Henry

Henry


Henry

Página 19 de 54

H

e

n

r

y

—Ha llamado mi madre. Dice que viene a la inauguración.

—Pero no hacía falta, Hel. Son muchos kilómetros para solo una pequeña librería.

Se acerca a mí y me abraza por la cintura.

—Ya sabes cómo es.

Le doy un beso en la frente.

—Sí, cualquiera le lleva la contraria.

Nos echamos a reír.

—¿Estás nervioso?

Me mira con su brillo especial en esos ojos azules tan bonitos que tiene.

—Bastante.

—No lo estés. Va a salir todo de maravilla.

—Gracias, Helena.

—¿Por qué?

Me mira con la interrogación pintada en sus ojos.

—Por seguirme en esta locura.

—Oh, vamos. Abrir una librería no es ninguna locura. No eres el primero.

—Pero no tengo ni puñetera idea de cómo llevar una.

—No te preocupes, seguro que podremos apañárnoslas.

Me da un beso suave en los labios.

—¿Has decido ya qué vas a ponerte?

—Oh, Dios, no.

—Hel, llevas una semana pensándolo. No hace falta que te vistas de gala.

Se echa a reír.

—Ya lo sé, pero quiero dar una buena impresión.

—¿Estás de coña? Con esa cara tú siempre la das.

—Qué tonto eres.

—No, la tonta eres tú por dudar siempre de ti misma.

La cojo la cara entre las manos y acerco mis labios a los suyos, ella los abre y con la punta de su lengua recorre los míos. La cojo del trasero y la aprieto contra mí. Ella se roza contra mi polla dura y gime. Me desabrocha los pantalones y mete la mano dentro de mi bragueta. Me acaricia despacio, cogiéndola entre sus dedos. Cuando estoy tan excitado que creo que voy a explotar, la cojo en brazos y la llevo al dormitorio. La desnudo rápidamente y la tumbo en la cama. Le abro las piernas y mi lengua se pierde entre sus pliegues. La acaricio hasta que se corre. Después me hundo en ella y hacemos el amor hasta que no podemos más. Me corro, como siempre, gritando su nombre. Ella lo hace suspirando el mío.

***

El día de la inauguración, los nervios dominan mi apartamento. Helena y yo no hacemos más que discutir y ella no para quieta ni un momento.

—Estáis los dos insoportables. Pero al menos tú no das gritos.

—¡¡Mamá, te he oído!!

—¿Ves? Está histérica.

Me echo a reír.

—Lo siento, Laura. Estamos un poco nerviosos, han sido tres semanas un poco estresantes.

—¿Y por qué no me lo dijisteis? Hubiera venido a ayudaros. Helena me dijo que no necesitabais nada.

—No, si no hacía falta. Algún problema con los proveedores de las editoriales, pero ya has visto que tu hija se apaña bastante bien con los gritos. Los acojonó a todos.

Se echa a reír a carcajadas.

—¿Os estáis riendo a mi costa?

Helena nos mira enfadados desde la puerta del salón. Yo la miro enamorado, porque está tan guapa que mi corazón empieza a latir con fuerza. Lleva tan solo una camisa blanca y unos pantalones negros con una raya blanca en el lateral, pero solo ella sabe ponerse algo tan sencillo y no querer despegar los ojos de su cuerpo. Un bonito collar en forma de mariposa adorna su cuello.

—Hel, cambia la cara. No te va nada con tu ropa.

—¿No te gusta?

—Claro que me gusta, por eso lo digo.

Pone los ojos en blanco y resopla.

—¿Nos vamos ya?

—Sí, anda. No vaya a ser que te de un ataque de ansiedad.

—¡Mamá!

Se sienta en el sillón a abrocharse las sandalias mientras nos mira de reojo con el ceño fruncido.

Laura mira el rotulo de la fachada fascinada.

—H & H Books. Habéis elegido un bonito nombre.

Abrazo a Helena y la estrecho contra mí. Ella me sonríe, y noto como tiembla ligeramente de los nervios. Pero al menos ya no tiene esa cara de enfado tan horrorosa.

—Vamos, Hel. Tranquilízate un poco.

