Helena

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Helena

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Helena

Me despierto al día siguiente con una llamada de teléfono...

—¡Bella durmiente! ¿Despertaste ya de tu sueño?

—Mmmm... ¿quién eres?

—No me digas que el polvo de ayer fue tan bestial que te ha borrado hasta la memoria...

—¿Syl?

—Uuufff... ¡menos mal! Me recuerdas. ¿Te he pillado durmiendo? ¡Lo siento!

—Sí, te recuerdo...y sí, me acabas de despertar, pero no pasa nada. ¿Qué hora es?

—Las 3.

—Las 3... ¡¿de la tarde?!

—Sí.

Se echa a reír. Me levanto de un salto de la cama.

—Oh, dios mío. Maldito Alexander...

Ahora Sylvia se ríe a carcajadas. Voy a la cocina y me sirvo una taza de café del que me sobró ayer, ni me molesto en calentarlo.

—¿Cómo conseguiste mi número?

—Alex me lo dio esta mañana.

—¡¿Has hablado con él?!

Mi voz suena un poco histérica, ¿celos otra vez? Increíble...

—Sí, bueno ha venido a casa de Joe a recogerle...

Estoy dando un sorbo al café y de la impresión lo escupo todo.

—Un momento, un momento... ¿has estado en casa de Joe? ¡¿Te lo has tirado?!

—¿Qué te esperabas? ¿Que tú fueras a revolcarte con el rubiales y yo me quedara de brazos cruzados?

Sus carcajadas por el teléfono me hacen darme cuenta que tengo la resaca del siglo.

—Venga, ¿cuándo quedamos y nos contamos nuestros polvos maravillosos?

—¿Quién te ha dicho que el mío haya sido maravilloso?

—No me digas que no lo fue...

—¡¡Helena, estoy de coña!! ¡¡Claro que lo fue!! Menudo animal el musculitos...

No puedo parar de reírme.

—La madre que te parió...

—No sabes lo que sufre mi madre conmigo, menos mal que no vive aquí... Te llamaba porque mi nueva vecina, que le va mucho la marcha, me ha dicho que el viernes que viene dan una fiesta en el Webster Hall, ¿quieres venir con nosotras?

—No sé...yo...no tengo muchas ganas...

—¡¡Oh, vamos Helena!! ¡¡No me digas que te vas a volver a encerrar en casa otra vez!!

Me río.

—¡¡Te estaba tomando el pelo!!

—¡¡Touchè!!

—Además no puedo encerrarme en casa porque el miércoles empiezo a trabajar otra vez.

—¿Eso quiere decir que vendrás?

—Sí, voy.

—Te prometo que conmigo no te vas a aburrir.

—Lo sé.

Me echo a reír a carcajadas.

—Te llamo y nos vemos el viernes. ¡¡Muaks!!

—Vale, vale...

Miro el móvil y sólo tengo otras dos llamadas perdidas de Syl, nada de Alexander, ni siquiera un mensaje. ¡Será imbécil! ¿Decepción? Bueno, nada que no se arregle con una buena ducha.

Después de ducharme mi estómago protesta así que a pesar de que es tarde, me preparo una buena comida, un filete de ternera con ensalada y un bol de fruta enorme. Cuando acabo estoy llena. Me tumbo en el sofá y me pongo la televisión. La Superbowl. Estupendo. Cambio de canal o me quedaré otra vez dormida. No hay nada que merezca la pena en la televisión. Se me ocurre que puedo ordenar el armario, por hacer algo.

Abro la puerta del armario y una caja del altillo se me viene encima y cae al suelo desparramando todo el contenido en la alfombra. Me agacho para ver de qué se trata. Las manos empiezan a temblarme, mi respiración se acelera y mis piernas flojean y me caigo de rodillas. Los ojos de Henry me devuelven la mirada desde el montón de fotografías esparcidas por mi habitación. Henry y yo en Cuba, Henry y yo en Colorado, en Los Angeles, en Miami, Henry y yo en la playa, Henry abriendo regalos el día de Navidad...cierro los ojos y mi mano temblorosa coge una al azar...

—¡¡Helena, vamos a llegar tarde!!

—¡Ya voy, cariño! ¡Dame un minuto!

