Me miró a los ojos
Carlos GonzálezDelicada niebla matutina la que a través de la ventana entraba, con somnolientos ojos observé las líneas, comisuras, esquinas, e interminables detalles que conformaban mi habitación.
En aquel momento solos mis movimientos le daban vida a ese mundo que me rodeaba. Pero entonces, ella entró.
Tan delicada e hipnotizante como las brisa moviendo las hojas de sus ramas, así abrió la puerta del cuarto sin mediar palabra, levanto las sábanas, y como un niño, se abrió paso a través de ellas para recostarse a mi lado.
De piel blanca, ojos claros, cabello castaño, y delicadas manos, recorrió con la puntas de sus dedos con los míos, los llevó a mi pecho, y continuó hasta mi rostro. Dulcemente lo sostuvo y con ojos entre cerrados lo apretó contra el suyo.
Increíble naturaleza de aquel momento, sabía exactamente quien era, y no la había visto nunca en la vida. Era ella. La por tanto tiempo esperada. El complemento de todo, lo pasado, el ahora, y el mañana. No más búsqueda, y todas las aventuras.
Casi no pude moverme, estaba entregado, y ella a mí. No éramos dueños de nosotros mismos, pero un regalo del uno hacia el otro.
Pero de súbito se liberó, dejando caer las sábanas sobre su espalda a medida que se levantaba. La niebla entró con más densidad por la ventana, y comenzó a hacerla desvanecer.
Nos vimos fijamente a los ojos, más allá del espejo de la mirada, imprimiendo cada detalle en la memoria. Mas la bruma espesa nos arropó a ambos, y todo se nubló. Se había acabado el tiempo, ya comenzaba a oler el café con leche caliente y el pan fresco con mantequilla del desayuno. Había despertado.