Helena

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Helena

Lunes. 7 AM.

Suena el despertador. Un rato más por favor...sólo 5 minutos...lo apago. Qué bien se está en la cama...

Suena el teléfono. Estiro el brazo para cogerlo y me quiero morir. Tengo agujetas hasta en los dedos... ¡Maldito Alex! Pensar en él me recuerda a cómo terminamos ayer...

El teléfono sigue sonando insistente.

—¿Dígame?

—¿Helena, te ha pasado algo?

La voz de Nat suena preocupada.

—No, ¿por qué?

—Bueno, es que son las nueve y media...

—¡¡¿QUÉ?!! ¡¡No puede ser!!

Miro el despertador y sí, son las nueve y media...Esto no me había pasado nunca, ni siquiera en mis años de universidad... ¡Maldito seas otra vez, Alex!

—¡Te has dormido!

—¡Nat no te rías!

—Venga Helena, no pasa nada. Un día es un día, además te deben un montón de horas. El señor Burke no llega hasta las 12, tienes tiempo. Yo te cubro.

—¡Gracias Nat!

—Pero vas a tener que contarme la causa después...

—Está bien...

Hago un tremendo esfuerzo para levantarme porque me duele todo el cuerpo. Me ducho y desayuno algo ligero.

De camino al trabajo suena mi teléfono otra vez, es Syl.

—¡Hola rubia!

—Syl...

—Oye, siento mucho lo de ayer, si te he metido en un aprieto con Alex o algo.

—No te preocupes, fue una discusión tonta. Seguro que se arregla...

—¿Te ha llamado?

—La verdad es que no, supongo que estará cabreado todavía...

—Llámale tú, Helena.

—¿Y si no me coge el teléfono?

—Pues si no te coge el teléfono le mandas a la mierda y te buscas a otro.

—¡Syl!

—Te hablo en serio Helena, seguro que hay un montón de hombres que matarían por estar contigo, y si Alex no te valora y te pierde por un estúpido comentario de tu ex, es que es un gilipollas.

—Eres única levantándome el ánimo.

Me río.

—¿Qué te parece si almorzamos juntas hoy? Tengo dos horas libres a mediodía.

—Sí, claro. Me parece estupendo.

—¿Dónde trabajas?

—En el Skyland.

—¡¡Venga ya!!

—En serio... ¿por qué te ríes?

—Porque yo también trabajo allí. Planta 21.

—¡¿Trabajas en BB’s?!

—El mundo es un pañuelo, pequeña. Era nuestro destino conocernos.

No puedo evitar reírme a carcajadas.

—¿Te importa que venga Natalie? Es la recepcionista de la empresa y casi siempre almuerzo con ella, además le he prometido contarle lo de ayer...

—No, claro que no me importa. Así te ahorras tener que contarlo dos veces. Te paso a buscar a las dos...

Me entra una llamada de recepción.

—Señorita Connors, tiene una visita esperando.

Me responde una voz seria.

—¿Cómo que señorita Connors? Nat hace años que no...espera, tú no eres Nat, ¿¿Syl??

Las oigo a las dos riéndose.

—Señorita Connors es su hora del almuerzo.

—Te vas a enterar...

Cuelgo, cojo el bolso y salgo de la oficina.

Me encuentro a las dos de pie en recepción, con cara de no haber roto un plato. Pongo con los brazos en jarras y ladeo la cabeza.

—¿De quién ha sido la idea?

—No sé de lo que hablas...

Syl me coge de un brazo.

—Ni yo...

Y Nat me coge del otro.

—¿Qué tal si comemos?

Nat sabe cuando ponerme la sonrisa de hoyuelos. Pongo los ojos en blanco y salgo de la oficina con una en cada brazo.

Miércoles. 6 PM.

He salido antes de la oficina, me monto en el coche y arranco. Sigo sin noticias de Alex, ¿de verdad fue tan grave el comentario? Llego a casa y se me ocurre una manera de arreglarlo. Marco su número y pongo el manos libres.

—¿Helena?

—Hola, Alex. Verás yo...

Me callo, no sé si al final ha sido buena idea llamarle. Cierro los ojos y me pinzo el tabique.

—¿Sí?

Cojo aire y valor para hablar.

—Pues es que iba a preparar la cena...y he pensado preparar también para ti, y que vengas a cenar...

Se queda en silencio.

—Sólo si te apetece claro...

—Yo...lo siento Helena...pero no puedo.

Definitivamente no ha sido una buena idea. Los ojos se me humedecen.

—Lo entiendo...

Suelto la cuchara en el fregadero y me agarro al borde. ¿Será posible que esté tan cabreado? Tampoco fue para tanto, por dios...

—¿Ya estabas cocinando? Vaya lo siento, pero me es imposible ir.

—No te preocupes, lo pondré en el congelador.

—Te iba a llamar más tarde, pensaba que salías a las 7 de trabajar.

—Es que hoy he terminado pronto.

—¿Y crees que mañana podrás salir a esa hora?

—Sí, puedo intentarlo. Me deben horas y si adelanto trabajo supongo...

—Está bien, sé que pondrás todo tu empeño cuando te diga que tengo entradas para una exposición de arte mañana en el MoMA, y me apetece ir contigo.

El corazón me da un vuelco y mis pulsaciones alcanzan un ritmo vertiginoso. ¿Esto significa que me perdona? Las lágrimas de alivio me caen rodando por las mejillas.

