Helena

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Helena

Las semanas pasan sin apenas darme cuenta. No tengo noticias de Alex, y Danielle no me coge el teléfono. Con la única que mantengo el contacto es con Sylvia y prefiere no hablar mucho del tema ahora que ya está bien con Joe, y la verdad es que la entiendo. En el trabajo no se menciona el incidente de la fiesta pero sé que mi jefe está cabreado conmigo, y también sé que Nat es la que ha mediado por mi parte, aunque no quiera decírmelo.

* * *

Me suena el aviso del correo en el despacho. Lo abro creyendo que es el correo urgente que llevo diez minutos esperando. Pero no es nada de eso. Henry. No me lo puedo creer.

Para: Helena Connors

De: Henry Shelton

Asunto: urgente

Helena, necesito hablar contigo

La rabia se apodera de mí. ¿Pero esto qué es? ¿Qué necesitas hablar conmigo? Ja ja ja ¡Qué te jodan, Henry!

Lo borro.

A los diez minutos vuelvo a oír la alarma del correo. Lo miro. Henry otra vez.

Para: Helena Connors

De: Henry Shelton

Asunto: Por favor

Helena, ¿por qué no me coges el teléfono?

Vuelvo a borrarlo. Saco el móvil del bolso, con las prisas de esta mañana no he activado el sonido. ¿Veinte llamadas perdidas? Esto debe ser una broma...

La ventana del correo vuelve a parpadear en mi ordenador, pero ni siquiera me molesto en abrirlo, lo borro directamente.

Suena el móvil. Henry. ¿Pero qué coño le pasa? Después del numerito de la fiesta y todo lo que ha provocado, está loco si piensa que voy a cogerle el teléfono. Insiste. Lo meto en el cajón. Apoyo los codos en la mesa y me masajeo las sienes. Tranquila, Hel. Cojo aire. Cuento hasta diez. Sigo con mi trabajo.

El móvil suena otras tres veces pero bajo el volumen y lo ignoro. Distinta melodía. Un mensaje. Saco el móvil del cajón con la intención de estamparlo contra la pared, pero me lo pienso mejor, no tengo ganas de comprarme uno nuevo.

Helena, por favor coge el teléfono. Es importante.

¿Más importante que jugarme mi relación por tu culpa? Oh, lo dudo... No le contesto. Estoy empezando a cabrearme.

Suena el teléfono de mi despacho. Es una llamada de recepción.

—Dime, Nat.

—Helena, tienes una llamada.

—¿De quién?

Se queda callada.

—¡Nat!

—Es Henry...

¡Mierda! Se me había olvidado lo insistente que puede llegar a ser. Pero si piensa que voy a contestarle, lo lleva claro.

—Dile que estoy ocupada.

—Dice que es urgente.

—Dile que mi trabajo es más urgente.

—Vale, espera.

—¡Nat, no me dejes en espera!

Me deja en la línea colgada. ¡Mierda, mierda y mierda! Empiezo a golpear con los dedos en la mesa, me estoy poniendo muy nerviosa.

—¿Helena?

—Dime, Nat.

—No va a colgar, y dice además que si no le coges el teléfono va a venir directamente aquí a hablar contigo.

Pongo los ojos en blanco y suspiro.

—Vale, pásamelo.

—¿Pasa algo?

Acoso.

—No, no te preocupes.

—¿Helena?

—¿Se puede saber a qué viene este acoso, Henry?

—¿Acoso? Yo...no te estoy acosando.

—¿Y qué nombre le pondrías tú a lo que llevas haciendo toda la mañana?

—Solo estaba intentando hablar contigo. No me cogías el teléfono.

—¿Y cómo no te cogía el teléfono te has permitido el lujo de mandarme mails a mi correo interno de la empresa? ¿Eso no es acoso?

—Helena, no...

—¡Ni Helena ni leches, Henry! Ya que a mí no me respetas, por lo menos respeta mi trabajo.

—Vaya, lo siento.

—Y bien, ¿llamas para insultarme otra vez? Porque te advierto que no estoy de humor para eso. De hecho, no estoy de humor para nada que tenga que ver contigo.

—No, no, Hel, escucha...Sólo llamaba para pedirte perdón.

Me echo a reír con ironía.

—¿Por qué esta vez? ¿Por el numerito de la fiesta? ¿Por humillarme delante de toda la empresa? Estoy harta de jugar a ser la buena del cuento, así que te puedes meter tus disculpas por...

—Tenías razón.

—¿En qué tenía razón?

—En lo de Jessica...he ido hoy a buscarla a su casa, quería darle una sorpresa...y la sorpresa me la he llevado yo.

—¿Y qué se supone que debe decirte ahora esta niñata? ¿Te lo dije madurito?

—¡Sí, maldita sea! Dime que soy un gilipollas, un imbécil, insúltame todo lo que quieras, me lo merezco.

—Sí, te mereces eso y más. Te mereces que no vuelva a mirarte a la cara en la vida, te mereces que te diga que todo lo que te ha pasado te lo has buscado tú solito. Pero yo no soy así y lo sabes. Aunque pienses que soy una cría, nunca me he comportado como tal. Solo puedo decirte que lo siento. Siento que haya jugado contigo de esa manera.

—No, no lo sientas. Debí escucharte y no sólo pensar que me lo estabas diciendo porque aún sintieras algo por mí...Perdóname.

Me pienso mucho lo que voy a decir a continuación, pero no puedo engañarme más.

