definitivamente a todos aquellos que participaron en la reunión, con el fin de que nunca se llegue a revelar lo que se trató en ella. Fue allí, en efecto, el 20 de enero de 1942, donde la Solución Final fue oficialmente interiorizada por todos los ministros concernidos en mayor o menor medida. Fue allí, bajo la égida de Heydrich, asistido por su fiel adjunto Eichmann, donde se planificó la exterminación por gas de once millones de judíos.

Uno de los participantes, Franz Luther, representante en aquella reunión de Ribbentrop en tanto que ministro de Asuntos Exteriores, no quiere morir. Tiene en su poder pruebas irrefutables del genocidio de los judíos y pretende vendérselas a los americanos a cambio de asilo político. El mundo entero ignora por completo el genocidio: oficialmente, los judíos europeos fueron deportados, pero se establecieron en Ucrania, donde la proximidad del frente ruso impide que ningún observador internacional pueda ir a verificarlo. Luther, justo antes de que le llegue el turno de ser asesinado, contacta con la periodista americana, quien llega in extremis a entregar los valiosos documentos a Kennedy cuando Hitler está ya a punto de recibirlo con gran solemnidad. Gracias a eso, el encuentro entre Kennedy y Hitler se anula, los Estados Unidos reinician el combate contra Alemania y el Tercer Reich acaba por hundirse, pero con veinte años de retraso.

Esta ficción convierte a la conferencia de Wannsee en el momento cumbre de la Solución Final. Pero la verdad es que en Wannsee sólo se toma la decisión, porque los

Einsatzgruppen de Heydrich están matando ya a cientos de miles en el frente del Este. Pero será en Wannsee donde se oficialice el genocidio. No se trata ya de confiar esa tarea a la chita callando (porque no se puede matar a millones de personas a la chita callando) a unas cuantas unidades de asesinos, sino de poner todas las infraestructuras políticas y económicas del régimen a disposición del genocidio.

La reunión en sí duró apenas dos horas. Dos horas para regular esencialmente ciertas cuestiones jurídicas: ¿qué hacer con los mediojudíos? ¿con los judíos pero sólo un cuarto? ¿con los judíos condecorados de la Primera Guerra? ¿Y con los judíos casados con alemanas? ¿Habrá que indemnizar a las viudas arias de esos judíos pasándoles una pensión? Como en todas las reuniones, las únicas decisiones que son verdaderamente tomadas son las que ya han sido decididas de antemano. En realidad, para Heydrich, de lo que se trataba era de informar a todos los ministros del Reich de que tendrían que proceder en función de un objetivo: la eliminación física de todos los judíos de Europa.

Tengo ante mí el cuadro distribuido por Heydrich a los participantes de la conferencia, que detalla el número de judíos por «evacuar», país por país. El cuadro se divide en dos partes. La primera recoge los países del Reich, entre los que se pone de manifiesto que Estonia está ya

judenfrei, mientras que el Gobierno general (es decir, Polonia) posee todavía más de dos millones de judíos. La segunda, que da una idea del optimismo nazi predominante aún a comienzos de 1942, reúne los países satélites (Eslovaquia, 88.000 judíos; Croacia, 40.000 judíos…) o aliados (Italia, comprendida Cerdeña, 58.000 judíos…), pero también los países neutrales (Suiza 18.000, Suecia 8.000, Turquía, parte europea, 55.500, España 6.000…) o enemigos (los dos únicos que quedan en Europa en esa fecha: la URSS, es verdad que ya ampliamente invadida, cinco millones de judíos, con excepción de Ucrania, enteramente ocupada, donde hay casi tres millones, e Inglaterra 330.000 judíos, pero muy lejos de ser invadida). Por persuasión o por la fuerza, estaba previsto obligar absolutamente a todos los países europeos a deportar a sus judíos. La suma total escrita en la parte baja de la página es de más de once millones. La misión será cumplida a medias.

