Henry

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Emily

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Emily

Me toco los labios. Aún puedo sentir su roce. Y el escalofrío que me ha recorrido la columna cuando sus labios han acariciado los míos. Algo distinto a lo que vengo sintiendo con George últimamente. Pero me cabreo porque no quiero sentirlo. No con El Estirado. Y después recuerdo la escena de la ducha. Oh, por favor... Mejor no pensarlo. ¿Hay algo más vergonzoso que saber que tu jefe te ha visto desnuda? Pues claro, saber que tu jefe te ha visto desnuda y que se haya empalmado. Pero él parecía poco avergonzado, la verdad. Supongo que será un acto reflejo al ver a una tía desnuda, porque yo tampoco soy para tanto. El caso es que ni siquiera lo ha mencionado. No sé si sentirme aliviada o cabreada. ¡Para ya, Emily!

En casa parece que no hay nadie. Menos mal. Pero mi alegría no dura mucho cuando me encuentro a George durmiendo en la cama. Me desnudo despacio para no despertarle y me meto en la cama. Se revuelve un poco y se da la vuelta, echándome el brazo por encima. Yo me quedo muy quieta, aguantando la respiración. Por favor, que no se despierte...

Por la mañana se despierta como si no hubiese pasado nada, me da un beso y se va a trabajar. Con estos cambios de humor, a veces pienso si no me lo habré imaginado todo. Me llevo los dedos a los labios y contengo un grito. Recuerdo los labios del Estirado rozando los míos, no ha sido un sueño. Dios mío, y ahora a verle la cara de nuevo...Rezo porque se le haya borrado la memoria durante la noche y no se acuerde absolutamente de nada.

Llego a la oficina y creo que mis plegarias han sido escuchadas porque me saluda con un buenos días más bien seco y ni siquiera me mira. Mejor. Sonrío y me siento en mi escritorio. Pero me ronda un ligero cabreo.

—Señorita Smith.

Levanto la vista y lo veo de pie en la puerta.

—¿Sí, señor Shelton?

—Day quiere que vayamos a su despacho. Ahora.

—Sí, voy.

Miedo me da que nos reúna a los dos, otra vez. Me levanto de la silla y El Estirado me cede paso en la puerta.

—No, vaya usted delante. Para eso es el jefe.

Odio que caminen detrás de mí.

—No sé de ningún código en que los jefes deban ir por delante. Las señoritas primero.

—No estamos en el siglo dieciocho, señor Shelton. Arranque de una vez.

Me mira aguantándose la risa y pone los ojos en blanco.

—Siempre tiene que llevarme la contraria...

Pero al final me salgo con la mía.

El despacho de Day está todo revuelto, este hombre es un desastre. Y como mi boca no puede estar cerrada...

—Señor Day, tiene el despacho un poco...

El Estirado me mira con los ojos como platos.

—Lo sé, Emily. Lo sé. ¿Querrá pasarse cuando tenga un rato y ayudarme a colocar todo esto?

—Claro, sin problema.

Ahora le sonrío con ironía.

—Ya he arreglado las cosas con España. En breve podrán trasladarse allí, y en un par de meses estarán de vuelta.

—¿En qué hotel nos vamos a alojar?

Que sea en el Palace, por favor. Nunca he estado en un hotel de esos y me muero de ganas por saltar en una de esas camas tan caras.

—¿Hotel? No, no van a alojarse en un hotel.

¡¿Qué?! ¿Piensa meternos en un hostal?! El Estirado está igual de alucinado que yo.

—¿Y dónde piensa alojarnos, Day?

—La señorita Torres, que será su ayudante allí, se ha encargado de buscaros un apartamento alquilado. Creo que estaréis más cómodos que en la habitación de un hotel.

—¿Un apartamento?

—Sí, Shelton. Se sentirá como en casa.

Sonríe pero no sé por qué me da que aquí hay gato encerrado. El Estirado se queda con ganas de preguntar algo, pero suena el teléfono del despacho de Day y nos despide.

—El día 25 de marzo sale vuestro vuelo.

¡¿El 25 de marzo?! Pero eso es... eso es... ¡Dentro de dos semanas! No me da tiempo a replicar porque Day descuelga el teléfono y hace un gesto para que salgamos. Yo no me voy muy convencida.

—Emily.

El Estirado me agarra del brazo. Me doy la vuelta y le miro sorprendida. ¿Emily? Me suelta rápidamente.

—¿Sí, señor Shelton?

Le recalco bien lo de señor para que no se coja tantas confianzas.

