Helena

Helena


Danielle

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Danielle

—Pues eso no te importa, ya soy mayorcita.

¡Será posible! Este se piensa que tengo quince años todavía. Al final le atizo con la tabla de trinchar de verdad.

—Alex, deja un poco en paz a tu hermana, anda.

Helena intercede por mí y yo le sonrío con agradecimiento. Y si ya esta noche castigara a mi hermano sin polvo de fin de año, sería mi heroína. Pero por las miradas que se llevan echando toda la noche me da que me voy a quedar con las ganas...

—Bueno, ¿y qué vamos a hacer ahora?

¡Bien! ¡Sylvia quiere guerra! Salimos.

—Irnos a casa, ¿no?

¿Pero qué estás diciendo Joe...? No... ¡quiero salir! Y paso de tener que llamar a la zorra de Jess. Prefiero salir con estos cuatro de sujetavelas que quedar con ella.

—¿Pero qué dices? ¿A casa?

Sylvia se echa a reír y Joe frunce el ceño.

—No me he gastado un pastón en este vestido y me he tirado tres horas en la peluquería para que tú ahora te quieras ir a casa y despeinarme, ya habrá tiempo para eso después.

Helena abre los ojos como platos y veo como se muerde el labio para aguantarse la risa, yo hago lo mismo.

—¿Helena, tú qué dices?

Mira a Helena ignorando el ceño cada vez más fruncido de Joe.

—Yo también quiero salir un rato, y creo que Danielle...

—¡¡Sí, sí!! Por favor, por favor, por favor...

Mi hermano me mira y coge aire.

—Alex, si salimos te perdono lo de esta noche y olvidamos el día de compras.

Le sonrío y le pongo mi mirada suplicante. Fijo que no se resiste. Mira a Joe y encoge los hombros. Miro a Joe y le pongo mi mirada suplicante también.

—Solo un ratito Joe... ¡lo prometo!

—Yo con tal de no ir de compras con ella como si quiere ir a Las Vegas.

—¡Gracias hermanito!

—Venga, vale, pero lo hago por ti Danny.

A Sylvia le cambia la cara de golpe. Pero cuando Joe se vuelve para mirarla, vuelve a sonreír cómo si no hubiera pasado nada.

—¿Vamos en tu coche ahora, gruñón?

—No, iremos cada uno en el nuestro, boca suelta.

Helena se levanta de la mesa y se escabulle a la cocina con la excusa de recoger los platos, yo hago lo mismo. No quiero ver cómo se pelean otra vez.

—Helena, ¿de verdad que no te importa que salgamos?

Se da la vuelta cuando deja el último plato en el lavavajillas y me mira sonriendo.

—¡Claro que no! Yo también me he gastado un pastón en el vestido y quiero lucirlo un rato.

Me guiña un ojo.

—Vaya dos, ¿eh?

Se echa a reír.

—Sylvia necesita una lección y tengo la sensación que Joe se la va a dar justamente hoy. Ese chico tiene la paciencia de un santo con ella.

—¡Pues igual que tú con mi hermano! Muchas veces pienso que debes de quererle mucho para aguantarlo...

Helena abre la boca para decir algo, pero parece que no le salen las palabras. Creo que no he debido decir eso.

—Lo siento, Helena. Yo y mi bocaza...

—No, no. Tienes razón Danny, le quiero. Y mucho. Es solo que todavía no me creo que pueda quererle tan pronto, después de lo de...

—Lo sé, Helena.

Me acerco a ella y la cojo de las manos.

—Sé que a lo mejor sientes que no me puedes hablar de ello abiertamente porque soy la hermana de Alex, pero quiero que sepas que si alguna vez necesitas mi apoyo y quieres hablar de ello, no me importa. Te prometo que no le diré nada a mi hermano.

Veo que sus ojos se humedecen y mira hacia arriba para que las lágrimas no se derramen.

—Es difícil encontrar buena gente en este mundo, y mucho menos buenas amigas, como habrás podido ver. Toda mi adolescencia compartida con una persona por la que habría puesto la mano en el fuego, y ahora apenas la reconozco. Pero sé que tú eres buena Helena, no me preguntes por qué. Y me alegro muchísimo de que estés con mi hermano, pero también quiero que seamos amigas.

Helena me abraza fuerte y se le saltan las lágrimas que había estado conteniendo.

—Claro que sí, Danny.

—¡No llores!

—Es superior a mí de verdad, lloro por todo. Hasta con las películas de acción. Y no me quieras ver viendo Lo Imposible...