Me miro al espejo y sonrío, Henry y su puntualidad inglesa. Seguro que está dando vueltas por el salón inquieto mirando el reloj cada cinco minutos.

—¡Hel, llevas los últimos cinco minutos diciendo lo mismo...!

Lo sabía...me echo a reír.

—¡Me estoy poniendo guapa para ti!

—¡Tú siempre estás guapa, Helena!

—¡¿También recién levantada?!

—¡También recién levantada!

—¡¿Te he dicho alguna vez lo mucho que te quiero?!

—¡¿Quieres dejar de gritar desde el baño y venir ya de una vez?!

—¡¡Ya voy, ya voy!!

Salgo del baño un minuto más tarde. Me pongo los pendientes, me echo un último vistazo en el espejo de cuerpo entero... ¡vaya! No estoy nada mal...y me dirijo al salón.

Dios mío, qué guapo está...

Pantalones negros, camisa azul cielo a juego con su ojos...Disfruto un rato mirándole pasear de arriba abajo. Sí, también he acertado en eso. Alza la mirada, frunce el ceño y me mira sorprendido.

—¿Qué...?

Pregunto extrañada.

—Helena estás...

—¿Cómo estoy? ¿No te gusta?

De repente me siento mal, a lo mejor este vestido rojo es demasiado para su gusto...

—Estás preciosa...estás impresionante...estás...dios mío, si no tuviéramos hora para cenar en uno de los restaurantes más caros de Nueva york, te arrastraba a la cama ahora mismo.

Suspiro aliviada.

—¡Me habías asustado! Por un momento he pensado que este vestido era demasiado...

—¿Demasiado qué?

—No sé, demasiado... ¿atrevido?

—Me sentiría peor si fueras a una fiesta así vestida sin mí, pero ahora mismo...

Sonríe de medio lado y se acerca a mí.

—Ese vestido me pide a gritos que te lo arranque. Vaya cena me vas a dar...

Cierra los ojos y mueve la cabeza de un lado a otro.

—¿Quieres que me cambie?

Tengo el pulso acelerado.

—¡Dios no! La espera desembocará en sexo alucinante, mi pequeña...

Me guiña un ojo y por un momento se me olvida respirar, no acabo de acostumbrarme a estar con este hombre.

—Además ya llevamos suficiente retraso, ¡vamos!

Han merecido la pena los tres meses de espera por una mesa en el Adour. Tienen la mejor carta de vinos de todo Nueva York y la comida francesa es exquisita. La decoración es tan bonita y clásica que hace que mi vestido escotado parezca vulgar.

—Te dije que tenía que haberme cambiado. Creo que este vestido no encaja mucho aquí.

—Estás preciosa cariño, no digas tonterías. Si alguien te mira es con envidia, créeme.

Me coge la mano y se la lleva a los labios. Me roza los dedos con ellos suavemente y la vuelve a apoyar en la mesa, suficiente para que mi pulso se acelere y tenga que inspirar hondo para calmarme.

El camarero nos trae la cena y veo que Henry ha pedido langosta para los dos, lo que me recuerda a una escena de una de mis películas favoritas y que casualmente vimos hace unos días...Así que quieres jugar Shelton...

Le miro a los ojos y me meto una pata de la langosta en la boca. Paseo mi lengua, muerdo, succiono...Primero me observa con curiosidad, después apoya los codos en la mesa, entrelaza las manos despacio y adelantándose un poco apoya su barbilla en ellas. Me mira entrecerrando los ojos.

—¿Qué haces, Helena?

—Nada...

Le dedico una sonrisa angelical y a continuación me quito los zapatos y pongo mi pie en su entrepierna. Se sobresalta.

—¿Qué estás haciendo, Hel?

Le acaricio la entrepierna con el pie y noto como se endurece. Sus ojos azules se oscurecen como un cielo a punto de estallar en una tormenta.

—¿Tú qué crees?

Sigo mordiendo la langosta. Con un movimiento rápido me sujeta el brazo y me obliga a sacarme el trozo de la boca.

—¿Quieres que te folle? ¿Aquí? ¿Ahora? Porque no tengo ningún problema en tumbarte encima de la mesa y hacértelo como un animal, y ya de paso arrancarte ese vestido que lleva toda la noche volviéndome loco.

