Hermana

Hermana


Capítulo 16

Página 20 de 31

Capítulo 16

Me quedé preocupada tras mi visita a Chrom-Med, y fui andando hasta la cafetería que había frente a la facultad de Bellas Artes. Muchos de tus amigos habían venido a tu funeral, pero no estaba segura de cuántos de ellos vendrían a verme a mí.

Cuando entré en la cafetería estaba llena de estudiantes a rebosar, y todos me esperaban a mí. Me quedé completamente en blanco, incapaz de decir palabra. Jamás me había gustado el papel de anfitriona, ni siquiera de una simple comida, no digamos una reunión en grupo con un puñado de extraños. Y sentí que mi ropa era demasiado formal comparada con sus atuendos artísticos, sus peinados a la moda y sus piercings. Uno de ellos, con pelo de rastas y ojos almendrados, se presentó y dijo que se llamaba Benjamin. Me pasó el brazo por los hombros y me acompañó a una mesita.

Pensaban que había venido a escuchar cosas de tu vida con ellos, y me contaron anécdotas que demostraban tu talento, tu amabilidad, tu sentido del humor. Y mientras contaban esas preciosas historias sobre ti, yo miraba sus rostros y me preguntaba si alguno de ellos podía ser tu asesino. ¿Anette, con su melena cobriza y delgados brazos, era lo bastante malvada y fuerte como para matar? Cuando los hermosos ojos de color almendra de Benjamin derramaban lágrimas, ¿eran reales, o era consciente de la atractiva estampa que ofrecía?

* * *

—Todos los amigos de Tess la describieron de formas diferentes —le digo al señor Wright—. Pero todos emplearon también la misma expresión. Todos y cada uno de ellos mencionaron su «joie de vivre».

Vida y alegría en una misma frase. Es una descripción tan irónicamente perfecta de ti.

—¿Tenía muchos buenos amigos? —pregunta el señor Wright y me conmueve la pregunta, porque no necesita hacerla.

—Sí. Valoraba mucho la amistad.

Tengo razón, ¿verdad? Siempre has tenido facilidad para hacer amigos, pero no los abandonas fácilmente. En la fiesta de tu veintiún cumpleaños, vinieron tus amigos de la primaria. Te traes a la gente de tu pasado hasta tu presente. ¿Se puede ser ecologista con las amistades? Son demasiado valiosas como para dejarlas tiradas cuando dejan de tener una utilidad inmediata.

—¿Les preguntó acerca de las drogas? —dice el señor Wright, haciendo que vuelva a concentrarme en lo que le estoy contando.

—Sí. Como Simon, fueron muy tajantes: nunca las había probado. Les pregunté por Emilio Codi, pero no descubrí nada útil. Solo que era un «mierda arrogante», demasiado preocupado por su propio arte como para ser buen profesor. Todos conocían vuestra relación y también sabían del embarazo. Luego les pregunté sobre Simon y acerca de lo que sabían sobre su relación con Tess.

* * *

La atmósfera en la cafetería cambió, se hizo más pesada, cargada con algo que no logré entender.

—¿Sabíais que Simon quería tener una relación con ella? —pregunté.

La gente asintió pero nadie dijo nada.

—Emilio Codi me dijo que Simon estaba celoso —les dije, intentando provocar una reacción.

Una chica con una mata de pelo negro y labios de color rubí, como si fuera una bruja en un cuento de hadas, habló:

—Simon tenía celos de cualquiera a quien Tess quisiera.

Me pregunté por un instante si eso me incluía a mí.

—Pero ¿Tess no quería a Emilio Codi? —pregunté yo.

—No. Con Emilio Codi era más bien un tema competitivo para Simon —replicó la bonita bruja—. De quien estaba celoso en realidad era del bebé de Tess. No soportaba pensar que ella iba a querer a alguien que aún no había nacido, cuando no le amaba a él.

Me acordé de su montaje de imágenes de bebés en forma de prisión.

—¿Fue al funeral? —les pregunté.

Vi que la Bruja Bonita vacilaba antes de hablar:

—Le esperamos en la estación pero no vino. Le llamé, y le pregunté a qué coño jugaba. Dijo que había cambiado de idea y que no iría. Dijo que no venía porque no tendría ningún «lugar especial» y porque… a ver si lo recuerdo bien… «ignorarían sus sentimientos por Tess» y «no podía tolerarlo».

¿Era ésa la razón por la que se había cargado la atmósfera tras preguntar por Simon?

—Emilio Codi dijo que Simon estaba obsesionado con ella —afirmé.

—Sí, es verdad —confirmó la Bruja Bonita—. Cuando aún tenía en marcha ese proyecto, la chorrada esa de La hembra de la especie, solía seguirla a todas partes, como si fuera su jodida sombra.

Vi a Benjamin mirando a la Bruja Bonita como si quisiera advertirla para que se callara, pero ella siguió hablando.

—Joder, si prácticamente la estaba acosando.

