Helena

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Helena

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—Y a mí en estos momentos no me importa la chaqueta lo más mínimo... ¿Nos vamos?

Ya me ha puesto nerviosa. Cambio de tema.

—¡Vaya! Nuevo corte de pelo.

Ha cambiado sus rizos de ayer por algo un poco más corto.

—¿Y...nuevo Mercedes?

Es también de color gris plata, pero una versión descapotable.

—¡Chica observadora! Si, estaba un poco harto de mis rizos, y no, no es nuevo.

—A mi me gustaban tus rizos, me daban ganas de...

—¡¿Helena pero qué estás diciendo?!

—¿Te daban ganas de...?

Me llevo la mano a la boca y él me mira con una sonrisa bailando en sus labios.

—¡Nada! no me he dado cuenta de que lo estaba diciendo en voz alta.

Me sonrojo hasta las orejas.

—Si tanto te gustan no tengo ningún problema en volver a dejármelos crecer...

Se acerca despacio a mí, levanta la mano y me coloca un mechón de pelo detrás de la oreja. Con un solo roce ya estoy ardiendo. Me aparto para mantener las distancias y que no escuche mi corazón golpeando en el pecho, aunque seguro que puede escucharse en una milla a la redonda.

—Y bien... ¿dónde vamos?

Intento calmarme, pero es tan difícil teniéndole cerca...

—He reservado mesa en el Serendipity 3.

—¿Me vas a hacer pagar mil dólares sólo por el postre?

Me río.

—Nena tú no vas a pagar nada esta noche, los gastos corren de mi cuenta, ¿vamos?

—¿No me digas que eres un hombre de las cavernas? Yo. Pagar. Todo. Algún defecto tenías que tener.

¿Otra vez he dicho eso en voz alta? Me estoy luciendo hoy. Se echa a reír a carcajadas.

—Tengo muchos defectos pero no tengo nada que ver con la prehistoria. Pago yo porque soy el que te ha invitado a salir. El próximo día me invitas tú y pagas todo, ¿ok?

¿El próximo día? ¿Quiere que haya un próximo día?

—Sí, claro. Pero te llevaré al cine.

—Me gusta el cine, está todo oscuro...

Me guiña un ojo. Genial, ahora solo voy a poder pensar en él metiéndome mano en la última fila.

—¿Nos vamos?

Me saca de mi ensueño de manos por debajo de la falda, metiéndose entre mis bragas.

—Por supuesto. Estoy deseando ver qué puede ser mejor que quedarse en casa viendo una película.

—Te sorprenderías de la cantidad de cosas que tengo en mente...

Subo al coche con las mejillas ardiendo. ¿Eso ha sido una insinuación o es que me estoy volviendo loca?

* * *

—Me gusta mucho el sitio, después de tanto protocolo ayer ya estaba asustada por si se te ocurría llevarme al Masa...

Henry se echa a reír.

—Pues no te creas que no se me pasó por la cabeza, pero yo también estaba un poco cansado de comida exquisita y necesitaba una buena hamburguesa.

—Lo que no me explico es cómo has conseguido el Golden Opulence para esta noche, si hay que pedirlo con cuarenta y ocho horas de antelación...

—Tengo mis contactos. Además te prometí algo mejor que una película en casa, ¿no? ¿Y qué mejor que el helado más caro del mundo?

—Bueno podría enumerarte unas cuantas cosas.

Bromeo.

—Pero eso no aquí, ni ahora...

Me coge la mano y me acaricia con el pulgar, sus ojos se oscurecen de deseo y yo tengo que cruzar las piernas debido a la tensión que se me está acumulando en la entrepierna. Henry cierra los ojos y cuando los abre parece haber recuperado el control.

—Cuéntame qué tal en Skyland, ¿llevas mucho tiempo siendo PA del señor Burke?

Agradezco este cambio de conversación.

—De hecho no, me han dado el ascenso hace un mes.

—¿Y te encargó organizar un evento como ese recién ascendida? ¡Vaya! Debe de tener mucha confianza en ti.

El comentario primero me sorprende y luego me cabrea.

—¿Qué insinúas? ¿Qué no estaba capacitada para hacerlo?

Me mira sorprendido por mi reacción.

—No, yo...

