Henry

Henry


Emily

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Emily

Miro a Henry, que se ha quedado dormido sobre mi hombro, y sonrío. Le echo por encima mi abrigo. Lily me mira desde su asiento, al otro lado del pasillo, con ojos tiernos.

—Si esto me lo dicen hace un mes, no me lo creo.

—¿Me lo dices o me lo cuentas?

Nos echamos a reír.

—Me alegro un montón de que estéis juntos, Emily. No sabes cuánto. Deseo de corazón que vuestra historia acabe bien.

Vuelvo a mirarle mientras se remueve inquieto. Le acaricio los suaves rizos.

—Yo también Lily, yo también.

El avión de Lily sale pronto a la mañana siguiente, así que antes de entrar a trabajar, Henry y yo la acercamos hasta el aeropuerto.

—Ánimo, que ya os queda menos para volver.

—La verdad es que aquí no estamos tan mal, ¿verdad, Em?

Me pasa el brazo por los hombros y me estrecha contra él.

—No me gusta el trabajo aquí.

—No, lo que no te gusta es Abril.

Se echa a reír.

—¿Quién es Abril?

—La secretaria del director. Nadie importante, Lil.

—La zorra mayor del reino.

Henry pone los ojos en blanco.

—No me preguntes por qué la tiene tanta manía, porque no lo sé.

—¿Te parece poco que cuando estamos con ella yo me vuelvo transparente?

—Ya sé que no te habla mucho, pero es que tú tampoco fuiste muy simpática que digamos el primer día que os conocisteis.

—No, no me habla nada. Aunque, sinceramente, para las tonterías que dice, prefiero que me ignore. ¡Pero lo que más me jode de todo es que sigues defendiéndola!

Le aparto el brazo de mi hombro de mala leche.

—Em, yo no la defiendo.

—¿Entonces por qué te importa tanto cómo me porte yo con ella?

—No es que me importe, es solo que si te ignora es porque tú tampoco le muestras mucho interés.

—A ella le importa una mierda mi interés. Lo único que le importa es cómo montárselo para tenerte entre sus piernas.

Me mira con los ojos como platos.

—No te preocupes por eso, no va a ocurrir. Ya te lo he dicho muchas veces.

—Un momento, ¿quiere montárselo contigo?

Lily nos mira alucinada.

—Emily está exagerando.

—Ya, claro. Ahora se le llama exagerar.

Le miro con el ceño fruncido.

—No discutáis, venga. Si es una calientapollas, Hank, ándate con ojo.

Le mira reprimiéndolo.

—Yo no tengo que andarme con ojo. Es Emily la que tiene que aprender a no dejarse llevar por los celos.

—Me da igual. Tú ten cuidado y punto.

Le da un beso y después me da un abrazo a mí. Me susurra al oído.

—No permitas que te pisen el terreno, Emily.

—No lo haré.

Sonrío.

El día en la oficina es un poco aburrido. Han venido unos cuantos candidatos a entrevistarse para la vacante y apenas he visto a Henry. El cabrón de Benavent ha preferido que fuera Abril la que hiciera de traductora y no yo. Así que lleva todo el día encerrado en la sala de juntas con ella. Intento dominar mis celos, es imposible que hagan algo ahí si tienen que hacer entrevistas. Me paso la mañana mirando de reojo su silla vacía.

A la hora de comer bajo sola. He estado esperando un buen rato, pero siguen encerrados y no quiero interrumpirles solo porque mi estómago ya pide a gritos que lo llene.

A la vuelta me cruzo con ellos en el ascensor. Abril va hablando cual loro con pilas Duracell, y ni siquiera repara en mí. Pero Henry pasa por mi lado y me roza la mano con sus dedos.

Después de un rato, recibo un mensaje en el móvil.

Te echo horriblemente de menos. Está siendo un día penoso. No sabes las ganas que tengo de llegar a casa y estar contigo.

Me da un brinco el corazón. Le contesto.

