Helena

Helena


Sylvia

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Sylvia

Parece que Musculitos está un poco incómodo en la pista. Se nota que no le gusta mucho bailar. Pues como sea igual de soso en la cama...

—¿Vamos a tu casa?

Me mira como si hubiera dicho que la Tierra es cuadrada. Yo le devuelvo mi mirada inquisitiva, con ceja alzada incluida.

—¿Vas a tardar mucho en decidirte? Porque si no me voy. Tu amigo no ha tardado tanto.

—No...yo, eehh...es que no esperaba que fueras tan directa.

—Es que si tengo que esperar a que te decidas me dan las Navidades.

—Bueno, vamos. Pero, ¿a mi casa? ¿Por qué?

—Pues claro, no te pensarás que voy a meter un extraño en la mía a la primera de cambio.

Me mira con la boca abierta y sacude la cabeza.

—¿Y por qué tengo que ser yo el que meta a una extraña en mi casa?

—Porque soy una mujer, y soy inofensiva.

—¿Y quién me dice que no eres una psicópata?

Ja ja ja ja...qué imaginación tiene...

—Venga hombre, aunque fuera una psicópata si con esos músculos que tienes no eres capaz de reducirme, apaga y vámonos...

—Verás tú donde te voy a reducir yo.

Me agarra de la mano y me arrastra para sacarme del Havanna. Mmmm...¡¡ya me va gustando más!!

Estoy un poco mareada. Demasiados Cosmos... En la calle tropiezo y Musculitos me sujeta entre sus brazos. Mmmm... y qué BRAZOS.

—¿Estás borracha?

—No.

—Te advierto que no me gusta meter mujeres borrachas en mi cama y tener sorpresas desagradables por la mañana.

—¿Tan feo estás recién levantado?

—Ja ja, qué graciosa eres. Lo digo muy en serio. Una sola vomitona y te tiro por la ventana.

Le miro de reojo.

—Suéltame. Puedo andar yo solita.

Intento caminar lo más derecha posible. Si se piensa que me va a asustar con sus amenazas lo lleva claro.

Tiene un dúplex precioso Musculitos. Además decorado con muy buen gusto.

—¿Estás divorciado?

Me mira con cara de sorpresa.

—¡¿Casado?!

—¿Por qué me preguntas eso?

—Porque dudo mucho que hayas decorado tú la casa.

Se cruza de brazos.

—Mira por donde sí que la he decorado yo, listilla. ¿Hemos venido a mi casa a hablar de decoración?

—No, hemos venido a echar un polvo. Era solo un apunte.

—Pues aquí no has venido a apuntar nada, así que mejor estate calladita.

Me coge en brazos y me besa en los morros mientras subimos por las escaleras hasta el dormitorio. Allí me deja en el suelo y se quita la camiseta. Madre. Mía. De. Mi. Vida. Me va a dar un colapso. Qué calor hace de repente. Qué PECTORALES...

Me coge por los hombros y me da la vuelta. Comienza a bajarme la cremallera del vestido. Después me lo baja por los hombros y cae al suelo. Le doy una patada y lo mando debajo de la cama. Espero acordarme luego...

—Tienes buen culo, Sylvia.

Me acaricia y tira de la goma del tanga.

—¿Todos tus cumplidos son como ese?

—Más o menos.

Me doy la vuelta y ya se ha desabrochado el cinturón y se baja los pantalones. Su erección presiona los calzoncillos. Menos mal que este no es de los que se meten mierda en el gimnasio y acaban con musculo grande y micro pene.

—Tienes buena polla, Joe.

—¿Todos tus cumplidos son como ese?

—Más o menos.

Me pongo de puntillas y me acerco a su boca. Él tiene que alzarme del trasero para alcanzar sus labios. Le muerdo y gruñe. Se echa para atrás y se deja caer en la cama conmigo encima.

—Vamos a ver si eres tan fiera como aparentas.

¡Qué paren de taladrarme las sienes por dios! Intento abrir los ojos pero la claridad de la luz me quema las retinas. Maldita resaca... ahora mismo me estoy acordando de todos los pijos del Upper, de sus familias, del que inventó el Cosmopolitan y de toda su familia también.

—Tienes analgésicos en la cocina.

—¿Qué?

—Que tienes analgésicos en la cocina. Para el dolor de cabeza.

—Gracias, pero no hables, por favor. Tu voz me perfora los tímpanos ahora mismo.

Consigo abrir los ojos y le veo apoyado en la puerta con una toalla enrollada en la cintura. SOLO. Mis músculos de los bajos fondos se me contraen de placer al pensar en cómo nos lo montamos anoche. Mira que yo soy bestia en la cama, pero es que él es un ANIMAL.

