Helena

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Helena

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—Ahora vamos a subir al mirador de Belvedere, me han dicho que hay unas vistas alucinantes.

Alucinante no es la palabra...los picos de la isla convergen en una laguna ofreciendo un paisaje que me deja sin aliento.

—Nena si esto te parece alucinante, espérate a bucear en los atolones de las Tuamotu.

—¿Vamos a ir a bucear?

—¿Estás de broma? ¿Venir aquí y no bucear en uno de los sitios más maravillosos del mundo?

Por la tarde cogemos una pequeña embarcación que nos lleva a uno de los atolones de Tuamotu. Estos, junto con los de Maupiti y Tetiaroa forman una enorme laguna central, encerrada por un gran arrecife de coral, donde se practica el submarinismo. Nos ponemos el traje de neopreno y doy gracias al curso de inmersión que me obligó a hacer Henry en Nueva York, ahora me doy cuenta de por qué insistió tanto en hacerlo y sonrío.

—¿De qué te ríes?

—Curso de submarinismo en Manhattan...

—Ya te dije que uno nunca sabe cuándo le va a hacer falta.

Se echa a reír.

Me sumerjo con Henry y mis ojos se abren asombrados ante el universo de increíbles y hermosos colores...los naranjas, los azules y los rojos de los corales mezclados con los colores de los peces de la laguna, destellos de brillantes luces de neón...amarillos dorados, resplandecientes carmesíes, relucientes azules zafiro, violetas intensos... Rayas, tiburones, esponjas, ostras, conchas... La sincronía de los bancos de peces marcando una coreografía perfecta mientras se lanzan como flechas entre los crestones de coral...Henry me mira y veo que me guiña un ojo a través de sus gafas de buceo. Yo ladeo la cabeza y junto mis manos formando un corazón. Durante una hora disfrutamos del maravilloso espectáculo que nos ofrecen las aguas del pacífico.

* * *

De vuelta en el hotel, estoy exhausta. Ha sido un día muy intenso y estoy agotada no solo física, sino emocionalmente. Al pensar en la felicidad que Henry me aporta y en las molestias que se toma por hacer realidad mis sueños, mis miedos comienzan a aflorar... ¿Y si me deja? ¿Y si me abandona como hizo mi padre? Me destrozará, me hará pedazos y no quedará nada... Me siento en la cama y me presiono las sienes. Cuando esto pasa siempre se me pone dolor de cabeza.

—Helena, no arruines las vacaciones. Él no se lo merece.

—Lo sé, y eso es lo que más me duele. Cuanto quisiera poder confiar en él...

—Helena cariño, ¿qué te pasa?

Abro los ojos y Henry está agachado frente a mí. Le cojo la cara entre las manos y le doy un beso.

—No me pasa nada, mi amor. Solo me duele un poco la cabeza y estoy cansada. El día de hoy ha sido maravilloso pero nos hemos dado una buena paliza.

Le sonrío.

—Lo sé, nena. Te prometo una sesión de Spa para mañana, así nos relajamos y descansamos de estos dos días. Mientras tanto voy a preparar un baño para los dos, ¿qué te parece?

Me guiña un ojo.

—¡Me encantaría!

Me levanto pero me agarra por los hombros y me vuelve a sentar.

—No, quédate aquí. Yo me ocupo.

Y desaparece por la puerta del baño. Oigo el grifo de la bañera, me tumbo en la cama y cierro los ojos...

—¡Helena!

Me sobresalto.

—¡¿Qué?!

—¿Te has quedado dormida?

—¡No! Digo...si. Creo que un poco...

—Estabas roncando.

—¡Yo no ronco, capullo!

Le lanzo un cojín que esquiva mientras se muere de la risa.

—Vamos anda, la bañera está lista.

La ha llenado de flores frangipani y el aroma que desprenden con el agua caliente es una delicia. Henry me desnuda lentamente mientras yo hago lo mismo con él. Se mete en la bañera y yo me coloco entre sus piernas y me recuesto en su pecho. Me coloca una flor en el pelo y a continuación alarga un brazo y coge un frasco de la estantería pero no veo lo que es. Siento como sus manos comienzan a masajearme los hombros y reconozco el olor, es aceite de monoi. Me masajea los músculos doloridos y después mete los dedos entre mi pelo y me masajea el cuero cabelludo también, siento como el dolor de cabeza va desapareciendo...

—Mmmmm cariño...te tendría todo el día haciéndome esto...

—¿Solo esto...?

Sus manos se deslizan por mi cuello y me agarra los pechos. Me los aprieta y continúa bajando hasta mi sexo. Sus caricias me están poniendo a mil y noto que él también está duro y listo. Muevo las caderas mientras presiono mi trasero contra su erección para provocarle.

—Helena para o vas a hacer que me corra...

—¡Ah, no! Eso sí que no. Tus orgasmos son de mi propiedad y los quiero sentir todos en mi interior.

Me incorporo en la bañera y me doy la vuelta.

—Eres preciosa...

Me agarra por la cintura y me atrae hacia él. Sus manos recorren mis piernas de arriba abajo mientras me mira con pasión. Acerca su boca y comienza a jugar con mi clítoris. Lame, succiona, muerde, lame, succiona, muerde...su mano se desliza por la cara interna de mis muslos hasta llegar a la entrada de mi vagina e introduce su dedo pulgar. Va trazando círculos con la lengua y los sincroniza con los que traza con su dedo dentro de mí. Echo la cabeza hacia atrás y me dejo llevar por el orgasmo...