—Pues puede que también te lo dijera por eso, puede que me siguieras importando tanto que arriesgué mi relación con Alex solo porque te dieras cuenta de que estaban jugando contigo.

—Helena, ¿qué estás diciendo?

—¿Crees que Alex me hubiera perdonado algo así? Yo lo sabía de sobra y aún así me arriesgué a perder a una persona que lo ha dado todo por mí por tu culpa. Incluso me arriesgué a perder mi trabajo. Jamás hubiera pensado que me ibas a montar ese numerito, Henry. Pero yo no podía seguir viendo cómo Jessica te estaba engañando. No podía cruzarme con ella y el otro, y no sentir que te estaba traicionando si no te lo decía...

—¿Él... te ha dejado?

—Pues claro que me ha dejado.

Siento un dolor profundo en el corazón al decir esas palabras. Las lágrimas me nublan la vista.

—No lo entiendo, Hel.

—¿Qué no entiendes? ¿Qué me haya dejado?

Me río sin ganas.

—Pues es muy sencillo, Henry. Cuando hay un fantasma del pasado siempre por medio, nunca se puede llevar adelante otra relación. Creo que él siempre lo supo, pero aún así siguió luchando por mí. Y yo no sé luchar por nadie. Ni por él, ni por ti.

—Pero... habéis estado un año juntos.

—Y ya ves, no ha servido de nada, lo he intentado pero no puedo...nunca voy a poder estar con nadie sin llegar a un punto que lo estropeo todo.

—Helena, lo de tu padre...

—¡¡No es por mi padre maldita sea!! Por primera vez en la vida, no ha sido mi padre el culpable de haberla jodido otra vez.

Inspiro profundamente.

—¿Entonces, qué ocurre?

Oh, dios. ¿Se lo digo? Las lágrimas me ruedan por las mejillas y caen en el escritorio mojando el informe que tengo que presentar por la tarde. ¡Mierda!

—¿Hel?

—Creo que todavía sigo enamorada de ti.

Silencio total en la línea, no oigo su respiración.

—¿Henry? Henry, ¿sigues ahí?

—Sí...es que acabo de salir del trabajo y voy conduciendo. Espera que paro el coche y hablamos...

De repente la línea se corta y comunica. Espero un rato por si me llama y nada. Intento llamarle yo y me dice que está apagado o fuera de cobertura, se le habrá acabado la batería. Supongo que me llamará luego...

—Helena, hija, ¿dónde estás?

—En casa mamá, ¿dónde voy a estar?

—Entonces no te has enterado...

—¿Enterarme de qué?

—Cariño... ¿estás sentada?

—Oye, me estás asustando...

—Helena sólo siéntate y escúchame, no quiero que te caigas al suelo y te golpees.

Me voy a la sala de estar y me siento en el sofá. Las manos comienzan a temblarme nerviosas.

—Vale mamá, ya estoy sentada, ¿qué es lo que pasa?

—Me han llamado del hospital...Henry ha tenido un accidente.

—¡¿Qué Henry, qué?! ¡Oh dios mío, oh dios mío...!

Empiezo a hiperventilar y a sollozar a la vez.

—Helena, tranquilízate...

—Mamá, ¿está bien? Por favor dime que está bien, dios hablé con él ayer y...

—Le han inducido el coma porque todavía no saben la gravedad de las lesiones internas.

—Dios mío...

La cabeza me da vueltas.

—¿Por qué te han llamado a ti?

—Mi número estaba en su agenda como llamada en caso de accidente, sabes que durante estos años hemos sido como su familia, Helena...

Las lágrimas me empañan la visión y se derraman por mi cara.

—¿Y cómo...?

Apenas me sale la voz.

—Al parecer al salir ayer del trabajo, iba en el coche y...

Todo se vuelve negro y me desmayo.

Me llamará luego, me llamará luego...

—¡Helena despierta, vamos! ¡¡Despierta!!

Unos brazos me tienen sujeta y me zarandean.

—¡Helena, despierta!

—¿Qué ha pasado?

Abro los ojos y Syl se sienta a mi lado.

—Tu madre me llamó preocupada y me dijo que me acercara a tu apartamento. Dice que no contestabas al teléfono y supuso que te habrías desmayado o algo.

—¿Pero...por qué?

No entiendo nada.

—Helena voy a decirte algo, pero no quiero que vuelvas a desmayarte, ¿vale?

—Si...

—Tu madre te llamó para decirte que Henry ha tenido un accidente...Suerte que estabas sentada el sofá, te podrías haber abierto la cabeza contra la mesa...

Ahora recuerdo todo.

—Cariño... ¿estás sentada?

—Helena sólo siéntate y escúchame, no quiero que te caigas al suelo y te golpees...

Oh, gracias mamá...

Las lágrimas comienzan a resbalar por mis mejillas.

—Syl, estaba hablando conmigo...

—Sí, lo sé. Por eso me ha llamado.

—No, mi madre no...

—¿Quién estaba hablando contigo?

—Henry... yo estaba hablando con Henry cuando tuvo el accidente.

—¿Qué...?

—El teléfono se cortó de repente y yo pensé que se le había acabado la batería o algo. Esperé y esperé a que me devolviera la llamada. Oh, dios mío... ¿Por qué no me molesté en llamar a su casa para saber si había llegado bien?

—Helena, pero tú no puedes culparte por eso.