Eichmann ha contado lo que pasó después de la conferencia. Una vez que los representantes de los ministerios se hubieron ido, se quedaron solos Heydrich y sus dos más cercanos colaboradores, el propio Eichmann y «Gestapo» Müller. Pasaron a un saloncito elegantemente revestido de madera. Heydrich se sirvió un coñac, que saboreó escuchando música clásica (Schubert, creo), y los tres se fumaron un puro. Eichmann reseñó que Heydrich estaba de un humor excelente.

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Ayer murió Raoul Hilberg. Era el padre de los «funcionalistas», esos historiadores que piensan que el exterminio de los judíos no fue realmente premeditado, sino más bien dictado por las circunstancias, por el contrario de los «intencionalistas», para quienes el proyecto estaba claro desde el principio, es decir, grosso modo, desde la redacción de

Mein Kampf en 1924.

Con ocasión de su muerte,

Le Monde publica unos extractos de una entrevista que había concedido en 1994, en los que vuelve a incidir en las grandes líneas de su teoría:

«Estimo que los alemanes ignoraban, al empezar, qué es lo que acabarían haciendo. Es como si condujeran un tren cuya dirección, en general, iba en el sentido de una creciente violencia contra los judíos, pero cuyo destino exacto no estaba aún definido. No olvidemos que el nazismo, más que un partido era un movimiento que debía ir siempre adelante, sin detenerse jamás. Enfrentada a una tarea sin precedentes hasta entonces, la burocracia alemana no sabía qué hacer: es ahí donde hay que situar el papel de Hitler. Hacía falta que alguien, al llegar a la cumbre, diera luz verde a unos burócratas conservadores por naturaleza.»

Uno de los mayores argumentos de los intencionalistas es esta frase de Hitler, pronunciada en un discurso público en enero de 1939: «Si la banca judía internacional en Europa y fuera de Europa consigue nuevamente sumir a los pueblos en una guerra mundial, el resultado no será la bolchevización de la tierra y la victoria del judaísmo, sino por supuesto el exterminio de la raza judía en Europa.» Por el contrario, el indicio más revelador que vendría a darles la razón a los funcionalistas es que durante mucho tiempo los nazis buscaron concienzudamente territorios donde deportar a los judíos: Madagascar, el océano Ártico, Siberia, Palestina —Eichmann mismo mantuvo encuentros en varias ocasiones con militantes sionistas. Pero fueron los avatares de la guerra los que les habrían hecho abandonar todos esos proyectos. El transporte de los judíos a Madagascar, en concreto, no podía afrontarse mientras no se asegurase el control de los mares, es decir, mientras continuase prolongándose la guerra con Gran Bretaña. Fue el giro que adoptó la guerra en el Este el que habría precipitado la búsqueda de soluciones radicales. Aunque no lo confesaran, los nazis sabían que sus conquistas en el Este eran precarias, y la formidable resistencia soviética podía llevar a temer, no lo peor, pues nadie en 1942 se imaginaba al Ejército Rojo penetrando en Alemania para llegar hasta Berlín, pero sí al menos la pérdida de los territorios ocupados. Había, por tanto, que actuar con rapidez. Y fue así como, de una cosa a otra, la cuestión judía pasó a cobrar una dimensión industrial.

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Un tren de mercancías se para con un rechinamiento interminable. En el andén hay una larga rampa. Por el cielo se oye el graznido de los cuervos. En un extremo de la rampa hay una gran reja con una inscripción en alemán en su frontispicio. Detrás de ella, un edificio de piedra parda. La reja se abre. Es la entrada de Auschwitz.

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Esta mañana, Heydrich recibe una carta de Himmler indignado a propósito de la detención de unos quinientos jóvenes alemanes por la policía de Hamburgo, al parecer porque estaban entregados al

swing, ese baile extranjero degenerado que se practica escuchando música de negros:

«Me sublevo contra todas esas medias tintas a este respecto. Hay que expedir a todos los menores a un campo de concentración. Para empezar, esta juventud recibirá allí una buena paliza. La estancia en el campo será bastante prolongada, dos o tres años. Hay que dejar claro que allí no tendrán derecho a estudiar nada. Sólo con una acción brutal podremos evitar una peligrosa propagación de esas tendencias anglófilas.»