Me siento encima de Henry con mis piernas alrededor de su cintura. Siento su pene erecto rozándome y me hundo en él. Suspiro cuando lo siento llenándome por completo. Me besa, mordiéndome el labio de abajo con cada embestida. Nuestros cuerpos van pidiendo más. El agua se derrama por los bordes de la bañera pero yo no puedo concentrarme en otra cosa que no sea el placer que Henry y yo estamos sintiendo. Enreda sus manos en mi pelo y junta su frente con la mía.

—No pares nena, voy a correrme...sigue...más fuerte...

El pequeño oleaje de la bañera se convierte en un tsunami cuando aumento el ritmo en busca de su orgasmo y el mío. Nuestros nombres se sincronizan en el grito de los dos y me dejo caer en su pecho cansada.

Me seca con una toalla y me lleva en brazos a la cama, yo no tengo fuerzas apenas para moverme. Y caigo rendida en un sueño de peces, corales y besos de Henry.

Al día siguiente disfrutamos de la sesión de Spa que me prometió. Tratamiento de talasoterapia, masajes aromáticos con monoi, baños de vapor...al final del día estoy tan relajada que solo quiero tumbarme en la cama y dormir, pero mi insaciable y siempre dispuesto novio, me vuelve a regalar una maravillosa sesión de sexo tropical.

Estamos tumbados en la cama, Henry me abraza por detrás. Sus labios rozan mi hombro, provocándome un cosquilleo continuo.

—Como sé que te gustó el otro día la cena privada en la playa, he reservado para mañana un motu.

—Pero Henry...

—Helena, ¿por qué te preocupas tanto por los gastos? Sabes que puedo permitírmelo.

—Sí, pero yo no.

—Tú estás aquí conmigo y yo quiero complacerte todos los caprichos ¿Qué hay de malo en eso? ¿Es qué todavía no te has dado cuenta de lo que significas para mí?

—Pues lo mismo que tú para mi, y yo no puedo corresponderte de la misma manera...

—Ya te he dicho muchas veces que tenerte es el mayor de los regalos, no me hace falta nada más.

—Yo podría decir lo mismo...

—Mira que eres cabezota.

—Vale, vale. Seguiré dejando que me mimes y me cuides hasta que me conviertas en una malcriada, pero luego asuma las consecuencias, señor Shelton...

Le pongo en el pecho un dedo acusador.

—No te preocupes, me haré cargo señora Shelton.

Me agarra del dedo, se lo mete en la boca y lo muerde. Se pone encima de mí, apresándome entre sus piernas y me mata de la risa haciéndome cosquillas.

* * *

Los motus son pequeños islotes desiertos entre las islas más grandes. Sus playas solo son accesibles por barco. Nos acompaña un chef, que es el encargado de preparar el ambiente. Decora una mesa a la sombra de un cocotero y cocina el almuerzo, especialidades francesas y tahitianas junto con una langosta fresca al grill. Mientras, nosotros disfrutamos de una botella de champán a la orilla de la playa. Cuando termina nos avisa de que todo está listo y se marcha para dejarnos la isla a nuestra entera disposición.

Cuando terminamos de comer nos tumbamos debajo de las palmeras y hacemos el amor. Después paseamos por la playa y damos la vuelta a la isla. Nos bañamos desnudos en las aguas cristalinas y hacemos el amor en la orilla, con las olas rompiendo sobre nosotros.

Estamos sentados en una toalla viendo el atardecer. Todo este viaje está resultando un sueño maravilloso, un sueño que estoy a punto de estropear...

—Helena, quería pedirte algo.

Sus ojos me miran con ansiedad y yo me extraño.

—Sí...después de estas vacaciones no te puedo negar nada cariño, así que no me mires con esa cara.

Le sonrío.

—Yo...

Le cuesta decírmelo, ¿por qué?

—Venga Henry, que no creo que sea tan malo.

—Quiero que te vengas a vivir conmigo.

Ahora entiendo su angustia, ya son dos veces las que me he negado a mudarme a su apartamento sin darle ningún tipo de explicación.

Suspiro.

—No.

—Pero Helena, llevamos juntos más de un año. Yo te quiero, tú me quieres. ¿Qué problema hay?

—Henry, no. No hay más que hablar, algún día te lo explicaré para que lo entiendas. Pero este no es el momento.

—¡¿Y se puede saber cuándo coño va a ser el momento?!

Se pone de pie cabreado y comienza a pasearse por delante de mí alzando la voz cada vez más.

—Helena, ¡¿hasta cuándo?! ¡¿Quieres compartir tu vida conmigo pero no quieres que vivamos juntos?! ¡¿Va a ser toda la vida así?! ¡¿Cada uno en su casa?!

—Henry no, dame tiempo. Y por favor no grites...

—¡¿Qué no grite?! ¡¿Helena te puedes hacer una puta idea de cómo me siento cada vez que me rechazas?!

—Lo sé, pero...

Rompo a llorar, nunca le había visto tan furioso.

—¡¿Pero qué, Helena?!

Lágrimas de rabia le empiezan a rodar por las mejillas.

—Te doy todo, creo que te demuestro lo mucho que te quiero, aunque no te lo diga muy a menudo, ¿qué más quieres? ¿Me vas a decir de una puñetera vez qué más tengo que hacer?

—No eres tú Henry, soy yo...tengo un problema...

Se agacha a mi lado y me coge la cara entre sus manos.

—Helena, cuéntamelo por favor. ¿Qué es lo que te pasa para que no quieras venir a vivir conmigo?