—Llevo meses intentando conseguir entradas para esa exposición y ha sido imposible... ¿Cómo las has conseguido?

—Un antiguo cliente de mi padre trabaja en el museo.

—Gracias Alex... ¿A qué hora me recoges?

—A las siete y media estaré allí. Y luego cenaremos en algún sitio caro, ¿te parece bien?

—¡¡Alex!!

¿Eso ha sido lo que yo creo que ha sido? ¡¿Está con una mujer?! Me siento en un taburete de la cocina porque estoy empezando a marearme.

—¿Estás con alguien?

Mi voz suena a desesperación y me arrepiento al momento de la pregunta.

—Tengo que colgar, Helena. Hasta mañana.

El estómago empieza a dolerme debido a los nervios, y se me quita el hambre de golpe. Vuelvo a guardar todos los ingredientes que tenía preparados en la nevera.

—¿Esa era la voz de Jessica? Por favor dime que no estoy paranoica...

—Sí, era la voz de Jessica. ¿Pero por una vez quieres no ser desconfiada y pensar que tiene una explicación lógica?

—¿Una explicación lógica cómo? ¿De piernas largas y cara perfecta?

—Helena, te ha invitado a ti a la exposición...

Intento tranquilizarme pero mi mente no deja de mostrarme escenas de ellos dos juntos una y otra vez. Me pongo mi equipo de running y salgo a correr para ver si consigo distraerme un poco.

Jueves. 6 PM.

Recojo mi mesa y salgo corriendo por la puerta de mi despacho.

—¡Pásalo bien, Helena!

—¡Gracias Nat! ¡Hasta mañana!

—¡Señorita Connors!

Oh no...que no me haga quedarme por favor...

—¿Sí, señor Burke?

—Ya que va usted al MoMA y seguramente cene fuera, y se le haga tarde...puede tomarse mañana el día libre.

El rubor se extiende por mis mejillas.

—¡Gracias señor Burke!

Se da la vuelta y se va. Natalie serás chivata...

Cuando paso por recepción me inclino en el mostrador para susurrarle al oído.

—¡Chivata!

—Te ha dado el día libre, ¿no?

—Gracias...

—A mi no me las des. ¿No es un cabrón encantador, nuestro jefe?

Bromea Nat y me guiña un ojo.

—Lo raro es que solo te haga caso a ti...

—¡Helena! Dios no me digas esas cosas. Luego tengo pesadillas...

Me echo a reír.

—Pues es un buen partido.

—¿Y por qué no te lo quedas tú?

—Porque a mí no me ha tirado los trastos.

Me apoyo en el mostrador y le pongo mi sonrisa de cabrona.

—¡A mí tampoco! ¡Anda vete ya o te atizo con el teléfono, bruja! El lunes te quiero puntual y con todos los detalles.

—Sabes que sí, ¡buen fin de semana, Nat!

Le lanzo un beso desde la puerta y me voy sonriendo y deseando que pase rápido el tiempo para ver a mi vikingo.

* * *

Hago una parada rápida en Bloomingdale’s para comprarle un regalo a Alex, es lo menos que puedo hacer para darle las gracias por las entradas.

—Helena no te engañes, quieres comprar su perdón con un regalo...

—Es sólo un detalle, no un soborno.

—Lo que tú digas...

No le hago ni caso, le compro un regalo porque me apetece. Al final me entretengo más de la cuenta y tengo que correr como una loca hasta mi casa. Entro, me voy desnudando por el pasillo y me meto en la ducha. Con las prisas no regulo la temperatura y el chorro de agua fría me da de lleno en la cara.

—¡¡Ay, joder!!

Salgo de la ducha y me seco rápidamente. Me ondulo un poco el pelo y me hago un semirrecogido, los moños recargados no son lo mío y ni en sueños me da tiempo de ir a la peluquería. Me maquillo delante de espejo sin recargarme mucho, todo excepto los labios. El vestido merece toda la atención. Es de color rosa pálido, cruzado hacia un lado, el amplio escote va sujeto al cuello con unas cintas cruzadas de pedrería, a juego con los puños. Me pongo los zapatos y recojo la ropa que he dejado tirada en el pasillo. Casi sin aliento me siento a esperar en el sofá. Cinco minutos después suena el interfono. Las siete y media. Adoro la puntualidad.

—Alex, ¿vamos con tiempo?

—Sí, ¿por qué?

—¿Puedes subir un momento, por favor? Necesito ayuda con la cremallera del vestido...

—Abre.

Voy a por el regalo y le espero detrás de la puerta nerviosa. Suena el timbre y cojo aire. Escondo la mano en la que llevo la caja y abro.

—¡Qué rapidez! ¿No estarías detrás de la puerta?

—De hecho, sí.

Le sonrío pero él no me devuelve la sonrisa. Me mira fijamente.

—Helena, llevas el vestido abrochado.

Frunce el ceño y yo le niego con la cabeza.

—Sí...

—Entonces, ¿para qué me has hecho subir?

Bajo la mirada porque no me esperaba tanta hostilidad por su parte.

—Yo...tengo esto para ti.

Le doy el paquete sin mirarle. Él lo coge y se queda quieto sin decir nada. El tiempo pasa muy despacio, o al menos tengo esa sensación. Y por fin después de lo que parece una eternidad, me coge de la barbilla y me levanta la cara para que le mire.

—¿Me has comprado un regalo?

Asiento y me sonríe, y su sonrisa es como un bálsamo para mi corazón, mis ojos brillan por las lágrimas.