—Acababa de pillar a Jess con Matt, Syl...Me llamaba para pedirme perdón...

Sylvia cierra los ojos.

—Oh, dios...

—Llévame al hospital por favor...

* * *

Sylvia tiene que sujetarme para que no me derrumbe en la puerta.

—Tranquila Helena... Estoy aquí contigo..

Me doy la vuelta para abrazarla y rompo a llorar.

—No puedo Syl, no puedo...

—Ven Helena, acércate...

—No...no puedo verle así...

—Sí, si puedes. ¡Escúchame! He leído que los pacientes en coma pueden recuperarse si se les habla, tienes que ayudarle Helena.

La miro y asiento, tiene razón. Me acerco despacio y me agarro a los pies de la cama. Tiene la cabeza vendada, pero unos mechones rizados se le escapan por debajo. El brazo y la pierna izquierdos los tiene escayolados. Tiene un ojo morado y una herida en la mejilla. Su pecho sube y baja al ritmo del respirador.

Entra una enfermera a comprobar el suero. Syl le pregunta, porque a mí no me sale la voz.

—Bueno, sus constantes son estables, pero aún hay que determinar sus daños cerebrales. Le mantendremos así hasta que estemos seguros de que no habrá sufrimiento cuando se le despierte. ¿Son ustedes parientes?

—No...

La enfermera nos mira extrañada.

—¿Es usted su pareja?

No me espero esa pregunta y me quedo muda. Por suerte Sylvia siempre tiene recursos.

—Sí, ella es su novia.

—Lo siento mucho, ¿señorita...?

—Connors, pero llámeme Helena, por favor.

Le estrecho la mano y ella me sujeta con las dos y me da un apretón.

—Helena, siento mucho lo del señor Shelton. Pero tenga esperanza. Es joven y se recuperará, ya lo verá. Sé que no le va a servir de consuelo pero he visto casos mucho peores que han salido de ello.

Me sonríe.

—Gracias.

Le sonrío por ese intento de darme esperanza.

—¿Se van a quedar alguna de ustedes esta noche con él?

—Sí, sí, yo me quedo. Syl, si quieres vete a casa.

—Me quedo un rato más contigo, no me importa.

—No, de verdad, mañana tienes que trabajar y Joe te estará esperando.

—¿Estás segura?

—Sí. Gracias por estar conmigo.

Me acerco a ella y la abrazo.

—No digas tonterías, las amigas están para eso. ¿Me llamarás mañana?

—Claro, no te preocupes. Sylvia siento que no nos hayamos visto mucho las últimas semanas.

—No te preocupes, Hel. Te quiero, rubia.

—Y yo, deslenguada.

La enfermera se acerca a mí cuando Sylvia sale por la puerta.

—Cualquier cosa que necesite sólo tiene que pulsar el botón rojo, ¿ok? Me llamo Emma.

—Gracias por todo, Emma.

La enfermera se va y me quedo a solas con Henry. Me dejo caer en el sillón del hospital, le cojo de la mano y me la llevo a los labios.

—Amor mío... ¿Por qué tú?

Me apoyo en su cuerpo con cuidado y rompo a llorar en silencio.

Lunes. 8 AM.

Entro por la puerta del Skyland como un zombi, apenas he podido cubrir mis ojeras con maquillaje. Natalie se levanta de su silla y viene a darme un abrazo.

—Cuánto lo siento, Helena...

—Gracias, Nat.

Me siento en mi despacho y enciendo el ordenador, pero no veo la pantalla, mi mente sigue con Henry en el hospital. Ha sido un fin de semana horrible, me han tenido que poner tranquilizantes dos veces porque me despertaba gritando con pesadillas. Los médicos me dicen que me vaya a casa a dormir, pero no puedo dejarle solo. Soy lo único que tiene...

Se abre la puerta de mi despacho y entra mi jefe.

—¿Se puede saber qué haces aquí?

—Trabajar...

—Helena, conozco a Shelton desde hace muchos años, casi tantos como los que te conozco a ti. Habéis tenido una historia que todos en esta empresa conocemos, aquí también hay mucha gente preocupada por él. ¿Y crees de verdad que dejaría que vinieras a trabajar? Necesitas estar con él ahora mismo, aquí no vas a estar centrada. Y créeme que lo entiendo. Cógete los días que necesites. Te lo digo en serio. Y si no me haces caso, te sacaré a la fuerza.

—Pero hay trabajo que hacer...

—Puedo apañarme con Claudia de momento.

—Gracias, señor Burke...pero no sé cuánto tiempo...

—No te preocupes por eso ahora, sé que harás todo lo que esté en tu mano por su recuperación. Todos lo esperamos.

Va a salir por la puerta pero se gira.

—¡Ah! Llámame de vez en cuando, ¿ok?

—Sí, señor Burke.

—Y, ¿Helena?

—¿Sí?

—Tampoco quiero que te preocupes por Claudia, a la vuelta seguirás conservando tu puesto.

Me echo a reír sin poder evitarlo.

Voy a casa a coger ropa y un neceser para pasar unos cuántos días en el hospital. Al revolver en el armario, sin querer, mis manos rozan algo de lana. Tiro de ello para ver lo que es. Yo no tengo ropa de lana. Y tengo que apoyarme en el armario para no caerme mientras los ojos me escuecen. Es la bufanda de Alex. La aprieto contra mi pecho y hundo mi nariz en ella aspirando su olor. La cinta de raso que Nora me regaló antes de irnos de Suecia, sigue atada en un extremo.