—Mmmm...suena bien...

—Helena...no me tientes.

Su voz suena a amenaza de las de verdad, sé que sería capaz. Y lo peor de todo es que yo me dejaría sin dudarlo.

—¡Aguafiestas!

Voy a quitar el pie pero me agarra el tobillo.

—Puedes dejarlo ahí si quieres, pero haz el favor de dejar de chupar la langosta como si fuera mi polla o te juro que nos echan de aquí por escándalo.

* * *

Salimos del restaurante y está lloviendo.

—¿Vamos andando?

—¿Estás de broma? ¡Con la que está cayendo!

—Venga Henry... ¡sabes que me encanta la lluvia!

Y echo a correr como una niña pequeña.

—¡Helena, ¿dónde vas?!

Se rinde y echa a correr detrás de mí.

Me alcanza una manzana más tarde y me coge en brazos.

—Estás loca, ¿lo sabías?

—Claro amor mío, loca por ti.

Y le beso bajo la lluvia. Me va dejando caer poco a poco y me deslizo por su cuerpo. Cuando mis pies se apoyan en el suelo, me separo y le miro. Sonríe como un niño.

—Te quiero, Helena.

—Lo sé. ¡Ven que te hago una foto!

—¿Ahora?

—Sí, ahora. Quiero inmortalizar este momento perfecto, tú bajo la lluvia.

Saco mi móvil y empiezo a hacerle fotos. Se acerca lentamente y me quita el teléfono, se lo guarda en el bolsillo. Yo voy a decir algo pero me pone un dedo en los labios.

—Sssshhhh, ahora me toca a mí hacer lo que me apetece.

Y mira el callejón que tenemos a la derecha.

—¿No estarás pensando...?

—Dale las gracias a tu maravilloso numerito de la langosta y a tu vestido, que lleva toda la noche volviéndome loco, y vértelo ahora mojado y pegado a tu cuerpo no es que esté ayudando mucho.

Me agarra de la mano y tira de mí hacia el callejón. No me puedo creer que le siga en esto, pero la idea hace que me excite sin poder remediarlo, sexo bajo la lluvia...

Henry me pega contra la pared y me sube el vestido hasta la cintura con impaciencia, sus manos me acarician el trasero y tira de mis ligas.

—¿Tienes la menor idea de lo cachondo que me pone esto?

Me presiona contra su erección.

—Me vuelves loco...

Mi boca encuentra la suya y nuestras lenguas se enredan locas de deseo, le muerdo el labio y gruñe. Mete su mano en mis bragas y clava su dedo índice en mí.

Suspiro.

Nota lo húmeda que estoy y me susurra al oído.

—Vaya, ¿a ti también te ha puesto cachonda el numerito de la langosta Hel?

—A mi me pones cachonda tú y saber que esto es mío.

Le acaricio la entrepierna y le oigo gemir. Traza círculos en mi clítoris lentamente y yo quiero liberarme ya, no aguanto más.

—Más deprisa Henry, por favor.

—Te recuerdo que llevo toda la noche sufriendo, ahora te toca a ti.

—No, por favor...

Sigue atormentándome lentamente.

—Por favor...

Y de repente para y se desabrocha los pantalones, voy a tocarle pero él me agarra de la muñeca.

—No hay tiempo de preliminares.

Me coge en brazos empotrándome contra la pared a la vez que se hunde en mí. La lluvia cae a plomo sobre nosotros, empapándonos...pero no me importa, sólo puedo sentirle a él, dentro de mí, su lengua luchando con la mía. El placer es inmenso, creo que voy a morir con el orgasmo que está a punto de estallar en mi interior. Nuestra respiración agitada va al compás...Henry empieza a moverse cada vez más rápido...y más...siento como todo el placer se va concentrando en mi sexo...

—Helena...voy a correrme...ahora...

Y sus palabras son el detonante de mi orgasmo, miles de ondas de placer recorren mi cuerpo y creo que me voy a desmayar. Y Henry se corre conmigo, noto como estalla dentro de mí y le beso para sofocar el grito que ha estado a punto de salir de su garganta.

—Henry no me sueltes...me tiemblan las piernas...