—Sabes que no tenías que hacerlo, ¿verdad?

—Sólo quería agradecerte lo de las entradas...

La congoja que siento apenas me deja hablar.

—No tienes que agradecerme nada Helena, yo también quería disculparme por el comportamiento que he tenido estos últimos días, no sé lo que me pasa...bueno en realidad si lo sé...

Baja la mirada y respira profundamente, vuelve a mirarme y sus ojos azules tienen un brillo distinto.

—Me estoy enamorando de ti sin remedio.

Las piernas me flojean y empiezo a verlo todo borroso. Me caigo...

—Vaya nena, volvemos al comienzo.

Estoy entre sus brazos como la primera vez que nos conocimos.

—Sí, pero...

Sonrío mientras las lágrimas ruedan por mis mejillas.

—Chisss...No llores cariño. ¿Pero...?

—Esta vez no voy a esperar para besarte.

Me incorporo y le beso empujándole contra la pared. Se le cae la caja al suelo y le sujeto del brazo para que no se agache a recogerla. Mi lengua explora su boca, le muerdo los labios, me aprieto contra él con fuerza.

—Eh, Helena...más despacio.

Apenas le oigo y sigo con mi ritmo desesperado.

—Helena...para.

La ansiedad de estos cuatro días sin verle despierta mi lado más salvaje.

—¡Helena me estás haciendo daño, para!

Consigue empujarme y me aparta de él, se toca el labio y me mira asustado.

—¿Se puede saber a qué ha venido esto?

Me enseña los dedos manchados de sangre.

—Lo siento Alex, es sólo que estos días sin saber nada de ti...sin saber si estabas bien, o si esto se había terminado y no volvería a verte, a sentirte...te he echado mucho de menos.

Me abraza y me estrecha contra su pecho.

—Oh nena, yo también te he echado de menos...y también lo siento.

Me da un beso en el pelo.

Nos quedamos así un rato, estoy tan bien entre sus brazos...

—¿Vas a abrir tu regalo?

—Por supuesto, ¿puedo cogerlo ya del suelo?

—Sí, pero antes me gustaría preguntarte algo...

Me mira interrogante y asiente-no quisiera estropear la noche antes de tiempo, pero sé que si no te lo pregunto voy a estar todo el rato tensa y dándole vueltas y...

—Pregúntame...

—Me preguntaba qué hacía Jessica ayer en tu casa...

—Vino a por unos apuntes de mi hermana antiguos de la facultad. Puedes llamar a Danny si quieres para que te lo confirme.

Se saca el móvil del bolsillo y me lo acerca.

—No...yo...te creo Alex, no hace falta.

—No, de verdad, no me importa, quiero que esta noche lo pases bien y que nada raro te ronde por la cabeza.

—¿Entonces por qué no viniste a cenar conmigo?

—¿Piensas que no fui porque estaba ocupado con Jess?

—Sí, algo así...

—¡Oh vamos, Helena! No fui solo para fastidiarte. Estaba dolido contigo todavía y quería que te sintieras como yo... Pero jamás pensé que se te pasara eso por la cabeza...

—¿Para fastidiarme?

—Sí, algo así.

—¡Ya estás copiando mis frases!

Me abraza y me mira a los ojos.

—Helena, no tienes por qué tener celos de Jessica, ni de nadie. ¿Es que no ves que sólo tengo ojos para ti?

Me coge la cara entre las manos y me besa.

—¿Olvidamos todo esto?

—Claro. Y ahora... ¿puedo abrir ya mi regalo?

Coge la caja del suelo y busca el borde del celofán para abrirlo sin romper el papel.

—¡Alex, arráncalo!

—Te recuerdo que la Señorita Impaciente eres tú, yo soy...mmmm... ¿el Señorito Encantador?

—¡Ábrelo ya!

Al abrirla su expresión va cambiando, veo como le empiezan a brillar los ojos, me mira y me dedica la sonrisa más alucinante que existe, la sonrisa de un niño al abrir sus regalos de Navidad y descubrir su juguete favorito.

—Hel, me encantan.

—Vamos, son sólo unos gemelos...

—Unos gemelos con mis iniciales, yo no sé qué decir... Gracias.

—No tienes que decir nada. Anda déjame que te los ponga.

Se los mira una vez puestos.

—Son preciosos, nena. ¡Ven aquí!

Me sonríe y me coge en brazos dándome vueltas, yo no puedo parar de reír.

—¡Bájame anda!

—¿Nos vamos ya? ¿O quieres perderte la exposición?

—¡Sí, sí, nos vamos! Dame un segundo.

Me miro en el espejo del recibidor y sonrío. Ahora ya puedo darme el brillo en los labios.

Me paseo por el MoMA con una sonrisa tonta en la boca. Me encanta el arte, es una de mis pasiones. Y esta exposición es especial. Es una colección única, cedida por una baronesa de la realeza europea al MoMA por una noche. Sólo unos cuantos privilegiados van a tener acceso a ella y yo, gracias a Alex, soy una de ellos.

—Alex, muchas gracias. No sabes lo feliz que me hace que me hayas traído.

Voy colgada de su brazo paseando por la galería.

—A mi me hace feliz hacerte feliz, Hel.

Le beso en los labios.

—¡¡Alex!!

Nos giramos los dos a la vez. Jessica agita la mano y se acerca corriendo hasta donde estamos nosotros. La que faltaba...

—Hola, Helena.