—Te diré una cosa, Henry Llevo cuatro años dejándome los cuernos en esa empresa, he dedicado más tiempo al trabajo que a mí misma, y me merecía ese ascenso. Así que no me vengas con el rollo de lo capacitada o no que pudiera estar para organizar el maldito evento.

—Helena, lo siento si te he molestado. No era mi intención.

Bajo la mirada para que las lágrimas que se agolpan en el borde de mis párpados no se derramen. Vale, creo que me lo he tomado demasiado en serio.

—Helena, mírame.

—No.

—Vamos, mírame.

Le miro y mis ojos no las pueden contener más.

—Oh, dios mío...lo siento Helena. Lo siento, lo siento...

Se levanta de la mesa y se arrodilla a mi lado, me coge la cara entre sus manos y me limpia las lágrimas con los pulgares

—No llores, por favor... ¿podrás perdonarme? No pretendía que mi comentario sonara despectivo. Créeme que pienso que si Burke ha confiado en ti para darte ese ascenso, seguro que eres muy buena en tu trabajo.

—Henry, llévame a casa...

Me levanto de la silla.

—Lo siento, de verdad. Siento haber dicho eso, no pretendía arruinarte la noche.

Su sinceridad me desarma. Ahora me siento fatal por habérmelo tomado tan a la tremenda. Sigue arrodillado y me mira suplicando. No me gusta verlo así.

—Por favor, no te vayas todavía. Yo...

¿Pero por qué se comporta así? Nos acabamos de conocer, con un numerito como este no sé cómo no me manda a la mierda. Pero en vista de que no va a hacerlo, decido arreglarlo.

—Henry...llévame a casa.

Se pone de pie. Me acerco y no me creo ni yo lo que le susurro al oído.

—Quiero que me lleves a casa y quiero que me folles hasta que me falte el aliento Quiero que me arranques la ropa aunque me la destroces, quiero que me hagas olvidar estas semanas de estrés y ansiedad, las noches en vela, olvidarme de todo... Porque no he podido pensar en otra cosa que no sea en sentirte dentro de mí desde que te conozco.

* * *

Sus manos me acarician mientras me quita la camiseta y todas mis terminaciones nerviosas responden al contacto.

—A pesar de tus exigencias, no voy a rompértela.

Se ríe con sus labios pegados a los míos. Pero yo no soy tan delicada, de un tirón le abro la camisa arrancándole todos los botones. No me reconozco ni yo.

—¡Eh! Me gustaba esa camisa, fiera.

—Te deseo Henry, te deseo ya, y no voy a entretenerme con unos malditos botones.

Le desabrocho los pantalones y tiro de ellos para bajárselos, sus bóxers revelan una erección enorme. Noto mis bragas mojadas y quiero que me las quite, que me las arranque. Le cojo la mano y se la pongo en mi entrepierna.

—¿Vas a esperar a que me las baje?

De un tirón las rompe y las tira al suelo.

—¿Esto es lo que quieres?

—Más o menos...

Me pongo de rodillas y comienzo a acariciarle por encima de los boxers, su respiración se vuelve más rápida. Se los quito. Me acerco y le paso la punta de la lengua a lo largo de todo su pene, me lo meto en la boca y comienzo a succionar. Primero lentamente y voy acelerando el ritmo. Henry me coge de los hombros y me separa de él.

—Helena, como sigas así me corro en tu boca, y no quiero terminar ya.

Me levanta del suelo, se agacha, me coge y me coloca en su hombro izquierdo. Estoy boca abajo y empiezo a patalear.

—¡¡Bájame Henry, vamos bájame!!

Me da un mordisco en el trasero.

—¡Ay! ¡Venga bájame por favor!

Me lleva hasta mi habitación. Que curiosamente sabe dónde está.

—Y ahora mi pequeña fiera, vas a saber lo que es provocar al león...

Me tira encima de la cama y se coloca sobre de mí. Comienza a besarme lentamente, su lengua recorre mis labios y yo me incorporo para alcanzar los suyos.

—Ssshh...estate quieta Helena, lo haremos a mi manera.

Su erección presiona mi clítoris y comienza a moverse lentamente.

—Mmmm...te deseo Henry...

