Henry

Henry


Henry

Página 8 de 49

Llego a casa de Lily y todas las luces están apagadas. Estará acostada ya. Me quito los zapatos y camino de puntillas hasta la habitación, aún así el maldito suelo de madera cruje.

—¿Se puede saber de dónde vienes?

—¡¡Me cago en la puta!!

Lily aparece en la puerta de su habitación con los brazos cruzados.

—¡¡Por el amor de Dios, Lily!! ¡¿Es que quieres matarme?!

—¿Quieres matarme tú a mí de preocupación, imbécil? Y no grites que la gente está durmiendo a estas horas.

Susurra de mala leche.

—¡Pero cómo no voy a gritar si casi me da un infarto por tu culpa!

—No seas exagerado. ¿De dónde coño vienes?

—¿Tengo que darte explicaciones?

—Puesto que estás viviendo en mi casa, sí.

—No te preocupes, que mañana empiezo a buscar un apartamento.

—Oye Hank, no me vengas con esas ahora.

—Tú no me vengas haciendo de madre.

—¡Yo no te vengo haciendo de madre! ¡¿Es que no puedo preocuparme por ti?! ¡¿Pero qué coño te pasa?!

—No he tenido un buen día.

—¿Y lo tienes que pagar conmigo? ¡Joder, Hank!

—Lo siento... Lo siento, Lil.

Me acerco a ella y la abrazo.

—¿Me quieres contar lo que te pasa? ¿Has tenido noticias de...Helena, o algo?

—No. Mejor hablamos mañana, ¿vale? Solo quiero irme a la cama.

—¿No vas a decirme de dónde vienes tampoco?

Resoplo.

—He estado con Holly.

Pone los ojos en blanco.

—Vete a la cama, mañana hablamos.

Le doy un beso en la frente y me meto en mi habitación. Me dejo caer de espaldas en la cama y cierro los ojos.

—¡Despierta dormilón!

Lily sube la persiana y la luz me da de lleno en los ojos.

—¡Maldita sea, Lily! ¿No tienes otra cosa que hacer? Déjame dormir un rato más.

—¿Te has acostado vestido?

Levanto un poco la cabeza, me miro y la vuelvo a dejar caer en la almohada.

—Diablos, sí. Debí quedarme dormido sin darme cuenta.

—Estás hecho un desastre.

Abre la ventana y entra el frío de la calle.

—¿Para qué abres la ventana? ¡Me voy a congelar!

—Para ventilar.

—¿Para ventilar el qué?

—Tu mala leche.

Cojo aire y cuento hasta diez.

—Ciérrala, por favor.

—¡Levántate! Tienes el desayuno en la cocina. Aunque ya me estoy arrepintiendo de habértelo preparado.

—Pero, ¿qué hora es?

—Las nueve y media.

—¿Y se puede saber por qué me despiertas un sábado a las nueve y media?

—Holly me dijo que te gustaba levantarte pronto.

—¡La madre que me parió!

Se echa a reír. Me incorporo y me siento en el borde de la cama.

—¿Qué más has hablado con Holly? ¿Y cuándo?

—Llamó hace un rato para preguntar por ti. Si habías llegado bien y eso.

—Y tú ya le hiciste el tercer grado, claro...

—Pues no. Me dijo que había llamado al tuyo pero que estaba apagado. Y que creía que ya estarías despierto porque te gusta levantarte pronto los fines de semana.

—¿Y no le preguntaste nada? ¿Seguro?

—¡Joder, Hank! ¡No le pregunté nada, no! ¡Prefiero que me lo cuentes tú! Pero vamos que si no quieres, no me lo cuentes. Aunque me decepcionaría mucho saber que le cuentas antes tus problemas a una extraña que a tu propia familia.

Sale de la habitación cabreada. Yo me levanto y la sigo. En el salón la cojo por la brazo.

—Oye, Lily. Tienes razón. ¿Has desayunado?

—No, estaba esperando a que te levantaras.

—Venga, pues vamos a desayunar y te lo cuento, ¿vale?

Sonríe y asiente.

En la cocina remuevo la cucharilla del café en la taza nervioso.

—Ayer en la oficina tuve una especie de crisis de recuerdos. No me había pasado nunca, hasta ahora. Normalmente eran pesadillas por la noche. Pero ayer fue extraño, es como si lo estuviera viendo todo en la pantalla de un cine. La primera vez que la vi, cómo nos conocimos... Cuando quise darme cuenta estaba llorando, totalmente fuera de mí. Se me está yendo todo de las manos, Lil. ¿Qué hubiera pensado mi jefe si entra ese momento en mi despacho?

Me coge las manos entre las suyas.