—Hola, Jessica.

Me da un apretón de manos y noto que las tiene frías, está nerviosa.

—¿De dónde has sacado las entradas? El miércoles me dijiste que no tenías.

—Bueno un amigo especial las consiguió por mí. ¡Venid que os lo presento!

Miro a Alex y se encoge de hombros, seguimos a Jessica hasta un grupo de gente que está reunida frente a una estatua de Venus. El que está de espaldas me resulta familiar y no sé por qué...

—Henry, ven que te presento a unos amigos.

No puede ser, no por favor...que no sea él...

Se da la vuelta y se le congela la sonrisa en el rostro. Sus ojos azules se abren por la sorpresa, mira a Alex y en su mirada aparece un destello de desafío cuando vuelve a cruzarse con la mía.

—Helena...

Noto que Alex se pone tenso y me aprieta más contra él. Jessica abre la boca de la sorpresa pero luego la cierra y sonríe.

—¿Pero vosotros dos os conocéis?

Jessica me mira interrogante, no se da cuenta de la tensión que hay en el ambiente. O es tonta o directamente lo ignora.

—Sí, Helena y yo...

—¿Qué tal Henry?

Y sólo por Alex, que no se merece un numerito, pongo mi mejor sonrisa y le tiendo la mano. Me la estrecha y Alex tira un poco de mí para que me aleje. Jessica sigue esperando una explicación.

—¿Qué haces tú aquí?

Su voz suena fría como el hielo, así que le contesto de la misma manera.

—Lo mismo que tú, viendo una exposición.

—Tienes suerte de estar con Alex, Helena. Siempre consigue entradas para los mejores eventos.

Jessica no se da cuenta de que Henry está apretando tanto los puños que tiene los nudillos blancos.

—Bueno, ¿y cómo es que os conocéis?

—Henry y yo fuimos amigos especiales también, ¿verdad?

Le sonrío con la sonrisa más falsa que he tenido que poner en mi vida. Noto como él se tensa más aún y me amenaza con la mirada.

—Helena...no sigas.

—Oh, ¿y qué paso?

—¡Jessica!

Henry la mira con el ceño fruncido, pero a ella le da igual. Se encoge de hombros.

—Solo tengo curiosidad...

—No, no pasa nada, no me molesta la pregunta, ya no.

Miro a Henry y después me dirijo a ella intentando que mi voz suene firme.

—Simplemente no funcionó. Mucha suerte, Jessica.

Y me voy de allí con Alex sujetándome para no caerme. A pesar de las apariencias, tengo las piernas flojas y la cabeza me da vueltas. Salimos a calle y respiro aire fresco.

—¿Estás bien preciosa? No, no estás bien. Ven aquí.

Me abraza.

—Solo necesitaba salir fuera...

—Lo sé, siento que al final se haya arruinado tu noche.

Le miro a los ojos y veo dolor en ellos. No quiero hacerle daño.

—No Alex, no es mi noche. Es nuestra noche. Y no voy a dejar que los fantasmas del pasado nos la arruinen.

Me besa, y su beso es dulce como el azúcar. Sé que todavía no puedo quererle, mi corazón no está preparado para que lo ocupe nadie, pero si alguien se merece tenerlo, ese es Alex.

Al final disfruto de la noche, vamos a cenar a un restaurante en la Quinta muy bonito y muy íntimo, de esos que te sientan en un reservado y cenas a la luz de las velas. Luego me lleva otra vez al Havanna, y bailamos y bebemos hasta que mis pies no pueden más y volvemos a casa en un taxi. No puedo esperar a entrar por la puerta de mi apartamento y ya voy desnudándole por las escaleras. Hacemos el amor una, dos, tres veces. Caemos en la cama exhaustos. Suspiro satisfecha, feliz. Y me duermo con su cuerpo enredado en el mío.

* * *

Al día siguiente Alex tiene que trabajar, pero me promete que a medio día comerá conmigo, así que me propongo hacerle una comida sorpresa. Lleno un vaso de agua y mientras estoy bebiendo saco el libro de recetas de cocina. Algo se cae de la estantería. Me agacho para cogerlo, es un sobre. Lo abro... Y el vaso se me cae al suelo rompiéndose en mil pedazos...

—Helena cariño, despierta. Ya vamos a aterrizar.

Me desperezo, le miro y sonrío.

—¿Llevo dormida mucho rato?

—Unas cuatro horas.

—¡¿Cuatro horas?!

Me incorporo de golpe en el asiento.

—Sí.

—Lo siento, cielo... ¿te has aburrido?

Se ríe.

—No tranquila, pusieron dos pelis de James Bond seguidas y he estado entretenido. Ya sabes lo que me gusta 007.

Me sonríe.

—Podías haberme despertado antes para ver las vistas desde la ventanilla...

—Es de noche ya, además me encanta verte dormir...

—Sí, claro, menos cuando ronco.

—Sí, menos cuando roncas.

—¡Idiota!

Le doy un manotazo, él se echa a reír y me agarra de la muñeca para que no le de otro. Tira de mí y me besa.

Llegamos al hotel y me quedo como supongo que se quedó Alicia al entrar en el País de las Maravillas.

—Henry, esto es...

—El paraíso. Lo sé, nena. Espérate a verlo de día.

La recepcionista nos recibe.

—Señor Shelton, señora Shelton, bienvenidos al Intercontinental Bora Bora Le Moana Resort. Mi nombre es Taiana. Les conduciré a su cabaña, acompáñenme si son tan amables.

