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No me puedo creer que Lily haya traído a mi secretaria a casa, no entiendo nada. Me muero por saberlo, pero están las dos encerradas en la habitación y no puedo preguntar.

¡Maldita sea!

Me levanto para ir al baño y mojarme un poco la cara, porque no he podido evitar ver los pezones de Emily a través de la tela de su jersey y ponerme nervioso. Abro la puerta y ni en mis sueños más eróticos espero encontrarme semejante espectáculo. Emily en la ducha. Puedo verla entera porque las mamparas del baño son totalmente transparentes. El agua resbalando por su cuerpo es ya demasiado para mis nervios. Esta vez mi polla y mi mente van a la par, porque en apenas unos segundos estoy fuera de mis casillas y con una erección de caballo. Quiero meterme en la ducha con ella y follármela contra los azulejos mientras grita mi nombre. Quiero hundirme en ella mientras se corre y sentir sus músculos contraerse alrededor de mí.

Emily... Y como si me hubiera escuchado, abre los ojos y me ve parado en la puerta. Da un grito cubriéndose los pechos y se da la vuelta.

—¡Lo siento!

—¡¡Sal de aquí por Dios!!

Cierro la puerta y me apoyo en ella. No lo siento, claro que no. Es lo mejor que me podía haber pasado hoy después de saber que voy a viajar con ella a España...

Estupendo. Voy a estar dos meses fuera con mi secretaria, a la que acabo de ver en pelotas y que curiosamente, me ha puesto cachondo para el resto de la noche.

—¿Henry, qué has hecho?

Mi prima sale de su habitación como un rayo.

—No he hecho nada.

—He oído a Emily gritar.

—No me he dado cuenta que estaba en el baño y he entrado.

—¿No te has dado cuenta o no te has querido dar cuenta? Porque la puerta del baño estaba cerrada.

Se cruza de brazos.

—Pensaba que estabais en la habitación, Lil. No lo he hecho aposta.

—Es que no me lo creo.

—¿Y para qué coño querría yo ver a mi secretaria desnuda, Lil?

—¡Pues qué sé yo! Igual porque es una mujer, y estaba desnuda.

—No tengo ningún tipo de interés en ella.

Mentiroso.

—Haz el favor de comportarte, Hank. No estás en el trabajo ahora, así que aquí no la trates como si fueras su jefe, ¿ok?

—No, no te preocupes. Trataré de ignorarla.

La llevas clara, Shelton. Después de la escena de la ducha no va a ser posible volverla a ignorar.

—¿Y por qué no mejor pruebas a tratarla como a una persona?

—¿Y cómo te crees que la trato en el trabajo? ¿Cómo a un animal?

—Pues no lo sé, pero algo haces mal cuando no conseguís entenderos.

—¿Y tengo que ser yo el que está haciendo las cosas mal? ¡Pregúntale a ella por qué me contesta cada dos por tres!

—Yo no le contesto cada dos por tres.

Me vuelvo y veo a Emily que ha salido del baño. Se ha puesto una camiseta blanca parecida a la mía, sin sujetador debajo. Al ver la dirección de mi mirada se cubre con los brazos y se sonroja.

—Lily, ¿te importa dejarme un sujetador? El mío está mojado aún.

—Oh, sí. Lo siento. Creo que tengo uno de cuando iba al gimnasio y tenía menos tetas de las que tengo ahora.

Se echa a reír.

—Sí, porque a Emily creo que le iban a ir grandes los tuyos...

—¡Joder, qué poca delicadeza tienes! No me extraña que te conteste tan a menudo. Yo lo haría si tuviera un jefe tan capullo como tú.

Emily se muerde los labios para no reírse. Yo intento disculparme.

—Lo siento, Emily. No era ningún insulto. A mí me gustan las tetas como las tuyas, que conste. Ni grandes ni pequeñas.

¡¿PERO QUÉ ESTOY DICIENDO?! ¡Válgame Dios! Esta mujer me cruza los cables. Emily abre los ojos sorprendida. Me doy la vuelta para irme antes de que se me vaya la cabeza por completo.

—Gracias, señor Shelton.

Me giro y la veo sonreír. Lily frunce los labios y alza las cejas. Ya sé lo que está pensando.

Ni de coña me gusta mi secretaria...

—No estás en el trabajo. Llámame Henry.

Después de insistir mucho, y cuando digo mucho es nivel agotamiento, Lily consigue que Emily se quede a cenar con nosotros. Me da un poco de pena, porque se nota que está incómoda estando yo aquí, así que intento ser amable y no incordiarla mucho. Ella también parece que ha enterrado el hacha de guerra por el momento. Aunque a veces cuando habla me mira de reojo con cautela.

—¿Cómo es que has venido sola andando hasta aquí, Emily?

Baja la mirada y aprieta la servilleta con fuerza.

—A lo mejor no es de tu incumbencia, Lil. No preguntes tanto.

La miro con el ceño fruncido.

—¿Emily, te ha molestado la pregunta? Lo siento.

Levanta la vista y la mira con ojos tristes.

—No, no te preocupes. Solo son problemas en casa. No quiero aburriros con eso.

