Henry

Henry


Emily

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Emily

—Tengo buenas noticias, Em.

—Por favor, aquí no me llames así...

Me muerdo los labios sabiendo que al final va a hacer lo que le salga de las narices. A duras penas se contiene de arrinconarme cada vez que tiene ocasión.

—Está la puerta cerrada, nadie me oye.

—Pero es que si te acostumbras, cuando volvamos a Londres empezarás a llamármelo allí también, y no quiero.

—¿Quieres saber las buenas noticias o no? Ese problema ya lo solucionaremos cuando lleguemos a Londres.

—Vale, dime las buenas noticias.

—Nos vamos una semana antes de lo previsto.

Suspiro.

—¡Bien!

—El nuevo director se incorpora la semana que viene y nos quedaremos quince días más hasta que se adapte, luego podremos volver a Londres.

Qué alivio no volver a verle más la cara a Abril.

—Esta noche lo celebraremos.

Le miro con una sonrisa.

—Cuento con ello.

Me guiña un ojo y sale de mi despacho. Se sienta en su mesa y veo que saca el móvil y teclea. Le observo curiosa. Mi móvil vibra en el bolso.

No sabes las ganas que tengo de llegar a casa. ¿Has pensado ya cómo vamos a celebrarlo?

Me muerdo los labios conteniendo la risa. Le miro pero él tiene la mirada fija en la pantalla de su ordenador.

Algo tengo pensado

Le doy a enviar y espero. Le veo coger el móvil de encima de su mesa.

¿Ese algo tiene que ver contigo, conmigo y una cama?

Se me escapa la risa.

Bueno, una cama... o un sofá, la alfombra del salón, la encimera de la cocina...

Se echa a reír y me mira a través del cristal. Teclea una vez más en el móvil.

No me digas eso. Ahora se me va a hacer demasiado larga la tarde, cariño

El corazón me da un bote en el pecho. Miro otra vez a través de los cristales y le digo moviendo los labios: y a mí.

Suena el teléfono mientras estoy viendo la tele tirada en el sofá y Henry se afeita en el baño. Es mi padre. Qué ganas de oír su voz, a veces los echo tanto de menos que me pienso seriamente dejar Londres y volver a casa. Pero después recuerdo la granja perdida en medio del campo, a mi madre controlando cada movimiento que hago, y se me quitan las ganas. Descuelgo contenta.

—¡Hola, papá!

Mi cara va cambiando de expresión según va hablando mi padre. Henry vuelve al salón secándose la cara con la toalla y me mira preocupado. Cuelgo el teléfono y me echo a llorar. Se acerca a mí en dos zancadas y me tiende la mano para que me levante.

—¿Qué ocurre, Emily?

Me abrazo a él con fuerza.

—Era mi padre. Mi madre está en el hospital.

—¿Qué ha pasado?

Me entra un miedo horroroso de responderle después de todo lo que sé. Le miro a los ojos y veo que además de preocupado está asustado.

—¿Emily?

Me seca las lágrimas y me coloca el pelo detrás de la oreja. Cojo aire profundamente antes de responderle.

—Ha tenido... un accidente con el coche. Reventó una rueda y se salió de la carretera.

Pruebo a ver si con decirle lo del reventón se le hace menos duro, pero me estrecha contra él y hunde la cara en mi cuello. Y noto como empieza a temblar.

—Oye, Henry...

—¿Ella... está grave?

Me acaricia la oreja con la nariz y sus lágrimas silenciosas me mojan la piel.

—Mi padre dice que no es nada grave, pero aún la tienen ingresada en el hospital, en observación. ¿Cómo puedo saber si es verdad o no quiere preocuparme porque estoy fuera?

Se separa de mí y me agarra de los brazos.

—Emily, tienes que ir.

—¿Adónde?

—A casa, ve a ver a tu madre.

—¿Y dejarte aquí solo?

—¿Ahora te preocupas por mí?

Me sonríe y me da un beso suave en los labios.

—¿Y quién va a hacerlo si no?

—No te preocupes, estaré bien. Busca un vuelo.

—¿Estás seguro?

—Joder, sí. Es tu madre.

Le miro e intento grabar en mi mente cada rasgo de su cara para llevármelo en el viaje. Sus ojos azules, sus labios carnosos, los hoyuelos que se le marcan al sonreír, su hoyuelo en la barbilla. Qué raro es todo esto. Si hace solo un mes me dicen que voy a sentir esto que estoy sintiendo por El Estirado, hubiera puesto el grito en el cielo.

Le seco las lágrimas con las yemas de mis dedos.

—Gracias, Henry.

Y me da un beso de los de verdad, de los que te doblan las rodillas y hacen que el corazón te golpee con fuerza en el pecho.