Nos indica que la sigamos y se da la vuelta. Aprovecho para mirar a Henry con mirada inquisidora y veo que se está aguantando la risa.

—¿Señora Shelton...?

—Lo siento, no he podido evitarlo.

Se encoje de hombros y yo le pongo los ojos en blanco.

Henry se dirige a la chica en francés, sabe que me derrite oírle hablar con ese acento. Hablo poco el idioma, pero consigo entender que Henry ha escogido el tipo Honeymoon, a pesar de que no es nuestra luna de miel, porque es el más bonito del complejo. También le explica cómo funcionan las instalaciones y las distintas actividades que pueden hacerse, pero yo casi no me entero de nada.

Llegamos a la cabaña sobre el agua. Entro y creo que estoy en un sueño...la habitación es impresionante. Techos de madera, suelos de madera, vistas al mar desde una cama también de madera, con sábanas blancas y llena de flores. En la mesa nos espera una botella de champán y una bandeja con frutas tropicales. Taiana nos desea una feliz estancia y cierra la puerta.

Henry se abalanza sobre mí. Me besa con ardor. Se pega a mí y noto que está excitado, muy excitado.

—Cariño, estarás cansado del viaje...

A duras penas consigo separar sus labios de los míos.

—Mi agotamiento puede esperar, tengo ganas de cama, pero no precisamente para dormir...

Me coge en brazos y me lleva hasta la enorme cama cubierta de flores. Me tumba suavemente.

—Nous allons jouer un moment...

Me recorre los labios con la punta de la lengua. Vamos a jugar un rato, bien...Mi respiración comienza a agitarse y un dulce escalofrío me recorre el cuerpo, me encanta jugar...

Abre la maleta y saca un pañuelo de seda.

—Ponte de pie Helena.

Hago lo que me dice. Me atrae hacia él y me gira de cara al ventanal. Se coloca detrás de mí. Pone sus brazos alrededor de mí y empieza a desabrocharme la blusa. Cuando termina la desliza suavemente por mis brazos y cae al suelo. Me rodea la cintura y comienza a desabrocharme los pantalones, me baja la cremallera y se agacha para bajármelos hasta los tobillos. Yo levanto las piernas para que me los quite. Se pone de pie otra vez y me desabrocha el sujetador, de nuevo lo baja despacio deslizando sus manos por mis brazos. Me coge los pechos por detrás y comienza a masajearlos mientras me da besos en el cuello.

—Mmmm...Henry...

—¿Quieres jugar nena?

—No hay nada que desee más en estos momentos...

—Très bien.

Una de sus manos baja lentamente por mi vientre mientras con la otra me estimula mi pezón erecto. Cuando llega a mi monte de Venus se para y me acaricia por fuera de las bragas sin llegar a tocar el centro de mi placer, despacio, muy despacio. Yo comienzo a moverme para que me toque justo ahí, pero él es más rápido y me esquiva.

—Helena, pórtate bien y no te muevas.

—¡Pues deja de atormentarme ya!

—Ne soyez pas impatient, mon chèrie... [1]

Oírle hablar en francés es una delicia para mis oídos.

Sus besos en el cuello se transforman en pequeños mordiscos que me dan escalofríos de placer, el muy cabrón sabe mi punto débil. Y cuando por fin sus dedos se introducen en mis bragas y comienza a acariciarme el clítoris, sus manos y su boca consiguen que estalle en un orgasmo intenso. Se me doblan las rodillas y Henry me tiene que sujetar por la cintura para no caerme. Me susurra al oído.

—Vaya nena...realmente tenías ganas de mí.

—Siempre tengo ganas de ti, y lo sabes.

Voy a girarme para darle un beso pero no me deja. Se acerca a mi oreja y me susurra de nuevo.

—Todavía no hemos empezado a jugar...

Mis pezones se yerguen tanto con la insinuación que hasta me duelen.

Me pasa el pañuelo por encima de la cabeza y me acaricia con él. Es suave y me encanta la sensación. Después lo agarra por los extremos y me tapa los ojos con él.

—¿Y esto?

—Parte de las reglas del juego. ¿Ves algo?

—No.

—¿Cuántos dedos ves?

—Tres.

—¡Helena, sí ves!

—¡Te lo juro que no, Henry! ¡Lo he dicho a boleo!

Me echo a reír.

—Ya...

—¡¿He acertado?!

—Helena, no me hace gracia, dímelo en serio o así no vamos a disfrutar ninguno de los dos.

—Venga no te enfades, te juro que no veo nada cariño.

—Ven, siéntate.

Me coge de la mano y me lleva hasta la cama. Me deja sentada y le oigo que se aleja caminando.

—Oye, no será esto una broma de esas en la que el novio deja a la chica desnuda y vendada, y cuando se quita la venda el novio se ha dado el piro, ¡¿no?!

Cómo lo he dicho a gritos, no me he dado cuenta de que ha vuelto a mi lado hasta que lo siento susurrándome al oído.

—Cariño, ese tipo de novios no tienen la suerte de tener una novia como la mía.

Me sonrojo.

—Túmbate.

Hago lo que me dice. De repente noto algo que me acaricia el ombligo y no son sus manos. Parece algo pequeño y redondo. Sube por mi vientre y me acaricia los pechos con ello. Sigue subiendo por mi garganta y me acaricia los labios. Ahora puedo olerlo, es una fresa. ¡Vaya! Ha cogido la fuente de la fruta mmmmm...