Heydrich mandará deportar a unos cincuenta. El hecho de que el Führer le haya confiado la tarea histórica de hacer desaparecer hasta el último judío de Europa no es justificación para que descuide los expedientes menores.

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Diario de Goebbels, 21 de enero de 1942:

«Finalmente Heydrich ha nombrado el nuevo gobierno del Protectorado. Hácha ha remitido la declaración de solidaridad con el Reich que Heydrich le pedía. La política que Heydrich ha llevado a cabo en el Protectorado puede ser considerada verdaderamente como todo un modelo. No le ha costado mucho aplacar la crisis que se había producido y, en consecuencia, el Protectorado se encuentra ahora en un estado muy superior, todo lo contrario que en otros territorios ocupados o satélites.»

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Como todos los días, Hitler se entrega a interminables soliloquios y fulmina a un auditorio servil y silencioso con sus análisis políticos. En un momento dado de su logorrea, aborda la situación del Protectorado:

«¡Neurath se hizo embaucar completamente por los checos! ¡Seis meses en esa situación y la producción había caído un 25 %! De todos los eslavos, el checo es el más peligroso, porque es un obrero. Tiene sentido de la disciplina, es metódico, sabe cómo disimular sus intenciones. Ahora van a trabajar porque saben que somos violentos y sin compasión.»

Es su manera de decirle a Heydrich que está muy satisfecho de su trabajo.

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Poco tiempo después, Hitler recibe a Heydrich en Berlín. Heydrich se halla en presencia de Hitler, o más bien es al revés. Hitler perora: «Arreglaremos el estropicio checo si seguimos una política coherente con ellos. Una gran parte de los checos es de origen germánico y no es imposible germanizarlos otra vez.» Este discurso es otro modo de respaldar el trabajo del colaborador que más respeto le inspira, junto con Speer, sin duda, pero en géneros muy diferentes.

Con Speer puede hablar de otra cosa que no sea la política, la guerra o los judíos. Puede discutir de música, de pintura, de literatura, y además dar cuerpo a Germania, el futuro Berlín cuyos planos han diseñado juntos y que ha encargado erigir a su genial arquitecto. Para Hitler, Speer es una bocanada de aire fresco. Es su divertimento, su ventana a un mundo exterior al laberinto nacionalsocialista que él ha creado y en el que vive encerrado. Por otra parte, Speer está integrado y es completamente fiel a la causa. Desde que ha sido nombrado, además de arquitecto oficial, ministro de Armamento, pone toda su inteligencia y todo su talento en reorganizar la producción. Su lealtad y su eficacia están por encima de toda sospecha. Pero no es por eso por lo que goza de la preferencia de Hitler. En cuestión de lealtad, Himmler, su fiel Heinrich, como él lo llama, parece imbatible. Y en cuestión de eficacia también, qué duda cabe… Pero Speer tiene más clase, mejor apariencia con sus trajes tan bien cortados, más soltura en cualquier situación. Sin embargo, es el típico intelectual que Hitler, el artista fracasado, el antiguo vagabundo de Múnich, debía de aborrecer. Aunque Speer, expresamente, le da lo que nadie le ha dado: la amistad y la admiración de un hombre brillante cuya posición social le sirve para ser reconocido como tal en todos los medios.