—Es mi cinta favorita, Helena. Pero quiero que la tengas tú para que no me olvides cuando estés en Nueva York.

—¿Cómo iba a olvidarte, Nora?

La cojo entre mis dedos y no puedo evitar romper a llorar. Los echo de menos. Pero sigo sin saber nada de él, ni una llamada, ni un mensaje. Lo he intentado varias veces pero nunca he recibido respuesta. Probablemente hasta haya cambiado de número. Solo deseo con todo mi corazón que esté bien.

* * *

—¿Mamá...? ¡Mamá!

—¡Helena, hija!

Me abraza y rompo a llorar.

—¿Cuándo has llegado?

—Hace una hora o así. Me vine del aeropuerto directa al hospital porque pensaba que estarías trabajando.

—El señor Burke me ha dicho que me cogiera el tiempo que me hiciera falta para estar con él, que no me preocupara. ¿Mamá, por qué no me has dicho que venías?

—Bueno encontré un vuelo a última hora y no quería que te agobiaras porque venía, ya sabes lo nerviosa que te pones con el tema del alojamiento...

—Te quedarás en casa, ¿no? Puedes dormir en mi cama si quieres, yo me quedo aquí en el hospital con Henry. Acabo de ir a casa para traerme unas cosas. Las sábanas están limpias y...

Estoy tan nerviosa que hablo de carrerilla y apenas sé lo que estoy diciendo.

—¡Helena! ¿Ves lo que te decía? Hija, ahora no te preocupes por eso. Sé apañarme yo sola. No es la primera vez que me quedo en tu casa, ¿no?

Vuelvo a abrazarla y cierro los ojos.

—Mamá...gracias, no te haces una idea de lo mucho necesito que estés aquí ahora.

—Lo sé pequeña, por eso he venido.

Me pone las manos en los hombros y ladea la cabeza.

—Y ahora, vamos a afeitar a este grandullón. ¿No querrás que se despierte y tengamos que soportarle protestando porque le hemos dejado crecer la barba...?

Después de estos cuatro días sólo mi madre sabe cómo sacarme una sonrisa.

—¡Ya he vuelto! He ido a llevar a mi madre al aeropuerto, no podía retenerla más aquí. Hasta un mes me ha parecido demasiado. Mira, de camino he pasado por una floristería, he visto este ramo tan bonito y he pensado que estaba hecho para ti. ¿Te gusta? Oh, claro que te gusta, a ti siempre te gustaron las flores...por eso siempre, cada sábado, me traías un ramo...

—Helena, no llores...

—No puedo evitarlo... ¡míralo! Es como si estuviera hablándole a un...

—¡¡Ni se te ocurra decirlo!! Helena, Henry está ahí, en alguna parte. Quizás se sienta solo, perdido...y te necesita. Así que trágate las malditas lágrimas y sigue hablándole.

Cojo aire e intento que no me tiemble la voz al hablar.

—He pasado por casa también y...he traído el IPod, por si te apetece escuchar música conmigo, ¿qué te parece? Bien, así me gusta. Que no me lleves la contraria.

Me tumbo a su lado en la cama. Ahora que ya le han quitado las escayolas me queda un pequeño hueco para acurrucarme, aunque a las enfermeras no les hace mucha gracia. Pero yo necesito sentir su corazón latiendo, necesito sentir que todavía está vivo. Le pongo un auricular y me pongo yo el otro.

—He metido todas nuestras canciones favoritas.

Me apoyo en su pecho y cierro los ojos.

—Sé que te gusta mucho “Diamonds”, por eso me decías que era tu diamante en el cielo.

Sonrío al recordarlo.

—Y por supuesto... “No Air”. ¿Te acuerdas...?

Doy al play...

Me paseo nerviosa por la fiesta, controlando que todo vaya bien. Es el primer evento que organizo para la empresa que trabajo y hay mucho en juego esta noche. Me ha llevado un mes prepararla y esta última semana me la he pasado trabajando duro, saliendo tarde y durmiendo apenas cuatro horas. Estoy agotada. Pero tengo que demostrar que mi reciente ascenso no ha sido por mi cara bonita, sino porque me lo he merecido. Me ha costado cuatro años llegar aquí. También estoy un poco nerviosa por el vestido que he decidido ponerme, me he gastado un dineral en un Cavalli blanco con un escote enorme en la espalda, y no sé si es el más adecuado para una fiesta de trabajo...

—Helena, ¿qué te pasa? Llevas paseándote media hora sin parar.

—Nat, es que no sé si he hecho buena elección con el vestido...este escote en la espalda igual es muy exagerado.

—¡Pero si estás preciosa! Anda no te preocupes, seguro que eres la envidia de más de la mitad de las mujeres de la fiesta.

—Ese es el problema, que no quiero causar esa impresión.

—Pues entonces míralo por el lado bueno, vas a causar tan buena impresión en los hombres de la fiesta que nos van a dar ese contrato seguro.

Me echo a reír y se alivia un poco mi tensión.

—¿Tú crees?

—¡Claro! ¡Disfruta un poco! Después de lo que te ha costado organizarla te lo mereces.

Dos semanas antes.

—Señorita Connors, ¿puede venir a mi despacho, por favor?

—Sí, señor Burke.

Es mi primer día como su asistente y estoy temblando como un flan.

