Henry

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Henry

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Henry

—¡...HELENAAAAAAAAAAA!

Me despierto empapado en sudor. Otra pesadilla. Con ella. Si cierro los ojos aún puedo verla. Me levanto de la cama y voy a la cocina a beber un vaso de agua. Me apoyo en la encimera y respiro hondo. El corazón me late a mil por hora y me agarro fuerte al borde para que dejen de temblarme las manos. Hacía casi un año que no las tenía, supongo que la noticia que recibí ayer ha removido otra vez los recuerdos...

—¿Burke? Soy Henry.

—Dichosos los oídos, Shelton.

Me río.

—Sí, ya sé que llevo bastante tiempo sin llamar.

—¿Qué tal te va?

—Pues sinceramente, mal. No hay un solo día que no piense en ella. Por eso te llamaba.

—No está aquí ahora.

—No. No llamo para hablar con ella. Voy a vender mis acciones de Skyland.

—¿Por qué?

—Quiero desvincularme completamente de ella, y eso también incluye la empresa para la que trabaja. Espero que lo entiendas.

—Pero las acciones están subiendo ahora, Henry.

—No me importa el dinero que pueda ganar. No puedo seguir con ello, lo siento.

—Entiendo que ahora que Helena se va a casar no quieras...

Ya no puedo oír nada más, es como si me hubiera sumergido en una bañera llena de agua. Un golpe en el estómago con un bate no me hubiera dolido tanto como lo que acabo de oír. Burke sigue hablando pero yo solo oigo un zumbido. Hasta que mi mente reacciona de nuevo.

—...pero respeto tu decisión.

—¿Se... casa?

—Sí, en un par de meses. Pensaba que lo sabías.

—No, ¿por qué iba a saberlo?

—Joder, ya he metido la pata.

Le oigo resoplar por el teléfono.

—No, no, quizás tenga que darte hasta las gracias. Creo que era el empujón que me faltaba para tomar una decisión pendiente.

—Espero que no cometas una locura.

Me echo a reír a pesar del dolor que siento en el pecho.

—No te preocupes Burke, no estoy tan desesperado.

La mañana se me pasa muy despacio, apenas puedo concentrarme en mi trabajo. No hago más que darle vueltas a la boda, no puedo creerme que hace dos años yo estuviera a punto de casarme con ella. Jamás olvidaré su mirada, sus palabras diciéndome que quería a otro. Que estúpido fui por dejarla aquel día. Ahora no vale lamentarse, pero no puedo seguir así, tengo que dejar atrás todo esto de una vez.

Llaman a la puerta de mi despacho.

—Shelton, me han dicho que querías verme.

—Sí, pasa James.

—¿Ocurre algo?

—Quería pedirte un favor.

—Claro, lo que sea.

—Es un favor muy grande, James. Pero no te lo pediría sino lo necesitara.

—Mientras no me pidas una cita con mi mujer...

Me echo a reír.

—No, no es nada relacionado con tu mujer, tranquilo. Quiero que arregléis un traslado en la empresa.

—¿De quién?

—El mío.

Me mira sorprendido.

—No te entiendo.

—Sí, quiero el traslado a otra sucursal, la que sea. Pero fuera de aquí.

—¿Puedo preguntar por qué?

Cojo aire.

—Helena va a casarse.

James se queda callado y mira al techo. Se apoya en mi escritorio y se cruza de brazos.

—¿Estás seguro?

—Sí, ahora sí. ¿No lo ves suficiente motivo?

—No lo sé, Henry. Es una decisión difícil. Tienes toda tu vida aquí.

—Aquí ya no tengo vida de la que disfrutar, todo me recuerda a ella, James. Además llevo pensándolo ya tiempo atrás. Que vaya a casarse solo me lo ha puesto más fácil.

—Antes de ayer hablé con el director general de Londres. El director financiero se jubila y queda su puesto libre en un mes. Pero piénsatelo muy bien. Tienes tiempo, Henry.

—No tengo nada que pensar. Londres está bien.

—¿Seguro?

—Seguro.

—Mañana hablaré con Day entonces e intentaré arreglarlo. ¿Necesitas que te ayuden con el alojamiento?

—No, no te preocupes. Tengo una prima en Londres. La llamaré para quedarme en su casa hasta que encuentre algo.

—Ok.