—Ve a hacer la maleta, yo buscaré el primer vuelo que salga para Londres.

—¿Y no podríamos antes...?

Me mira arrugando la frente pero aprieta los labios para no sonreír.

—¿Sí?

—Nada, nada. Era una tontería.

Me doy la vuelta para irme, pero sonrío cuando me coge del brazo. Se pega a mi espalda y me susurra al oído.

—Emily, ¿esa tontería tiene algo que ver contigo, conmigo y una cama?

—Bueno, una cama... o un sofá, la alfombra del salón, la encimera de la cocina...

Se ríe mientras me da mordiscos en el cuello y mete la mano por debajo del vestido. Y después dentro de mis bragas. Me empuja hasta el dormitorio y me desnuda mientras sigo de espaldas a él. Después me da la vuelta y me besa. Me besa hasta que me duelen los labios y las piernas apenas me sostienen. Le desabrocho la camisa y le clavo los dedos en el pecho. Él gime y me aprieta más contra su cuerpo. Siento su erección presionando en mi vientre y mis músculos se contraen en respuesta. Se desabrocha los pantalones y se termina de desnudar. Me coge en brazos y me penetra. Y empuja. Una, dos, tres veces. Después se pone de rodillas en la cama y se deja caer suavemente, conmigo debajo. Y me lo hace despacio, muy despacio. Alargando cada caricia, cada beso. Es tan dulce que duele. Cuando por fin me corro envuelta en su sudor y el mío, tengo ganas de llorar. Nunca había sentido esto, jamás. Ni siquiera con aquel primer novio que tuve y del que estaba tan enamorada. Hasta que le pillé follando en el granero de mis padres con mi mejor amiga durante mi decimonoveno cumpleaños, claro. Bonita historia, ¿eh? Mejor en otro rato.

Me estrecha entre sus brazos y con un suspiro me quedo dormida en su pecho.

Cuando despierto me duele un poco la cabeza. Demasiado pronto se me ha pegado a mí la costumbre esta de la siesta. Henry no está en la cama, ni en la habitación. Me enrollo en la sábana y voy a buscarle.

Está sentado delante del ordenador, en el escritorio del salón. Me acerco y cuando me ve, retira la silla y se da un golpecito en la pierna para que me siente.

—He llamado a Abril para decirle que el lunes no vas al trabajo, que se lo comunique a su jefe.

—Pero el lunes sí voy a ir a trabajar.

—Ya veremos, Em. Si tus padres necesitan ayuda allí, quédate hasta el martes.

—Vendré el lunes y punto. Creo que si fuera algo muy grave mi padre no me lo habría ocultado.

—Ya tengo tu billete de ida. El de vuelta lo sacaré cuando me digas cómo está tu madre.

Le miro y le acaricio los suaves rizos. Le ha crecido bastante el pelo desde que estamos aquí. Pongo los ojos en blanco.

—Tenías razón, eres un compañero de piso excelente.

—Yo siempre tengo razón, cariño.

Sonríe y me da un beso en el hombro desnudo. Se me pone la piel de gallina.

—¿A qué hora sale?

—A las siete, Tienes una hora para prepararte.

Me da un cachete en el trasero y yo me levanto. Aprovecha para tirar de la sábana y dejarme desnuda.

—¡Oye! No me vayas a entretener o perderé el vuelo.

—Solo quería verte desnuda antes de que te vayas. Te echaré de menos, Em.

Vuelvo a enrollarme la sábana.

—Lo sé, Hank.

Le guiño un ojo.

***

Cogemos un taxi hasta el aeropuerto después de discutir un rato el que me acompañara o no. El quería, yo no. Bueno, sí quería. ¡Qué diablos! Pero a una le gusta ver como la insisten. Y él es muy insistente. Pero mucho.

Se me pone un nudo en la garganta cuando bajo la maleta del taxi. Estoy asustada por lo que me voy a encontrar cuando llegue a Hertford, pero también por dejarle solo.

—El lunes estaré aquí sin falta.

—Em, que no pasa nada.

Me acaricia la cara y me coloca el pelo detrás de la oreja. Cojo aire y lo suelto resoplando.

—¿Me vas a echar de menos?

—Pues claro, ya te lo he dicho.

—¿Y qué vas a hacer mientras me echas de menos?

—Me quedaré en casa adelantando trabajo y suspirando por ti.

Me echo a reír.

—Tengo que irme.

Le doy un beso suave, pero él no se queda conforme y me estrecha contra él, abriéndose paso con la lengua entre mis labios. Cuando me suelta, me tambaleo.

—Vaya... ¡La vuelta promete! ¡Adiós, Hank!

—¡Llámame cuando llegues, preciosa! ¡Buen viaje!

Cojo mi maleta y agito la mano hasta que lo pierdo de vista.

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