Evidentemente, las razones por las que a Hitler le gusta Heydrich son muy distintas, si no opuestas. Mientras que Speer encarna la élite del mundo «normal» al que Hitler jamás ha podido pertenecer, Heydrich es el prototipo de nazi perfecto: alto, rubio, cruel, totalmente obediente y de una eficiencia letal. La ironía del destino quiere que tenga sangre judía, según Himmler. Pero la inequívoca violencia con la que combate y triunfa sobre esta parte corrompida de sí mismo demuestra, a los ojos de Hitler, la superioridad de la esencia aria sobre la judía. Y si Hitler cree que es verdad lo de su origen judío, no hay nada más sabroso para él que convertirlo en el ángel exterminador del pueblo de Israel confiándole la responsabilidad de la Solución Final.

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Conozco muy bien estas imágenes: Himmler y Heydrich, vestidos de civiles, charlando con el Führer sobre la terraza de su nido de águila, el Berghof, gigantesco búnker de lujo ubicado en la cumbre de los Alpes bávaros. Pero ignoraba que habían sido filmadas por la amante de Hitler en persona. Lo he sabido durante una velada monográfica «Eva Braun» organizada por una cadena de televisión por cable. Para mí ha sido toda una fiesta. Me gusta penetrar cuanto me sea posible en la intimidad de mis personajes. Veo otra vez con satisfacción esas imágenes de Heydrich recibido por Hitler, el alto rubio de nariz aguileña, que les saca una cabeza a todos sus interlocutores, sonriente y distendido, con su traje beis de mangas demasiado cortas. Pero no hay de su talla y eso, evidentemente, es muy frustrante. Los realizadores del documental sobre Eva Braun han hecho las cosas muy bien, al pedir a unos especialistas que les lean los labios. He aquí lo que Himmler le confía a Heydrich delante del pretil de piedra que domina el valle soleado: «Nada debe desviarnos de nuestra misión.» De acuerdo. Veo que eran pertinaces en las ideas. Sin embargo, estoy un tanto decepcionado, aunque contento a la vez. Es mejor que nada, sin duda. Y además, ¿qué me esperaba yo? No iba a decirle: «De veras, Heydrich, creo que ese pequeño Lee Harvey Oswald será un buen recluta.»

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A pesar del volumen creciente de su enorme responsabilidad en la organización de la Solución Final, Heydrich no descuida los asuntos internos del Protectorado. Este mes de enero de 1942 encuentra tiempo para hacer una remodelación ministerial en el gobierno checo, suspendido de hecho desde su estruendosa llegada a Praga en septiembre. La misma víspera de la conferencia de Wannsee, o sea el 19, nombra a un nuevo Primer Ministro, pero esto carece de toda significación ya que ese puesto no conserva ninguna realidad funcional. Los dos puestos claves de ese gobierno fantoche son el ministerio de Economía, confiado a un alemán cuyo nombre en esta historia es totalmente irrelevante, y el ministerio de Educación, atribuido a Emanuel Moravec. Al nombrar a un alemán como ministro de Economía, Heydrich impone el alemán como lengua de trabajo en el equipo de gobierno. Al nombrar a Moravec a la cabeza de Educación, se asegura los servicios de un hombre en el que ha sabido apreciar una extraordinaria predisposición a colaborar. Ambos ministerios están unidos por un mismo objetivo: mantener y desarrollar una producción industrial que responda a las necesidades del Reich. Para conseguirlo, el papel del ministro de Economía consiste en someter todas las empresas checas al esfuerzo de guerra alemán. El papel de Moravec consiste, por su parte, en desarrollar un sistema educativo cuya única vocación sea la formación de obreros. En consecuencia, los niños checos no recibirán más enseñanza que aquella estrictamente necesaria para su futura profesión, es decir, un saber básicamente manual, completado por un mínimo de conocimientos técnicos.

El 4 de febrero de 1942, Heydrich da un discurso que me interesa porque concierne a la honorable corporación a la que yo pertenezco:

«Es esencial ajustar cuentas con los profesores checos, porque el cuerpo docente es un vivero para la oposición. Hay que destruirlo y cerrar los institutos checos. Naturalmente, habrá que hacerse cargo de la juventud checa en algún lugar donde se la pueda educar fuera de la escuela y arrancarla de esa atmósfera subversiva. No veo mejor lugar para ello que un campo de deporte. Con la educación física y el deporte, nos aseguraremos a la vez un desarrollo, una reeducación y una formación.»