—Lo sé, nena. Yo también ardo por ti. Y ahora quiero que te cojas al cabecero de la cama y no te sueltes.

Le miro frunciendo el ceño.

—¿Qué?

—Lo que oyes. ¿Me has entendido? No quiero que te sueltes, porque si no tendré que atarte, dime que lo harás.

—Sí.

—¿Sí, qué?

—No me soltaré del cabecero.

—Buena chica, ¡hazlo!

Hago lo que me dice, me sujeto a las barras y me quedo quieta. Comienza a besarme el cuello y a mordérmelo. Sus dedos me acarician ahí abajo, suavemente. Las oleadas de placer cada vez son más intensas...Baja por mi garganta rozándola con la punta de su lengua hasta mis pechos, y estoy tan excitada que al primer roce de sus dientes en mi pezón, exploto en un orgasmo increíble. Con todo mi cuerpo en tensión recuerdo sus palabras, y hago un esfuerzo para no soltarme del cabecero.

—No te sueltes, Helena...

Se incorpora para besarme en los labios.

—No...

—Todavía no he empezado contigo...

Me acaricia los pechos, me muerde los pezones, sigue bajando hasta mi ombligo, termina su recorrido en mi sexo, me abre las piernas y se pierde en ellas. Su lengua y sus dedos trabajan al unísono y el placer es indescriptible, es un maestro del cunnilingus y yo no puedo decirle que pare. Mi cuerpo se convulsiona con un segundo orgasmo y a duras penas consigo mantenerme agarrada, los brazos me duelen de la tensión.

—¿Tienes condones?

—En la mesilla...

Apenas me sale la voz. Henry se pone el preservativo y se coloca sobre mí.

—Ahora agárrate a mí, nena.

Hago lo que me dice y me agarro a su cuello. Me penetra lentamente, para que me acople a él, y a pesar de que estoy más excitada de lo que he llegado a estar nunca, me duele un poco. Enredo mis dedos en su pelo y es tan suave como parecía.

—¿Te hago daño?

—No...sigue...

Continúa despacio durante un rato y ya no noto dolor, el placer vuelve a invadir mis sentidos. Le acaricio el pecho y le clavo los dedos, es musculoso y está duro por la tensión, le acaricio los brazos también tensos y duros. Este hombre tiene un cuerpo hecho para el pecado. Le agarro de las nalgas y empujo para profundizar la penetración, empujo otra vez y otra, y otra, instándole a que vaya más rápido. En mi cuerpo vuelve a arremolinarse la tensión previa al orgasmo...

—Helena voy a correrme ya...ya...

Le agarro del cuello, tiro de él y le muerdo los labios.

—Voy a morirme...

—Córrete conmigo, nena...

Enredo mis piernas en su cintura, levanto las caderas y el tercer orgasmo en lo que llevo de noche arrasa mi cuerpo, se une al de Henry, que grita mi nombre y se derrumba sobre mí.

—Quiero volver a verte, pequeña fiera...

Me despierto desorientada por un momento. ¿Dónde estoy? Tengo el brazo izquierdo dormido de la postura. Es la cuarta vez que me quedo dormida encima de Henry en estos dos meses, son los únicos momentos en los que me duermo sin ayuda de tranquilizantes. También me han tenido que sedar alguna vez por las pesadillas. Me bajo de la cama antes de que lleguen las enfermeras o al final me van a prohibir quedarme.

—Señorita Connors.

—¿Qué tal está, doctor?

—Pues tengo buenas noticias para usted. Las últimas pruebas han sido muy positivas y se ha recuperado bastante bien de sus heridas. Creemos que ya está preparado para despertar.

—Oh, dios mío...

No puedo creérmelo, el corazón me golpea en el pecho y empiezo a llorar.

—No quiero tampoco darle muchas esperanzas, no sabremos si está bien del todo hasta que no esté consciente.

—¿A qué se refiere con eso?

—Bueno, puede que despierte y no recuerde nada, y eso puede ser algo pasajero...o no.

—¿Pérdida de memoria?

Cierro los ojos.

—Tiene que contemplar esa posibilidad, Helena.

—¿Y cuando tienen pensado...?

—Esta tarde seguramente.

* * *

Me paseo nerviosa por el pasillo. Llevan mucho tiempo ahí dentro, ¿le habrá pasado algo? ¿Y si no despierta?