Se ríe y hunde la cabeza en mi cuello.

—No pequeña, no te soltaré nunca...

Miro la foto que tengo en la mano y una lágrima comienza a resbalar por mi mejilla, es Henry esa noche, bajo la lluvia... Siento náuseas y salgo corriendo al baño. Vomito toda la comida. ¡Mierda! Cuando por fin había conseguido comer algo decente...

Miércoles. 7:00 AM.

Se acabaron las vacaciones, vuelvo al trabajo. Me levanto con energía renovada después de pasarme el lunes con la mente ocupada en cosas de la casa y de haber salido a correr 10 kilómetros, el deporte siempre me sienta bien. Me meto en la ducha y me quedo bajo el chorro de agua caliente un buen rato. Desayuno, me visto con lo primero que pillo y me pongo los zapatos a la pata coja mientras descuelgo el abrigo del perchero. Bajo corriendo las escaleras de mi edificio, a riesgo de caerme con los tacones. Sé que un día rodaré escaleras abajo, pero por suerte para mí, ese día no es hoy. Paso volando al lado del conserje y casi me lo llevo por delante.

—¡Lo siento Pete, llego tarde!

—¡Buenos días, Hel!

Pone los ojos en blanco y sonríe. Todo esto me pasa por levantarme con el tiempo justo y recrearme en la ducha...

Mi Volkswagen Beetle me espera en la acera de enfrente. Es de color rojo, mi favorito, adoro mi coche. Me monto y conecto el bluetooth. Como si me fuera a llamar alguien. Y no hago más que arrancar el coche y el teléfono empieza a sonar.

—¿Dígame?

—Hola, preciosa.

Su voz tiene el mismo efecto que sus manos sobre mi cuerpo y una sonrisa tonta me adorna la cara.

—Hola, Alex... ¿perdiste mi teléfono?

—No, ¿por qué?

—Por nada, es que como no me has llamado hasta hoy, pensé que lo habías perdido...

—No quería agobiarte siendo el típico tío pesado que llama a las chicas al día siguiente.

—¡Mentiroso!

—¿Yo?

—Sí, tú. Seguro que lo has hecho para hacerte el interesante y tenerme impaciente esperando tu llamada y preguntándome por qué no me llamabas.

—¿Y ha dado resultado?

—¡No! No he pensado en ti lo más mínimo...

—Ahora mientes tú...

Y me hace reír y su risa resuena por los altavoces de mi coche.

—Te llamaba para preguntarte si te gustaría venir el viernes a una fiesta que me ha invitado mi hermana. Dime que sí, por favor... Llega mañana de Los Ángeles y ya está liándome...

—Pues no va a poder ser, Syl me llamó el domingo y quiere que la acompañe a otra.

—Vale pues voy contigo entonces, paso de la de mi hermana, que se apañe sola.

—No te he invitado a venir conmigo...

—Helena no seas mala, seguro que tienes tantas ganas de verme como yo.

—Vaya, vaya... ¿ahora vas de engreído?

—¿Y tú vas de dura...Señorita Impaciente?

Me sonrojo de golpe al acordarme de la escena de la mesa...

—Helena, ¿sigues ahí?

—Sí, si...perdona...yo...

—Estabas pensando en lo del sábado.

Casi se me descuelga la mandíbula de la sorpresa. ¿Cómo puede saberlo?

—¿Eres experto en leer mentes o qué?

—¿He acertado?

Empieza a reírse a carcajadas.

—¡Oh, cállate!

—¡Sólo lo he dicho al azar! Te lo juro.

—Pues no es la primera vez, el sábado también lo hiciste.

—¿El qué hice?

—Leerme la mente.

—Pues avísame si ocurre a menudo, porque a lo mejor es que tengo un don.

—Sí, ¡el don de entretenerme para que llegue tarde al trabajo! Hasta luego Alex...

—¡Helena! El viernes te recojo a las 9.

—Ya veremos...

Y cuelgo el teléfono.

¿Pero qué se habrá creído este ahora? ¿Qué va a venir conmigo a todos los eventos a los que me inviten? El Señorito Engreído...

—Helena, no te engañes a ti misma, estás deseando que te eche otro polvo como el del sábado, o mejor aún que el del sábado...es más, seguro que ya estás pensando en meterlo en tu cama el viernes.