—Vamos Helena, relájate. Sabes que te ha costado mucho esfuerzo llegar hasta aquí y que lo harás muy bien.

—Lo sé...

Llamo a la puerta y cojo aire.

—¡Adelante!

—Señor Burke.

—Tengo buenas noticias señorita Connors, los de Meaning Holdings nos han propuesto que hagamos su nueva campaña de promoción.

—Oh...eso es estupendo.

—El año pasado se lo quedó la competencia, pero este año tenemos que conseguirlo cueste lo que cueste. Este contrato es muy importante para la empresa.

—Entiendo.

—Su tarea será organizar una fiesta para los socios inversores y gente importante, no se preocupe, yo le daré la lista de invitados. Usted encárguese de encontrar el mejor sitio, el mejor catering y el mejor alojamiento, ¿entendido?

—Sí, señor Burke. Me esforzaré para que salga todo bien.

—Lo sé, por eso conseguiste este ascenso Helena.

Me sorprende que me tutee, es la primera vez que lo hace.

—En los cuatro años que llevas aquí has hecho más por esta empresa que muchos de los lameculos que tengo alrededor.

Eso no me lo esperaba y me echo a reír. Pero me tapo la boca avergonzada. No debería reírme.

—Gracias, señor Burke. Y, lo siento.

—No me las dé señorita Connors, a veces seré un cabronazo, pero también sé reconocer el talento cuando lo veo. Y no hace falta que se disculpe, a las cosas hay que llamarlas por su nombre. Ahora póngase con esa fiesta.

—Sí, señor.

Salgo sonriendo del despacho. Es cierto que su fama de cabronazo circula por todo Skyland. Pero para sostener una empresa como esta, a veces tienes que comportarte como uno.

Dos semanas me ha costado encontrar el lugar, después de horas en internet y al teléfono, y de cuadrar fechas. Me decido por un espacio que dispone de una enorme terraza ajardinada con vistas a Central Park.

Suena el teléfono.

—Dígame señor Burke.

—Señorita Connors le he mandado por mail la lista de invitados. Prepare las invitaciones y envíelas lo antes posible, recuerde que primero debe mandárselas al director y a los accionistas, ¿ok?

—Sí, señor Burke.

—¿Todo bien? ¿Necesita que le mande a alguien para que le ayude?

—No, gracias. Natalie se ha ofrecido voluntaria, pero de momento lo tengo todo controlado.

—De acuerdo.

Miro mi correo. Localizo al director, el señor James Lowell, un cabrón de cuidado, y a los tres accionistas, Frank Anderson, Rebeccah Graham y Henry Shelton. Preparo las invitaciones y las envío. Ahora a buscar hoteles, reservar vuelos, contratar transporte y el catering, preparar la presentación, comprar un vestido, intentar arreglar este desastre de corte de pelo que tengo...todo esto unido a mi trabajo diario. Me esperan otras dos semanas muy largas...

Dos semanas más tarde.

La presentación ha salido bien, a pesar de los nervios y unos problemas de última hora con el sonido. Pero por la cantidad de aplausos que hemos recibido creo que los hemos impresionado.

—Señorita Connors.

Me giro sonriendo. Es más creo que no he dejado de sonreír desde que he llegado a la fiesta. Ya me duele hasta la cara.

—¿Sí, señor?

—Le presento al señor Lowell, director de Meaning Holdings. La señorita Connors es mi PA, y la que ha hecho todo esto posible.

Intento poner mi mejor sonrisa para caer bien a este cabronazo y que nos dé el trabajo.

—Encantada, señor Lowell.

Nunca le había visto en persona, solo alguna vez en los periódicos. Le estrecho la mano y me aprieta con firmeza pero sin hacerme daño. Aunque su pelo cano le hace parecer más mayor, su mirada es joven y cálida. Parece simpático pero... Helena, no te fíes. Sonrío a mi jefe por el cumplido.

—El gusto es mío, señorita Connors. Es usted una preciosidad de mujer. Y ha hecho un excelente trabajo organizando el evento.

Me sonrojo hasta las orejas y no sé dónde meterme. No me esperaba que me soltara eso. ¿Y ahora que digo? Me muerdo el labio nerviosa y veo que mi jefe levanta la ceja y me hace un gesto con la cabeza.

—Eeeehh...Muchas gracias, se...señor Lowell. Espero que...todo esté siendo de...de... su agrado.

Oh, genial. Tartamudeo. Ahora ya sí que va a pensar que soy la típica rubia-tonta.

—La elección del vino es lo más complicado y tengo que reconocer que es excelente. Y en la presentación ha estado magnífica. Bonita voz la suya.

¡¿Qué?! Ya me estoy empezando a agobiar con tanto cumplido. Intento sonreír pero me sale una mueca de los nervios.

—Amm...gracias, supongo. Disculpe mi comportamiento, estoy un poco nerviosa.

De repente noto una sensación extraña en mi cuerpo, una especie de electricidad estática y dejo de reírme. Mi espalda se queda rígida y mis sentidos se ponen en alerta. ¿Qué está pasando?

—Señorita Connors, estos son dos de los accionistas de nuestra empresa.

Una pareja se ha acercado a nosotros sin darme cuenta. Oh, dios mío... él es... él es...

—La señora Graham...

—Llámame Rebeccah, por favor.

Me estrecha la mano.

—Y el señor Shelton.