Se levanta y se dirige a la puerta con los hombros caídos. Sé que aunque no se le dé bien expresarlo, le pesa que me vaya. James siempre ha sido un buen amigo y yo también lo voy a echar de menos.

—James...

—¿Si?

Se da la vuelta con una sonrisa triste.

—Gracias.

Mueve la cabeza y sale por la puerta.

Mi compañera accionista y amiga Rebeccah, no se lo toma tan a la ligera. Me monta un pollo de mil demonios.

—¡¿Pero se puede saber qué coño pintas tú en Londres?!

—Reb, soy británico...

—No me jodas, Henry. Tú ya eres más americano que yo. ¿Cuánto hace que no pisas las islas? ¿Veinte años?

—No seas exagerada. Necesito irme de aquí, y allí queda un puesto libre en el Meaning.

—¿Sólo porque la zorra de Helena vaya a casarse vas tú y te mudas de país? ¡¿Estás loco o qué?!

—Aquí no me queda nada, Rebeccah. Allí podré comenzar una nueva vida.

—Puedes empezarla aquí también.

—¿Pero por qué tienes tanto empeño en que me quede? ¿Vas a dejar a tu marido por mí?

Bromeo.

—Pues alguna vez lo he pensado, no creas que no. Pero eres demasiado joven para mí, Shelton.

Me echo a reír.

—El amor no tiene edad, Graham.

—No me jodas y cambies de tema.

—No estoy cambiando de tema.

—No deberías irte.

—Yo creo que sí. Así que como ya está todo decidido y solo un milagro me haría cambiar de opinión, ¿qué te parece si dejamos de discutir y nos tomamos una copa de vino?

—¿Una solo?

—Era un decir...

Tengo toda mi vida empaquetada en un montón de cajas. Doy vueltas por mi apartamento nervioso, haciendo tiempo hasta que el taxi venga a recogerme para llevarme al aeropuerto. Y entonces recuerdo que tengo que hacer una última llamada. Cojo aire profundamente y marco el número.

—¿Dígame?

—¿Laura?

—Sí, ¿quién eres?

—Henry.

—Oh, hola Henry, cariño. No te había reconocido.

—¿Qué tal estás?

—Bien, bueno un poco liada con todo lo de la bo...

Se queda callada.

—No te preocupes Laura, sé que se casa.

—Yo...lo siento cariño, no quería...oh, Dios, he metido la pata.

—Ya lo sabía.

—¿Quién te lo ha dicho?

—Hablé con su jefe hace unos días y se le escapó.

—¿Qué tal estás tú?

—Bien, o al menos intentándolo. Por eso te llamaba.

—¿Pasa algo?

—No, solo quería decirte que me mudo a Londres. Te llamo para despedirme.

—¿A Londres?

—Sí, me han propuesto un cambio de sucursal y...

—¿Te lo han propuesto? ¿Seguro?

A ella no la engaño. Laura siempre ha sabido diferenciar las buenas de las malas excusas.

—No, la verdad es que lo he pedido yo. Necesito irme Laura, necesito dejar esto atrás de una vez. Yo...he vuelto a tener pesadillas y no puedo soportar... No puedo soportar que Helena se case con él. Me sigue doliendo como el primer día.

—Sabes que llegará un momento en que esos recuerdos que ahora son dolorosos ya no lo serán, ¿verdad? Y podrás recordarlos como algo bonito de tu pasado, una etapa en la que fuiste feliz, y lo harás cuando vuelvas a serlo. Y lo serás Henry, ya lo verás.

Las lágrimas me empañan la vista. Ojalá fuera cierto.

—Gracias, Laura.

—No me des las gracias. Solo hazme un favor e inténtalo. Sé feliz cariño, te lo mereces. ¿Me lo prometes?

Se me hace un nudo en el estómago. ¿Puedo prometérselo?

—Lo intentaré.

—Henry, quiero que sepas que pase lo que pase, siempre estaré aquí para lo que necesites. Puedes llamarme cuando quieras.

—Lo sé.

—Y, por favor, no le guardes rencor. El rencor solo consigue amargarnos, nada más.

—No le guardo rencor Laura, no podría. ¿Puedo pedirte un último favor?

—Claro.

—Las cosas que guardo de Helena, ¿podría mandártelas? No quiero tirarlas, pero tampoco puedo llevármelas conmigo.

—Sí, mándamelas. No te preocupes.

—Muchas gracias, por todo.

—Que tengas un buen viaje, cariño.