—Helena, no te preocupes. Verás como todo sale bien. Y si de verdad tiene amnesia, le ayudarás a superarla.

—Yo haría cualquier cosa por él. Le devolveré todos los recuerdos.

—Lo sé. Y estoy segura que Henry también lo sabe.

—Señorita Connors, puede entrar.

Me quedo quieta, mis piernas no responden. El médico me espera en la puerta de la habitación.

—Tengo miedo...

—Lo sé pequeña, entra...

Sigue dormido. ¿Por qué? Miro al médico interrogante y me hace un gesto para que me acerque.

—Háblele, le ayudará despertar con una voz conocida.

—Henry...

La voz me sale temblorosa.

—Henry estoy aquí, despierta... Por favor...

Henry

Todo está oscuro, no puedo ver nada. ¿Dónde está todo el mundo?

—¡¿Hola?! ¿Hay alguien?

Nadie me contesta. Intento caminar y no puedo, mis piernas no responden. No puedo ver ni siquiera mis manos, sólo esta oscuridad. Empiezo a asustarme...

—¡¿HAY ALGUIEN?!

Oigo una voz...dice mi nombre...

—Henry...

—¡¡Aquí!! ¡¡Estoy aquí!! No puedo moverme... ¡Necesito ayuda!

Sigo sin poder moverme y la voz suena tan lejos...

—Henry estoy aquí, despierta... Por favor...

Pero estoy despierto... ¿Esto es un sueño? ¿Una pesadilla?

—Henry...

Oigo sollozos y la voz que grita.

—¡Díganme que se va a despertar! ¡¡Díganmelo!!

Podría vivir mil vidas y reconocerla en cada una de ellas...

—Helena, mi dulce Helena, no puedo verte... ¿dónde estás?

—Señorita tranquilícese, les cuesta un rato despertar.

La oigo romper a llorar.

—Helena, estoy aquí. No llores...

Hago un esfuerzo por abrir los ojos, porque debo de estar durmiendo...la luz me hace daño y tengo que cerrarlos de golpe.

—¡Henry!

Oigo a Helena a mi lado e intento abrir los ojos de nuevo. Esta vez despacio. Su cara es un borrón al principio, y se va aclarando a medida que me acostumbro a la luz. ¿Tanto tiempo llevo durmiendo para que me moleste así?

—¡Gracias a dios, Henry!

Por fin puedo verla bien...

—¿Helena qué te ha pasado?

No puedo hablar...tengo algo en la garganta que me lo impide y sigo sin poder moverme. Sus ojos brillan por las lágrimas, están hinchados y marcados por unas profundas ojeras. Tiene el pelo alborotado, como si llevase días sin peinarse, algo raro en ella. ¿Qué ocurre aquí?

Pero entonces se acerca y me sonríe, y yo no puedo ver nada más que su sonrisa, esa sonrisa que me ha iluminado tantos días oscuros...quiero cogerla de la mano y decirle que no llore más, pero no puedo mover el brazo, es como si tuviera un peso encima. Reúno las pocas fuerzas que tengo y lo intento de nuevo. Le rozo los dedos...y siento la corriente que me une a ella subiéndome por el brazo. Ella mira mi mano sorprendida y entonces me la coge. Todas mis terminaciones nerviosas se activan con su contacto.

—Henry...

Helena rompe a llorar otra vez.

—No...

Consigo a duras penas articular esa palabra, pero sé que me ha oído porque levanta la vista y me mira.

—Henry no hables, estás intubado y te harás daño en la garganta.

¿Qué estoy qué? ¿Intubado? Pero... ¿dónde estoy? Miro a mi alrededor y sólo veo personas con batas blancas. Tengo el brazo izquierdo vendado, y en el derecho tengo puesta una vía conectada a una bolsa de suero. Estoy en un hospital... ¿qué coño ha pasado?

Me pongo nervioso y la máquina del ritmo cardíaco empieza a pitar.

—Señorita, tiene que irse. Le pondremos un sedante...

—¡NO!

Agarro con fuerza la mano de Helena.

—Doctor, ¿podría quedarme? Creo que no quiere quedarse solo...