Todo un programa: esta vez hay que reconocerlo.

Es obvio que no se contempla la posibilidad de volver a abrir las universidades checas, sacudidas por una prohibición de tres años desde noviembre de 1939 por culpa de la agitación política. Moravec tendrá que encontrar un motivo para prorrogar el cierre una vez que hayan transcurrido esos tres años.

Ese discurso me inspira tres observaciones:

1. En Chequia, como en otras partes, el honor de la educación nacional nunca ha sido tan mal defendido como por su ministro. Antinazi virulento al principio, Emanuel Moravec se convirtió después de lo de Múnich en el colaboracionista más activo del gobierno checo nombrado por Heydrich, y el interlocutor privilegiado de los alemanes, muy por encima de Emil Hácha, el viejo y chocho presidente. Los libros de historia local tienen por costumbre designarlo como el «Quisling checo», nombre del famoso colaboracionista noruego, Vidkun Quisling, cuyo patronímico es desde entonces, en la mayoría de lenguas europeas, sinónimo de «colaboracionista» por antonomasia.

2. El honor de la Educación nacional está magníficamente defendido por los profes que, al margen de lo que se pueda pensar sobre ellos, tienen vocación de ser elementos subversivos, y merecen que se les rinda homenaje por eso mismo.

3. El deporte es, pese a todo, una hermosa mamarrachada fascista.

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Una vez más estamos tocando servidumbres del género. Ninguna novela normal se enredaría con tres personajes que se llamen de la misma manera, salvo que aspirase a un efecto muy especial. Pues bien, yo tengo que vérmelas con el coronel Moravec, valiente jefe de los servicios secretos checos en Londres; la familia Moravec, de heroico comportamiento en la Resistencia interior; y Emanuel Moravec, el infame ministro colaboracionista. Eso sin contar con el capitán Václav Morávek, jefe de la red de resistencia «Tri králové». Seguro que esta lamentable homonimia es una incómoda fuente de confusión para el lector. Una ficción enseguida habría puesto orden en todo esto, transformando al coronel Moravec en coronel Novak, por ejemplo; a la familia Moravec pasaría a ser la familia Švigar, por qué no; o el traidor sería rebautizado con un nombre fantasioso, Nutella, Kodak, Prada, qué sé yo. Naturalmente, no quiero jugar a eso. Mi única concesión a la comodidad del lector consistirá en no declinar los nombres propios: si la forma femenina de Moravec debería ser, en buena lógica, Moravcová, mantendré sin embargo la forma básica para designar a la tía Moravec, para no redoblar una complicación (las homonimias de personajes reales) con otra (la declinación en femenino o en plural de los nombres propios en lengua eslava). No estoy escribiendo una novela rusa. Y además, como se puede comprobar, en las traducciones francesas de

Guerra y Paz, Natacha Rostova pasa a ser directamente Natacha Rostov.

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Diario de Goebbels, 6 de febrero de 1942:

«Gregory me ha dado un informe sobre el Protectorado. El ambiente es muy bueno. Heydrich ha trabajado brillantemente. Ha demostrado inteligencia política y circunspección, así que ya no se puede hablar más de crisis. Por otra parte, Heydrich querría sustituir a Gregory por un SS-Führer. No estoy de acuerdo. Gregory posee un excelente conocimiento del Protectorado y de la población checa, y la política de personal que lleva Heydrich no es siempre la más inteligente ni de una clara directriz. Ésa es la razón por la que mantengo a Gregory.»

¿Quién es este Gregory? ¡A fe mía que no tengo ni la menor idea! Y que no se engañe nadie por mi tono falsamente desenvuelto: ¡lo he buscado!

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Diario de Goebbels, 15 de febrero de 1942:

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