—Ahora no puedo contártelo Henry, más adelante a lo mejor...

Se pone de pie otra vez y me tiende la mano, pero su mirada es fría como el hielo.

—Vámonos.

—Henry, por favor. Todavía tenemos una hora para disfrutar de esto, no lo estropeemos...

—Esto ya está más que estropeado, vámonos Helena.

Los tres días que nos quedan se los pasa ignorándome y sin dirigirme apenas la palabra. Por las mañanas se levanta muy pronto y cuando me despierto ya no está. Vuelve a la hora de comer y come mecánicamente, sin mirarme siquiera. Cualquier intento de conversación por mi parte termina con Henry levantándose de la mesa sin haberse terminado el plato, así que decido no abrir la boca. Por las tardes desaparece y yo las paso angustiada sin saber dónde está. No cena conmigo. Llega tarde y se acuesta en el sofá. Sé que me oye llorar, pero aún así su actitud no cambia. ¿Esto es el final?

—Helena deberías contárselo ya, ¿no crees? Lleváis saliendo más de un año, creo que te ha dado la suficiente confianza para que le cuentes lo que te pasa. Esta vez no quieras llevar la razón porque no la tienes, y yo no te la voy a dar.

—Lo sé. Pero yo no quería estropear nuestras vacaciones contándole mis mierdas del pasado. No es el momento...

—Siempre buscas una excusa Helena y al final le vas a perder. Si es que no le has perdido ya...

El último día por la mañana se queda buceando cerca de la cabaña. Yo me tumbo en la hamaca y le observo. Pasa un rato hasta que se da cuenta de que le miro, entonces sale del agua se seca con una toalla y se mete para adentro. Y tengo que tragarme las lágrimas porque no quiero que me oiga llorar más.

* * *

Por la tarde me acerco a la playa donde cenamos solos para pasear y disfrutar del paisaje una última vez. Camino un buen rato y decido volver por el complejo y de paso tomarme algo en el bar. Pero llego a la entrada y me quedo clavada en el sitio. En la barra del bar está Henry...junto con una morena explosiva que ríe sin parar. La rabia asciende por mi pecho y me abrasa la garganta, quiero gritar pero no me sale la voz. Aprieto tanto mis puños que tengo los nudillos blancos. Las lágrimas me nublan la vista. Entonces se gira y me ve. Su sonrisa va despareciendo a medida que sus ojos se abren por la sorpresa. Se levanta del taburete y tiende una mano hacia mí.

—Helena...espera...

No quiero oír ni ver más. Me doy la vuelta y salgo corriendo como alma que lleva el diablo. Le oigo gritar mi nombre mientras corre detrás de mí pero yo no me paro. Sigo corriendo con todas mis fuerzas, a la vez que las lágrimas corren por mis mejillas, y consigo llegar a nuestra cabaña sin que me alcance.

Caigo de rodillas al suelo por el esfuerzo de la carrera y porque las piernas me tiemblan por lo que acabo de ver. Le oigo entrar con la respiración agitada.

—Helena, escucha...no quiero que pienses cosas raras sobre lo que has visto, déjame que te explique.

Una oleada de furia empieza a crecer en mí y me da fuerza para levantarme.

—¡¿Qué me expliques el qué, Henry?! Llevas tres días ignorándome y yéndote vete tú a saber dónde. ¡¿Qué me vas a explicar ahora, eh?! ¡¿Que no es lo que parece?! ¡¿Qué ella estaba allí por casualidad y es la primera vez que la ves en tu vida?! ¡¡Ahórratelo por qué no me lo creo!!

—Helena, me creas o no es así. Yo no he hecho nada de lo que luego pueda arrepentirme. Si no me crees es tu problema.

Se da media vuelta para irse. Y con toda la rabia que llevo dentro grito algo que no siento.

—¡¡Eso es!! ¡¡Vuelve con ella!! ¡Ya me he dado cuenta de que te importo una...!

—Ni se te ocurra decir eso...

Aprieta las manos en un puño y se gira. Su mirada me deja sin respiración, es dura y afilada como un cuchillo. Si no estuviera tan cabreada me daría miedo. Le sostengo la mirada pero al final consigue que me eche a llorar, él hace un gesto negativo con la cabeza y sale por la puerta.

Vuelve a las cuatro de la mañana y sé que viene bebido porque le siento tambalearse hasta que llega al sofá. Después siento que hace un ruido extraño... Dios mío, ¿está llorando?

—Henry... ¿estás bien?

No sé si me ha oído porque lo he dicho muy bajito. El ruido cesa y después de lo que parece una eternidad me contesta.

—Sí, estoy bien. Duérmete, Helena.

Pero no puedo dormirme, mi cabeza no deja de dar vueltas pensando en qué habrá estado haciendo todas estas horas y todos estos días. ¿Me habrá dicho la verdad? ¿Podré confiar en él? ¿O se habrá estado tirando a la morena sensual estos tres días en lo que yo me moría de preocupación por él?

Siento su respiración acompasada y sé que se ha dormido. Tengo que levantarme a comprobar algo o sino no podré dormir en lo que queda de noche, y necesito estar descansada para el largo viaje que me espera mañana.

Voy hasta el sofá despacio, intentando no hacer ruido, aunque la madera no ayuda. Menos mal que Henry tiene el sueño profundo. Le miro. En sus mejillas tiene restos de lágrimas secas, entonces sí que estaba llorando...pero nada más. Nada de carmín, ni restos de maquillaje. Nada de perfume de mujer en su camisa. Sólo el suyo propio mezclado con el alcohol que ha bebido. Nada más. Quiero respirar de alivio pero mi mente desconfiada me sigue diciendo que eso no significa nada.

