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¿Pero qué he dicho ahora? Si solo era una broma. De verdad, no hay quien entienda sus cambios de humor. Me tumbo en la cama pero ya no tengo ganas de dormir. La siento levantarse al baño.

—¿Emily?

Se para en mi puerta y se asoma.

—¿Qué quieres ahora?

—No sé qué es lo que he dicho, pero estaba bromeando. Lo siento.

—Vale.

—¿Sigue en pie lo de mañana?

—Supongo.

—Vale. Hasta mañana.

—¿Por qué no cierras la puerta?

—No me gusta dormir con la puerta cerrada. No me digas que te molesta, porque duermo con el pijama.

—Pero sin camiseta.

—Pues que conste que me cuesta horrores dormir con los pantalones, no estoy acostumbrado a dormir vestido. Lo hago por ti.

—¡Es que solo me faltaba tenerte paseando por el piso en calzoncillos!

—Los calzoncillos también me molestan.

—Pues no te imagino paseándote por el piso de Lily en pelotas, que quieres que te diga.

Y como no ha cogido la primera indirecta, vuelvo a tirársela.

—No, allí duermo igual que aquí, con pantalones, pero sin calzoncillos.

Ahora sí. Se pone colorada y abre la boca. Después mueve la cabeza, pone los ojos en blanco y se mete en el baño. Yo sonrío en la oscuridad y caigo rendido.

***

Me despierto a la mañana siguiente y Emily no está. Me ha dejado una nota en la cocina para decirme que ha ido a hacer unas compras. Desayuno y me siento a esperarla, pero a la hora de comer aún no ha vuelto. Preocupado, la llamo al móvil y tampoco lo coge. Me entra el pánico.Como sin ganas y vuelvo al sofá a tumbarme un rato. Me jode decirlo, pero echo de menos que esté por aquí, aunque sea para estar molestándome con sus contestaciones. Me quedo dormido del aburrimiento.

Abro los ojos. Tengo calor. No recuerdo haberme arropado con una manta.

—Vaya, vaya, otro que se está acostumbrando a la siesta.

Emily me observa desde el otro lado del sofá. Me incorporo y me siento.

—¿Dónde estabas?

—Te lo puse en una nota. De compras.

—¿Hasta ahora?

—Las mujeres somos un poco pesadas en ese aspecto.

—Estaba preocupado.

—No tenías por qué. Nadie me va a secuestrar.

Se echa a reír.

—No me contestaste al teléfono.

—A ver cuándo te vas a meter en esa mollera dura que tienes que no eres mi padre, Henry. Que en casa nos tuteemos no quiere decir que te puedas tomar las confianzas de controlarme. Y sí tú no vas a saber diferenciar eso, volvemos a las formalidades a la de ya.

—Ya sé que no soy tu padre.

—Pues deja de controlarme como si lo fueras.

—Emily, no te estoy controlando. A lo mejor eres tú la que no sabe diferenciar entre una persona que quiere controlar tu vida y una persona que se preocupa por ti.

Me levanto del sofá cabreado.

—¡Ah! Y gracias por la manta.

Me mira con los ojos muy abiertos. Me doy la vuelta para irme.

—Henry.

Me quedo parado.

—Lo siento. No estoy acostumbrada a que los hombres se preocupen por mí.

Me giro y la miro. Baja la vista al suelo. Me acerco a ella. Le acaricio la mejilla y se estremece. Le cojo la barbilla con los dedos y le alzo la cara. En sus párpados brillan unas lágrimas contenidas.

—¿Qué es lo que pasa, Emily?

Le coloco un mechón de pelo detrás de la oreja y ella me sujeta la mano y la coloca sobre su mejilla. Cierra los ojos. Vuelve a abrirlos y las lágrimas han desaparecido. Se levanta.

—No pasa nada. ¿Quieres ver lo que he comprado?

Me sonríe, pero la tristeza que reflejan sus ojos me duele en el corazón.

¿Qué es lo que ocurre que no quiere contármelo? Pero no quiero incomodarla, así que no le pregunto nada más sobre el tema.

—¿Vas a enseñarme tus nuevos conjuntos?

—Es lo que hacen los compañeros de piso, ¿no?

—¿También la ropa interior?

—Jajajaja... NO.

Me echo a reír.

Da igual, apuesta a que tarde o temprano te lo veré puesto.

—Has dicho que me ibas a enseñar lo que has comprado. Eso incluye la ropa interior, ¿no?

—¿Cómo sabes que he comprado ropa interior?

Me mira asombrada.

—¿Conoces a alguna mujer que salga de compras y no termine con un conjunto de lencería entre sus bolsas?

Se queda pensativa.

—¡Vaya! Pues parece que sabes de mujeres más de lo que pensaba.

—¿Sorprendida, señorita Smith?

—Mucho, señor Shelton.

Se echa a reír y me alegro de haberle arrancado por fin una sonrisa sincera.

***

—¿Dónde cenaremos hoy, Emily?

—No tenía nada pensado. Bajamos hasta Gran Vía y ya buscamos algo por allí, ¿te parece bien?

—Emily, a mí todo me parece bien. Estoy en un país del que solo conozco el nombre y poco más.

Hoy va vestida con unos vaqueros y un jersey de lana. Mejor. Los vestidos me ponen nervioso. Yo me decido a estrenar una cazadora de cuero que lleva dos años en mi armario. Me veía tan raro con ella que no me había atrevido a ponérmela nunca. Supongo que al final va a tener razón y estoy tan acostumbrado al traje, que ya me veo raro con todo.

Emily me mira con los ojos como platos cuando me la pongo.

—¿Qué? No te gusta, ¿verdad? Es que tengo el traje de los sábados en la tintorería.

Bromeo arrugando la nariz.

—No... No es eso lo que estaba pensando precisamente.

Se sonroja y se da la vuelta.

—¿Pero te gusta o no?

Abre la puerta y sale al portal.

—Vamos, no seas tan presumido.

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