—Lo siento, no puedo evitarlo.

Arruga la nariz.

—¿A qué hora exacta es la inauguración?

—A las siete.

Laura se mira el reloj.

—Hemos llegado bastante pronto entonces.

—Queríamos enseñártela antes de que esto se llene de gente.

Helena asiente.

—¿Y a qué estáis esperando?

Abro la puerta y entramos dentro. El olor a libro nuevo me envuelve e inspiro con fuerza. Imágenes mías y de mi padre se agolpan en mi mente. Sonrío. Cuánto me hubiera gustado que él estuviera hoy aquí, conmigo. Helena me agarra de la mano y me da un apretón. Laura nos rodea y entra dentro. Mira todo asombrada.

—Es preciosa...

—¿A qué sí, mamá?

Helena se mueve inquieta.

—En Valley Falls no hay librerías. Nunca había entrado en una.

—En Valley Falls no hay una mierda.

—¡Helena!

Laura la mira riñéndola.

—Es que es verdad, no hay nada. Granjas y más granjas.

—No voy a discutir contigo.

Agarro a Laura del brazo y me la llevo de allí antes de que Helena replique y empiecen a discutir sobre Kansas. En lo que a ella se refiere, odia con todas sus ganas su pueblo natal. A mí me pareció encantador, pero cualquiera le dice nada.

Le enseño toda la tienda. El rincón de lectura, con un sofá y una alfombra para los que los niños se sienten a leer, las enormes estanterías de madera, las vitrinas con las ediciones especiales, la trastienda con su mesa antigua y su sofá de cuero de vete a saber qué siglo... Nos regala una sonrisa maravillosa y la enhorabuena. Está encantada con todo, pero claro, qué va a decir, es la madre de Helena, no es una opinión objetiva.

El recorrido termina a tiempo justo de abrir las puertas para la gente de la calle. La librería se llena de mucha más gente de la que esperábamos. Ha venido medio Skyland, gracias a Hel, y bastante gente del Meaning. Entre ellos mi querida compañera y socia, Rebeccah.

—Vaya Shelton, te has superado.

—Gracias, Graham.

—Veo que vas en serio con ella.

—Llevamos juntos dos años, ¿tú qué crees?

—Me alegro por ti, Henry. Necesitabas a alguien como ella.

—Sí, pero me la tuve que buscar yo solo. Tú, arpía, no me ayudaste en nada.

Se echa a reír.

—Vamos, no me lo eches en cara. Te las has apañado bastante bien sin mí.

—A saber a quién me hubieras buscado tú.

—¿Lo dudas? Pues a otra arpía como yo.

Nos echamos a reír los dos.

Al final, cerramos más tarde de lo previsto. Y llevo a Helena y a Laura a cenar fuera para celebrarlo. No puedo explicar con palabras los sentimientos que he vivido esta tarde. Solo espero que, allá donde mi padre esté, se sienta muy orgulloso de mí.

Y un año después estoy delante de la librería. Nuestra librería. Después de mucho pensármelo, he decido que lo mejor es dejarlo, esto no tiene sentido sin ella.

Entro para recoger las últimas cajas y echo un vistazo alrededor. Las estanterías están vacías y el polvo se va acumulando en ellas.

Me acerco hasta el rincón de lectura y me dejo caer en el sofá. Su sofá. Una nube de polvo se levanta a mi alrededor.

Cierro los ojos y recuerdo a Helena entrando por la puerta, las tardes que venía a ayudarme después de salir del trabajo.

Recuerdo las mañanas de sábado, cuando se sentaba a leer en el rincón de lectura a los niños que venían con sus padres.

Recuerdo su cara emocionada cuando uno de sus escritores favoritos vino a comprar un libro, y le firmó cada una de sus novelas exclusivamente para ella.

Y recuerdo las veces que hacíamos el amor en la trastienda, cuando apagábamos todas las luces y no quedábamos solos, ella, los libros y yo.

Abro los ojos mientras una lágrima solitaria rueda por mi cara.

Cuelgo el cartel de TRASPASO y cierro con llave la puerta del que ha sido, durante un año, mi sueño.

Ir a la siguiente página

Report Page