—Abre la boca Hel...muérdela.

Me mete la punta de la fresa y yo la chupo y la recorro con mi lengua. Está dulce y sabrosa, me encanta. El zumo de la fresa comienza a derramarse por los laterales de mi boca y noto la lengua de Henry lamiéndolo.

—Muerde esta también.

Me da otra fresa y yo repito la misma operación, la chupo, la recorro con la lengua, la muerdo y dejo que el zumo caiga para que Henry me roce con su lengua.

Con las dos mitades de la fresa me unta los pezones y me los lame...unta, lame, muerde, unta, lame, muerde...me estoy volviendo loca...

—Nena, estás deliciosa...

Para, se retira un poco y oigo un golpe seco contra la mesilla. Doy un respingo.

—¿Qué es eso?

—Tranquila, es sólo que he partido algo. Dobla las rodillas.

Él me las separa y noto que se coloca entre mis piernas. De repente algo líquido y fresco comienza a chorrearme por la entrepierna, y después la lengua de Henry roza mi clítoris. Sigo sintiendo el líquido cayendo por mi sexo. Y su frescor, junto con la calidez de la boca de Henry y sus movimientos expertos, me proporcionan un placer indescriptible. No puedo parar de gemir. Le agarro del pelo y le acaricio sus suaves rizos. Siento la llegada del orgasmo pero no estoy preparada para su intensidad, que me toma por sorpresa y me hace gritar su nombre con toda la fuerza de mis pulmones.

Se acerca a mi oído de nuevo y me susurra.

—Ête-vous prêt pour le dernier jeu, mademoiselle? [2]

El tono sensual de su voz no hace más que aumentar mi deseo por él y a pesar de que estoy agotada, quiero continuar hasta el final.

—Oui, Monsieur...

—Siéntate en el borde de la cama.

Oigo otro golpe seco mientras lo hago. Está partiendo otra fruta, me pregunto cuál sería la anterior. Noto algo suave y mojado que me roza los labios.

—Abre la boca, Hel...

Me invade algo suave, grande, con sabor dulce...y al recorrerlo con mi lengua y escuchar su gemido, me doy cuenta de que es su pene. Comienzo a lamerlo y a meterlo en mi boca cada vez más profundamente, el líquido se sigue derramando sobre él mientras lo hago. Es dulce, muy dulce, me encanta su sabor...le agarro del trasero y le animo a ir más rápido.

—Dios, Helena...

Me quito el pañuelo porque ya no puedo soportar más la agonía de no ver su cara disfrutando del momento. En la mano sostiene un mango que aprieta con la fuerza del deseo que le corre por las venas. Todo su cuerpo está tenso y su mirada es tan intensa que me deja sin aliento.

—Ya basta, terminemos con esto.

Tira la fruta al suelo, me levanta de la cama, me coge en brazos y me penetra con fuerza. Busca el apoyo de la pared y sigue embistiéndome. Me sujeta las manos por encima de la cabeza y me hace estirar los brazos. Gracias a todos estos meses de entrenamiento puedo aguantar en esta postura, porque es la más sensual y erótica que he hecho hasta ahora.

—Helena, te deseo. Te deseo con locura, tú me haces ser yo. Siempre.

Me suelto de sus manos y le abrazo con fuerza.

—No pares amor mío, yo también te deseo...cada segundo del día...

Henry aumenta el ritmo y ya no puedo más, el tercer orgasmo llega y arrasa como un ciclón todo mi ser. Escucho a Henry gritar mi nombre y nos derrumbamos los dos en el suelo exhaustos.

Estoy tomando el sol tumbada en una hamaca mientras Henry nada alrededor de nuestra pequeña cabaña. Llevo tres días aquí y siento que me podría quedar toda la vida. Nuestro pequeño paraíso... De pronto mi mente me juega una mala pasada y veo a una niña de 7 años a mi lado, sola, abandonada...grita llamando a su padre, pero nadie la escucha, sólo yo...

—¡Helena! ¡Ven al agua conmigo, cariño!

Abro los ojos. Como siempre Henry me despierta de mis pesadillas. Me mira preocupado al ver mi gesto.

—¿Pasa algo, Hel?

—¡No, no pasa nada! ¡Ya voy!

—¡Coge las gafas de buceo!

El agua es cristalina y puedo ver el fondo, pero verlo con las gafas de buceo es una maravilla. Peces de mil colores pasan a nuestro lado una y otra vez. Henry me agarra de la mano y buceamos juntos. Me acerca a él e intenta besarme mientras estamos sumergidos, pero sólo conseguimos tragar agua y salir a la superficie riéndonos. Vuelve a besarme fuera y sus labios saben salados, saben a mar...me desabrocha la parte de arriba del bikini y la lanza a la plataforma de madera. Después, ante mi mirada de asombro se quita el bañador y repite la operación.

—¿Pero qué haces?

—Ese bikini tuyo me está volviendo loco. Llevo media hora nadando y dando vueltas para calmarme un poco pero es inútil, solo puedo verte ahí tumbada en la hamaca, provocándome. Voy a hacerte el amor, aquí y ahora.

—¿Provocándote? Yo no estoy haciendo nada de eso.

Frunzo el ceño.

—¿Por qué te has puesto ese bikini blanco si no es con ese fin?

Me mira alzando una ceja.

—Yo me lo compré para este viaje porque me gustó, no para provocarte. Además nos van a ver...