Esto ha sido mi castigo por meterme con Abril. Lo siento. Prometo compensártelo.

Guando el móvil en el bolso pero vuelve a sonarme.

Jajajaja qué tonta eres. Pero acepto la recompensa. ¿En tu casa o en la mía?Me echo a reír a carcajadas.

Concéntrate, que estás en el trabajo. Y a mí me estás distrayendo. PD: en la mía.No me hace caso y vuelve a mandarme otro mensaje.

Siento mucho haberla distraído, señorita Smith. Pero teniendo en cuenta que es usted mi secretaria, me puedo permitir el lujo de distraerla. PD: la suya me parece muy buena opción.

Y vuelve a mandarme otro.

¿Te he dicho ya que te echo de menos?

No le contesto. ¿Dónde andará la cotorra? Mira, si es que todos los adjetivos que la califican acaban en “—orra”... Me echo a reír yo sola.

Cuando vuelven de comer, Henry entra en su despacho y me hace una seña a través de los cristales.

—Señorita Smith, ¿puede venir a mi despacho un momento?

Le miro extrañada.

—Sí, claro.

Cuando llego hasta él, Abril está parada a su lado, en el pasillo.

—Señorita Torres, puede adelantarse hasta la sala de juntas. Ahora iré yo.

—Pero...

—Tengo que hablar con mi secretaria. A solas.

Me río mentalmente. Jódete. Se encoge de hombros y se va. Pero a medio camino se da la vuelta y me mira, y con una sonrisa de zorra suelta una tontería de las suyas, de zorra.

—No tarde.

Henry no le contesta, me empuja suavemente para que me meta en su despacho y cierra la puerta. Y a continuación me mete la lengua. Hasta la campanilla. Hago fuerza para apartarle pero es inútil, me tiene encerrada entre sus brazos y la puerta. Me besa hasta que me duele, y después me suelta. Se limpia los restos de carmín que le he dejado en los labios, bueno, mejor dicho, se los relame, abre la puerta otra vez y dándome un cachete en el culo, me manda de vuelta a mi despacho. Yo me quedo parada como una gilipollas durante un buen rato, sintiendo aún sus labios sobre los míos.

—Emily.

Doy un respingo y me doy la vuelta. La chica de recepción me mira desde la puerta.

—Sí, dime.

—Benavent ha hablado con tu jefe. Como van a seguir toda la tarde con las entrevistas, no hace falta que te quedes. Me ha llamado para que te avisara de que puedes irte a casa.

—¿Tan pronto?

—No preguntes. Ve y aprovecha la tarde.

Me guiña un ojo.

Recojo mis cosas y me voy, pero una sensación extraña no deja de rondarme. Al final la ignoro y pienso en algo que hacer para aprovechar la tarde.

Paro en el centro a hacer unas compras. Y decido comprarme un conjunto de lencería y un camisón decente. Y con decente no me refiero a que sea un pijama de esos de algodón, tan bonitos, con sus estampados de cupcakes y esas cosas, no. Me refiero a un salto de cama para ponerle cachondísimo a tu novio, eso sí, decentemente. ¿He dicho novio? Bueno, lo que sea.

Compro también unas cuantas velas para hacer la noche un poco especial. Aunque a última hora me entra el pánico y me pongo a soplar para apagarlas desesperada, porque igual se piensa que lo de las velitas es de niñas ñoñas. Espero, espero y espero, y no llega a la hora que tendría que llegar. Así que empiezo a darle vueltas otra vez al tema de las velas. ¡Qué demonios! Para algo las he comprado. Esta vez cambio de estrategia, y las coloco el fila, en el pasillo, hasta su habitación. Pongo algunas desperdigadas por allí también. Le espero tumbada en la cama.

A los diez minutos oigo la puerta abrirse. Y a Henry soltando una maldición.

—¡Joder, joder, joder!

Quizá puse una demasiado cerca de la puerta. Contengo la risa.

—¿Em?