Nos echamos a reír las dos.

—Pues ahora vamos a pasarlo bien. A ver si con un poco de suerte encuentro yo a un tío buenísimo para acabar bien el año.

—Danielle, ¿qué estás diciendo de acabar bien el año?

Ya está mi hermano tocando las narices...

—¿Se puede saber qué haces ahora escuchando detrás de las puertas?

—Yo no estaba escuchando detrás de la puerta, en el salón ya no hay quien esté con esos dos. Se están retando a un duelo de miradas asesinas.

—Déjalos, luego acabarán en la cama. Están hechos el uno para el otro.

—¡¿Y tú qué haces llorando, Helena?!

Se acerca a ella y la coge por los brazos.

—Es de la emoción de salir de fiesta.

Me aguanto la risa.

—¡¡Y una mierda!! ¿Qué le has dicho Danielle?

—¿Pero no la has oído, cromañón? Está emocionada por salir de fiesta.

Alex me mira con los ojos entrecerrados y yo le saco la lengua. Helena coge a mi hermano del brazo y tira de él.

—Anda vámonos, antes de que empecemos a discutir todos. Y no mires así a tu hermana, no me ha dicho nada malo.

—¿Y se puede saber qué te ha dicho para que te hayas puesto a llorar?

—Pues no, no puede saberse. Son cosas de chicas.

Alex suspira resignado.

—Mejor no volveré a preguntar...

* * *

—Y... ¿dónde vamos?

Me da hasta miedo hacer la pregunta. Sylvia y Joe siguen con su concurso de miradas asesinas. Hay que sacar a estos dos de aquí ya.

—Al Havanna otra vez no, por favor...

—¿Tan mal recuerdo tienes de él?

Mi hermano mira a Helena con el ceño fruncido.

—Claro que no cariño, pero me gustaría conocer algo nuevo.

Ja ja ja. La cara de tonto de mi hermano después de oír cariño, no tiene precio, creo que Helena sí que es mi heroína.

—Me han dicho que el Kiss & Fly está de moda ahora, con un montón de famosos y eso...

—¡Pues al Kiss & Fly!

Sylvia se levanta de un salto de la silla.

—¿Tanto interés tienes por ver famosos?

Joe la mira con el ceño fruncido. OTRA VEZ.

—Pues mira, ahora que lo dices...sí.

Me agarra del brazo y salimos las dos del salón. Cojo al vuelo el bolso de la entrada. Va tan rápido que me tropiezo con los tacones.

—¡Sylvia, para! ¡Al final me caigo!

—Solo quiero salir a la calle a que me dé un poco el aire. ¡Dios, ese hombre es exasperante!

Tengo que morderme la lengua para no decirle que son tal para cual. Me voy con ella hasta su coche.

—Dame las llaves.

—¿Qué?

—Las llaves del coche, Sylvia.

—¿Para qué?

—¿No creerás que me voy a montar contigo y te voy a dejar conducir en ese estado?

—¡¡Pues vete con Joe en el coche!!

Dios, dame paciencia...

—Sylvia, dame las llaves del puto coche y mueve tu culo al asiento del copiloto. Estoy más que harta hoy de tanta cabezonería, así que... ¡¡dame un jodido respiro y las putas llaves del coche!!

Mi pecho se mueve arriba y abajo rápidamente. Al final han conseguido sacarme de mis casillas entre todos. Saca las llaves del bolso y me las da. Helena y mi hermano se han quedado parados en la puerta y me miran conteniendo la risa. Joe pasa al lado de Sylvia y le sonríe cachondeándose.

—¡¡Qué te jodan!!

Sujeto a Sylvia del brazo y la arrastro hasta el coche.

—Claro cariño, pero esta noche no vas a ser tú la que lo hagas.

Uff...vaya noche me espera...

* * *

En el Kiss & Fly tienen lista de invitados, estupendo...ahora no entramos. Mi hermano se acerca al de la puerta y después de hablar con él unos cinco minutos, nos deja paso. Nunca deja de asombrarme.

—¿Qué le has dicho, Alex?

—Pues que soy el abogado de Angelina Jolie.

—¿Y se lo ha tragado?

—Danielle, viven a dos manzanas de papá y mamá. Puedo decirle hasta su talla de sujetador.

—¡¿Cómo?!

—Hel, es un decir...

Helena no parece muy convencida. Yo me echo a reír.

