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Me hubiera gustado ver a mi prima en el pasillo sentada en el suelo con la falda hasta la cintura. Todo un numerito.

—No te enfades, Lil. Me río con cariño.

—¡Vete a la mierda!

Mete las bolsas en el maletero cabreada.

—Venga, elige un sitio para comer. Te invito.

Le cambia la cara y pone una sonrisa de oreja a oreja. Después frunce los labios, se cruza de brazos y mira al cielo pensando.

—¿Dónde yo quiera?

—Donde tú quieras.

Me da un golpecito en el hombro.

—¡Más vale que tengas hambre, Hank!

Después de dejar la compra en casa de Lily, bajamos en metro hasta Great Portland, a un restaurante italiano que se llama Demartino, y que según Lily es el rey de la pasta. Y por el empeño que pone comiendo, no me cabe duda de que es su restaurante favorito.

—Lily, te vas a atragantar.

Me mira mientras sorbe un espagueti como los niños pequeños. Muevo la cabeza y pongo los ojos en blanco. Después me echo a reír porque tiene los labios manchados de tomate. Me sonríe enseñándome los dientes y arrugando la nariz.

—¿Puedo pedir postre doble?

—¡¿En serio?! ¿Pero puedes meter más en el estómago, Lil?

La miro asombrado.

—Tengo que coger fuerzas para esta noche, Hank. Que luego me desmayo en la pista.

Me guiña un ojo.

—Bueno, ¿y qué hay en la carta de postres que esté tan bueno como para que quieras repetir?

—¡El Panna Cotta! Obvio.

Pone los ojos en blanco, como si tuviera yo que saber qué es un Panna... ¿qué?

Al final se pide dos, yo me pido uno y creo que si se lo ofreciera, se lo comería también. Increíble. Pero tiene razón, el jodido flan está de muerte.

—¿Dónde vamos a ir hoy, Lil?

—Creo que al Circus, a Tara le gusta mucho porque hay espectáculos con acróbatas y esas cosas.

—Ok, pero te advierto que yo me vendré pronto. Tengo que ponerme al día con algunas cosas de trabajo y no quiero levantarme muy tarde. Llevaré yo el coche y luego os volvéis en taxi, ¿te parece bien?

—Sí, sí. Si tienes trabajo que hacer... Oye, ¿qué tal lo llevas con tu secretaria?

La miro con la cuchara a mitad de camino hacia mi boca abierta. De repente se me ha quitado las ganas de seguir comiendo el postre. Dejo la cuchara en el plato.

—Seguimos igual. Creo que no tiene remedio.

—Dale tiempo. No creo que sea para tanto.

—Bate el record de contestaciones por minuto, Lily. No me vengas con que no es para tanto.

—Me parece que sois los dos tal para cual.

—Seguro...

Resoplo. Ella me mira con los ojos entrecerrados y con una sonrisa en los labios.

—¿Qué?

—¿No te gustará tu secretaria?

—¡Pero qué dices, Lil! ¡Ni de coña!

Alza una ceja y coge aire.

—Hombres... ¿vas a terminarte eso o me lo puedo comer yo?

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