—No sé, Hank. Puedo hacerme una idea del dolor que has pasado, pero no sé exactamente qué es lo que sientes. Ni lo que necesitas. Pero si está en mi mano ayudarte, sabes que yo siempre estaré aquí.

Sonrío y le acaricio la cara.

—Tú ya estás haciendo mucho por mí. Siento lo de ayer.

—No quiero que te vayas.

—No voy a irme. Pero entenderás que algún día tendré que buscarme un apartamento para mí solo.

—Lo sé. Pero prométeme que hasta que esto no esté más o menos curado, te quedarás aquí conmigo.

Me señala el pecho.

—Trato hecho.

Ahora que me he quitado el nudo que tenía en la garganta puedo empezar a comerme el desayuno que ha preparado Lily. Crepes de nata y chocolate, mis favoritos.

—Mmmm... esto está... está... No tengo palabras.

Se echa a reír.

—Me alegro que te gusten. ¿Y qué hacías tú anoche en casa de Holly, a todo esto?

Me atraganto con el crepe y toso para no ahogarme. Lily me pasa el vaso de zumo de naranja.

—¿Hace falta que te lo diga?

—Vale no, déjalo.

—Fui porque necesitaba desahogarme, Lil. Sé que no soy el mejor de los hombres por hacer eso. Sé que Holly no se merece que la utilice, pero ella lo sabe y lo acepta. ¿Podrás aceptarlo tú?

—Supongo que si ella está de acuerdo a mí tendría que darme igual. Pero ándate con ojo, Hank. No quiero que Holly salga perdiendo con esto. Tara y ella son mis mejores amigas, y si le haces daño a cualquiera de ellas dos, ya no hay familia que valga. ¿Te queda claro?

—Como el agua.

Termino de beberme mi café y la miro. Se ha puesto seria de verdad, pero tiene razón. Yo tampoco quiero hacer daño a Holly.

—¿Sabes qué, enana?

Levanta la vista alzando las cejas.

—Anoche en casa de Holly tuve otra crisis de recuerdos.

—¡¿Dos en un día?! Creo que esto es serio, Hank.

—No, no fue con Helena. Fue con mi madre.

Se le cae la cucharilla de las manos y los ojos se le llenan de lágrimas.

—Lo siento, Hank.

Apoya los codos en la mesa y se echa a llorar. Me levanto y la rodeo con mis brazos.

Lily estaba muy unida a mi madre, tanto que la consideraba más madre que a la suya. Gemma siempre tuvo envidia de Marianne, de la hija perfecta, como la llamaba ella. Era rencorosa y vengativa. No quería tener hijos, pero después de que mi madre me tuviera a mí, buscó desesperadamente a un pobre imbécil que la dejara embarazada. Y cuando Lily nació y supo que era una niña, quiso darla en adopción. No la quería. Ella quería un niño, como el niño perfecto de Marianne. La familia puso el grito en el cielo cuando se enteró y le prohibieron deshacerse de la niña, lo que le hizo odiarla aún más. Mi madre pensó que sería temporal, que no se puede odiar a una hija a la que has llevado nueve meses en tu vientre. Pero se equivocaba. Gemma nunca la quiso, y a pesar de que no hubo maltrato, tampoco hubo cariño. Solo el de mi madre. Marianne tenía amor suficiente para mí, y para ella.

Se levanta de la banqueta y me abraza con fuerza.

—No sabes cuánto la echo de menos, Hank.

—Yo también, Lil. Yo también.

Le doy un beso en el pelo.

—¿Sabes que parecemos tontos con tanto drama?

Me mira y se muerde los labios.

—¿Sabes que tienes razón?

Se echa a reír mientras se pasa la mano por la cara para limpiarse las lágrimas.

—Oye, ¿por qué me despertaste tan pronto? No me creo que sea solo porque te lo dijera Holly.

—Porque la nevera no se llena sola, bombón. ¡Hay que ir a la compra!

Me da un cachete en el trasero.

—Estás cogiendo muy mala costumbre.

—Es que es inevitable, date la vuelta.

Me agarra del brazo y tira para que me gire.

—No.

—Vamos, date la vuelta, Hank.

—¡Qué no!

Intenta ponerse detrás de mí, pero yo me pego a la encimera.

—No te vas a tirar ahí toda la mañana.

Se sienta en la banqueta y se cruza de brazos mientras me mira aguantándose la risa.

—Estás loca.

—Venga, ve a ducharte. No voy a hacerte nada.

—No.

—Lo prometo.

Me deslizo despacio por la encimera hasta que llego cerca de la puerta. Lily se echa a reír. Yo aprovecho y echo a correr para salir de la cocina pero ella es más rápida y me pellizca.

—Dios, ¿por qué no me tocaría un primo feo?

Me meto en la ducha riéndome a carcajadas.

Ir a la siguiente página

Report Page