—Tranquila Helena, en lo que llevo viviendo allí, sólo los he visto dos veces. Se pasan la mayoría del tiempo fuera. Además teniendo a Brad Pitt, ¿tú crees que mi hermano tendría alguna oportunidad?

—¡Oye demonio, yo soy más guapo que Brad Pitt!

—Lo que tú digas...

Me gusta el sitio. Tiene una decoración muy europea, con sillas de otro siglo, columnas y ventanales románicos, y una pista de baile en el centro. Alex consigue un reservado también cerca de la pista. Sylvia coge la carta y pega un silbido que se escucha a pesar de lo alta que suena la música.

—¡Madre mía! Con el precio de una de estas botellas me mantengo un mes.

—Tranquila Syl, mi hermano paga.

Alex me mira y se encoge de hombros.

—¿Y por qué pago yo?

—Bueno, tú eres el que más dinero tiene de todos. Estírate un poco anda.

Pone los ojos en blanco. Helena se echa a reír.

—Lo pagaremos a medias, cariño.

Le da un empujoncito con el hombro y le agarra de la mano. No, por favor...estos dos no pueden ser más empalagosos.

—No, Danielle lo pagará. Ella es la que ha querido venir aquí.

Busco en el monedero y saco una tarjeta.

—Pagan papá y mamá, aún no di de baja su tarjeta de malcriada.

Les guiño un ojo y le doy la tarjeta al camarero. Agarro a Sylvia y a Helena de la mano y las saco a la pista a bailar.

La bebida se me está subiendo a la cabeza y tengo mucho calor. Me levanto y camino rápido hacia la salida para que me dé un poco el aire. Salgo a la calle, cierro los ojos y cojo aire profundamente. Me apoyo en la pared. Dios, los malditos tacones me están matando. En un impulso irracional de los míos, me los quito. Ooohhh...qué gusto...

—Nunca llegaré a entender por qué las mujeres os castigáis con esos tacones imposibles.

—¡¿Qué?!

Apoyado en la pared, a mi lado, hay un chico fumando. Ni siquiera me había dado cuenta. Le miro con el ceño fruncido. A estas alturas no estoy para muchas tonterías.

—¿Por qué te pones esos tacones si te destrozan los pies?

—Porque son... ¿bonitos?

Le hago un gesto como si fuera tonto.

—Bonitas son tus piernas, pero... ¿unos zapatos torturadores?

Vaya, también va de graciosillo.

—Sería un buen cumplido si no fuera por el insulto a mis zapatos mega caros.

—¿Encima te han costado caros? Deberías demandar al diseñador.

Vale, ahora suelto una carcajada, eso sí ha tenido gracia. No me veo yo demandando a Christian. Vuelvo a mirarle y me sonríe. Es guapo... ¿qué estoy diciendo? ¡Está buenísimo! Me sonrojo y miro al suelo para que no se dé cuenta.

—Me llamo Oliver.

Me tiende la mano. Se la estrecho.

—Danielle.

—Danielle, bonito nombre.

—Oh, vamos. Ese truco de ligoteo ya está pasado de moda.

—¿Qué truco?

—Danielle, bonito nombre.

Intento imitar su voz y se echa a reír.

—No es ningún truco de ligoteo. Lo decía en serio.

No me mires así, por favor... Cambio de tema.

—¿A ti no te han dicho nunca que es malo fumar?

—¿En serio? ¿Peor aún que tus zapatos?

—Muchísimo peor, desde luego.

Me muerdo el labio para no reírme y veo que Oliver aparta la vista y cierra los ojos.

—Si me dejas que te acerque a casa, te prometo que dejo de fumar.

—¿Así de sencillo? ¿Solo por llevarme a casa?

—Si...bueno...pero...

—Ya decía yo que tenía que haber un pero...

Alzo una ceja y se queda callado.

—Venga Oliver dilo, no te cortes. Si te acerco a tu casa y de paso echamos un polvo.

Vuelvo a imitarle.

—Yo...no iba a decir eso.

—¿Ah, no? Pues qué pena... ¿Y qué ibas a decirme?

—Que te llevaba a casa y de paso parábamos en un 24 horas a comprar unos zapatos planos.

Oh, dios. Quiero morirme de la vergüenza ahora mismo. Por favor, que me caiga un rayo, que le llamen por teléfono, que aparezca un platillo volante y me abduzcan los extraterrestres...

Oigo un sonido extraño, como un resoplido. Miro a Oliver y veo que se tapa la boca con la mano para que no vea como se ríe. De repente estalla en carcajadas.