—Helena, no hagas caso. Confía en él. Tienes que hacerlo o le vas a perder.

—Pero, ¿y si es verdad? ¿Y si todos estos días ha estado con ella?

—Helena míralo, ¿le ves capaz de engañarte después de todo lo que hace por ti?

—No...

Y de repente quiero besarle, mi cuerpo le anhela con locura. Le necesito como el aire que respiro. Mis labios rozan los suyos. Le recorro con la punta de la lengua el labio superior a la espera de que me permita entrar. Su boca no tarda en responder y suelta un gemido que yo aprovecho para profundizar mi beso. Le beso lentamente, deleitándome con su sabor a ron.

—Helena...

Dice mi nombre en sueños y yo quiero llorar, porque me doy cuenta de que mi conciencia tiene razón, para él no existe más mujer que yo. De repente abre los ojos y me mira aturdido. Después me empuja suavemente y me separa de él. ¡No! Quiero gritarle que no, que no me aparte, que quiero continuar besándole y que quiero que me haga el amor, que lo necesito, que no puedo vivir sin él...pero sus palabras me caen como un jarro de agua fría...

—Vete a la cama ahora mismo. Y no quiero que vuelvas a besarme, ¿entendido?

Asiento con la cabeza y hago lo que me dice sin rechistar. Ahora sé que es inútil intentar discutir en esta partida que ya tengo perdida. Cómo inevitablemente creo que lo he perdido a él también.

Por la mañana hacemos las maletas y no menciona nada del día anterior, ni de lo que ocurrió por la noche. Pero en recepción me llevo un chasco tremendo. La morena explosiva está allí...colgada del brazo de un moreno casi tan explosivo como ella. Se acercan a nosotros.

—Henry, me alegro de habernos visto después de tanto tiempo.

—Yo también, Eric.

—Y esta chica preciosa debe ser Helena.

—Sí.

Henry contesta sin mirarme.

—Encantado Helena, yo soy Eric. Y esta es mi mujer María.

¿Su mujer...? ¡Tierra trágame!

—Hola Eric. María...

Les estrecho la mano a los dos mientras me voy sintiendo cada vez peor.

—Espero no haberte causado muchos problemas, Helena. Eric y Henry entrenaban juntos en el mismo gimnasio hace años.

María se excusa.

—¿Problemas?

Eric me mira extrañado y yo no sé qué decir.

—Nada importante, Eric. Tenemos que irnos ya. Saluda a tu familia de mi parte, ¿ok?

Eric asiente y Henry me agarra del brazo para que me mueva.

En el avión sigue con su actitud distante, mira por la ventanilla para evitar mirarme a mí.

—Henry, perdóname. Yo...he metido la pata.

—¿No me digas?

Su voz es tensa y veo que aprieta la mandíbula. Acerco mi mano a la suya y le acaricio, él la retira. Un dolor me golpea en el pecho y por la boca me sale un gemido que no he podido evitar. Sigue sin mirarme. Entonces me doy cuenta de que le he perdido. Me giro en mi asiento y me tapo con la manta, cierro los ojos y me quedo dormida.

* * *

—Helena, despierta. Vamos a aterrizar.

Me desperezo y pienso que todo ha sido una pesadilla. Un suspiro de alivio se escapa de mi boca, me giro hacia él.

—¿Sabes he tenido un sueño que...?

Me mira y no me salen más palabras, porque su mirada de hielo me demuestra que no ha sido un sueño. Estamos aterrizando en el JFK y no en Tahití.

—Creo que es mejor que cojamos taxis diferentes.

—No, vendrás en el mío.

—Henry, prefiero ir sola.

—Me da igual lo que prefieras, vienes en el mismo que yo.

—Llegados a este punto creo que me importan una mierda tus órdenes.

Me agarra del brazo y yo me suelto cabreada.

—¡Suéltame!

—¿Quieres montar un numerito aquí, en el aeropuerto?

Su voz suena a amenaza y sé de lo que es capaz, así que me rindo y me subo a su maldito taxi.

Me ayuda a bajar las maletas y a subirlas hasta la puerta de casa. Me niego a que esto sea un adiós para siempre. El dolor en el pecho aumenta por momentos y comienzo a hiperventilar.

—Henry, por favor...

—Cuando aprendas a comportarte como una mujer y a confiar en mí, me llamas. Mientras tanto olvídame.

Se mete en el ascensor. Me mira mientras las puertas se cierran y las lágrimas caen rodando por mis mejillas.

Entro en casa y dejo las maletas tiradas en el pasillo. Me derrumbo en la cama llorando como una histérica, los sollozos me ahogan y me pongo a gritar para evitar que la angustia me asfixie. Corro a la ventana para ver si todavía sigue ahí, pero el taxi ya se ha ido. Vuelvo a gritar y me dejo caer en el suelo de rodillas. Grito su nombre, una vez...dos...tres...llaman a la puerta. Algún vecino asustado, seguro. No hago caso. Vuelven a llamar con insistencia, ¿es que no se dan cuenta de que no quiero abrir? Los golpes van ganando en fuerza. Al final voy a tener que abrir o quienquiera que sea me va a echar la puerta abajo.

—¡Ya voy!

Me levanto a duras penas y abro sin mirar por la mirilla, me da igual quién sea, la bronca se la va a llevar de todos modos por aporrearme la puerta.

