Henry

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Emily

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Emily

Abril se niega a que cojamos un taxi e insiste en que vayamos en su coche. Como las maletas no cogen en la mierda de maletero que tiene, me toca ir detrás apretujada con las mías. Mientras, El Estirado va cómodamente sentado de copiloto y hablando con ella, ignorándome a mí completamente. Buen comienzo de viaje...

Llegamos al centro y aparca en doble fila porque la calle está llena de coches. El Estirado se baja y me abre la puerta, yo le miro con el ceño fruncido. El bloque de pisos parece muy antiguo. Los ventanales son grandes y con pequeños balcones llenos de plantas. Me pregunto si el mío también las tendrá, porque con lo desastre que soy yo para ocuparme de las plantas, el dueño se va a llevar un disgusto cuando nos vayamos y las vea todas muertas.

Abril camina delante nuestra moviendo ese culo perfecto que tiene. Miro al Estirado porque seguro que está hipnotizado con el vaivén, pero me sorprendo cuando veo que solo mira al frente. Al notar que le miro, se gira y me mira a mí con una ceja alzada.

Subimos en un ascensor que parece sacado de otro siglo. La verdad es que no me hace mucha gracia montar en este trasto, pero no voy a subir cargada con las maletas por las escaleras. Por suerte, se para en el segundo piso. Abril saca un juego de llaves y abre la puerta con la letra A. Nos hace un gesto para que pasemos.

—¿Este va a ser el apartamento del señor Shelton o el mío?

—¿Cómo?

Abril me mira arrugando la frente.

—Sí, ¿qué quién va a quedarse en este?

—No entiendo.

Mira al Estirado encogiéndose de hombros.

—A ver si así me explico mejor, Abril querida, dame el otro juego de llaves y que el señor Shelton se quede en este.

—No, no. Pero si este es para los dos.

Me quedo quieta un momento, asimilando la información, después me pongo a dar voces como una posesa.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo que este es para los dos?! ¡Dime que es una broma!

—No, no es ninguna broma. Day me dijo que alquilara un apartamento con dos habitaciones.

LO MATO. Mato a Day. En cuanto vuelva a Londres.

Ella nos mira a los dos sin saber qué decir. El Estirado pone los ojos en blanco, y lo peor de todo es que no parece sorprendido.

—¡¿Tú lo sabías?!

—Sí, me lo dijo el mismo día.

—¡¿Y se puede saber por qué narices no me dijiste nada?!

—Emily, cálmate. Intenté hablar con él y hacerle entrar en razón, pero no me dejó otra opción. Lo siento.

Ahora recuerdo el día de la cafetería y al Estirado discutiendo con Day.

—Oh, por favor... Es que esto ya es el colmo. ¡Dimito! Me vuelvo a Londres y dejo el trabajo.

Cojo las maletas y vuelvo a llamar al ascensor.

—Señorita Smith, espere...

El Estirado me agarra del brazo.

—Suélteme.

—Lo siento. Por favor, no se vaya.

—Oh, claro que me voy. Ni en sueños pienso yo compartir piso con usted.

—Le prometo que no la molestaré, ni me meteré en sus asuntos. Pero no me deje aquí solo, ¡que no tengo ni puta idea de español!

—Podrá apañárselas con Abril, que ella domina bastante bien el inglés y seguramente otras lenguas.

El Estirado se gira para mirar a Abril, pero ella está hablando por teléfono.

—No sea bruja, señorita Smith. Abril dominará muy bien el inglés pero usted es mi secretaria. Y la necesito. Quédese, por favor.

Trago saliva para ver si me pasa el nudo que se me ha hecho en la garganta con las últimas palabras que ha dicho. ¡Mierda! Si hasta me escuecen los ojos.

—Usted solo me quiere porque hablo español.

Se acerca a mí y me agarra de los brazos.

—No, se equivoca. La necesito porque es usted buena en su trabajo. Y porque... porque...

—¿Por...qué...?

—¡Porque no quiero estar solo, maldita sea! Quiero que se quede conmigo. Señorita Smith, yo le di el beneficio de la duda porque Day me dijo que me equivocaba con usted. ¿Es mucho pedir que ahora haga lo mismo? Si en tres días se da cuenta de que no aguanta más compartir piso conmigo, la dejaré que se vaya. Lo prometo.

Abril ha terminado de hablar y nos mira desde la puerta con una sonrisa que no me gusta. Una sonrisa que dice vete, que ya me meto yo en su cama si tú no quieres.

—Está bien, me quedaré y le daré el beneficio de la duda.

Suspira aliviado mientras a Abril le cambia la cara totalmente y se pone tensa. Vaya, vaya... así que mi corazonada es cierta. Esta quiere metérselo entre las piernas. Qué zorra... Paso por delante de ella con las maletas y le guiño un ojo.

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