—¿Por qué estoy yo echa una mierda y tú estás tan fresco?

—Porque yo no bebo esas chorradas de niña pija que bebes tú. Lo único que consigues bebiéndolas es levantarte a la mañana siguiente como si te hubiera atropellado un camión.

Me echo a reír pero el Cosmopolitan sigue empeñado en taladrarme el cerebro.

—Ay...

—Anda, espera que te traigo una pastilla.

Vuelve al minuto con el analgésico y un vaso de zumo de naranja. Se sienta a mi lado en el borde de la cama y me lo da.

—La vitamina C te vendrá bien.

—¿Qué pasa que eres nutricionista o algo así?

—Algo así.

Bueno pues si vamos a andar con secretitos, que te den. Hoy no quiero discutir.

—Gracias.

—¿Perdón?

Se acerca a mí poniendo el oído.

—He dicho gracias.

—Con la soberbia que tienes pensaba que esa palabra no estaba incluida en tu diccionario.

—¡Oye, que yo no soy soberbia! ¡Si tú no me conoces!

—Creo que he tenido bastante ya de ti por una noche.

Toma bofetada virtual. Me acaba de dar con toda la mano abierta. Se me llenan los ojos de lágrimas. Me mira y yo vuelvo la cara.

—Oye Sylvia, lo siento. No he querido decir eso.

—¡Ya te puedes ir yendo a la mierda! Y sal de la habitación ahora mismo que voy a vestirme.

—¡Escúchame, maldita sea! No lo he dicho en serio. No he tenido una buena semana y aún estoy cabreado. Perdona por haberlo pagado contigo.

¿Me trago el orgullo? ¿No me lo trago? Me lo trago pero no se va a ir de rositas.

—Vale, me lo creo. Pero eso te va a costar mi teléfono.

—¿Cómo tu teléfono?

—Pues que no te voy a dar mi teléfono. Si quieres me das tú el tuyo y ya esperas a ver si te llamo.

Pone los ojos en blanco y resopla. Suena el timbre.

—¿Esperabas a alguien?

—Sí, supongo que será Alex.

—Supones... ¿y si no es Alex?

—Pues será mi novia.

—¡¿Tu novia?! ¡Tú... tú...!

—Era broma, Sylvia.

—¿Tú eres tonto o qué? Además del dolor de cabeza ahora casi me da un infarto y tengo el corazón a mil por hora.

Se echa a reír.

—Yo no le veo la gracia.

—Pues si te hubieras visto en un espejo la verías, créeme.

—¡Serás gilipollas!

Cojo la almohada y le arreo con ella. Vuelve a sonar el timbre, pero esta vez con insistencia.

—Ve a abrirle o te lo quema, anda. Mientras yo me voy vistiendo.

—¿Y no puedes esperar a que le abra y luego te vistes, y así puedo ver ese bonito culo tuyo otra vez?

—Ni lo sueñes.

Bajo las escaleras y están los dos sentados en la terraza hablando. No quiero ser una maleducada e irme sin saludar, si hubiera estado solo Musculitos, me hubiera ido sin despedirme. Por gilipollas.

—¡Hola, Alex!

—Hola... Sylvia.

Mira a Joe. Parece sorprendido. ¿Qué pasa aquí? No me puedo creer que el otro no le haya dicho que me había traído a su casa.

—¿A qué viene esa cara de sorpresa?

—Es que Joe no acostumbra a dejar a las chicas que se queden aquí a dormir hasta por la mañana.

—Alex...

Joe hace una advertencia y Alex se echa a reír. Vaya, vaya... vivan los amigos bocazas. Ahora me cambia el humor un poco.

—¿Quieres el teléfono de Helena?

—¡Sí, por favor! Anoche salisteis tan rápido que no tuve tiempo de pedírselo.

Me lo apunta en un papel. Joe se lo quita y apunta el suyo también.

—Así no lo pierdes.

—Bueno, eso ya lo veremos.

—Sylvia, ya te he pedido perdón.

—Y yo he aceptado tus disculpas, ¿no? Me voy. Ahí os dejo que os contéis vuestras experiencias de anoche...

—Nosotros no hablamos de esas cosas.

—¿Ah, no?

—No.

—Pues que aburridos, yo voy a llamar a Helena en cuanto llegue a casa para contárselo todo.

Abre los ojos como platos. Y abre también la boca para decir algo pero yo ya he cerrado la puerta. Las carcajadas de Alex me siguen hasta el ascensor.

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