Sus dedos me rozan...y una corriente eléctrica me recorre el brazo y me llega hasta los pezones, irguiéndolos dolorosamente,

—Henry, mejor.

—La señorita Connors es la PA del señor Burke.

—¡Oh dios mío! ¿Lo has sentido? ¿Qué ha sido eso?

—Helena se llama atracción, y haz el favor de no quedarte con esa cara de tonta.

Me estrecha la mano con firmeza mientras me hace una pequeña caricia con el pulgar.

—Encantada...

Apenas me sale la voz. El señor Shelton me mira con una sonrisa de medio lado, como si supiera todas las sensaciones que se arremolinan dentro de mí. ¿Habrá sentido él lo mismo?

—Oh, vamos. Baja de las nubes y respira, haz algo, di algo, pero no te quedes ahí parada. Y devuélvele la mano...

Le suelto la mano bruscamente, sin querer, y me mira intrigado. Me pregunto qué estará pensando. Que soy una maleducada, seguro. Y de repente me importa mucho lo que el señor Shelton piense de mí, y empiezo a ponerme nerviosa.

—Sí me disculpan, tengo que ir al lavabo...

Me doy la vuelta y me dirijo a toda prisa al baño, escapando de esa mirada azul, que sigue fija en mí, y de toda esa electricidad que parece fluir entre nosotros.

Me miro al espejo y veo lo alterada que estoy, así que me apoyo en el lavabo y cojo aire. Me mojo un poco la nuca y espero a que se me calme el pulso. Mientras pienso en él, el señor Shelton...es impresionante, es guapísimo, es...

—Es imposible, Helena...

—Lo sé, pero no me arruines el momento...

Sólo puedo pensar en sus ojos, en el brillo de su mirada azul manchada de marrón en el ojo izquierdo, su pelo castaño rizado, parece tan suave...

—Vuelve a la fiesta antes de que te empiecen a echar de menos. Y deja de delirar. Pareces una quinceañera.

—Qué pesada estás...

Salgo y voy a buscar a Nat para distraer mis pensamientos del señor Shelton. La encuentro hablando con un chico bastante atractivo, y por la cara que tiene ella parece que piensa lo mismo.

—Nat...

—¡Ah, Helena! Mira te presento a Frank Anderson, ya sabrás que es accionista de Meaning Holdings.

—Claro, yo hice las invitaciones.

Le guiño un ojo a Nat.

—Señor Anderson...

Le tiendo la mano para estrechársela y él se la acerca a los labios y me da un beso. Me río ante esa demostración tan caballeresca.

—Llámame Frank, y sin formalidades por favor.

Me sonríe.

—Frank y yo fuimos juntos a la universidad.

—¡Qué tiempos aquellos! ¿Eh, nena?

Nat se sonroja y se echa a reír.

—¡¡Sobre todo para ti, que estabas en todas las fiestas!!

—¡Eh, tú tampoco te perdías una!

—Claro, porque me pasaba el día persiguiéndote y no me hacías caso...

Nat se muerde el labio incómoda y su cara se pone de un color rojo intenso.

—Mmmmm... ¿acabo de decir eso en voz alta...?

Creo que tengo que retirarme para que estos dos sigan recordando viejos tiempos y terminen la noche echando un buen polvo.

—¡Helena!

—¡¿Qué?! ¿Acaso no es maravilloso terminar una velada con un buen polvo?

—No tienes remedio...

—¡Mojigata!

Me acerco a la barra a pedir algo, un par de copas no me sentarán mal. Siento ligeramente esa electricidad otra vez, pero no veo al señor Shelton por ningún lado. Intento reprimir un bostezo sin remedio y me tapo la boca.

—¿Eso significa qué estás muy cansada o sólo es aburrimiento?

Dios mío...lo tengo detrás.

Me giro y lo tengo demasiado cerca. Al darme la vuelta su mano ha rozado la mía y he estado a punto de desmayarme. Por favor, que no me toque o me muero aquí mismo.

—Señor Shelton...

Su sonrisa me corta la respiración, pero intento coger aire para no hacer más el ridículo.

—Henry... por favor.

Me ruborizo.

—Henry, es cansancio. Esta semana ha sido algo intensa.

—Ha merecido la pena señorita Connors, creo que nos ha impresionado a todos.

—Helena... por favor. Y gracias.

—Helena, ¿te apetecería bailar? Así me aseguro de que tus bostezos sigan siendo sólo por agotamiento.

Me guiña un ojo. Creo que al final me voy a desmayar...

—¡Vamos Helena, muévete! El tío más bueno de la fiesta te acaba de invitar a bailar, ¿te vas a quedar ahí parada hiperventilando?

—Señor Shelton... yo...no se me da muy bien bailar estas canciones.

—Henry.

—Lo siento, Henry.

—¿Y qué canciones se te da bien bailar, Helena?

—Bueno...algo más...marchoso.

Se echa a reír.

—Si me das un minuto iré a pedir algo no muy difícil de bailar, ¿ok?

Sonrío.

—Está bien.

Habla con el chico que está poniendo la música y vuelve con una sonrisa que le ilumina esos ojos tan bonitos que tiene. ¿A qué viene tanto entusiasmo?

—Ahora sí. ¿Me concedes este baile, Helena?

Me echo a reír.

—Será un placer.

Para mis sentidos. Si no muero por combustión espontánea, claro.

—Creo que el placer no sólo va a ser tuyo, Helena...

Cómo me gusta oír mi nombre en su boca. Podría pasarme la vida escuchándolo.

