Henry

Henry


Emily

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Emily

Aterrizo en Madrid nerviosa por verle. Cuando le veo parado en la puerta de la terminal, con su abrigo de paño y su traje de chaqueta, casi me caigo desmayada. Estoy peor que una quinceañera con su ídolo favorito.

Me busca con la mirada, y cuando me ve sonríe y sus ojos azules se iluminan. Echo a correr arrastrando la maleta y me lanzo a sus brazos. Meto mi nariz entre los pliegues de su bufanda e inspiro con fuerza, pensando en cuánto he añorado su olor. Él hace lo mismo. Me deja en el suelo y me besa. Después me coge de la mano y me lleva hasta el taxi que nos espera en doble fila.

—¿Qué tal tu madre?

—Bien, los dejé en casa tranquilos. Parece que han llegado a una especie de acuerdo en lo referente al coche, gracias a Dios. ¿Y tú qué tal por aquí? Ayer no me llamaste.

—No tenía mucho que contar, ha sido un fin de semana un poco aburrido sin ti.

Le noto un poco nervioso.

—¿Pasa algo, tesoro?

—No, no. No te preocupes.

Pero no me quedo convencida, me da la sensación de que algo va mal.

—Estás nervioso.

—Es que no me ha gustado estar este fin de semana sin ti.

Le acaricio el pelo y le cojo de la mano, entrelazando sus dedos con los míos.

—Pues no te preocupes, que ya estoy aquí.

Le sonrío. El me sonríe también pero sigue sin convencerme. Aún así lo dejo estar.

Llegamos al Meaning y a lo largo del día su estado de ánimo va cambiando y vuelve a ser el Henry de siempre.

Cuando llegamos a casa hacemos el amor dos veces antes de cenar, dos después. Acabo tan exhausta que no me da tiempo ni a deshacer la maleta. Me duermo en cuanto pongo la cabeza en la almohada.

Y así pasan los días. Todo funciona de maravilla con él, hasta que llega el maldito día en el que la señorita Torres vuelve de sus vacaciones de invierno...

Entramos por la puerta del Meaning y Abril está esperando el ascensor. Da los buenos días pero no me mira, y lo más raro de todo es que tampoco mira a Henry. La sonrisa estúpida con la que le recibe todos los días se ha transformado en un rictus tirante.

Le miro a él y mira al frente, tampoco la ha mirado cuando ha dicho buenos días. ¿Qué coño pasa aquí? Me muero de curiosidad pero prefiero dejar el tema para cuando lleguemos al apartamento.

Abril no aparece en todo el día por el despacho, ni siquiera a la hora de comer. Así que salimos a comer los dos solos, como estos últimos días. Ha sido un alivio comer sin escucharla hablar sin parar. Henry sigue sin comentar nada del asunto, así que no le doy mucha importancia. A lo mejor son solo imaginaciones mías.

Cuando llegamos por la tarde a casa, le noto más nervioso de lo normal, porque no hace más que pasarse la mano por el pelo y resoplar.

—Henry.

Se sobresalta.

—¿Te pasa algo?

—No.

—¿Entonces por qué estás tan nervioso? Algo ha pasado con Abril, ¿verdad? ¿Habéis discutido o ha habido algún problema?

Inocente de mí...

Me mira y no me contesta. Pero la manera que tiene de mirarme no me gusta nada de nada. Es una mirada de culpabilidad.

Oh, Dios... que no sea lo que estoy pensando. Cierro los ojos y cojo aire despacio. Los abro y lo suelto.

—¿Qué está pasando, Henry?

—Emily, yo...

Se acerca hasta mí y me sujeta del brazo. Y ahora lo leo en sus ojos, alto y claro.

—¡¡No me toques!! Oh, Dios... Al final te acostaste con ella, ¿verdad? ¡Dímelo!

Me suelto de su brazo y aprieto los puños con fuerza.

—No fue nada, te lo juro, Em. No...

