Henry

Henry


Emily

Página 19 de 49

Emily

Solo quedan dos días para irme a España y ya llevo cuatro sin apenas pegar ojo. Y sin decirle nada a George, aún. Tengo que decírselo hoy en cuanto llegue de trabajar.

El Estirado no me ha incordiado mucho estos últimos días, yo creo que está tan nervioso como yo. Y hablando del rey de Roma, por la puerta asoma.

—Señorita Smith.

—Dígame.

—Ya que nos vamos pasado mañana, Day nos ha dado mañana el día libre. ¿Le dará tiempo a terminar el trabajo pendiente hoy?

—Creo que sí.

—Estupendo. ¿Quiere bajar a tomar un café conmigo?

Si no llego a estar sentada me caigo de la silla.

—Si bajo con usted ahora, entonces no me dará tiempo.

Mentira. Tengo tiempo de sobra, pero no quiero bajar con él.

—Está bien.

Se da la vuelta y da un paso. Se para, como si de pronto hubiera recordado algo.

—Lily me ha dicho que le preguntara si quiere cenar con nosotros mañana.

—Eeehh... señor Shelton, no creo que sea muy buena idea.

Deja caer los hombros, como si le hubiera decepcionado mi respuesta.

—Vale.

De repente me siento mal. No quiero parecer grosera.

—Es que aún no he hecho la maleta y tengo que preparar algunas cosas. Aún así, dele a su prima las gracias.

—Sí, se las daré.

Cierra la puerta del despacho y me quedo mirando al espacio. ¿Por qué me siento fatal? Ah, por la pobre Lily. Sí, claro. Será eso.

***

Al final salgo a las ocho porque me ha costado terminar el trabajo pendiente. Tenía la cabeza en mil sitios a la vez, menos donde tenía que tenerla. ¿Y para qué engañarme? Estoy haciendo tiempo para posponer lo inevitable, llegar a casa y hablar con George.

Miranda entra en mi despacho antes de irse e insiste en llevarme al aeropuerto el jueves.

—¿Se lo has dicho ya a George?

—No, voy a decírselo esta noche.

—Em, si tienes algún problema llámame. ¿De acuerdo?

—Sí, no te preocupes.

Pero me mira preocupada.

—Ten el móvil en la mano con mi número marcado, te lo digo en serio. Solo tienes que darle al botón verde y en cinco minutos estoy en tu casa, ¿ok?

Me echo a reír.

—Vale. Anda, vete ya o llegarás tarde a tus clases.

***

Cojo el metro y me paso de estación aposta. Me bajo y vuelvo caminando. Cuando abro la puerta de casa, ya me tiemblan las manos.

—¿George?

Hay un montón de alboroto. Y me encuentro con un panorama estupendo. Él y los gilipollas de sus amigos viendo la tele y bebiendo cervezas en mi casa. Y ensuciándome el salón, y poniéndome los pies encima de la mesa. Bueno, lo que queda de mesa, porque está llena de cajas y restos de comida. Paso por delante suya, sin decir nada, camino de mi habitación, pero George me sujeta del brazo y tira de mí hasta que me sienta en sus piernas.

—¿No vas a decir hola a los chicos, Em? Vamos, no seas maleducada.

—Hola.

Los demás me responden con gruñidos y ni me miran.

—¿Quieres ver el partido con nosotros?

—Tenemos que hablar, George.

—Ahora no.

—Pues suéltame, tengo cosas que hacer.

—Prepáranos algo de cenar.

—¿No me has oído? Tengo cosas que hacer.

De repente los demás se callan. Noto como George se pone tenso y me aprieta fuerte del brazo.

—¿Y qué cosas son más importantes que hacerme la cena, cariño?

Sonríe apretando los dientes.

—Tengo que hacer la maleta.

Le cambia la expresión del rostro de la ira a la sorpresa.

—¿La maleta?

Los Gilipollas empiezan a mirarse unos a otros.

—De eso es de lo que tenemos que hablar.

Me empuja para levantarme y se pone de pie.

—Vamos a la habitación.

Me agarra del brazo y me arrastra por el pasillo. Me mete en la habitación de un empujón y cierra dando un portazo.

—¡¿Se puede saber qué es eso de que vas a hacer la maleta?!