Cojo aire y me aprieto en puente de la nariz. Las lágrimas comienzan a deslizarse lentamente por mi cara.

—Te quiero, Laura.

—Y yo, Henry.

Cuelgo el teléfono y le echo un último vistazo a mi apartamento. Dejo una nota con la dirección de Laura en la caja de las cosas de Helena, para los de la mudanza. Abro la puerta y salgo al pasillo. La cierro, sin mirar atrás. Y digo adiós a mi vida en Nueva York, para siempre.

Mi prima Lily está encantada de que me mude a Londres. Llevamos tanto tiempo sin vernos que seguro que apenas la reconozco. Parece que ella ya no me guarda rencor por todos los tirones de coletas que se llevó por mi parte. De niños no hacíamos más que pelearnos, ella se empeñaba en querer jugar con el primo mayor a juegos de chicos, y en aquella época a mí no es que me interesaran mucho las mujeres más que para fastidiarlas.

Después del accidente de mis padres, terminé mis estudios y me mudé a Nueva York. Ella se mudó a Londres y yo no volví a Inglaterra. Hemos mantenido contacto telefónico pero mucho menos del que debería, dado que es la única familia que me queda.

***

Recojo las maletas en Heathrow y salgo a la calle para coger un taxi. La famosa niebla londinense me recibe al salir por las puertas automáticas. Y también me recibe alguien más.

—¡¿Henry?! ¡Oh, Dios mío! ¡Qué guapo estás!

Un pequeño terremoto de pelo castaño se me abalanza con tanta fuerza que a punto estoy de caerme al suelo. No ha cambiado nada.

—¡Lily! Te dije que no hacía falta que vinieras a buscarme.

—¿Y crees que iba a hacerte caso?

La abrazo con fuerza mientras me da un beso en la mejilla.

—Déjame que te vea, enana.

Me suelta y se para enfrente de mí sonriendo.

—Ya no soy una enana.

—Oh, sí. Lo sigues siendo.

—Vale, no es que sea muy alta. Pero ya no puedes tirarme de las coletas.

—¡Pero puedo hacerte esto!

Le quito el gorro de lana que lleva y le revuelvo el pelo.

—¡Oye! ¡Qué me lo enredas!

—Ven aquí, enana. Me alegro mucho de verte.

Vuelvo a abrazarla y los recuerdos de mi niñez me rodean y me envuelven en los brazos de Lily. Su pelo sigue oliendo a miel, como cuando era pequeña. No me puedo creer que siga utilizando el mismo champú después de tantos años.

—Yo también. ¿Qué tal estás?

—Pues con tantas horas de vuelo, imagínate.

—No lo digo por eso.

Me mira con pesar.

—Siento lo de Helena. Me hubiera gustado estar allí para apoyarte.

—No te preocupes Lil, estoy aquí para empezar una vida nueva. Sin nada que me recuerde a ella, así que puedes ayudarme ahora.

—¡Claro! Te va a encantar mi casa, vamos.

Me coge del brazo y entre los dos llevamos las maletas hasta su coche. ¿Su coche? Por llamarlo de alguna manera. Me quedo parado.

—¿No pensarás que voy a montar ahí?

—¿Por qué no?

—¿Eso es seguro?

—Perdone usted por no venir a buscarle con un Jaguar, señorito.

—No, un Jaguar no, pero... ¿esto?

—Esto es un Mini de coleccionista, guapo. Cualquier caprichoso me pagaría una pasta por él.

—¿Y por qué no lo vendes?

—¿Pero qué tienes en contra de mi coche?

—Lil... ¡si yo ahí no entro!

Al final consigo meterme en el cochecito, pero voy con las rodillas casi en la barbilla. Lily se ríe de mí porque soy un quejica. Menos mal que mi Mercedes llega dentro de dos días, sino me muero si tengo que viajar en este cacharro más de una semana.

