Henry

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Emily

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Emily

Al día siguiente recibo un paquete, a la misma hora que el ramo de flores. Miranda vuelve a sentarse en el borde de mi cama y me lo tiende nerviosa. Cuando lo abro, una sonrisa ilumina mi cara. Es el libro del que me habló en el viaje a Barcelona. La Sombra del Viento. Al final se le olvidó dármelo allí. Abro la tapa y dentro hay una dedicatoria.

Olvidé dejártelo, así que compré uno para ti. Para que no olvides aquel viaje. Y tampoco lo que sentimos. Henry

Miranda me mira y se encoge de hombros.

—No sé qué decirte, Em.

—Mejor no digas nada.

Hace el gesto de cerrarse la boca con una cremallera.

Cuando nos recoge hago mi primera concesión. Me siento en el asiento del copiloto. Pero no digo nada. Solo le doy las gracias. Él me sonríe, pero no contesta.

Por la tarde entra en mi despacho para decirme que al día siguiente no puede traernos por la mañana, pero que ya ha quedado con la empresa de taxis para que pasen a recogernos a las siete y media.

—¿No va a venir en todo el día, señor Shelton?

—Sí, sí vendré, señorita Smith. Solo que un poco más tarde. Tengo que acompañar a Lily al médico.

—¿Le ha pasado algo grave?

Con todo este lío de la vuelta ni se me ha ocurrido llamar para ver qué tal estaba.

—No, no pasa nada. Está un poco griposa. Pero es muy mala enferma.

—Pues si me permite usted llamar desde aquí, le haré una llamada para preguntar.

Le miro alzando una ceja.

—Sí, puede llamarla. Pero no se entretenga mucho, mi prima suele olvidar que la gente trabaja y se enrolla como las persianas.

—Cómo si pagara usted el recibo...

—¿Qué?

—Nada, que colgaré pronto.

Le sonrío. Emily la contestona, ha vuelto.

La mañana del día siguiente amanece con un nuevo regalo. Y esta vez sí que consigue llegarme al corazón. Es el CD del cantante de aquella canción tan bonita que bailamos. ¿Pero cómo ha podido encontrarlo? Si ni siquiera sabía quién la cantaba. Lo abro y veo que en el libreto ha rodeado la canción con un rotulador, y ha puesto una post-it pegado al lado.

Fue un abrazo de tu amor SIN guantes, con sonrisas que me regalabas, el saber que sin ti no soy nada, yo estoy hecho de pedacitos de ti.

Me echo a reír cuando veo el SIN guantes, mientras me resbalan las lágrimas por las mejillas. Pongo el CD y busco la canción. Y recuerdo aquella tarde que él quiere que recuerde. La primera vez que me cogió de la mano porque yo no llevaba guantes y las tenía frías. Aquel primer beso.

Mis defensas se derriban sin remedio.

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