—¡¿Quién coño...?!

Las palabras se me atascan en la garganta.

—Lo siento, amor mío. Lo siento, lo siento...

Henry me abraza con fuerza y yo me dejo caer en sus brazos.

—Oh, dios mío...creía que te había perdido.

Le abrazo con fuerza como si fuera un sueño al que aferrarme para no despertarme nunca.

—No me vas a perder nunca, siento haberme comportado así estos días, de verdad que lo siento...

—Yo soy la que tiene que disculparse. No debí haber dudado de ti. Lo siento Henry, siento haber arruinado nuestras vacaciones.

—No has arruinado nada, para mí han sido las mejores vacaciones que he tenido nunca. Y respecto a lo de vivir juntos, bueno, tómate el tiempo que necesites Helena, yo siempre estaré contigo...

Las lágrimas ruedan por mis mejillas silenciosas mientras sujeto el sobre y la tarjeta con mis manos temblorosas.

Este vale es canjeable por el viaje de tus sueños...para la chica de los míos. Te amo,

Henry.

La tarjeta es un collage hecho por Henry donde salimos nosotros dos y una imagen de Bora Bora de fondo. Dentro del sobre también están los billetes de avión y una foto que me hizo Henry comprando en el mercado de Papeete. Me llevo las manos al corazón y aprieto esos recuerdos contra mi pecho. Rompo a llorar con todas mis ganas.

Suena el interfono y me sobresalto. Oh, dios mío... ¡Alex! La comida...

Le abro abajo y me voy corriendo al baño a intentar arreglar el desastre que soy en estos momentos. Me lavo la cara con agua fría y me hecho colirio en los ojos. Me recojo el pelo en una coleta y ensayo una sonrisa creíble en el espejo.

Abro la puerta y me doy de bruces con un ramo de rosas rojas precioso. Me quedo sin habla y solo tengo ganas de llorar, sintiéndome culpable por los recuerdos en los que ha estado mi mente ocupada toda la mañana.

—¡Hola preciosa!

Alex me planta un beso en los labios.

—¡Hola vikingo!

—¿Qué tal la mañana?

Está de muy buen humor y yo no quiero arruinar el momento.

—Bien, he intentado cocinar algo para comer pero para lo que tenía en mente me faltan ingredientes, así que al final no he hecho nada. Gracias por el ramo de flores, es precioso Alex...

—Si quieres pedimos algo para que nos lo traigan a casa y después de comer vamos al cine, ¿te parece bien? Y no me des las gracias, te mereces esto y más.

—Pues me parece un plan maravilloso.

—¡Bien! Voy a poner las flores en agua.

Se dirige a la cocina.

—¡Hay un jarrón en el armario...!

De repente me quedo sin habla. Corro hacia cocina pero llego tarde. Alex tiene el sobre y la tarjeta de Henry en la mano.

—Así que no tenías ingredientes...

Aunque intenta disimularlo veo el dolor en sus ojos.

—Alex lo siento...yo no sabía que tenía eso ahí...

—Helena, no te preocupes, ¿ok? ¿Tú estás bien?

—Pues no estaba muy bien, pero tú me has alegrado el día.

Me acerco y le beso. Alex tira el ramo de flores al suelo y me coge en brazos.

—¡Alex, las rosas!

—No importa, te compraré otras. Llevo toda la mañana distraído haciéndote el amor en mi mente, ahora quiero hacértelo con mi cuerpo.

—Pero la comida...

—Yo sólo tengo hambre de ti... ¿tú no?

Le doy mi respuesta con un beso.

Nos desnudamos a toda prisa mientras nuestros labios no dejan de besar, morder, tirar...Le empujo y cae de espaldas en la cama. Me pongo encima de él y con un movimiento rápido me coloca debajo de él.

—No, no, no, Señorita Impaciente. ¿De verdad crees que vas a llevar tú siempre la voz cantante?

—Está bien, hoy estoy a su merced Señor Engreído. Pero no te acostumbres...

Le doy un mordisco en los labios.

—¡Oye! Eso se merece un castigo... ¡manos arriba!

Subo los brazos y me agarra de las muñecas con fuerza.

—Ni se te ocurra moverte.

—A sus órdenes...

Me abre las piernas y me roza con su pene suavemente...arriba, abajo, arriba, abajo...sigue así durante un rato y noto la humedad y el calor que ascienden por mi cuerpo. Alzo las caderas inconscientemente en un intento de que me penetre por fin.

—Quieta fiera. Recuerda que estás a mi merced...

—Oh, vamos Alex, no me hagas sufrir más...

Le hago un mohín y a continuación me embiste con fuerza.

—¿Esto es lo que quieres? Vamos dímelo.

—Sí...fóllame...fuerte.

Y al final, a pesar de que cree que lleva el mando, hace lo que le digo. Me penetra una y otra vez con fuerza. Todo su cuerpo está tenso por el esfuerzo y brillante por el sudor. Me suelta las muñecas y yo le clavo las uñas con fuerza en la espalda cuando nos corremos los dos.

—Estás hecha una leona pequeña.

Alex se mira en el espejo los arañazos.

—Te diría que lo siento, pero mentiría. Solo estaba marcando mi territorio.

Le guiño un ojo y él se ríe.

—El sábado que viene es mi cumpleaños y mi hermana celebra una fiesta todos los años.

Le miro y le sonrío, pero no digo nada.

—Además quiere aprovechar para inaugurar la casa nueva...