Lily cambia de tema, pero Emily ya no vuelve a estar relajada en toda la cena. Intenta sonreír a veces, pero la sonrisa no le llega a los ojos. Cuando terminamos de cenar se levanta rápidamente.

—Lily, te ayudo a recoger y me voy.

—No, no hace falta que recojas. Ya lo hará Hank luego.

—¿Hank?

—Es su apodo familiar. Su madre se lo puso y yo cogí la costumbre de llamarle así.

Lily me sonríe y le devuelvo la sonrisa.

—Si no recojo es capaz de castigarme sin desayuno mañana.

—Cómo lo sabes...

Por primera vez la oigo reír. Su risa suena a primavera, a flores... Y al campo que rodeaba nuestra casa de verano. Suena como la de mi madre. Lily me mira con la boca abierta, creo que ella también se ha dado cuenta.

—¿Pasa algo?

Nos observa curiosa.

—No, nada. Por un momento nos recordaste a alguien.

Mira el reloj y resopla.

—Tengo que irme. Gracias por todo, Lily.

La abraza.

—Espera, te acerco en coche.

—No, ya la acerco yo.

—No os preocupéis, iré andando.

—¡¿Estás loca?! ¿Andando a estas horas hasta Homerton? Ni de coña. Hank, tú quédate recogiendo la cocina, que lo que quieres es librarte.

—¿Y dejar que la lleves a casa en tu coche? ¡Ni hablar! No me fio. Deja la cocina que ya la recojo cuando vuelva.

Lily se encoge de hombros.

—Supongo que irás mejor en su Mercedes, claro...

Pone los ojos en blanco y mira a Emily encogiéndose de hombros. Cojo la chaqueta y las llaves del coche.

—Vamos, Emily.

—Mañana te lavaré la ropa para que te la lleve Hank al trabajo, ¿ok?

—No hace falta que la laves...

—Venga, venga, iros ya.

Lily la empuja hacia la puerta. Emily no se hace una idea de lo cabezota que es la otra.

***

No dice nada en todo el camino, ni siquiera menciona el incidente de la ducha. Seguramente me haya afectado más a mí que a ella. Cuando llegamos a su edificio se gira, y una de las comisuras de sus labios se levanta un poco en un amago de sonrisa.

—Sé que esto ha sido un poco raro.

—La verdad es que sí.

Me echo a reír.

—Ya.

—Primero te encuentro borracha tirándote a los coches en marcha, y hoy subes a casa de mi prima calada hasta los huesos. No sé qué va a ser lo próximo.

—Lo de la borrachera no es algo habitual en mí, así que dudo que se repita. Esa noche me pasé un poco porque no estaba muy bien y...

Se calla.

—¿Y...?

—Señor Shelton, no quiero aburrirle con mis problemas personales, de verdad.

—Seguimos fuera del trabajo, Emily. No me llames así.

—Tengo que subir a casa. Gracias por traerme... Henry.

—De nada.

Agarra la manecilla de la puerta para abrir.

—¡Espera!

La agarro del brazo y se da la vuelta.

—Oye, siento lo de esta tarde, en el trabajo.

—No tiene importancia.

—Sí, sí la tiene. Después estuviste llorando.

—Vamos, olvídalo. Sé que no te hace gracia viajar conmigo a España y tener que aguantarme durante dos meses, pero a mí me pasa lo mismo.

—No es que no me haga gracia que vengas conmigo, Emily. Es que no me hace gracia tener que viajar ahora, cuando apenas me he asentado en Londres.

—No intentes quedar bien, no quieres que vaya y ya está. Lo dejaste bien claro.

—Está bien, no quería que vinieras, no. Pero entiende que de la forma que nos llevamos, no sé, no me resulte agradable el viaje.

—Es un viaje de negocios, Henry. No tiene que resultarte agradable.

—Emily, lo siento.

—No lo sientas. Y ahora tengo que irme.

Me bajo del coche y doy la vuelta hasta su lado para abrirle la puerta. Arquea las cejas y se muerde los labios para no echarse a reír. Saca un pie, saca el otro, y cuando va a ponerse de pie tropieza con el escalón y la sujeto entre mis brazos.

¡Lo sabía! Tenía que tropezarse... Levanta la vista hasta que su mirada se cruza con la mía. Azul con azul. La estrecho un poco más contra mí y no dice nada, se queda callada mirándome a los ojos. Yo desvío la vista hacia sus labios, si me inclino un poco más podría besarla. Pero no lo hago. Le doy un beso en la mejilla. Aunque antes de volver a mirarla a los ojos y asegurarme de dejarla de pie en la acera, mis labios rozan los suyos un segundo.

—Me ha gustado que te quedaras a cenar. Y lo digo enserio.

Ella no dice nada. Mira otra vez hacia arriba, a la ventana que también miraba el sábado, y coge aire.

—Hasta mañana, Henry.

Y se va. La veo subir los escalones y meterse en el portal. Pero no se da la vuelta.

Se me pasa por la cabeza llamar a Holly para aliviar el estado en el que estoy, pero seguramente tenga a su hija en casa. Así que me toca tirar de remedio casero, una buena ducha de agua fría o masturbarme hasta que me duela la muñeca.

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