Me lleva al centro del jardín, donde está la mayoría de la gente bailando. Y cuando me pone la mano en la espalda, recuerdo el escote y al contacto de sus dedos, toda la piel de mi cuerpo se eriza y cierro los ojos. Él me acerca un poco más a su cuerpo y yo me dejo llevar. Dios mío, qué bien huele. Dulce mezclado con un toque amaderado. Empieza a sonar “No air”, y no podría ser más oportuna, porque me falta el aire y me cuesta respirar. Desliza un poco su mano por mi espalda, una simple caricia y noto la humedad en mis bragas. El vello que le asoma por encima de la camisa provoca en mí la necesidad de arrancársela, quiero enredar mis dedos en su pelo, mi lengua en su lengua...

—¿Estás casado?

Primero me mira sorprendido. Oh, dios. ¿Por qué he hecho esa pregunta? Después se ríe a carcajadas.

—Vaya, eres directa.

Noto como sube el calor por mis mejillas y bajo la mirada. Me coge por la barbilla y me alza la cara.

—No, no estoy casado.

—Lo...lo...siento, ha sido una pregunta estúpida.

Casi tan estúpida como parezco yo ahora mismo.

—No te preocupes Helena, yo estaba a punto de preguntarte lo mismo.

—Gracias por intentar hacer que me sienta mejor.

Me echo a reír.

—Era en serio...

¿Y por qué iba a querer preguntarme a mí si estoy casada? A no ser que... Empiezo a sentirme mal, noto mis piernas que se aflojan y tengo nauseas. Creo que el vino, las copas, los nervios, el agotamiento y Henry han sido demasiado para mí.

—Henry, necesito ir al baño, no me encuentro bien...

—Vamos, te acompaño.

A mitad de camino tiene que sujetarme porque me fallan las rodillas y nos paramos. Las nauseas vuelven, esta vez más fuerte y tengo que salir corriendo al baño sino quiero terminar vomitándole encima.

* * *

Llevo diez minutos en el baño, apenas tengo fuerzas para levantarme y llegar al lavabo. Sólo espero que Henry se haya aburrido de esperar y se haya ido, para ahorrarme la vergüenza de tener que darle explicaciones.

—¿Helena, estás bien? Llevas diez minutos ahí dentro y estoy empezando a preocuparme, voy a entrar.

—¡No, no! Por favor, dame un minuto.

¡Mierda, sigue ahí...!

Me miro al espejo y me horroriza lo que veo, la máscara de pestañas se me ha corrido, no me queda ni rastro de colorete y bajo mi maquillaje se adivina la palidez de mi cara. Me mojo las manos e intento arreglar algo este desastre.

Cuando salgo del baño le veo apoyado en una columna. Se acerca a mí preocupado.

—Yo...lo siento. Demasiadas emociones hoy, y supongo que el estrés de esta semana me ha superado.

—No te preocupes. Venga, te llevo a casa.

—No, no, cogeré un taxi. Bastante has hecho ya con ayudarme a llegar al baño y no dejarme vomitar en medio de la fiesta.

Le miro y veo que está aguantándose la risa.

—¿Qué? No debí decir eso, ¿verdad?

Rompe a reír.

—No, Helena, es que me ha resultado gracioso. Bueno, el hecho de que vomitaras no es gracioso, pero... Está bien, yo tampoco he debido decir eso, estamos en paz. Y ahora déjame que te acerque a casa...

—No, de verdad, no quiero causarte más molestias.

—Por favor...

—Está bien, pero tengo que avisar a mi jefe de...

—Tranquila, espérame aquí. Ya me despido yo por ti. No quiero que vuelvas a meterte entre la gente y que al final te manches ese vestido espectacular que llevas.

Me guiña un ojo y se va.

Me siento en una silla que hay en el recibidor a esperarle. Mi mente divaga en él una y otra vez, en sus ojos, en su olor...en su mano en mi espalda quemándome como el fuego... ¿Cómo será sentir esas manos por todo mi cuerpo?¿Y cómo será un beso de esos labios? Daría cualquier cosa ahora mismo por sentirlos sobre los míos, sentir su aliento en mi boca, en mis pezones, en mí...

—¡¿Helena no estarás pensando subirlo a tu apartamento según estás?! Ya te has visto en el espejo...

—¡Oh, cállate! No voy a subirlo a ningún sitio, sólo va a llevarme a casa. Eres única arruinando momentos...

—Helena vamos, ya nos podemos ir.

Me tiende la mano para que me levante. ¿Podré tocarle otra vez sin alterarme? Espero que el pulso no me traicione. Le doy la mano y él entrelaza sus dedos en los míos.

—¿Estás mejor? ¿O te llevo en brazos?

—¡¡No, no!! ¿Más bochorno? No podría soportarlo...

Y me echo a reír. Pero lo que de verdad no podría soportar en estos momentos es tenerlo aún más cerca de mí.

Salimos a la calle y se ha levantado un poco de aire fresco. Henry me pone su chaqueta por los hombros y desliza sus manos por mis brazos.

—Gracias.

Le sonrío.

—No tienes por qué dármelas. ¿Sabes qué? Es la primera fiesta de este tipo en la que me divierto tanto.

—Me alegro de haber hecho de payaso de la fiesta...

—No, no. No quería decir eso, de verdad.

Me coge del brazo y me coloca delante de él. Yo no puedo mirarle a los ojos sin alterarme, así que le miro la corbata.