—¡Serás gilipollas!

Me apoyo en la pared y vuelvo a ponerme los tacones, el muy cabrón tiene razón, son una tortura. Lo dejo ahí plantado y entro otra vez en el club. Me sujetan del brazo y tiran de mí hacia la calle.

—Espera, Danielle.

—¿Qué quieres?

Le miro con los ojos entrecerrados.

—Siento lo de antes. Si quieres que te sea sincero no quería llevarte a tu casa, quería llevarte a la mía y arrancarte el vestido y...

—Sssshhhh...

Le pongo el dedo en los labios y sonrío.

—Eso está mejor. Dame cinco minutos, voy a avisar que me voy.

En el reservado solo están mi hermano y Sylvia.

—¿Dónde está Helena?

—Ha ido al baño. ¿Dónde te habías metido tú?

Ya estamos...

—He salido a tomar un poco el aire, estaba mareada. ¿Y Joe?

Miro a Sylvia y vuelve la cara hacia otro lado, pero me ha dado tiempo a ver que los ojos le brillan. Me siento al lado de mi hermano.

—¿Qué ha pasado?

—Joe se ha ido con una chica.

—¡¿Qué?!

Alex se encoge de hombros, como si fuera algo normal.

—¿Pero qué coño...?

Helena, que acaba de volver del baño, me tapa la boca.

—Danielle, cariño...

Se sienta a mi lado y me hace un gesto para que no siga hablando. Estos dos saben algo que no me quieren contar.

—Bueno, ahí os dejo con vuestras conspiraciones.

—¿Dónde vas ahora?

—A rematar la noche, hermanito.

Me levanto y les digo adiós con la mano.

—¡Danielle! ¿Se puede saber dónde vas?

—No.

Me doy la vuelta y echo a andar a trompicones. Mis pies...

—¿Está muy lejos tu coche?

—A unas cinco manzanas de aquí.

—¡¿Cinco manzanas?!

—La próxima vez que salgas seguro que te lo piensas antes de volver a subirte en algo así.

Me mira de reojo con una sonrisa de medio lado que interpreto como una burla.

—¿Te estás riendo de mí? Creo que voy a coger mejor un taxi...

Me adelanto hasta el borde de la acera a esperar a que pase uno.

—Danielle...

—¡¿Qué?!

Me doy la vuelta y lo asesino con la mirada.

—Era broma, tienes mi coche justo delante de ti.

Miro el coche que tengo delante. No puede ser suyo, seguro que es otra broma.

—Pues mira lo que hago con TU coche.

Le pego una patada con todas mis fuerzas en la puerta. Salta la alarma. ¡Mierda! El dueño me mata. ¡Ay, ay, ay! ¡Cómo me duele! Encima me he hecho daño. Me cojo del tobillo y empiezo a saltar a la pata coja.

El de la puerta del Kiss se acerca corriendo. Oliver saca unas llaves y con un clic hace que pare el sonido infernal.

—No se preocupe, mi novia ha tenido uno de sus arranques de furia y siempre los paga con mi pobre coche.

El hombre se da la vuelta y vuelve a la puerta meneando la cabeza, seguro que está pensando en lo consentida que es la novia del pijo este.

El maldito coche sí que es suyo, ¡será cabrón! Seguro que lo ha hecho aposta.

—Espero que no me lo hayas rallado.

Se acerca a mí y apoya las manos en el coche, encerrándome entre sus brazos.

—Supongo que un coche como este estará asegurado a todo riesgo.

—El seguro no me cubre patadas de niñas con tacones imposibles.

Le pongo una mano en el pecho y la deslizo hacia abajo hasta llegar a mi objetivo. Vaya, vaya...si ya estás cachondo Oliver.

—Cuando mañana te levantes de la cama, antes de irme, me vuelves a llamar “niña”. Si es que sigues pensando lo mismo...

Le doy un pequeño apretón en los huevos, le pego un empujón y me meto en el coche.