Vive en un ático cerca de Piccadilly. Lleva razón en lo del piso. Tiene muy buen gusto para la decoración y a pesar de ser pequeño, ha hecho un trabajo excelente. Es totalmente distinto a mi apartamento de Nueva York, perfecto para desvincularme de aquello también. Las paredes están pintadas de colores pastel, y según me lo va enseñando veo que cada una es de un color. El suelo es de madera clara. Los muebles son la mayoría blancos o de colores claros también. Su habitación está pintada de color violeta y los muebles son de color melocotón. La última habitación que me enseña es la mía. Está pintada de color azul cielo. Los muebles son en madera vieja y el cabecero de la cama es de hierro forjado. Pero lo que más me llama la atención es el cartel que cuelga de la pared con unos globos. Bienvenido a Londres, Hank. Lo ha pintado ella a juzgar por los brochazos y eso hace que se me encoja el corazón. Oh, Lily... Ahora me arrepiento de todas las llamadas que pude haberte hecho y no te hice con mil excusas. Me prometo a mí mismo compensárselo.

—Siento no poder ofrecerte una mansión señorito, pero mi sueldo no da para más.

Me doy la vuelta y le sonrío. Le cojo la cara entre las manos.

—Lil, es perfecto. Gracias, de verdad. Sé que he sido un poco dejado y debería haberte llamado más veces al año, ni siquiera me merezco...

No me deja terminar.

—Pinté la habitación de azul la semana pasada. Antes era verde pero no me pegaba mucho... contigo. Viéndote ahora creo que he acertado. Te va más el azul.

La abrazo con fuerza.

—Gracias.

—Has venido a empezar una nueva vida, ¿no? Pues no quiero entonces que te lamentes por la anterior.

—Está bien.

—Y ahora empieza a mover tu trasero y recoge las maletas, que aquí la cena no se cocina sola, señorito.

Me da un cachete en el culo y se va andando por el pasillo.

—¿Me acabas de dar...?

—¿Un cachete en el culo? Sí. Por cierto...

Se da la vuelta y alza el dedo pulgar mientras me guiña un ojo.

—¡Tienes buen culo, primo!

—¡Y a ti te han crecido bastante las tetas!

Abre la boca de golpe y después se echa a reír.

—¡Touchè!

Cenamos en la pequeña terraza del ático. Aunque hace fresco, Lily tiene una estufa de esas de exteriores y se está bastante bien. Siempre que no te despegues de ella, claro.

—¿Tienes novio?

—¿Por qué? ¿Vas a pedirme una cita?

Se echa a reír.

—¡Lily...!

—¿Qué? Estás bastante bueno. Y tienes un culo que mmmm...

Pone morritos y me guiña un ojo. Si no supiera que está bromeando me hubiera puesto hasta nervioso.

—Yo estoy fuera de servicio hasta nuevo aviso.

Me río con ella.

—No, no tengo novio. Y tampoco lo quiero. Hasta el día de hoy los hombres no han hecho más que traerme dolores de cabeza. Y ahora vete a la cama, anda. Mañana te espera un buen día.

Suspiro.

—Espero haber acertado en esto.

—Verás cómo sí, Hank.

Hank... cuánto tiempo sin escuchar ese apodo cariñoso que un día me puso mi madre. Las lágrimas empiezan a escocerme en los ojos. Me abrazo a Lily aspirando el olor a miel de su pelo.

Me levanto a las 5 y media de la mañana. Hago el menor ruido posible para no despertar a Lily, pero parece que tiene el sueño ligero.

—¿Dónde vas tan pronto, Hank?

Está apoyada en el marco de la puerta de su habitación y apenas puede abrir los ojos.

—Quería llegar un poco antes para llevar mis cosas.

—¿Seguro que no quieres que te lleve?

—¿Y fiarme de ese coche tuyo? No, gracias. Cogeré un taxi.

—Como quieras.

Bosteza y le lagrimean los ojos.

—Vuelve a la cama, anda. No puedes ni abrir los ojos.

Me echo a reír. Hace un gesto de sí, mi sargento y vuelve a su habitación.

—Suerte en tu primer día.

—Gracias, Lil.

Tardo veinte minutos en llegar al Meaning con tanto tráfico. Tendré que tenerlo en cuenta para cuando llegue mi coche.

El edificio no tiene nada que ver con la sede de Nueva York. Allí es todo acristalado y moderno, aquí los ventanales son de madera y el edificio parece sacado del siglo XVIII. La recepción es más pequeña, con el mostrador de madera y los suelos de mármol.

Después de presentarme al recepcionista, me informa que me esperan en la planta 10. Arriba me recibe otra recepcionista, esta vez una mujer. Pelirroja, ojos azules, guapa... Abre la boca y los ojos pero enseguida cambia el gesto y sonríe.

—Buenos días, ¿señorita...?

—Mitchell, Miranda Mitchell.

