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Es nuestro último día en Madrid, y a pesar de su comportamiento hostil de estos últimos días, accede a dar un paseo por el centro.

—He decidido que voy a comportarme como una adulta, y asumir que eres mi jefe y que entre nosotros no puede existir más relación que la laboral.

—Estos últimos días han sido horrorosos, Emily. Me alegro que hayas entrado en razón.

Pero en realidad no me alegro, no. Siento por ella algo más que eso. Y cuando paseamos por las calles uno a un metro del otro, cuando hace unos días íbamos cogidos de la mano, siento un dolor profundo en el pecho. Ella intenta disimular pero sé que también se siente mal, su mirada es triste cuando se digna a mirarme a los ojos.

Cuando llegamos a Plaza de España, nos aborda una señora muy extraña.

Déjame que te lea la mano, hermoso.

Me habla en español y no entiendo lo que dice. Miro a Emily con la interrogación en mis ojos.

—Quiere leerte la mano.

Lo siento... no...

Intento como puedo decirle en español que yo no creo en esas cosas. Pero ella no me hace caso y me coge de la mano. Emily se encoge de hombros.

—Vamos, déjala. No tienes nada que perder.

Estiro la palma y la mujer me recorre las líneas con el dedo mientras murmura.

Has tenido un pasado lleno de dolor y pérdida. Un corazón roto, que tiene cura. Veo una casa cerca del mar, y la veo... a ella.

Emily da un respingo cuando la extraña mujer la mira.

—¿Qué ha dicho?

—Nada, tonterías. Vámonos.

—¿Por qué te mira a ti?

—Dale el dinero, Henry. Y vámonos.

Saco un billete de diez euros y se lo doy. La mujer me sonríe agradecida y vuelve a cogerme de las manos.

—Para superar el pasado, hay que aprender a vivir el presente, hijo mío.

Después mira a Emily.

—Sé que no crees en esto muchacha, al igual que él. Pero apuesto lo que quieras a que su nombre también está grabado en las líneas de tu mano.

Emily no contesta, solo me agarra del brazo y echa a andar.

—¿Qué estaba diciendo?

—Ya te lo he dicho, solo tonterías.

—Dímelo, entonces. Quiero saber las tonterías que he pagado por diez euros.

—Que iba a tener un ascenso en el trabajo próximamente.

La miro con la ceja alzada y me echo a reír.

—Mientes.

—No, en serio. Por eso me he cabreado. Porque sé que eso no va a pasar en la vida.

—Bueno, eso no lo sabes. ¿Y qué me ha dicho a mí?

—Aaaamm... Pues... que tú también ibas a tener un ascenso. Se ve que no tenía otra cosa en el repertorio.

Sonríe falsa. Miente, miente como una bellaca.

—Creo que no ha dicho eso, pero supongo que no voy a saberlo nunca.

—Supones bien.

—Aunque estemos así, espero que sepas que lo de protegerte del animal de tu ex sigue en pie. ¿Has llamado a Miranda?

—No.

Me vuelvo hacia ella cabreado.

—¿Cómo que no?

—Henry, creo que voy a seguir en mi apartamento.

—Emily, no me hagas enfadar.

—¿Crees que me importa? Enfádate si quieres.

—Me dijiste que te ibas a comportar como una adulta.

—Y eso estoy haciendo. Por eso vuelvo a mi casa.

—¡No! ¡Te estás comportando como una niña pequeña, otra vez!

La gente de los asientos de al lado se nos queda mirando.

—¿Quién es el que está montando el numerito? ¿Tú o yo?

Dios, dame fuerzas para no ahogarla. En vez de eso pruebo con la táctica de la súplica.

—Por favor.

Me mira y gira otra vez la cabeza cuando ve que se lo estoy diciendo en serio.

—No me hagas chantaje emocional.

—Esto no es ningún jodido chantaje emocional, Emily. Te lo estoy pidiendo por favor. Aunque esto se haya acabado, tú me sigues importando. ¿O crees que una semana me basta para dejar de sentir lo que siento por ti?

—Te bastó un día para tirarte a otra.

—No voy a empezar a discutir sobre eso otra vez. No sé de qué más maneras pedirte perdón.

—Pues déjame en paz.

Se pone los auriculares y no me habla el resto del viaje.

Cuando llegamos a Londres soy yo el que llamo a Miranda. Emily se pone echa una furia, pero la buena de la señorita Mitchell por fin le hace entrar en razón. Va todo el camino mirando por la ventana sin dirigirme la palabra. La dejo frente al portal de ésta aún cabreada.

—Mañana pasaré a recogeros.

—Miranda tiene coche.

—Ya, pero me quedo más tranquilo si os llevo yo.

—¿Y esto hasta cuando, Henry?

—Hasta que me asegure de que ese cabrón está controlado.

—¿Y cómo vas a saberlo si puede saberse?

—Ya pensaré algo.

—No quiero que hagas ninguna tontería, ¿me oyes?

Se acerca a mí amenazándome. Yo aprovecho para cogerla por la cintura y pegarla a mi cuerpo.

—¿Aún te preocupas por mí, Em?

Me empuja para soltarse pero yo la sujeto con fuerza.

—Suelta.

—No.

Deja caer los brazos a los lados y resopla. Me mira con la ceja alzada.

—Cuando quieras. El del taxi sigue esperando.

—Me da igual. Me quedaría así contigo, siempre.

—Pues es una postura un poco incómoda para tirarte así toda la vida.

—No me importa, me conformo con tenerte cerca. Te he echado mucho de menos, Em.

Acerco mis labios a los suyos, pero ella se aparta.

—Ni se te ocurra.

—Sé que aún me quieres.

Vuelve a empujarme y esta vez la dejo separarse de mí.

—Yo tampoco puedo olvidar lo que siento en una semana, Henry. Pero dame un mes y ya te lo cuento.

Se da la vuelta y se va. Y sus palabras se me quedan grabadas. Un mes para olvidarme. Un mes para conseguir que no lo haga.

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