Sigo en silencio.

—¿Helena, no vas a decir nada?

—¿Qué quieres que diga?

—No sé...que vienes conmigo o algo. Mi hermana quiere que vengas y...

—¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿Quieres que vaya?

—¿Pero qué clase de pregunta tonta es esa?

Está empezando a enfadarse. Rompo a reír porque ya no puedo más.

—¡Te estaba tomando el pelo, pues claro que voy!

—Mira qué eres bruja...

—No, cariño, es solo que me encanta cuando frunces el ceño...me dan ganas de tirarme encima de ti y follarte durante horas.

—Entonces voy a tener que enfadarme más a menudo...

Frunce el ceño pero al final acabamos los dos muertos de risa.

Sylvia me llama a mitad de semana para preguntarme qué tal el fin de semana con Alex y si voy a ir a la fiesta de cumpleaños.

—Por supuesto que voy a ir, ¿cómo no?

—Claro, ahora ya que sois novios...

—¡No somos novios, Syl!

—Helena...pregúntale a Alex.

—¡¿Te ha dicho que somos novios?!

—No exactamente, pero su manera de hablar de ti es...cómo te diría...de novio.

—¿Y me puedes explicar cómo es esa manera de hablar?

—¡Ay Helena! Si lo sé no te digo nada.

Se echa a reír.

—Es que yo no estoy preparada todavía para empezar algo serio...

—Lo sé. Solo te estaba pinchando un poco, tonta. Helena date tiempo, verás como tus heridas se curan.

—¿Tú crees? Porque hay días que le echo tanto de menos que creo que no voy a superarlo nunca.

—Lo harás Helena y Alex te ayudará con ello.

—El otro día nos encontramos con Henry en el MoMA, Syl, estaba con...Jessica.

—¡¿QUÉ?!

—Sé que no tengo derecho a echarle nada en cara, yo estaba con Alex, pero aún así...

—¿Pero cómo coño se conocen esos dos?

—Ni idea, casi no hablamos. No quería montar una escena.

—Hablaré con Danny a ver si sabe algo.

—¡No! Syl no, por favor. Prefiero empezar a superarlo y olvidarme de él. Tiene derecho a rehacer su vida, igual que lo tengo yo. No digas nada, por favor.

—Ok, mi boca está sellada.

—Gracias Syl. Y ahora te dejo, tengo que comprar un regalo de cumpleaños.

—¿Has pensado algo?

—Uufff no...improvisaré sobre la marcha. ¡Hasta luego!

* * *

Llevo dos horas agobiada en Bloomingdale’s y con las manos vacías todavía. ¿Qué le compro? Por fin una dependienta me ve tan nerviosa que se acerca a mí.

—Señorita, ¿puedo ayudarla en algo?

—Si, por favor. Llevo dos horas dando vueltas intentando encontrar un regalo de cumpleaños para mí...

¡Mierda! ¿Mi qué?

—Para su...

—Mi...bueno, un amigo, y me estoy volviendo loca.

—Ese amigo es... ¿especial?

Me sonríe y yo me echo a reír.

—Para qué me voy a engañar...

Resoplo. Oh, oh...ya van mis nervios a hacer de las suyas...

—Me he acostado más de una vez con él y salimos juntos de vez en cuando así que, podría decir que es mi novio, aunque todavía no hayamos hablado de eso y...

Me corta la charla y cojo aire.

—Tranquila.

Me agarra del brazo y me guiña un ojo.

—Creo que podremos encontrar algo. Mi nombre es Martha.

Al final salgo de Bloomingdale’s una hora después cargada de bolsas, con una pluma Mont Blanc para Alex que me ha costado casi mi sueldo de 6 meses, un vestido para mí, unos zapatos y un conjunto de lencería que, según Martha, será un regalo también para Alex.

* * *

El viernes llega rápido, a pesar de no haber visto a Alex en toda la semana y echarle muchísimo de menos. Pero la última hora de espera, hasta las 8 que suena el interfono, se me hace interminable. Y mi vestido granate no ayuda para estar mucho rato sentada, su tejido de escamas hace que sea un poco incómodo estar en el sofá.

—¡Qué noche me espera! Me lo tenía que haber pensado antes...

—Vamos no seas quejica. Espera a ver la cara del vikingo nena.

Cuando abro la puerta de casa sigo riéndome de mi conciencia. Pero tiene razón, la cara de Alex merece la pena el tener que pasarme toda la noche de pie.

* * *

—Tu hermana sí que sabe montar fiestas, ¡vaya!

—Si mis padres supieran las fiestas que ha montado en casa, la desheredaban...

—¡Vamos Alex, es genial! ¡Admítelo!

—Está bien...Danny es única organizando eventos, lo sé...

La casa es espectacular, moderna y minimalista, donde predominan los blancos y los amarillos suaves, es cálida, como una tarde de verano. El jardín está lleno de farolillos de papel con luces y en el fondo una orquesta toca música suave. Saludo a los que conozco y Alex me presenta a gente nueva, amigos de la universidad que también se mudaron a Nueva York, compañeros de trabajo, amigos de Danny...

De repente mi mirada se cruza con la persona que acaba de entrar por la puerta del jardín y me quedo helada. Alex se da cuenta porque me tiene cogida de la mano e inconscientemente le estoy apretando demasiado.

—Helena, ¿qué...?

No termina la pregunta porque acaba de ver lo mismo que están viendo mis ojos.

Busco a Sylvia con la mirada, si lo ha visto debe de estar tanto o más alucinada que yo. Pero no consigo encontrarla.