—Lo he pasado muy bien contigo.

No sé dónde meterme... Me monto en su coche. Mercedes clase A, gris plata, asientos de cuero crema, todo ello mezclado con el olor de Henry...

Hacemos el trayecto en silencio, yo voy con los ojos cerrados disfrutando de su olor y de la brisa que entra por la ventanilla, él va concentrado conduciendo y probablemente no quiera interrumpir mis pensamientos...o quizás sepa que estoy pensando en él. ¡Oh, dios mío...! El rubor se extiende por mi cara y giro la cabeza por si se le ocurre mirarme.

El coche se detiene, ya estamos a la puerta de mi edificio.

—Sé que esta noche no he parado de darte las gracias...

—De verdad Helena, no tienes que dármelas, ha sido un placer.

—¿También tener que esperar a la entrada del baño mientras vomito?

Me echo a reír.

—El placer ha sido compartir mi tiempo contigo, ya te he dicho que lo he pasado muy bien. Aunque haya supuesto esperar diez minutos en la puerta del baño mientras tú...emm...vomitabas.

Se ríe conmigo. El sonido de su risa es lo más maravilloso que he oído nunca. O será que ya me tiene tan atolondrada que todo en él me parece perfecto.

—Tengo que irme. Adiós, Henry.

—Hasta la próxima, Helena...

Subo corriendo las escaleras hasta la entrada y me doy cuenta que llevo todavía su chaqueta puesta.

—¡¡Henry, espera!!

Me giro pero su coche desaparece por la esquina.

—¡Mierda!

* * *

Me despierto a las cuatro de la tarde con un dolor de cabeza de mil demonios, pero al menos el estómago se me ha estabilizado y tengo un hambre terrible. Voy a la cocina y me decido a cocinar unos tallarines con ajo y orégano, mis favoritos. Después del enorme plato de pasta, tres trozos de chocolate y un litro de agua, empiezo a sentirme mucho mejor.

Hoy no tengo muchas ganas de salir, así que enciendo unas velas y me preparo un baño relajante. Programo el Iphone con música de Enya y me meto en la bañera, cierro los ojos...y despierto sobresaltada por el sonido del teléfono. ¿Cuánto tiempo llevo dormida?

Miro la pantalla. Es un número desconocido.

—¿Dígame?

—Hola, Helena...

Se me ponen los pezones como dos piedras solo con oírle decir mi nombre.

—¿Quién...eres?

—Soy Henry.

Necesitaba escucharlo por si estaba teniendo una alucinación. O peor aún, estoy soñando. Un sueño dentro de un sueño. No me extrañaría nada porque estoy fatal últimamente. Me pellizco y me hago daño. ¡Ay! Me pongo nerviosa y a punto estoy de dejar caer el móvil al agua.

—¿Cómo...cómo has conseguido mi número?

—Llamé a Burke para pedírselo, nos conocemos desde hace tiempo y me debe unos cuántos favores. Espero que no te haya molestado...

—No, no, sólo me ha sorprendido.

Intento incorporarme en la bañera pero me tiemblan tanto las piernas que me caigo de culo. ¡Mierda!

—¿Te pillo en mal momento? Suena a... ¿agua?

—Bueno es que estaba en la bañera...

Le oigo suspirar.

—Pero no te preocupes.

—Después de lo que acabas de decirme, mi estado no es el de preocupación, créeme...

Su tono de voz me hace jadear, y en mi mente se forma una imagen mía encima de Henry, rodeados de agua en la bañera. Oh, por favor... ¡céntrate!

—Llamaba para preguntarte qué tal estabas.

Intento apartar mis pensamientos de escenas sexuales o voy a tener un orgasmo solo con el pensamiento.

—Yo...bien. Mejor después de dormir doce horas seguidas y mucho mejor después de un buen plato de pasta y algo de chocolate. Por cierto, te olvidaste tu chaqueta.

—También te llamaba por eso, no es que me importe la chaqueta, pero es la excusa perfecta para invitarte a cenar esta noche.

—Pues es que yo...

—Ya tenías planes, lo entiendo.

Su voz tiene un tono de decepción.

—No, no tengo ningún plan, excepto quedarme en casa a ver alguna peli y...

—Te paso a buscar a las ocho. Tengo mejores planes para ti que quedarte en casa viendo una película. Hasta luego.

Cuelga. Y yo vuelvo a sumergirme en la bañera con una sonrisa en los labios.

Me pongo unos vaqueros y una camiseta negra, y por si acaso me lleva a algún sitio caro, me pongo una especie de chaqueta dorada a juego con mis zapatos de tacón y el bolso. Como siempre, bajo corriendo las escaleras. Henry está hablando por teléfono cuando salgo por la puerta, así que me recreo en las vistas. Lleva unos pantalones grises y una camisa blanca remangada que le resalta los pectorales, lo que daría por clavarle mis dedos en ellos...

—Helena, la noche acaba de empezar...

—Vale, vale...tienes razón.

Me doy cuenta de que con los nervios y las prisas me he dejado su chaqueta en casa, y le hago señas diciéndole que subo a por ella. Él me hace un gesto negativo con la cabeza y leo en sus labios un luego. Cuelga el teléfono.

—Discúlpame por tenerte esperando, Helena.

—Henry, que no me importa subir a por ella en un momento.

Yo sigo en mis trece con su chaqueta.

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