—Helena, ¿crees qué me importa que nos vean?

Acerca sus labios a los míos.

—A mi sí.

Le empujo para que se aparte y pone cara de asombro.

—¿Por qué? ¿Tan malo es hacer el amor conmigo?

—Henry no le des la vuelta a la tortilla...

Se echa a reír y se acerca a mí. Yo nado hacia atrás en un intento por alejarme de él.

—¿De verdad piensas que vas a poder escapar de mi? Recuerda que fui campeón...

—De natación en la universidad, lo sé... ¡pero tengo que intentarlo!

Echo a nadar rápidamente en dirección a la plataforma. Es inútil, dos brazadas y ya me ha agarrado del tobillo.

—Ven aquí mi sirena, yo te haré olvidar la gente de alrededor...

Se pega a mi cuerpo y noto su dureza en mi vientre. No puedo resistirme y me enredo en su cintura. Henry se agarra a la plataforma con las dos manos y yo me engancho en su cuello. Comienza su vaivén al ritmo de las olas. Yo le saboreo la piel salada mientras me llena con su deseo. Tengo uno de los orgasmos más maravillosos de mi vida rodeada de agua y de peces tropicales.

—Tengo una sorpresa para ti esta noche...

—¿Más sorpresas? Henry yo no sé cómo agradecerte todo esto...

—Ssshhh...

—Pero...

Me pone un dedo en los labios.

—Tenerte es el mejor regalo que podría desear. Además te prometí que cumpliría tus sueños, como tú cumples los míos.

Mis ojos brillan de amor por este hombre, no me puedo creer que sea tan feliz...

Henry me dice que me espera en la playa mientras termino de arreglarme. No puedo evitar el dolor de estómago de los nervios que tengo...Me pongo un vestido rojo y blanco largo, con mucho escote y con una raja en un lado que deja mi pierna al aire cuando camino por la playa. Voy descalza a petición de Henry, es muy agradable sentir la arena suave en la planta de los pies y tampoco tendría mucho sentido ponerse tacones.

Me quedo boquiabierta cuando veo el sendero de pequeñas pirámides de fuego que hay a lo largo de la orilla. Y mi boca se abre más aún cuando veo a Henry que me espera de pie al lado de una mesa, vestido con una camisa y unos pantalones de lino blanco. Dios mío... ¿cómo puede ser tan guapo?

La mesa es preciosa, adornada con flores y con una botella de vino rosado que, conociéndole como le conozco, seguro que es el más caro de la carta. Llego hasta él y me abraza, mete su nariz entre mi pelo e inspira fuerte.

—Estás preciosa, y hueles tan bien...

Una lágrima se me escapa y cae rodando por mi mejilla. Henry la atrapa con su dedo pulgar y me mira preocupado.

—¿Por qué lloras, pequeña?

—Porque soy muy feliz...no quiero que esto acabe nunca.

Me acaricia la mejilla.

—¿Y por qué iba a acabarse? No seas tonta. Venga vamos a disfrutar de la cena, y después disfrutaremos el uno del otro...

Me guiña un ojo y yo no puedo evitar morderme el labio pensando en lo que vendrá después.

Nos sirven la cena y nos dejan solos en la playa.

—¿Estamos solos de verdad?

—Si cariño, la cena romántica consiste en eso. Nadie puede pisar esta playa en lo que estemos nosotros cenando.

—¿Y después...?

Le miro con los ojos cargados de deseo.

—Pues se puede arreglar para que nos dejen un rato más, pero si sigues mirándome así no va a hacer falta un después, porque te lo hago ahora mismo encima de la mesa.

Y como sé que es capaz, bajo la mirada, no quiero ser la responsable de un escándalo en el hotel.

Después de cenar Henry consigue otra hora en la playa sin que nos molesten y pide una toalla al camarero. La extiende sobre la arena y se sienta en ella. Me tiende la mano para que me acerque y me sienta entre sus piernas. Estoy de cara al mar y al atardecer más bonito que han visto mis ojos, y rodeada por los brazos del hombre más maravilloso del mundo. ¿Qué más puedo pedir? Y cómo si hubiera leído mi mente, comienza a sonar una música... ¿De dónde sale? No veo ningún altavoz, sin embargo la música parece salir de todos los lados y de ninguno a la vez. Pero no es una música cualquiera, con los primeros acordes cierro los ojos, y recuerdo todas las veces que Henry me dice que soy su diamante en el cielo. A nuestro alrededor suena “Diamonds in the sky”.

Henry me retira el pelo del cuello y sus labios se posan suaves sobre él. Sus manos ascienden por mi brazo hasta los tirantes de mi vestido y los baja despacio, dejando mis pechos desnudos al aire. Me los acaricia, juega con mis pezones, me muerde el cuello. Noto su erección que presiona mi trasero. Yo me giro un poco para tener acceso a sus labios y le beso. Coloca su mano izquierda en mi rodilla y va subiendo por mi muslo...sube más...y más...mi pulso se acelera...

—Helena, ¿no llevas ropa interior?

—Yo también quería darte una sorpresa...

Y cuando quiero darme cuenta estoy tumbada en la toalla y lo tengo sobre mí.

—Vas a volverme loco un día de estos. Pero me encantan tus sorpresas.

Roza su nariz con la mía y me da besos suaves por la cara.

—Y ahora voy a hacértelo despacio, muy despacio...no quiero montar un numerito en la playa.