Jessica se acerca a nosotros son una sonrisa en los labios de la mano de... ¿Matt? Alguien me tira del brazo y me doy la vuelta.

—¿Dónde estabas?

—Alex disculpa, emergencia de chicas. ¡Helena, vamos al baño por favor!

Sylvia me mira con ojos suplicantes. Alex me suelta la mano y asiente con la cabeza.

—Iré a buscar a Joe, ¿de acuerdo?

—Si, por favor. Gracias, Alex.

Me lleva medio corriendo por el jardín.

—¡Syl, vamos! ¡Más despacio! La gente nos está mirando...

—Pensarán que tengo muchas ganas de ir al baño.

—¿Conmigo a la rastra?

Se para y me mira.

—Tienes razón, y lo peor de todo es que no quiero que Joe se dé cuenta del numerito que estoy montando...

—Alex se hará cargo, no te preocupes. Y si te ha visto salir corriendo puedes decirle que no te aguantabas más y que las chicas tenemos la costumbre de ir acompañadas al baño.

Se echa a reír.

—Gracias, Helena.

Su mirada de gratitud es seria.

—Anda vamos, antes de que te lo hagas encima...

La casa es tan grande que nos cuesta un rato encontrar un baño. Una vez dentro, Syl me abraza y rompe a llorar.

—Helena, ¿no me dijiste que viste a Jessica con Henry?

—Sí, te juro que no entiendo nada...

—Esto no es justo.

—Lo sé, Matt no...

—No, Helena, no lo digo por Matt. No es justo para Joe que esté aquí encerrada llorando por mi ex, cuando él se está portando mucho mejor que ese imbécil en toda nuestra jodida relación.

—No sabes cuánto siento no poder decir lo mismo.

Suspiro.

—¿Por qué?

—Verás, no digo que Alex no se esté portando bien, porque es maravilloso, realmente maravilloso. Pero con Henry era todo como un sueño, mi sueño. Y si Jessica le está engañando no me parece justo para él.

—Helena, voy a darte un consejo, si estás pensando en llamar a Henry para decírselo, no lo hagas. Seguramente piense que te lo estás inventando debido a los celos o algo así. Créeme, es mejor que se entere por él mismo. Estas cosas nunca terminan bien.

—Ya, lo sé. Además a lo mejor estamos hablando por hablar y nos estamos equivocando. ¿Qué tal si salimos ya del baño y disfrutamos de la fiesta?

—Claro.

Me abraza.

—Oye, ¿te he dicho ya que con ese vestido estás espectacular?

—¡Cuándo quieras te lo dejo! Pero te advierto que es pura tortura.

Llaman a la puerta con insistencia.

—¡Ya salimos!

—¡Soy yo, Danny!

Abro la puerta y entra en tromba en el baño.

—Sylvia, dime por favor que Jessica te llamó para contarte el rollo que se trae con Matt y que estáis aquí encerradas porque realmente teníais ganas de venir al baño.

—Pues...no.

—¿No te ha llamado? ¿No teníais ganas? ¿No...qué?

—Cálmate, Danny. ¿Qué es lo que pasa?

Sylvia le acaricia el brazo para que se tranquilice un poco. No entiendo nada.

—Hablé con Jess hace unos días y me prometió que te contaría que andaba con Matt antes de traerlo a la fiesta y que te llevaras esta sorpresa tan desagradable. Y por lo visto no me ha hecho caso.

—Pues no mucho. Pero no te preocupes, Danny. No pasa nada.

—Sí, si pasa. Llego aquí de Los Ángeles dispuesta a retomar mi amistad con ella y me encuentro con que se ha vuelto una zorra de campeonato.

Sylvia se echa a reír a carcajadas.

—Lo siento Danny, no he podido evitarlo. Pero de verdad que no me importa, es mi ex, que haga lo que quiera con él.

—Es que no solo es eso. Por lo visto también anda detrás de su jefe.

—¿De su jefe? ¿De su...? Espera un momento...

Sylvia me mira con los ojos como platos.

—¿Qué os pasa?

—Creo que conozco al jefe...

Veo a Alex solo y pensativo al fondo del jardín.

—Alex...

Le acaricio la espalda y se estremece.

—¿Todo bien, preciosa?

—Sí, es solo que Syl se ha puesto un poco nerviosa al ver a su ex con Jess.

—¿Pero Jessica no estaba el otro día con tu...?

—Sí, la verdad es que no entiendo de qué va todo este rollo. Pero tampoco me importa.

—¿Estás nerviosa tú también?

—Yo nerviosa, ¿por qué?

—No sé, la situación...tu ex, el de Sylvia...Jess es amiga de mi hermana y...

Le pongo un dedo en los labios.

—No sé si van a seguir siendo amigas por mucho tiempo...Pero Alex, no arruinemos tu cumpleaños hablando de mi ex. ¿Quieres que te de mi regalo?

Me sonríe y me pierdo en su sonrisa.

—Por supuesto.

Otra vez vuelve a abrir el papel con delicadeza y yo me pongo nerviosa.

—¿Qué problema tienes con los papeles de regalo?

—¿Qué problema tienes tú? No me gusta romperlos después de lo bien que lo envuelven, eso es todo.

Le pongo los ojos en blanco.

—Helena...no puedo aceptar esto.

—¿Cómo que no puedes aceptarlo? ¿Qué tonterías estás diciendo?

—Esto es muy caro y tú...

—¡Cállate, Alexander!

—Pero...