—Lo siento pero no puede quedarse, vamos a quitarle el respirador y no es algo muy agradable...además le vamos a sedar y no se va a enterar de nada, no se preocupe.

Sigo apretando la mano de Helena. Me mira y le hago un gesto negativo con la cabeza.

—Ssssshh...tranquilo...

Me acaricia la frente.

—Estaré ahí fuera para cuando vuelvas a despertar. Llevo dos meses esperando este momento, un rato más no es nada...

Me sonríe con lágrimas en los ojos.

¿Dos meses? Siento que me pesan los párpados y me duermo...

Parpadeo y me despierto de una pesadilla con hospitales, Helena, médicos y máquinas a mi alrededor...

Veo a Helena apoyada en el marco de una puerta, me sonríe. Intento hablar y un dolor atroz me recorre la garganta hasta los pulmones. Ella se acerca moviendo las manos.

—Henry, no hables. Acaban de quitarte el respirador y seguramente tengas la garganta dañada.

¿Respirador? Cierro los ojos...entonces no era una pesadilla...

Noto su mano acariciándome la cara y abro los ojos. La miro intentando expresar lo que siento y que me entienda. ¿Qué ha pasado?

—¿No recuerdas nada?

Le hago un gesto negativo, pero de hecho tengo flashes de imágenes en desorden en mi cabeza... una llamada telefónica en el coche, una chica con el pelo rubio y ojos verdes besándose con un chico en un portal, el sonido de un claxon, Helena llorando en una fiesta, la chica del pelo rubio en mi cama...

—Los médicos han dicho que puede que estés desorientado los primeros días, pero que no tienes ningún daño grave en el cerebro ¿De verdad quieres saberlo tan pronto, Henry?

Asiento con la cabeza.

—Tú...tuviste un accidente de coche al salir del trabajo...

Ahora las piezas del puzle comienzan a encajar en mi mente. Helena diciéndome que Jess me engaña, Jess en el portal besando a Matt, la llamada a Helena al salir del trabajo, un camión que se me viene encima...cierro los ojos e intento calmar mi respiración agitada, no quiero que me vuelvan a sedar y se lleven a Helena.

Levanto la mano y alzo dos dedos.

—Sí, no debí decirlo antes...llevas dos meses en coma inducido.

Se le escapan unas lágrimas.

—No...

No quiero que llore. Le hago un gesto para que se siente en el borde de la cama. Levanto la mano y le acaricio la cara, secándole las lágrimas. Ella me la sujeta y me besa en la palma. El contacto de sus labios me devuelve la corriente eléctrica tan familiar ya.

—No sabes lo asustada que he estado todo este tiempo. Diciéndote todas las cosas que me quedaban por decirte...Viéndote ahí con los ojos cerrados, sin saber si me estabas escuchando, o sí despertarías algún día para poder volver a decírtelas.

Más lágrimas se derraman por su cara. Deslizo mi mano por su pelo hasta llegar a la nuca y tiro de ella, acercándola a mí. La escucho contener el aliento y la beso.

—¡Henry, mira qué bien vas!

Laura me abraza y me dan ganas de soltar las muletas para abrazarla a ella también.

—Sí, bueno...me han dicho que en 15 días me dan el alta, así que me he puesto las pilas con la rehabilitación.

Le guiño un ojo a Helena que se ha quedado parada en la puerta. Veo como se le abren los ojos por la sorpresa y se acerca corriendo a mí.

—¿Por qué no me habías dicho nada?

—El médico acaba de decírmelo y tú acabas de llegar...

No me deja terminar de hablar y me abraza.

—No...aprietes...tanto.

Se suelta de golpe.

—Lo siento...

—Era broma, ven aquí.

Tiro de ella y vuelve a abrazarme.

En este mes que llevo despierto ha recuperado su aspecto fresco otra vez, sigue durmiendo algunas noches aquí en el hospital, pero duerme sin sobresaltos y sus ojeras han desaparecido. Además ha vuelto al trabajo y parece que poco a poco va recuperando su vida. Dios cuánto la quiero...y pensar que pude haberla perdido....Qué estúpido he sido al pensar que podría vivir sin ella.

—Laura, gracias por todo.

Helena se ha ido a por algo de comer y nos hemos quedado a solas.