—¿Dónde te habías metido estos tres días que has estado tan callada? ¡Anda déjame en paz!

Pero en el fondo tiene razón, estoy deseando tenerle otra vez entre mis piernas, sentir sus manos acariciándome, sentir su lengua en la mía, sentirle dentro de mí...

—¿Lo ves?

Y se ríe la muy zorra.

—¿Sabes que a veces puedes ser desesperante?

Benditos bluetooth, porque ahora la gente no te mira raro si te paras en un semáforo y hablas sola...

* * *

Llego al trabajo con el tiempo justo, doy gracias a mi jefe y sus plazas de garaje para empleados, porque si no llegaría siempre tarde. Cojo el ascensor. Planta 20. Skyland Publishers. De hecho todo el edificio es suyo, pero de la primera a la diecinueve hay una variedad de oficinas alquiladas a distintas empresas.

Las puertas se abren y desde la recepción me saluda Natalie, con su preciosa sonrisa de dientes perfectos y hoyuelos, es un encanto, siempre que puede me echa una mano. Y además es una de las pocas compañeras que tengo que no es una víbora criticona.

—¿Qué tal las vacaciones, Helena?

—No sé qué decirte la verdad...almorzamos juntas y te cuento, ¿te viene bien?

—Sí, claro.

—Nos vemos luego.

Entro en mi despacho y ya me espera una pila de papeles enorme...mi jefe entra detrás de mi hablando por el móvil, pone en espera a la persona que tiene en línea y comienza a disparar...

—Helena tienes que mirar en los papeles que te he dejado en tu mesa...bla, bla, bla...llama a recursos humanos, necesitamos un nuevo publicista para...bla, bla, bla...nos han pedido una nueva campaña para Ford, organízame las reuniones y...bla, bla, bla...

—Esto...buenos días Señor Burke...

—Sí, si...buenos días Helena...

Y sale por la puerta continuando con su conversación anterior.

Bienvenida a la rutina, Connors.

A mediodía salgo a comer con Natalie y le hablo de mis vacaciones, de la ruptura con Henry, de los diez días encerrada en casa, de la conversación con mi madre, de mi salida del sábado, del polvo alucinante con Alex... y me siento un poco mejor. No le había contado lo de Henry a nadie aún y, a pesar de que no puedo evitar echarme a llorar, cuando termino parece que me he quitado un peso de encima soltándolo todo. Quizás mi madre tenga razón y necesite tener algunas sesiones con un psicólogo.

Nat me escucha paciente, sin interrumpirme, deja que me desahogue...y por eso me gusta hablar con ella, porque sé que después no me juzga.

—Helena quizás deberías seguir el consejo de tu madre y dejarte ayudar.

—Lo sé, pero es que tengo miedo...

—Eso es normal, todos tenemos miedo a algo, y para eso están los profesionales que te ayudan a superarlos.

—¿Pero y si yo no tengo remedio?

—¡Oh vamos, Helena! Eres una mujer valiente y fuerte, eres guapa, inteligente ¡mírate!

Sonrío.

—Gracias Nat...pero valiente...

—Sí, eres valiente cuando entras por la puerta de la oficina y sales por ella con la cabeza en su sitio después de haber aguantado todo el día al Señor Burke...

Pone los ojos en blanco y se echa a reír.

—Todo el mundo te adora, Helena.

Tuerzo la cabeza y hago como que pienso.

—Mmmhh las víboras de contabilidad no...

—Eso es porque sólo se adoran a ellas mismas, además si has conseguido que en los siete años que llevas aquí no hayan soltado ni un solo rumor sobre ti, creo que es porque te has ganado su respeto.

Nos echamos a reír las dos.

* * *

El tiempo pasa rápido. Además de todo el trabajo que me había asignado mi jefe, me ha tocado hacer dos informes y una presentación... Cuando me quiero dar cuenta son las siete y cuarto. Tengo un dolor de cabeza horroroso. Llaman a la puerta de mi despacho.

—¡Pasa, quien quiera que seas!

Es Nat.

—Helena, son las siete y cuarto, yo me voy ya.

—Sí, espérame. Mi cabeza va a estallar, necesito irme también. Apago el ordenador y bajo contigo.