—He dicho que te calles, ¿entendido? Si te lo he comprado es porque puedo, y si ahora me haces ir a devolverlo después de estar 3 horas en Bloomimgdale’s volviéndome loca, te juro que te mato.

Se echa a reír, me abraza y me besa. Me acerco a su oreja y le susurro.

—Todavía tengo otro regalo...

—¿Otro?

—Sí, pero este es para los dos. Y en privado.

—¿Quieres dármelo también ahora?

—¡No!

Vuelve a reírse.

—Más tarde...vamos a bailar un poco. ¿Qué pensaría la gente si nos fuéramos tan pronto?

—¡A la mierda lo que piense la gente! Me da más miedo mi hermana, seguro que mañana me mataría.

—Pero seguro...yo lo haría.

Me río con él.

—Te quiero, Helena.

Se me seca la boca de repente, eso no me lo esperaba. Pero lo que menos me espero son las palabras que salen de mis labios.

—Yo también te quiero Alex.

—Este es el mejor regalo de la noche, sin duda.

Son las 4 de la mañana y los pies me están matando. Al final me siento y que le den al vestido...

—¿Quieres que te enseñe el resto de la casa?

Alex me pilla desprevenida y me susurra en el oído. Una vez más es mi salvación.

—Si, por favor. No sé si voy a aguantar un segundo más de pie.

—¿Por qué no te sientas?

—Este dichoso vestido no es muy cómodo sentada.

—Pues entonces hay que ponerle remedio a eso pronto, yo te lo quito...

—¡Alex!

Me ruborizo.

—¿Qué? Además, ¿no tenías otro regalo que darme? Creo que el tour por la casa va a empezar por mi habitación...

Y sin dejarme hablar me coge de la mano y me lleva dentro.

Cierra la puerta de su habitación y se acerca despacio. Yo estoy admirando las vistas, la habitación es realmente bonita. Tiene una cristalera enorme enfrente de la cama de matrimonio que da al jardín. Abajo puedo ver a la gente bailando y divirtiéndose. Alex está detrás de mí. Me acaricia los brazos y me da suaves besos en los hombros, hasta que llega al cuello y me da pequeños mordiscos que encienden mi deseo.

—¿No pueden vernos?

—No cariño, los cristales son ahumados por fuera. Nadie puede vernos. Y ahora...veamos ese regalo.

—Ayúdame con la cremallera entonces.

Tira fuerte de ella y me doy la vuelta.

—¡Oye! Resulta que con el papel de regalo te deleitas para no romperlo y me vas a romper un Gucci de...bueno carísimo.

—Preciosa, el papel de regalo no te traía a ti desnuda debajo, sino te aseguro que no habría tenido piedad.

—Eres imposible. ¡Date la vuelta!

Me bajo el vestido con cuidado, si se me rompe, me muero. Lo cojo y lo dejo en una silla. Vuelvo a colocarme detrás de él y le digo que se gire otra vez. ¡Vaya! Martha tenía razón, no me arrepiento de ni un solo dólar que ha gastado en él. Creo que se le ha desencajado la mandíbula.

—Helena, cuando nos conocimos tuve que sujetarte para que no te calleras, creo que esta vez vas a tener que sujetarme tú.

Estallo en carcajadas.

—La próxima vez que vayas a Bloomingdale´s dale las gracias a Martha.

—Ten por seguro que lo haré. Y ahora siento no disfrutar más de la lencería, pero si no me hundo en ti ya, creo que voy a estallar.

Se acerca a mí, me coge la cara entre sus manos y me besa con pasión. Sus manos bajan por mi espalda hasta el cierre del sujetador y me lo desabrocha. Mete sus pulgares por los bordes de mis bragas y me las baja de golpe. Me coge en brazos y se hunde en mí, yo estoy más que dispuesta ya para él. Me lleva a la cama y nos dejamos caer sin separarnos. Alex sigue aumentando el ritmo sin parar, hasta que siento como se derrama dentro de mí.

—Lo siento cariño, pero no podía aguantar más. Llevo toda la semana sin verte y...

—Alex, no tienes que disculparte.

Me deslizo a un lado y le abrazo.

—¿Qué haces?

—¿Cómo?

—Sí, ¿por qué te quitas?

—Pues no sé, para descansar un poco...

—Oh, no... ¿quién te ha dicho que hayamos terminado?

Se coloca otra vez encima de mí y me besa despacio, desliza sus labios por mi cuello, hasta que llega a mis pechos. Me mordisquea los pezones y juega con ellos. Mi respiración se agita por momentos porque sé donde va a terminar esto. Baja por mi estómago hasta mi ombligo, sigue bajando. Me abre las piernas y su lengua comienza a darme placer a la vez que sus dedos me acarician los pechos. Me agarro fuerte a las sábanas y mis gemidos suben de tono. Cuando sus dedos se introducen en mi, los sofoco con la almohada. Siento como el calor se extiende de mi entrepierna al resto de mi cuerpo, siento la llegada del orgasmo y me abandono a él gritando su nombre a coro con alguien más...con alguien más...me incorporo de golpe en la cama. Están llamando a la puerta.

—¡Alex!

—¡Mierda!

Alex se levanta cabreado.

—¡Alex! ¡Soy yo!

—¡¡Sí, ya sé que eres tú jodido demonio, y te juro que voy a matarte ahora mismo por esto!!

Me tapo con las sábanas mientras Alex se pone los pantalones para abrir la puerta.

—¿Se puede saber qué coño quieres, Danielle?

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