—¿Con su cámara como excusa? —pregunté, recordando las fotos de ti que tenía colgadas en la pared de su habitación.

—Sí —dijo la Bruja Bonita—. No era lo bastante hombre como para mirarla directamente a la cara, y por eso tenía que hacerlo a través de una lente fotográfica. Algunos de los objetivos que utilizaba eran realmente largos, como si fuera un jodido paparazzi.

—¿Sabéis por qué lo aguantaba? —pregunté.

Un chico de aspecto tímido que hasta ahora no había abierto la boca intervino:

—Tess era buena y creo que Simon le daba lástima. No tenía amigos.

Me giré hacia la Bruja Bonita:

—Por lo que has dicho, parece como si el proyecto de Simon no hubiera seguido adelante…

—Sí, su profesora, la señora Barden, le dijo que lo dejara. Ella sabía que solamente era una excusa para seguir a Tess a todas partes. Le dijo que si continuaba, le expulsarían.

—¿Cuándo fue eso? —pregunté.

—A principios de este curso —dijo Annette—. Más o menos el pasado septiembre, la primera semana de clase. Para Tess fue un gran alivio.

Pero las fotografías que yo había visto en casa de Simon te retrataban durante todo el otoño y también en invierno.

—Siguió haciéndolo —dije—. ¿No lo sabíais?

—Debió hacerlo con más disimulo —dijo Benjamin.

—No le habría resultado difícil —dijo la Bruja Bonita—. Pero es que tampoco vimos mucho a Tess a partir de cuando se cogió el «año sabático».

Recordé a Emilio diciendo: «Debería interrogar a ese chico, el que siempre la seguía a todas partes con la cámara colgada del cuello».

—Emilio Codi sabía que seguía haciéndolo —dije—. Y es profesor de la facultad. ¿Por qué no hizo que expulsaran a Simon?

—Porque Simon sabía lo de Emilio Codi y Tess —replicó la Bruja Bonita—. Eso hacía que probablemente uno se callaba lo del otro, y viceversa.

No podía posponer mi pregunta.

—¿Creéis que alguno de los dos pudo haberla matado?

El grupo se quedó callado, y noté que estaban incómodos y que no sabían qué decir; pero no estaban sorprendidos.

Finalmente fue Benjamin quien habló, más por amabilidad hacia mí que por otra cosa, creo.

—Simon nos dijo que Tess sufría psicosis posparto. Y que se había suicidado por eso. Dijo que ése era el veredicto del juez de instrucción y que la policía estaba segura de que eso era lo que había sucedido.

—No sabíamos si decía la verdad o no —dijo el chico de rostro tímido—. Pero también salió publicado en el periódico local.

—Simon dijo que usted no estaba aquí cuando pasó todo —aventuró Annette—. Pero dijo que la había visto y que estaba… —No terminó la frase, pero podía imaginarme lo que Simon les había contado acerca de tu estado mental.

Así que la prensa y Simon los habían convencido de que te habías suicidado. La chica que conocían y que me habían descrito jamás se habría matado, pero tú eras la víctima de una posesión por parte del demonio moderno de la psicosis puerperal, un demonio que hacía que una joven con «joie de vivre» odiara su vida lo bastante como para terminar con ella. Te había matado un ente con nombre científico, no una persona con rostro humano.

—Sí. La policía está convencida de que fue un suicidio —dije—. Porque piensa que sufría de psicosis puerperal, en efecto. Pero yo estoy segura de que se equivocan.

Vi que en algunas caras se dibujaba la compasión y en otras su prima pobre, la piedad. Y entonces ya eran «la una y media pasadas» y «las clases empiezan en diez minutos» y se fueron.

Pensé que Simon los había manipulado contra mí incluso antes de que pudieran conocerme. Sin duda les había hablado de tu inestable hermana mayor, y sus teorías de loca, y eso explicaba por qué se sintieron más incómodos que conmocionados cuando les pregunté por tu asesinato. No les culpé por querer creer a Simon, antes que a mí; por escoger una muerte para ti que no fuera un asesinato.

Benjamin y la Bruja Bonita fueron los últimos en irse. Me invitaron a venir a la exposición que iba a celebrarse dentro de dos semanas e insistieron tanto que acabaron por conmoverme. Accedí. Eso me brindaría otra oportunidad de interrogar a Simon y a Emilio.

Cuando me quedé a solas en el café, se me ocurrió que Simon no solo me había mentido sobre su «proyecto», sino que lo había exagerado. «Son para mi proyecto de último curso. Escogí el reportaje fotográfico de tema único. Mi tutora piensa que es el proyecto más original e interesante del grupo de este año». Me pregunté qué otras mentiras me habría contado. ¿De verdad habías hablado con él por teléfono el día de tu muerte, para verle? ¿O te había seguido ese día, como hacía a menudo, y todo lo demás eran mentiras que había fabricado para que no sospechase de él? Estaba claro que era un manipulador nato. ¿Había un hombre entre los arbustos ese día, o se lo había inventado Simon —o incluso se había inventado, inteligentemente, tu paranoia— para distraer la atención de su propia persona? ¿Cuántas veces se había quedado sentado en los peldaños de tu casa, con un ramo en la mano, esperando ser descubierto y que pareciera que solo te esperaba, inocente, incluso aunque supiera que estabas muerta?