—Henry Shelton.

Le tiendo la mano y ella me la estrecha levantándose de la silla.

—¡Oh! Le esperan en la sala de juntas, señor Shelton. Si es tan amable de acompañarme.

—¿Ya?

—El señor Day es muy madrugador también.

Me sonríe y me indica que la siga.

Es bajita, con tacones y apenas me llega a los hombros. Tiene un culo respingón que se mueve con gracia mientras camina. Céntrate, Shelton...

Abre una puerta y me hace un gesto para que entre.

—Señor Day, el señor Shelton ha llegado ya.

—Gracias, Miranda. Avise a Emily en cuanto llegue.

—Sí, señor. ¿Necesitan que les traiga algo? ¿Café, señor Shelton?

Me vuelvo hacia ella.

—No. Gracias, señorita Mitchell.

Mira al director.

—Yo tampoco, Miranda. Ya voy por el segundo café esta mañana. Puedes irte.

Vuelve a sonreírme mientras cierra la puerta. Me acerco al director y me presento. Señala una silla para que me siente. Day me pone al día de todo lo relacionado con mi cargo aquí, y de su manera de trabajar, incluidos los horarios y demás. Un poco distinto a Nueva York, pero estoy seguro de que me adaptaré pronto.

Veinte minutos después se abre la puerta, y una chica rubia, con gafas de pasta y coleta tirante, entra dando tropezones.

—Siento haber tardado, jefe. Pero tenía unos asuntos...

—Emily, sabes qué tienes que llamar antes de entrar, ¿verdad?

—Oh, lo siento.

Se pasa una mano por la frente. Pero Day no parece muy enfadado con ella. Me imagino que será su secretaria. Su desastre de secretaria.

—Emily, te presento al señor Shelton. El nuevo director financiero.

Me tiende la mano y yo me levanto y se la estrecho. La tiene fría y noto como le tiembla ligeramente.

—Encantada, señor Shelton.

—Shelton, la señorita Smith era la secretaria de Miles, el anterior director financiero, así que será a partir de ahora su secretaria.

¡¿Mi qué?! ¡¿Mi secretaria?! Esto debe ser una broma. Me vuelvo hacia él con cara de debes estar de coña.

—Eeehhh... ¿mi secretaria? ¿Puedo hablar con usted un momento? ¿A solas?

—¿Algún problema, señor Shelton?

La chica me mira con la ceja alzada. Además de patosa es una descarada. No la quiero como secretaria. No, no y no.

—Emily, puedes irte.

Abre la boca para decir algo, pero Day le hace un gesto de advertencia y vuelve a cerrarla.

—Cualquier cosa ya saben dónde estoy.

Antes de cerrar la puerta me mira frunciendo el ceño.

—¿Qué ocurre, Shelton?

—Quiero otra secretaria.

—¿Por qué?

—No me gusta esta.

Se echa a reír.

—¿No ha trabajado con ella aún y ya sabe que no le gusta?

—No, no me gusta. Prefiero a otra si no le importa.

—La cuestión no es que me importe o no, Shelton. La cuestión es que no hay otra. Emily lleva trabajando con nosotros unos cuantos años y no voy a echarla de su puesto solo porque a usted no le guste.

Le miro con los ojos muy abiertos.

—No me mire con esa cara. Puede que se haya llevado usted la impresión errónea de ella. Trabajen un tiempo juntos y verá que es una gran profesional. Pongamos dos meses. Y si después de ese tiempo no cumple con sus expectativas, la cambiaré de departamento.

Me lo pienso un momento, puede que tenga razón. Me río y resoplo.

—Está bien. Tampoco quiero parecer un niñato malcriado, lo siento. No quiero empezar con mal pie. Me quedaré con ella.

—Tengo muy buenas referencias de usted, Shelton. Espero mantenerlas.

Me acompaña a mi nuevo despacho y se despide hasta la hora del almuerzo.

Mientras coloco mis cosas siento algo extraño, como una mirada clavada en mí continuamente. Me doy la vuelta y veo a Emily en el despacho de enfrente que me mira desde su silla con el ceño fruncido aún.

—Señorita Smith, como siga frunciendo así el ceño le van a salir arrugas.

Veo que da un respingo en la silla. Me vuelvo a girar para que no vea como sonrío. Oigo la puerta de su despacho cerrarse. Yo me pongo a trabajar y la ignoro.

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