—No tienes que darme las gracias Henry, sabes lo que significas para mí.

Me coge de la mano.

—Lo sé, pero te agradezco todo lo que has hecho a pesar del dolor que le he causado a Helena.

—Yo...no sé si es momento de decirte esto ahora...

—Dímelo, por favor...

Le doy un apretón en la mano para animarla a continuar.

—Henry... yo nunca he visto a Helena tan feliz como en los tres años que ha estado contigo, ni siquiera cuando su padre todavía estaba en casa.

—¿Ni siquiera con Alex?

—Bueno, Alex se ha portado muy bien con ella, jamás podría decir nada malo de él, Henry. Sé que ella también ha sido feliz mientras estuvo con él.

No puedo evitar que me duelan sus palabras y creo que Laura se da cuenta.

—Pero supongo que si Helena está aquí contigo, será por algo. Sé que mi hija es una persona difícil a veces, y que su miedo al compromiso ha destrozado todas sus relaciones, pero también sé que te quiere con toda su alma y que quizás seas tú el único que pueda ayudarla.

—Esta vez no voy a dejarla marchar Laura, te lo prometo.

—¿Helena, estás segura de que no ves nada? ¿Cuántos dedos ves?

—¿Tres?

—¡Puedes ver! ¡Me estás engañando!

—No, no veo nada te lo juro, pero siempre que haces esa pregunta pones el mismo número de dedos.

Se echa a reír. Me acerco a ella para susurrarla al oído.

—¿Seguro que no me engañas?

Le doy un mordisco en el lóbulo y noto como se estremece.

—Te lo juro...

Su respiración se vuelve agitada y le doy un beso suave en los labios.

—¡Entonces vamos, nena!

La cojo de la mano y la guio hasta la puerta.

—Pero Henry, ¿se puede saber dónde vamos?

—No, y ni se te ocurra quitarte el pañuelo...

Nos paramos delante de la puerta del restaurante. Helena sigue con los ojos vendados y empieza a moverse con impaciencia.

—¿Queda mucho?

—No...aguanta un poco.

Contengo la risa. Me encanta ver su cara cuando se pone impaciente, mordiéndose el labio. Y me gusta la sensación de poder mirarla así y sentir que es toda mía. Lleva un vestido negro que la sienta como un guante, se abre en su pecho izquierdo y parece que lleve sólo el sujetador. Noto como me endurezco de deseo...

—¿Qué hacemos de pie?

Helena interrumpe mis pensamientos. Me pongo detrás de ella y le desato el pañuelo. Su boca se abre por la sorpresa y después sonríe. La he traído al sitio donde la llevé en nuestra primera cita, el Serendipity 3.

* * *

—No me puedo creer que estemos aquí otra vez...es cómo volver a empezar de nuevo.

Me sonríe.

—Es un nuevo comienzo para nosotros, Helena. Y quería pedirte esto en un sitio especial para los dos...

—¿Pedirme el qué?

Me levanto y me pongo a su lado, ella me mira frunciendo el ceño. La cojo de la mano y me arrodillo como la primera vez, sólo que ahora no es para disculparme...

—Helena Marie Connors, ¿quieres casarte conmigo?

Alex

Llevo casi cinco meses sin apenas pegar ojo. No sé ni por qué no caigo enfermo. Mis padres quieren que vuelva a Los Ángeles pero no estoy preparado para someterme a la preocupación paterna, bastante tengo con mi hermana dándome la lata continuamente.

Helena ocupa mis pensamientos casi las 24 horas del día, el resto es lo poco que duermo. Mi trabajo se está viendo resentido, y a pesar de que Danielle me está ayudando mucho, no puedo cargarle todo el trabajo a ella. Pero no sé qué hacer, no puedo quitarme este año de la cabeza, no puedo... ni siquiera sabiendo que me ha traicionado puedo olvidarla. Me gustaría poder odiarla para así no sentir este dolor continuo en el pecho, solo quiero sentir rabia, indiferencia... pero es imposible. Mi corazón sigue anhelándola desde el día que rompí con ella. Ahora ya no sé si fue buena idea o no el destrozar el teléfono a golpes y no contestarle a las llamadas. Ni si prohibirle a mi hermana cualquier contacto con ella también ha sido demasiado...