—Menuda vuelta de vacaciones, ¿eh?

—¿Me lo dices o me lo cuentas?

De camino a casa vuelve a sonar el teléfono en el coche. Voy algo distraída con el dolor de cabeza, no miro quién es y descuelgo directamente.

—¿Dígame?

—¿Helena?

Su voz me golpea en el pecho, me quedo sin aire y doy un volantazo. Por suerte para mí no venía nadie por ese carril.

—Helena, párate a un lado si no quieres tener un accidente.

—Lo sé, lo sé.

Las manos me tiemblan en el volante.

Creo que me está dando un ataque de histeria o de ansiedad, o de... ¡yo qué sé!

—¿Helena, estás ahí? ¿Me oyes?

—Sí...te oigo...

Mi voz es un susurro porque no tengo fuerzas, y me cuesta respirar intentando ahogar los sollozos que amenazan por salir de mi garganta.

—Te estuve llamando la semana pasada y no me cogías el teléfono, quería saber qué tal estabas...

—¿Y cómo crees que estoy?

—Lo siento, Helena...

Cojo aire y hago un esfuerzo porque mi voz suene calmada. No quiero que piense que sufro por él como una tonta, que es justo lo que hago.

—Ahórrate la culpa Henry, no quiero tu lástima. Sólo quiero seguir con mi vida y que me dejes en paz.

—Por favor Helena, yo...

—Adiós, Henry.

Doy a la tecla de colgar y me derrumbo sobre el volante llorando, dejando salir todos los sollozos que he estado conteniendo.

* * *

No sé cuánto tiempo llevo aquí parada. De repente alguien golpea mi ventanilla. Oh dios mío...Joe... ¿Qué hace aquí? Y lo peor de todo es que me va a ver en este estado tan lamentable...

Bajo el cristal e intento poner la mejor de mis sonrisas.

—¡Helena! Me habías parecido tú al pasar...

Vaya, es realmente bueno, yo no me habría reconocido ni a mi misma según estoy ahora. Se agacha y me mira más fijamente, la hinchazón de mis ojos me traiciona.

—¡Madre mía! Helena, ¿te ocurre algo? ¿Te encuentras mal?

—No, no. No te preocupes Joe, estoy bien.

Pero me sigue mirando preocupado.

—¿Estás segura?

—Sí, de verdad.

Intento que mi sonrisa sea creíble de nuevo.

—¿Qué haces tú por aquí? Bueno, obviamente por la ropa que llevas has salido a correr. Qué tonta soy...

Nos echamos a reír a la vez.

—Sí, vivo aquí cerca y salgo a correr sobre esta hora.

—Yo también salgo de vez en cuando, es una manera que tengo de desconectar.

—Podríamos quedar algún día para correr juntos y hacer una maratón.

—Claro, ¡cuando quieras!

—¿Has hablado con Syl?

—Me llamó el domingo para invitarme a una fiesta. ¿Vienes?

—Eh...no lo sé. Me dijo que me llamaría pero no he vuelto a tener noticias de ella...

Ya metí la pata...

—No te preocupes Joe, seguro que te llama. Habrá estado muy liada en el trabajo...

—No hace falta que la disculpes, Helena.

Me sonríe y me rompe el corazón. Parece que Sylvia le gusta, y mucho.

—De todas formas, sino te llama, puedes venir con Alex y conmigo y así le damos una sorpresa, ¿qué te parece?

—¿Crees que se lo tomará bien? Sylvia es un poco...

—Impulsiva, lo sé. Pero no te preocupes, estoy segura de que se alegrará de verte.

O me meteré en un buen lío entonces...

—Hablaré con Alex, ¿vas a ir con él?

—Sí, claro. Pero le estoy haciendo un poquito de rabiar así que no le menciones que va a venir conmigo.

—Vaya, vaya...creo que ha dado con la horma de su zapato...

—Así se le bajan un poco los humos.

Se echa a reír a carcajadas.

—Helena conozco a Alex desde hace muchos años, es un buen tío. No le hagas sufrir mucho.

—No, no te preocupes. Solo lo justo.

Le guiño un ojo y nos reímos.