Me guiña un ojo y se ríe.

Se desabrocha los pantalones y me sube el vestido hasta la cintura.

—¿Estás lista?

—Siempre estoy lista para ti.

—Lo digo en serio Hel, no quiero hacerte daño.

—Henry estoy tan cachonda o más que tú...sólo con oír tu voz...

—¡¿Me estás diciendo que mi voz te pone cachonda?!

—Sí, tienes ese tono tan sensual y grave...y esos gestos que haces al hablar...no sé es un conjunto de muchas cosas.

Veo que se está mordiendo el labio, ese gesto suyo para aguantarse la risa.

—¿Y se puede saber por qué estamos perdiendo el tiempo con esta conversación sobre si tu voz me pone o no cachonda, cuando deberíamos estar haciendo el amor en esta playa tan maravillosa?

—Señora Shelton, por una vez tiene usted razón.

Se echa a reír.

—¡Oh, calla! Yo siempre tengo razón, señor Shelton.

Le agarro del trasero y empujo para dar por terminada la conversación.

Y me hace el amor despacio, tal y como me ha prometido. Meciéndose con el sonido de las olas, sus besos tiernos sobre mi boca. Susurrándome palabras de amor al oído, estremeciéndome con sus suaves caricias. Quiero que el tiempo se detenga en esta playa, que este momento no se acabe nunca, que nos rodee una burbuja y nos quedemos aquí, en nuestro pequeño paraíso. Llega el orgasmo y es dulce, como el rato que hemos compartido. A veces también viene bien un poco de vainilla...

Estamos tumbados en la toalla, Henry me estrecha contra su cuerpo. Me cuenta el nuevo proyecto que quiere emprender, a pesar de que prometimos no hablar de trabajo en este viaje. Pero le veo tan relajado, tan sereno y tan entusiasmado que le dejo que continúe.

—Hace 15 días iba paseando por la Cuarta y vi una librería que tenía colgado el cartel de “Se traspasa”, en ese momento me llamaste tú...

—¿Y...?

—¡Helena, eso es una señal del destino para que la compre!

Me lo dice como si fuera lo más normal del mundo comprar los locales en venta que se te crucen cuando tu novia te llama por teléfono.

—Estás de coña, ¿no?

—No, no estoy de coña.

Se incorpora apoyándose en el codo para mirarme con cara de el loco no soy yo, eres tú que no me entiendes.

—Pero Henry, ¿cómo vas a comprar una librería sólo porque yo te llamara cuando pasabas por allí?

En sus ojos se refleja la decepción y la sorpresa. Creo que he metido la pata. Le cojo de la mano.

—Lo siento cariño, no he querido que sonara así. Es solo que me parecería una buena idea si de veras te hace ilusión tener una librería, no sólo porque hablaras conmigo justo en ese momento. Sigo metiendo la pata, ¿verdad?

—No, quizá tengas razón y solo haya sido una tontería...

Gira la cabeza y mira hacia la playa, pero en realidad, no ve nada de eso.

—Ya me había imaginado cómo reformarla, sin alterar su aspecto de librería antigua...conservando los suelos de madera y las estanterías. Como la librería a la que me solía llevar mi padre cuando era pequeño. Lo que más me gustaba cuando entraba era esa mezcla de olores, el olor de libro nuevo mezclado con el de libro viejo. Me quedaba parado un momento en la puerta respirando hondo y luego me perdía entre las estanterías durante horas para descubrir aventuras nuevas...

Sus ojos comienzan a brillar de manera especial mientras habla. Henry casi nunca habla de sus padres si no es para recordar algún momento especial de su pasado. Murieron en un accidente de tráfico cuando él tenía 12 años, y se encontró solo y perdido desde ese momento. Hablar de ellos hace que me dé cuenta que, el abrir la librería, realmente significa algo importante.

—Cariño...lo siento. Me parece bien que la compres.

—¿Qué? Si me acabas de decir prácticamente que es una locura mía.

—Ya, pero me he equivocado. Sé que quieres tenerla, estoy segura de que es uno de tus sueños, aunque nunca me lo hayas contado. Y yo seré feliz de verte feliz.

Le sonrío.

—Gracias Helena, significa mucho para mí compartir esto contigo.

Me da un beso suave en los labios.

—Para mí también significa mucho que lo quieras compartir conmigo.

—¿Me ayudarás a reformarla? Quiero que esté al gusto de los dos.

Y ver su cara de felicidad, sus ojos brillando de esa manera, me hacen darme cuenta también que jamás podré querer a otro hombre como le quiero a él.

—¡Claro! Eso está hecho.

Y me estrecha entre sus brazos y me besa con todo el amor que lleva en su corazón. A veces es tan fácil hacerle feliz...otras veces, sin embargo, se me da muy bien arruinar los momentos...

El quinto día vamos hasta Tahití para hacer unas compras en Papeete, la capital. Tiene un mercado donde puedes encontrar joyas, artesanía, ropa y por supuesto las típicas perlas del Pacífico, a las que yo no me resisto. También compro un collar para mi madre y una pulsera para Nat.

* * *

Al día siguiente Henry ha reservado una excursión en quad por Moorea, así que volvemos a Tahití para coger un ferry que nos traslada a la isla. A última hora me arrepiento y decido no montar yo sola el quad y monto detrás de Henry, así puedo disfrutar del paisaje. Bosques tupidos de castaños tahitianos mezclados con amplios valles cultivados con piñas y palmeras.

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