Henry

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Henry

Salgo del despacho de Emily y cierro la puerta. Estoy cabreado pero no quiero que ella se dé cuenta. ¿Por qué no ha querido venir conmigo a tomar un maldito café? Ni que le hubiera pedido salir, por el amor de Dios. Y luego tengo yo la culpa de que nos llevemos tan mal, ¿no? Pues Lily va a joderse porque tampoco ha aceptado su invitación a la cena.

Bajo a la cafetería y llamo a Holly.

—Hola, Henry.

—Hola preciosa. ¿Nos vemos mañana?

—¿No ibas a cenar con Lily?

—No, al final se suspende la cena.

—Vaya, pues es que ya había hecho planes con Tara.

—Ok, no te preocupes. Era solo para despedirme.

—¿Quieres que quedemos hoy, mejor? Puedo dejar a Alice con mi madre.

Me siento mal por usarla así. No puedo quitarle el que disfrute de su hija para poder disfrutarla yo. Es totalmente egoísta. ¿Desde cuándo me he vuelto un capullo? Desde que Helena me dejó plantado el día de mi boda, claro. Me invento una excusa.

—Hoy va a ser imposible, tengo que dejar todo terminado aquí y no sé a qué hora voy a salir.

—Puedo esperarte, si quieres.

—No, Holly, no. Disfruta de Alice, ¿ok?

—Bueno... Vale. Como quieras.

—Nos vemos a la vuelta, ¿ok?

—Claro. Cuídate, Henry. ¡Y disfruta del viaje!

Me echo a reír, por no llorar, pensando en la que me espera.

—Lo intentaré.

***

Repaso la maleta dos horas antes de salir para el aeropuerto. Espero no olvidarme de nada. Miro la habitación pintada de azul. Aún tengo colgado el cartel de Bienvenido a Londres, Hank, pero los globos ya cuelgan desinflados. Me siento en la cama y respiro hondo. Voy a echar de menos esto.

Lil entra en la habitación escondiendo algo a su espalda. Se para delante de mí con una sonrisa y espera un rato. Alzo una ceja y me da el libro del escritor español.

—¿Ya lo leíste?

—Sí.

—¿Y?

—Es alucinante, Hank. No sabes lo que te envidio ahora mismo por viajar a España. Me encantaría conocer Barcelona y todos los lugares en los que se desarrolla la historia. Me ha encantado.

—Yo no voy a Barcelona, enana.

—Bueno, pero tienes los fines de semana libres, ¿no? Serías tonto si no los aprovecharas para hacer un poco de turismo.

—Si quieres venir un fin de semana, podemos ir juntos.

—¡¿Lo dices enserio?!

—Claro. ¿Por qué no?

Se lanza a mis brazos y me abraza. Después me da mil besos en la cara. Tengo que despegarla por la fuerza.

—¡Estoy deseando, Hank!

—Déjame que me instale y me adapte un poco allí y te aviso, ¿vale?

—¡Sí, por favor!

Sale por la puerta, pero vuelve a asomar la cabeza con una sonrisa que enseña todos los dientes.

—Sí, Lil. Te voy a echar de menos.

***

Emily ya está en el aeropuerto con la señorita Mitchell. La verdad es que esta última parece mucho más entusiasmada que mi secretaria. Lily las saluda a las dos y después se despide de mí.

—Hank, llámame todos los días.

—¿Todos? Lil, no sé si voy a tener tantas cosas que contarte.

—Te digo todos los días porque si te digo dos veces por semana seguro que me llamarás dos veces al mes.

—Rencorosa...

—Es broma. Llámame cuando quieras. Y no olvides tu promesa.

Frunce los labios.

—Tranquila, estaré deseando que vengas.

Le doy un beso en la frente y me acerco a Emily.

—¿Lista, señorita Smith?

—Qué remedio...

Miranda pone los ojos en blanco y le da un codazo a Lily.

—¿Crees que volverán de una pieza?

—No lo tengo muy claro.

Se echa a reír.

—Aún estamos aquí, por si no os habíais dado cuenta.

—Emily, vete ya.

Me mira y se encoge de hombros. Coge sus maletas y yo las mías y echamos a andar hacia el stand de facturación.

Emily compra una revista en una tienda y directamente pasa de dirigirme la palabra. Menos mal que me traje el libro de Lily. Cuando lo saco me mira curiosa.

—¿Qué?

—¿Le gusta leer?

—¿Le parece extraño?

—Un poco.

—¿Por qué?

—No sé, no le pega nada la lectura.

—¿Y qué es lo que me pega según usted?

Me giro y la miro directamente a los ojos. Me muero por saber que se le pasa por la mente. Ella me mira con una ceja alzada.

