Henry

Henry


Lily

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—De verdad, Lil... ¿Hace falta que vayamos con eso?

—“Eso” se llama carro de la compra. Y sí, hace falta que vayamos con eso. ¿O vas a cargar tú con todo?

—¡Dios sí! Por favor, no te lo lleves.

—¡Pero bueno! ¿Cuándo te has vuelto tan pijo? Solo es un carro de la compra.

—¿Y no lo había más discreto? Es horroroso.

Le miro con el ceño fruncido y la boca abierta.

—¡Estarás tú al tanto en moda de carros de la compra! Será posible...

Al final consigue que lo deje en casa, después de chantajearle para que salga por la noche. Aunque. Holly. No. Venga.

Henry se queda comprando la fruta y yo me paseo por los pasillos comprando lo demás. Cuando llego al pasillo de los chocolates me quedo embobada, como siempre, y de repente noto un fuerte choque contra mi carro. Me caigo al suelo de culo. Y la falda se me sube hasta la cintura. ¿A quién se le ocurre venir a la compra con una jodida minifalda? Pues a mí.

—¡Perdone, señorita!

El chico con el que he chocado se acerca corriendo y me ayuda a levantarme del suelo. Yo me estiro a la traidora hasta las rodillas.

—No pasa nada.

—¿Está bien?

—Sí, sí.

—Lo siento de verdad, iba un poco despistado y no la vi. ¿De verdad que no se ha hecho daño?

—No, físicamente no. Pero mis oídos están sufriendo de oírte hablarme de usted.

Se echa a reír.

—Lo siento, es la costumbre.

Se pasa la mano por el pelo nervioso.

—Disculpado. Y ahora, ¿puedo seguir mi paseo por los chocolates?

—Oh, sí, sí. Claro.

Aparta su carro de mi camino y continúo deleitándome con las cajas de los bombones, hasta que me decido por una. Por mí me las llevaría todas, pero no quiero acabar en una clínica de desintoxicación de chocolateadíctas. Giro y en el siguiente pasillo me encuentro a Henry cargado con las bolsas de la fruta.

—¿Qué estás mirando? ¡¿Condones?!

Mira a los dos lados del pasillo y frunce el ceño.

—¿Tenía que enterarse todo el supermercado, Lily?

—No pasa nada, si aquí no te conoce nadie.

—Viniendo contigo terminarán por conocerme, seguro.

—Sí, como el chico de los condones.

Me echo a reír.

—Qué graciosa...

—Pues yo creo que no hace falta que compres, Holly siempre va bien surtida.

—¿Y quién te ha dicho que vaya a usarlos con Holly?

Abro los ojos como platos.

—¡¿Entonces con quién?! ¡¿Con tu secretaria?!

—¿Pero qué tonterías estás diciendo? Anda, cállate.

—Hasta que no me digas no voy a callarme.

—Lily, no te creas que porque viva en tu casa y te preocupes por mí, y tenga que decirte adónde voy y adónde vengo, también te voy a contar con quién me acuesto.

Al final claudico.

—Vaaaale, vaaaale.

Coge un bote de lubricante y me muerdo los labios para no reírme. Henry me mira con el ceño fruncido.

—No digas nada.

Pero no puedo aguantar más.

—¡¿Lubricante?! ¡¿Estás de coña?! ¿Pero qué mujer en este mundo necesitaría lubricante contigo?

Me echo a reír a carcajadas.

—Era broma.

—¡Ya me extrañaba a mí...!

—Anda vámonos antes de que pregones por todo el supermercado que uso la talla XL.

—¡¿En serio?!

—¡Nooooo! Te lo crees todo, ¿eh?

Se echa a reír.

En la caja vuelvo a cruzarme con el del carro. Me sonríe, yo le devuelvo la sonrisa por educación. Henry me mira y después sigue mi mirada hasta él.

—¿Le conoces?

—No.

—¿Estás ligando en el supermercado, entonces?

—Chocó como un suicida contra mi carro y me tiró al suelo.

—¿Qué te tiró al...? Y yo me lo pierdo.

Se echa a reír a carcajadas.

—Pues no ha tenido nada de gracia. Se me ha subido la falda hasta la cintura.

Se ríe más fuerte.

—Tú sigue. El que ríe el último...

El chico del carro me dice adiós con la mano antes de salir por la puerta.

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