Me meto la mano en el bolsillo y sujeto el móvil con fuerza.

—Me han destinado a España dos meses.

—¡¿Qué?!

—En el trabajo.

—¿Estás de coña, no?

Se acerca a mí despacio. Yo voy dando pasos hacia atrás hasta que mis piernas rozan el borde de la cama.

—No, no estoy de coña. A mi jefe lo necesitan allí y yo tengo que ir con él.

—¿Y se puede saber por qué coño tienes que ir tú?

—Porque soy su secretaria, George.

Me tiembla todo el cuerpo.

—No vas a ir a ninguna parte, ¿lo sabes no?

—Es mi trabajo, tengo que ir.

—No irás, Emily.

Cierro los ojos y cojo aire. Mi paciencia se agota por momentos y el miedo va dando paso a otro sentimiento, la mala hostia.

—Me da igual lo que digas. Voy a ir porque no quiero perder mi puesto de trabajo.

—¡¡He dicho que no vas a ir y cállate ya!!

Me da un bofetón que me vuelve la cara. Me retiro el pelo y le miro con el odio que llevo acumulado todo este tiempo.

—Vete de esta casa ahora mismo.

—¿Cómo dices?

—¡¡QUÉ SALGAS DE ESTA CASA!!

Grito con toda la fuerza de mis pulmones.

—¿Pero qué estás diciendo, Emily? No voy a irme a ningún sitio. Esta es mi casa tanto como la tuya.

—¡Esta no es tu casa! ¡Pago yo el alquiler, ¿lo recuerdas?! ¡Pago yo la comida, pago yo los gastos! ¡¡Estoy manteniendo a un maltratador, joder!! ¡¡Lárgate ahora mismo!!

—¿Eso piensas de mí? ¿Qué soy un maltratador? Emily, esto es todo culpa tuya, ¿es que no lo ves?

—George, vete ahora mismo o te juro que llamo a la policía.

—No te atreverás.

—No apuestes.

Aprieta los puños y levanta uno amenazándome.

—Piénsatelo antes de darme ese puñetazo, porque es el último que me vas a dar en tu vida. Te juro que si vuelves a tocarme, te mato.

Se queda un rato con el puño alzado, mirándome sin creerse lo que acabo de decir. Después lo baja y sale de la habitación. Le oigo como les dice a sus amigos que tienen que irse porque a la zorra de su novia le duele la cabeza y le molesta la televisión. No sé si se lo habrán creído o no, pero a mí me da igual. Cuando cierran la puerta y me quedo sola, la adrenalina del momento se evapora y me caigo al suelo, sin fuerzas. Apenas puedo respirar y comienzo a sollozar. Hasta que los sollozos se convierten en gritos y al final, me quedo dormida en el suelo.

Me despierto sobresaltada a las dos de la mañana. Me ha parecido oír un ruido en la cocina. Dios mío, que no haya vuelto. Me levanto despacio y mi espalda se queja de haber estado tumbada en el suelo. Marco el 999 en mi teléfono y pongo el dedo en la tecla verde. Camino hasta la cocina conteniendo la respiración. No puedo ver nada porque es una noche sin luna y el cielo está nublado. Algo me roza la pierna, grito y se me cae el móvil al suelo. Doy golpes en la pared hasta que encuentro el interruptor... Y a mis pies tengo el jodido gato de mi vecina.

—¡La madre que te parió, Watson! ¡Casi me da un infarto!

Me maúlla y se restriega contra mi pierna.

—Tienes hambre, ¿eh? ¿La vieja loca se olvidó de darte de comer otra vez?

Lo cojo en brazos y me lame la mano. Sonrío. El pobre siempre se me cuela por la ventana de la cocina cuando la señora Morris se olvida de darle su cena.

Preparo un plato con leche y me siento en la banqueta a verlo comer. Y de repente me acuerdo que no he echado la llave de casa. Voy corriendo hasta la puerta y cierro, dejando la llave en la cerradura. Echo también la cadena, por si acaso. Vuelvo a la cocina con el gato. Ya ha vaciado el plato de leche.

—Creo que es un poco tarde para devolverte a tu dueña, así que si quieres, puedes quedarte a dormir conmigo.

Me mira y maulla. Como si me entendiera...

Ir a la siguiente página

Report Page