Me quedo callada. Le oigo caminar por el pasillo y me siento de rodillas en la cama. Cuando llega a la habitación y se asoma, sus preciosos ojos azules se abren por la sorpresa. Sonríe. Me muero. Se desabrocha la corbata y la camisa mientras se acerca a la cama. Alarga su mano y me acaricia la cara con las yemas de los dedos, desciende por mi cuello y termina en mi pecho, donde me da un ligero apretón.

—Esto es más de lo que me esperaba.

—Me alegro de haberte sorprendido.

Me incorporo sobre las rodillas y me acerco al borde de la cama. Le desabrocho el cinturón mientras le miro a los ojos.

—También he hecho la cena.

—Vaya... ¿y va a ser antes o después?

—¿Tú qué crees?

Le bajo la cremallera y tiro de los pantalones y los calzoncillos a la vez. Su polla tiesa está casi a la altura de mi boca, así que sin dudarlo se la acaricio con la lengua y comienzo a chupársela de arriba abajo, despacio. Sus manos se enredan en mi pelo mientras lo hago. Cuando siento que se tensa demasiado, paro. Él me coge de las manos y me pone de pie en la cama. Me separa las piernas, me alza el camisón y retirándome el tanga de encaje, hunde su cara entre ellas. Yo me sujeto a sus hombros para no caerme, porque con cada lametazo se me doblan un poco más las rodillas. Y cuando me corro, él me sujeta por el trasero para no caerme. Después me coge en brazos y me penetra sujetándome contra la pared. Sus músculos se tensan del esfuerzo, pero no le oigo quejarse, solo gemir de placer. El calor vuelve a arremolinarse en mi vientre. Con los primeros espasmos del orgasmo, Henry se derrama en mí, y los dos nos dejamos caer al suelo, sudorosos y satisfechos.

***

Me despierto de madrugada y me levanto sin hacer ruido.

—¿Dónde vas, Em?

Su voz ronca por el sueño me hace dar un respingo.

—A mi cama.

—¿Qué estás diciendo? Anda, ven aquí.

Me coge de la muñeca y tira de mí.

—Tengo que ir al baño.

—Ya.

—En serio, Henry.

—¿Seguro?

—Si no quieres que moje la cama como los bebés, más te vale dejarme ir.

Resopla de risa.

—No te escabullas luego o iré a buscarte.

Y como yo soy así, provocadora por naturaleza, me meto en mi habitación después de salir del baño, a ver si es verdad que viene a por mí. Y él, que es un cabezota, y parece ser que siempre cumple sus promesas, se presenta en mi habitación.

Cuando lo veo aparecer por la puerta, siento una punzada en mis partes bajas.

Cuando se apoya con un brazo en el marco y me mira sonriendo de medio lado, con el pelo revuelto, creo que me va a dar un ataque.

Y cuando mi mirada baja por su pecho firme, por sus abdominales, hasta sus pantalones de pijama caídos por las caderas y el bulto entre sus piernas, creo que voy a tener un orgasmo devastador.

No sé qué decir porque, evidentemente, semejante visión me ha dejado sin palabras. Este hombre es un pecado mortal.

—¿Qué te pasa, Em?

Me sonríe burlón. Los pezones se me yerguen en respuesta a su voz ronca.

—No lo sé...

—No disimule señorita Smith, los dos sabemos ya lo cachonda que la pone su jefe.

Primero me sorprendo, luego me echo a reír a carcajadas. Se acerca hasta mi cama y se agacha para cogerme en brazos. Me lleva de vuelta a su habitación. Me coloca de lado y se tumba detrás de mí. Me abraza por la cintura, me da un beso en el cuello y se queda dormido. Yo me quedo un rato más despierta. Me preocupa la vuelta a Londres. Pero sobre todo me preocupa George. Un escalofrío me recorre la espalda y me aprieto más contra Henry. Como si entre sus brazos, nadie pudiera hacerme daño. Ojalá fuera así. Y con ese pensamiento me quedo dormida.

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