Al pensar en Simon y Emilio me pregunté, y aún lo hago hoy, si hay hombres que parecen siniestros en las vidas de todas las mujeres jóvenes y muy hermosas. Si a mí me encontraran muerta, no habría ningún sospechoso en mi vida, así que las pesquisas tendrían que orientarse a gente que estuviera fuera de mi círculo de amistades y a mi exprometido. No es que crea que las mujeres llamativamente guapas y carismáticas generen una reacción obsesiva en lo que de otra forma serían hombres normales, sino que atraen especialmente a los acosadores y a los bichos raros; son una llama en la oscuridad donde viven esas personas perturbadas, a las que atraen sin ser conscientes de ello, hasta que extinguen la misma llama que les cautivó.

* * *

—¿Fue entonces cuando volvió al piso? —pregunta el señor Wright.

—Sí.

Pero estoy demasiado cansada como para contarle mi regreso al piso ese día; demasiado agotada para obligarme a recordar lo que escuché allí. Mis palabras salen más lentas, mi cuerpo se encorva.

El señor Wright me mira, preocupado.

—Dejémoslo aquí.

Se ofrece a llamar un taxi pero le digo que andar me hará bien.

Me acompaña hasta el ascensor y me doy cuenta de lo mucho que aprecio su cortesía a la antigua usanza. Creo que Amias debía parecerse un poco al señor Wright, de joven. Sonríe cuando se despide y pienso que quizá las chispas del romance aún no se han apagado, después de todo. Las fantasías románticas me animan un poco, son más dulces que la cafeína, y no creo que haya nada malo en ello. Así que pensaré en el señor Wright, me permitiré ese pequeño lujo, y cruzaré el parque de St. James en lugar de dejarme aplastar entre los cuerpos de un vagón de metro lleno de gente.

El aire primaveral, fresco y vigoroso, hace que me sienta mejor, y pensar en cosas sin importancia me infunde valor. Cuando llego al final del parque, me pregunto si debo seguir mi paseo cruzando Hyde Park. Seguramente ya es hora de encontrar el coraje necesario para plantar cara a mis demonios y enterrar mis fantasmas.

Mi corazón late con más fuerza cuando franqueo las puertas de la Reina Isabel. Pero, como su parque vecino, Hyde Park también es una manifestación de color y ruido y olores. No puedo encontrar demonios entre tanto verde; no hay fantasmas susurrantes entre la gente que juega al fútbol.

Cruzo el jardín de rosas y paso de largo frente al quiosco de música, que parece salido de un libro infantil troquelado, con su entorno rosa pastel y el tejado de blanco azúcar, sostenido por unas columnas que parecen de regaliz. Luego recuerdo la bomba explotando en medio de la multitud, la metralla que sale disparada, la masacre, y pienso que alguien me está observando.

Siento su aliento detrás de mí, frío en el cálido aire primaveral. Acelero el paso sin volverme. Me sigue, su aliento llega más rápido, el vello de mi nuca se eriza. Mis músculos se tensan hasta el espasmo. En la distancia diviso el estanque con gente a su alrededor. Corro hacia ellos y la adrenalina y el miedo hacen que me tiemblen las piernas.

Llego al borde del estanque y me siento, con las piernas todavía temblorosas; el pecho me duele cada vez que inspiro. Contemplo a los niños jugando en la parte que no cubre y a dos ejecutivos de mediana edad con los pantalones subidos hasta las rodillas, que también chapotean en el agua. Solo ahora me atrevo a girarme y mirar hacia atrás. Creo ver una sombra entre los árboles. Espero hasta que se convierte en nada más que la sombra dibujada por las ramas.

Esquivo el bosquecillo de árboles y me aseguro de no alejarme de la gente ni del ruido. Llego al otro lado del parque, y vislumbro un prado de hierba nueva y brillante, salpicado de puntitos de azafrán. Una chica camina descalza por él, con los zapatos en la mano, disfrutando de la hierba calentada por el sol, y pienso en ti. La miro hasta que llega al final del prado de topos y solamente entonces veo el edificio abandonado, una herida dura y oscura entre los suaves y brillantes colores de la primavera.

Me apresuro a seguir a la chica y llego a los lavabos abandonados. Ahora está al otro lado, lejos, y un brazo de chico rodea su cintura. Se ríen juntos y se van del parque. Yo también, con las piernas todavía temblando, y la respiración entrecortada. Intento sentirme ridícula. No tienes nada de que tener miedo, Beatrice; eso te pasa por tener tanta imaginación; la mente te juega malas pasadas. Frases tranquilizadoras hurtadas de la certeza del mundo infantil. No hay un monstruo en el armario. Pero tú y yo sabemos que es real.

Ir a la siguiente página

Report Page