Henry

Henry


Lily

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Casi me da un ataque cuando llego a Heathrow y veo que está lloviendo a mares.

¡Maldito clima inglés! Salgo por la puerta y me acerco al primer taxi que veo parado en la fila.

—¡Lily, no! ¡Espera!

Me doy la vuelta sorprendida.

—¿Qué haces tú aquí?

—He venido a buscarte.

—¿Y cómo sabes a qué hora llegaba? Yo solo te dije el día.

—Internet es una buena ayuda para estas cosas. Lo malo es que no traje paraguas.

Frunce la nariz y se mira de arriba abajo. Está empapado de agua. El pelo mojado se le pega a la cara y las gotas de agua le resbalan por las mejillas. Sonríe. Yo me echo a reír.

—Y supongo que tampoco has traído una fregona, ¿no?

Mueve la cabeza negando mientras se ríe.

—Tengo el coche cerca. Si corres lo bastante rápido no te mojarás mucho. Dame la maleta, yo la llevo.

Se la doy y echa a correr.

—¡Eh! ¡No vayas tan rápido! Yo no tengo las piernas tan largas...

Entro en el coche empapada también. Con la tromba de agua que está cayendo, ni el corredor más veloz se hubiera librado.

Me ayuda a llevar la maleta hasta el portal. El pobre está tiritando y me da un poco de pena.

—¿Quieres subir? Prepararé algo caliente para tomarnos.

Ay Dios, qué mal ha sonado eso. Él se sonroja.

¿Se sonroja? ¿Un tío sonrojándose? Alucino.

—Bueno... Si tú quieres.

—Te lo he dicho por algo, Max.

Pongo los ojos en blanco.

—Vale.

Rebusco en el mueble a ver si me queda algo de chocolate para hacer. Cuando lo encuentro, lo pongo en un cazo a derretir.

—¿Te gusta el chocolate? ¿O prefieres otra cosa?

—No, no. Me encanta el chocolate.

Un punto para el librero. Le miro y él me mira desde la puerta de la cocina abrazándose y frotándose los brazos.

—Creo que la ropa de mi primo podría valerte, iré a por algo para que te cambies.

Tengo una especie de déjà vu. Voy a tener que comprar ropa extra para estos casos, porque últimamente no traigo a casa más que a gente calada.

—No, no hace falta. Ya se secará.

—No quiero que mi sofá acabe empapado. Ni que te pongas enfermo, claro.

Le sonrío.

Busco una camiseta y unos pantalones en el armario de Henry. Cojo una toalla del armario del baño.

—Toma, puedes cambiarte aquí si quieres, o en su habitación. Yo también voy a quitarme esto.

Me meto en mi habitación y me cambio de ropa. Cuando salgo frotándome el pelo con una toalla, Max aún se está abrochando los botones del pantalón y no se ha puesto la camiseta todavía.

—¡Lo siento!

Levanta la cabeza y me mira. Se pone la camiseta y se revuelve el pelo, después me dedica una sonrisa. Si no llego a acordarme de que tengo el chocolate calentándose en la cocina, habría sido capaz de arrastrarle hasta mi dormitorio.

Nos sentamos en el sofá y se hace un silencio incómodo.

—Gracias.

—¿Por qué?

—Por el chocolate, y la ropa.

—Bueno, tú viniste a buscarme al aeropuerto, es lo menos que podía hacer.

—Lily, tú me gustas.

Pfffffff. Casi me atraganto con el chocolate.

—¡¿Qué?!

Me tiende una servilleta para que me limpie la camiseta, que se ha manchado toda de chocolate.

—Lo siento, igual tenía que haber esperado a que tragaras.

—Igual sí.

Le miro y me echo a reír. Él se acerca y me da un beso en los labios. Mi pecho sube y baja agitado. Se queda callado. Dejo mi taza sobre la mesa y quitándole la suya de las manos, la dejo en el mismo sitio. Me levanto del sofá y le cojo de la mano. Le llevo hasta mi habitación.

—Te va a tocar desnudarte, otra vez.

—No me importa, la verdad.

Me coge la cara entre sus manos y me besa. Es dulce y suave, como el algodón de azúcar. Acaricia mi lengua con movimientos lentos. Le rodeo la cintura con los brazos y me aprieto contra él. Y el niño Foyle ya está tan cachondo como yo. Me desnuda lentamente, acariciándome todo el cuerpo. Y después nos enredamos en la cama, mientras el chocolate se enfría en la mesa del salón.

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