Los ojos se me llenan de lágrimas. No me lo puedo creer. No puede ser verdad...

—¡¡No fue nada, claro!! ¡¡No había más mujeres en este mundo para follarte que la jodida señorita Torres!! ¡¿O con ella también hiciste el amor, Henry?!

—Eso no tuvo nada que ver con amor, Emily.

—Es un alivio saberlo, vaya. ¡¡Es un alivio saber que me mandas de vuelta a Inglaterra, con la excusa de que vaya a ver a mi madre, para llevártela a la cama!!

Sonrío con sarcasmo mientras las lágrimas me resbalan por las mejillas. El me mira sorprendido.

—¿De verdad crees que podría hacerte algo así?

—¡¿Y qué esperas que crea?! ¡¿Qué fue casualidad?!

—Fue un maldito error.

—¡¡Pues espero que por lo menos disfrutaras con el error, porque te acabas de jugar lo que tenemos!!

—Tienes que perdonarme.

Vuelve a cogerme del brazo.

—¿Tengo que perdonarte? ¡¿Tú me estás diciendo que tengo que perdonarte?! ¡¿Eso qué es?! ¡¿Una orden?! ¡¡Suéltame!!

—No. Por favor.

—Acordé que nos tomáramos las cosas con calma, pero fuiste tú el que quisiste que lo nuestro fuera a más. Luché con todas mis ganas para no enamorarme de ti, y no pude. ¡¿Cómo le digo ahora a mi corazón que deje de quererte, eh?! ¡¿Por qué me has hecho esto, Henry?! ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?!

Le golpeo con toda la rabia que siento y rompo a llorar. Me sujeta de las muñecas. Cierro los ojos.

—¡Emily!

—¡¡Qué no me toques!!

—Emily, abre los ojos. Lo siento, lo siento mucho. No quería hacerte daño. Mírame.

Abro los ojos y le miro entre incrédula y sorprendida.

—¡¿No querías hacerme daño?! ¡¿Y entonces qué es lo que pensabas que iba a sentir cuando me enterase?! ¡¿Creías que me iba a dar igual?!

—No, pensaba que no te enterarías.

—¡¿Ibas a mentirme entonces?! ¿Sabes qué, Henry? No sé a ti, pero a mí me duele más la mentira que la traición. Has terminado de joderla diciéndome eso.

Me voy a mi habitación y cierro dando un portazo que tiemblan hasta las paredes.

Lloro hasta que no me quedan más lágrimas. Y me doy cuenta que el dolor de la traición duele más que todos los guantazos que me dio George.

Los siguientes días hago todo lo posible por no cruzarme con él ni siquiera por el pasillo del apartamento. Por las mañanas, salgo diez minutos antes de casa para coger otro taxi y no ir en el mismo. En el trabajo, hablamos lo justo, y hasta salimos a comer cada uno por su lado. Él ni siquiera hace el intento de hablar conmigo. Mejor así.

El último día de trabajo, cuando voy en el taxi camino del Meaning, suena de repente aquella canción que bailamos una vez. Estoy hecho de pedacitos de ti. En aquel momento apenas significó nada. Ahora me hace recordar todos nuestros momentos juntos. En pedacitos, de él. Me pongo a llorar sin poder evitarlo. El taxista me mira por el espejo retrovisor.

—¿Se encuentra bien, señorita?

—Sí, no se preocupe. Es que me he puesto un poco sentimental con esa canción que está sonando.

—Ahora mismo cambio de emisora.

—¡No, no! Déjela. Me gusta.

Le sonrío.

—Como quiera.

Acerca su mano a la guantera y saca un pañuelo de papel, que ofrece a través de la mampara.

—Muchas gracias.

—Mi hija también llora con Orozco, hay que ver lo que les gusta a las chiquillas sufrir con las canciones.

Me echo a reír.

—Es que las mujeres somos muy masocas.

Y cuando termina la canción decido que no quiero ser más una chiquilla. Que tengo que aprender a ser una adulta, y comportarme como tal.

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