—¿Tiene algún problema con la fecha del vuelo?

—No.

—Es que la he visto un poco nerviosa cuando lo ha dicho, si quiere hablo con Day y vemos a ver...

—No, no hace falta. Me he sorprendido porque no me esperaba que fuera tan pronto.

—Hombre, teniendo en cuenta que en España están sin director financiero, yo suponía que no iba a ser mucho más tarde.

—Pues entonces supongo que usted es más listo que yo.

Me doy la vuelta y le dejo en el pasillo con la boca abierta. Me meto en mi despacho y sigo trabajando.

***

—¿No piensas salir a comer hoy?

Miro el reloj y ya son las 3.

—No me había dado cuenta de la hora. ¿Has comido tú ya?

—No, estaba esperando muerta de hambre en mi silla a que pasaras de una puñetera vez por la recepción.

Bajamos a la cafetería y veo al Estirado sentado en una mesa con Day. Parece que no están teniendo una charla muy agradable, a juzgar por la cara de mala leche que tiene él. Agarro del brazo a Miranda y nos sentamos lo más lejos posible de ellos.

—Ya me he enterado que te vas con Shelton de viaje.

—Sí, qué alegría...

Resoplo. Miranda sonríe.

—Pues yo estaría muerta de ganas.

—Ya, pero tú eres tú y yo soy yo. Y da la casualidad que no le soporto. Así que no me quiero imaginar la tortura de estar con él fuera de la oficina.

—Creo que exageras un poco, Em.

—Espérate a que se lo diga a George.

—¿Y qué te va a decir? Es tu trabajo.

—Sí, pero él no lo va a ver de esa forma. Me apuesto lo que quieras.

—Pues aprovecha para mandarle a la mierda ya de una vez.

—Como si fuera así de fácil, Mir.

—¿Pero qué problema hay? Le dices que lo dejas y punto.

—Tú no lo conoces.

—Gracias a Dios que no. Emily, escúchame. Tienes que terminar con esa relación ya. No te hace nada bien, y lo sabes.

Miranda me da un apretón en el brazo.

—Es que no sé cómo.

—¡Vamos Em! Claro que sabes cómo.

La miro fijamente mientras pienso lo que voy a decirle a continuación. Miranda es la única amiga que me queda y no quiero perderla, pero si sigo mintiéndole sé que algún día la que me va a mandar a la mierda va a ser ella.

—Tengo miedo.

—Él te ha golpeado alguna vez, ¿verdad?

La miro con los ojos como platos. Y miro alrededor por si la hubiera escuchado alguien.

—No...

—Emily, no me mientas. Esos golpes que traes a veces en la cara no son de las puertas, ni de los armarios, ni de la jodida mesilla. Él es el que te pega, dime la verdad.

Apoyo los codos en la mesa y me tapo la cara con las manos.

—No ha sido siempre así, ¿sabes? Al principio era cariñoso y detallista. Me quería.

—Suelen ser así, al principio.

Alzo la mirada con sorpresa.

—¿Tú...?

—No, yo no. Mi madre. Por eso no podrías engañarme aunque quisieras, Em. Porque yo lo he vivido y sé cómo intentáis justificarlos, sé cómo os culpáis a vosotras mismas de lo que pasa, y sé las mentiras y excusas que os inventáis para que la gente no se dé cuenta de lo que pasa.

—Lo siento, Mir. No lo sabía.

—No lo sientas. Al final mi madre fue valiente y lo echó de casa. ¿Y crees que no la amenazó de muerte? Oh, sí. Delante de mi hermana, que en aquel entonces tenía solo cuatro años, y de mí que apenas había cumplido los diez. ¿Y sabes qué? Fui yo la que llamó a la policía. Y cuando se lo llevaron detenido ni siquiera me dio pena, desde el momento en que vi que le daba el primer puñetazo a mi madre, dejó de ser mi padre.

—No sé qué decir.

—Solo dime que vas a darle una patada en el culo y lo vas a sacar de tu vida, no hace falta que me digas nada más. Y si te ves en apuros o algo, llámame. Sabes que puedes contar conmigo.

—Se lo diré antes de irme a España, así tendrá dos meses para calmar la mala leche y puede que hasta se olvide de mí y me deje en paz.

—¿Estás segura que no quieres hacerlo antes?

—No, esperaré. Total quince días más con él no son nada.

Me aprieta la mano y sonríe.

—Bueno, luego podrás olvidarlo todo cuando estés con el bombón del jefazo.

Me guiña un ojo.

—Oh, cállate...

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