—Tengo que irme, Joe. ¡Mis deportivas me esperan!

—¿Seguro que no quieres que llame a Alex para que te acerque a casa? No me gustaría sentirme culpable porque te pasara algo por el camino.

—No, no, de verdad que estoy bien. Y... ¿Joe? ¿Puedo pedirte otro favor?

—Por supuesto.

—No le digas a Alex que me has visto así...

—¿Así como? ¿Tan guapa en tu escarabajo?

Ahora me guiña él un ojo y me sonríe. Syl ha tenido suerte, es encantador. Cómo se le ocurra no volver a llamarle vamos a tener una buena charla.

—Muchas gracias.

Llego a casa y me quito los tacones, la blusa, la falda...me pongo mis mallas, mi camiseta y mis deportivas de running, cojo el cortavientos y bajo corriendo las escaleras. La temperatura ha disminuido unos cuantos grados pero no me importa, el aire frío me viene bien para despejarme. En mis auriculares suena “Diamonds” de Rihanna...

—¡Para Henry, para!

—¡Vamos quejica! ¡No te rajes ahora que estamos llegando a casa!

—¡¿Quejica?! Henry llevamos una hora corriendo, ¿me quieres matar?

Para y empieza a reírse. Paro yo también y me agacho para coger aire. Sólo llevo un mes saliendo a correr, antes de mi relación con Henry, el deporte era algo que sólo veía por televisión.

—Está bien, iremos andando lo que queda de camino, anda...

Queda una manzana para llegar a casa y me reta a una carrera, el que gane le pedirá al otro un deseo y deberá cumplirlo. Acepto.

Echo a correr con todas mis ganas porque quiero darle en las narices con lo de “quejica”. Y al final llego la primera, pero no sé por qué tengo la extraña sensación de que ha hecho trampas...

—Me has dejado ganar.

—No...

Me sonríe inocente.

—¿No?

Me cruzo de brazos.

—Eres más rápida que yo.

—Y tú eres malísimo mintiendo... ¿por qué me has dejado ganar?

—¿Por qué tu mente retorcida piensa que te he dejado ganar?

—Henry...

—Vale, vale...te he dejado ganar, lo admito...

—¿Y?

—¿Y...?

—¡Qué me digas por qué!

—Pues tengo dos razones. Una, me encanta ver cómo se mueve tu trasero cuando corres y...dos, porque estoy seguro de que tu deseo es el mismo que el mío, y lo voy a cumplir en cuanto entres por esa puerta...

Me tiemblan las manos y no atino con la cerradura.

—¿Te he puesto nerviosa?

—¿Qué te hace pensar semejante tontería?

Por fin atino con la llave. Cierro la puerta y me apoyo en ella. Tengo la respiración agitada porque sé lo que me espera...Henry me acorrala entre sus brazos.

—Helena, ¿crees que por que te quedes ahí apoyada te vas a librar?

Acerca sus labios a los míos y los roza ligeramente.

—Estamos sudados y...

Me cierra la boca estampando sus labios en los míos. Me besa con urgencia, con pasión. Su lengua busca la mía desesperadamente.

—Esto son las consecuencias de tu movimiento de trasero...créeme que te voy a hacer sudar todavía un poco más, nena...

Me baja los pantalones de golpe y se los baja él también. Me coge en brazos y me pone contra la pared. Yo enredo mis piernas en su cintura. Estoy tan excitada que no hacen falta preliminares. Flexiona las rodillas para coger impulso y me penetra.

—Oh, dios mío...

—Helena, te deseo tanto que me duele...

Y con cada embestida va profundizando un poco más y aumenta el ritmo.

—Henry, voy a correrme ya...

—Vamos pequeña, cumple mi deseo...aunque haya perdido...

El placer se apodera de mi y estallo en un orgasmo maravilloso. Se me resbalan las piernas porque me he quedado sin fuerzas.

—No he terminado contigo...aún...

Me sujeta por el trasero y me lleva al dormitorio. Caemos en la cama enredados. Nuestro cuerpo, nuestros labios...

—Ahora me toca cumplir a mí mi deseo.

Y haciendo un último esfuerzo le empujo poniéndome yo encima.