Sus cosas siguen en mi casa, ni siquiera he tenido el valor de devolvérselas. Me daba miedo cogerle el teléfono por si me las pedía, es lo único que tengo para aferrarme a ella. Su cepillo de dientes, su pijama, su ropa interior, su perfume...

* * *

—Señor Lindgren, tiene una llamada.

—¿De quién, Kate?

—Su amigo Joe.

¿Pero este no estaba de vacaciones con Sylvia en Las Bahamas?

—Dile que estoy con un cliente.

—Sí, señor Lindgren.

Disfruta de tus vacaciones con Sylvia, Joe. Y no te preocupes por tu amigo el sufridor. Sonrío.

Danielle entra en tromba a la oficina, sin llamar. Como siempre. ¡¿Y con una piruleta en la boca?! Esta se me está yendo demasiado de las manos.

—Danielle, tira ahora mismo esa piruleta a la papelera. Aquí no se comen chucherías, no seas niñata.

—A sus órdenes, jefe.

Me hace un saludo militar y la tira a la papelera.

—Pero hoy no tengo ningún cliente y estaba sola en el despacho, así que no me sermonees.

—¿Qué quieres?

Agita su móvil con la mano derecha.

—Joe al teléfono.

—Danny, por favor dile que me duele la cabeza o algo...

—Te está escuchando, tengo el manos libres puesto.

Pongo los ojos en blanco. YO. LA. MA. TO.

—Alex, no me jodas. No me he tragado ni la excusa de tu secretaria con la reunión. Ponte al puto teléfono.

La voz de Joe suena por el teléfono. Danielle pone una sonrisa triunfal y me lo tiende. Yo lo cojo con mala leche.

—¿Tú sabes de qué va todo esto?

La miro con la ceja alzada. Ella me niega. La voz de Joe vuelve a sonar por el manos libres.

—Danny no sabe nada. Yo te lo digo a ti y luego ya si quieres, se lo cuentas.

—¡Ahora me dejas con la intriga, Joe!

—Sal de aquí ya, anda. Y que no te vuelva a ver con otra guarrería en la boca.

—No te preocupes, hermanito. Que ya solo me meteré en la boca cosas productivas.

La tiro un bolígrafo antes de que cierre la puerta.

—¿Tú la has oído? Cada vez tiene la lengua más suelta.

Joe se ríe a carcajadas desde el otro lado de la línea. Quito el manos libres para que no se oiga por toda la oficina.

—Bueno estos meses ha tenido una buena maestra... ¡ay!

—¿Qué ocurre?

—Nada, que Sylvia me acaba de pegar un pellizco.

Me echo a reír.

—¿Seguís en Bahamas?

—No, volvimos ayer. Por eso te llamaba. Al llegar a casa nos encontramos algo... bueno, no sé cómo decírtelo.

—¿Algo? ¿A qué te refieres? ¿Os han robado en casa?

—No, no, la casa estaba bien. Pero en el buzón había una invitación...

Puñetazo en el estómago. Las manos empiezan a temblarme y la vista se me vuelve borrosa de las lágrimas. Mi respiración se acelera. Intento controlarme apoyándome en la mesa.

—¿Alex?

—Joe...

—Alex, sabes que somos amigos y que si necesitas...

Le interrumpo.

—Una invitación de boda... ¿Se casa? ¿Con... él?

El aire no me entra bien en los pulmones y tengo el pulso a mil por hora.

—Lo siento...

El teléfono se me resbala de las manos y cae al suelo. Y dando un golpe en el escritorio, me tapo la cara con las manos y rompo a llorar como jamás en la vida he llorado por alguien.

Cuando consigo calmarme voy al baño a lavarme la cara. Mi hermana no se va a tragar cualquier excusa, así que me despido de Kate bajando la voz y le pido que le diga a Danny que me he ido a casa con dolor de cabeza. Así podré hacer tiempo para el interrogatorio que me espera.

No hago más que dar vueltas por la habitación mordiéndome los labios. No sé qué coño hacer. Me paso las manos por el pelo y resoplo. Cojo el móvil, lo miro. Voy a marcar. No. Lo vuelvo a tirar en la cama. Sigo paseándome por no liarme a puñetazos contra la pared.

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