—Los coches caros, como ese Mercedes que tiene, los trajes de chaqueta caros, como ese que lleva ahora mismo...

—¿Y cómo sabe que el traje es caro?

—No tiene pinta de ser de Marks & Spencer, señor Shelton.

Me miro el traje pensando qué tiene de especial para que adivine el precio.

—Si usted lo dice...

—¿Es de Marks & Spencer?

—No.

—¿Lo ve?

—Pero que lleve ropa cara sigue sin justificar que le parezca raro que sea aficionado a los libros.

—La gente que le gusta el lujo no suele perder el tiempo leyendo.

Resoplo de la risa.

—Creo que está usted muy equivocada conmigo, señorita Smith. No soy ningún amante de los lujos.

—¡Oh, venga ya! No me tome el pelo.

—El coche y los trajes es lo único caro que tengo. El coche fue un capricho, lo reconozco. Pero lo de los trajes es consejo familiar. Mi padre siempre me decía que invertir en un buen traje era la mejor de las inversiones.

—¿Y eso por qué?

—No lo sé, de pequeño no prestaba mucha atención a los consejos y luego ya no pude preguntarle.

—Pues pregúntele.

—Está muerto, señorita Smith.

Abre la boca y cierra los ojos suspirando.

—Siento la metedura de pata.

—No se preocupe, no podía saberlo.

Se queda callada mirando al frente. Y en los altavoces una voz anuncia que debemos embarcar.

No vuelve a hablar. Lee la revista y cuando se la termina se echa a dormir. Aunque creo que no duerme, solo lo hace para no tener que dirigirme la palabra. Mejor. Me está gustando tanto el libro que no quiero que me interrumpan. Empiezo a notar una sensación extraña, como la de una mirada continuamente clavada en mí. Miro de reojo, con disimulo, y veo que la chica que está sentada en la fila de al lado me sonríe. Yo le sonrío por educación. Ella baja la mirada un momento y después vuelve a mirarme fijamente. Con mirada de Depredadora. Vamos, no me jodas... ¿Qué les pasa a las mujeres últimamente que ya hasta se atreven a pedir a gritos que las follen en un avión? Miro a Emily, parece que ahora sí que se ha dormido porque su respiración es regular. Así que me apoyo en su hombro, sonrío y cierro los ojos. Cuento hasta 10 y abro el ojo derecho. La chica ha dejado de mirarme, no falla. Vuelvo a cerrar el ojo para esperarme un rato más o va a parecer que lo he hecho aposta.

—¡Despierte, maldita sea!

Me despierto desorientado con un empujón.

—¿Qué pasa...?

—¿Se puede saber qué coño hace durmiendo encima de mí?

Emily me mira echa una furia. El cuello me da unos pinchazos horrorosos de la mala postura.

—No me di cuenta.

Busco el libro y lo encuentro en el suelo. Supongo que se me habrá caído cuando me quedé dormido. ¿Pero cómo ha podido ser? Si yo solo cerré un momento los ojos.

—Abróchese el cinturón, vamos a aterrizar.

—Gracias, señorita Smith.

—¿Gracias por lo del cinturón o gracias por haberle servido de almohada?

—Por las dos cosas.

La miro y sonrío. Ella resopla.

***

Cogemos las maletas y busco entre la gente a la señorita Torres. No es difícil encontrarla porque lleva un cártel con mi nombre.

—¿Un cartelito? ¿En serio? Yo me moriría de la vergüenza si tuviera que esperar a alguien así en el aeropuerto.

—Pues usted me dirá cómo iba a saber quién es, entonces.

—A usted se le reconocería a la legua, señor Shelton. Es la primera persona que veo que viaja en avión con traje de chaqueta.

—Vamos, cállese.

Nos acercamos a la morena del cartel. Yo aprovecho para hacerle un repaso. Tiene los ojos verdes, el pelo largo y una cara bonita.

—¿Señor Shelton?

—¿Habla usted inglés?

—Sí, por eso me asignaron a mí.

—Estupendo.

—Abril Torres.

Me tiende la mano. Se la estrecho y me da un apretón firme.

—Ella es mi secretaria. La señorita Smith.

Emily alarga la mano pero Abril le da dos besos en las mejillas.

—Costumbre española. No me gusta dar la mano a las mujeres.

Sonríe. Los dientes le brillan como si se acabara de hacer un blanqueamiento dental. Me gusta. Emily la mira con recelo, creo que a ella no le ha gustado tanto.

El día en Madrid es soleado, pero frío. Pasamos por la zona de taxis, pero Abril quiere que vayamos en su coche. Yo no protesto, pero parece que a Emily no le ha hecho mucha gracia. ¿Qué coño le pasa?

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