Me quito la camiseta y le ato las muñecas al cabecero de la cama con ella. Ahora está a mi merced, todo mío. Me suelto la coleta, me acerco a su oreja y empiezo a darle mordiscos suaves, bajo por su cuello dejando que mi pelo le acaricie porque sé que le encanta. Su respiración es un gemido continuo. Empiezo a cabalgarle despacio, moviendo las caderas en círculo, él se remueve y alza las suyas para profundizar más la penetración, esto es increíble...mi segundo orgasmo viene en camino y acelero el ritmo.

—Helena suéltame las muñecas, quiero tocarte...

Su voz es apenas un susurro.

—No...

Me muevo más deprisa y más...y llega el orgasmo...y grito su nombre. Levanta las caderas una vez más y se derrama en mí gritando el mío. Le desato las muñecas y caigo exhausta en su pecho. Me acaricia el pelo...

—Helena eres maravillosa, no te haces una idea de lo mucho que te quiero...eres mi diamante en el cielo...

Llego a casa después de correr una hora y media por Central Park. A mi madre no le gusta que vaya a correr a esas horas por allí pero, como siempre, no le hago caso. A mí me parece un sitio maravilloso, un sitio donde puedes respirar aire limpio, disfrutar del paisaje...correr sin que nadie te moleste, sin tener que ir apartándote del camino para no chocarte con la gente...adoro el pulmón de Nueva York.

El dolor de cabeza ha remitido bastante y me encuentro mucho mejor. Miro el móvil y tengo dos mensajes en el buzón de voz, mi madre seguro...

—Helena hija, cuando puedas llámame, no sé nada de ti desde el sábado. Te quiero cariño.

Lo sabía...cada vez que fracaso en una relación le entra la vena controladora. Siguiente mensaje...

—Helena, dejo este mensaje para decirte que no seas ansiosa y no me llames cuando lo escuches, que ya te llamo yo.

Pero bueno...el Señorito Engreído ataca de nuevo. Como si fuera a hacerle caso. Llamo a mi madre y en cuanto cuelgo marco su número.

—Te he dejado el mensaje para que NO me llamaras Helena, creo que lo has entendido mal.

—No, no, lo he entendido perfectamente. Pero me gusta llevarte la contraria... ¡Engreído!

—Helena, yo no soy engreído.

—¿Ah, no? No seas ansiosa Helena o te mueres de ganas de verme, Helena...bla, bla, bla...

—Vale, vale, sólo estaba bromeando.

Pongo mi voz más seria y le contesto.

—Pues yo no.

Silencio al otro lado de la línea. Creo que se lo ha tragado. Ya no puedo aguantar más la risa imaginando su cara de angustia y estallo en carcajadas.

—Serás...

—Ay perdona, perdona de verdad. No he podido evitarlo.

Y sigo riéndome.

—¿Vas a seguir riéndote de mí o puedo decirte por qué te he llamado?

Creo que se he conseguido que se enfade al final.

—Lo siento Alex, no quería molestarte, no he tenido un día muy bueno y me ha venido bien reírme un poco.

—¿Estás bien?

—Sí, solo un día estresante en el trabajo después de la vuelta de las vacaciones...

—Joe me ha dicho que te ha visto esta tarde, por eso te he llamado.

Cierro los ojos y cojo aire.

—¿Y bien?

—¿Te parece bien lo que has hecho?

Dios mío...al final se lo ha contado...

—Alex yo...no sé qué decir.

—Pues por lo menos pídeme disculpas por invitar a la fiesta a Joe, cuando yo todavía estoy esperando tu permiso para poder acompañarte...

Respiro aliviada, no sabe nada. Bien por Joe, le debo una.

—Pásame a recoger el viernes a las 9.

—Te daría las gracias, pero ya me las darás tú cuando te des cuenta de que vas a ir a la fiesta con el mejor acompañante que podrías desear, nena...

Su intento de voz seductora me hace reír otra vez.

—Te has superado, ya me va gustando más el Señorito Engreído. Tengo que dejarte, ¡¡estoy hambrienta!!

—Yo también...

Su tono me dice que su hambre no es de comida precisamente.

—Hasta luego, Alex...

—Adiós preciosa, piensa en mí...

—Sigue soñando...

Cuelgo con una sonrisa tonta en los labios.

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