Por la mañana no puedo casi ni andar. Me arrastro hasta el baño como puedo. Madre mía, Oliver es una auténtica máquina de sexo. Hemos follado durante cuatro horas seguidas. Y sí, digo follado porque no se puede llamar de otra manera a lo que hemos estado haciendo. Follar como animales. Si me oyera mi hermano... Vuelvo a la habitación y me siento en el borde de la cama. Le miro mientras se revuelve inquieto. ¿Qué estará soñando? ¿Con lo de anoche? Me echo a reír. Seguro que él ha echado muchos polvos como esos. Yo, desde luego, no. Es guapo. Tiene el pelo castaño y unos ojos verdes que quitan el aliento. Pero está claro que debe ser un cabronazo de los grandes. Si yo fuera hombre y tuviera su cara y esas artes amatorias, lo sería. Abre un ojo cómo si supiera que estoy pensando en él. Me sonríe. Dios, podría tener un orgasmo solamente con esa sonrisa.

—Odio que me miren cuando duermo.

Se echa el brazo por encima de los ojos y con el otro coge la almohada y me la lanza.

—¿Y eso por qué?

—Pues porque no sé si la persona que me mira está pensando algo bueno o algo malo de mí.

Me echo a reír.

—Oooh, claro. Y que la persona pensara algo malo sería un golpe muy duro a tu ego masculino...

Se retira el brazo y me mira riéndose.

—Yo no soy el que me pongo unos tacones destroza pies para presumir de piernas.

—¡Yo no me pongo los tacones para presumir de piernas!

—Lo que tú digas.

Le miro con la boca abierta y el ceño fruncido. Lo que más me jode es que encima tiene razón, aunque no lo reconocería ni con la peor de las torturas.

—Ven aquí, anda. MU-JER.

Me agarra de la cintura y vuelve a tumbarme en la cama.

Después de dos polvos mañaneros consigo quitármelo de encima y vestirme. Me pongo los tacones y creo morir. No me los vuelvo a poner en la vida.

—Apuesto a que estás pensando que no te los vas a volver a poner nunca.

—Pues mira, no. Estaba pensando en ponérmelos mañana para ir a trabajar.

Rompe a reír a carcajadas. Sabe que miento como una bellaca.

—Aquí al lado hay una zapatería, si quieres bajo y pregunto si tienen zapatos sin tacón.

Ah, ¿pero lo dice en serio? Ironía mañanera: Ooooh, al final resulta que va a ser un amor de hombre. Qué tierno... Pero ni de coña voy a darle la razón.

—No te preocupes, no necesito otros zapatos.

Me acerco y le doy un beso en los labios de despedida y camino deprisa hacia la puerta antes de que le dé tiempo a decirme alguna tontería del estilo: quedamos otro día, o peor aún: dame tu número. Porque si me lo pide fijo, pero fijo, que se lo doy. Y no quiero.

—Oye, ¿no vas a darme tu teléfono?

Ojos en blanco. Mierda. Dioses, ¿dónde estáis cuando os necesito?

—¿Para qué quieres mi número? Si total, no vas a llamarme.

Abro la puerta y salgo al portal. A ver si se da por vencido y no insiste. Pero se levanta del sofá y viene detrás de mí.

—Oye, ¿por qué dices que no voy a llamarte?

Definitivamente, los dioses hoy no están de mi parte. Me doy la vuelta y lo veo ahí, apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados. Si me lo pidiera, le daría hasta mis bragas ahora mismo. Pero no.

—Mira Oliver, mejor dame tú el tuyo y ya te llamo yo.

—Eso sí que suena a que no piensas llamarme.

—Sería un buen golpe a tu ego también, ¿eh?

Me coge del brazo y me acerca a él hasta que estoy completamente pegada a su cuerpo. Su aliento calienta mis labios. Mi corazón empieza a latir como una locomotora mientras me pierdo en el verde de sus ojos.

—No, cielo. Sería desaprovechar unos polvos alucinantes.

Me suelta de golpe y me tambaleo con los tacones. Tengo las rodillas como un flan.

—¡Tampoco alucines!

—Sigue engañándote si quieres Danny, pero cuando anoche te corrías en mi cama no te quejabas precisamente.

—Ah, ¿es que solo disfruté yo?

—Yo no he dicho eso, ¿me has oído quejarme?

Me muerdo los labios nerviosa. Tiene razón. Esto de estar a la defensiva es una mierda. Pero no quiero pillarme por nadie. Al menos por ahora, y con lo poco que me cuesta enamorarme y lo bueno que está...

—Vamos a hacer una cosa, yo te doy mi número y tú me das el tuyo. Y ya veremos quién de los dos llama antes.

Me guiña un ojo y casi caigo de rodillas a sus pies suplicándole que me folle otra vez.

—Me parece bien.

Nos intercambiamos los números y me voy de allí antes de que vuelva a meterme en su apartamento y en su cama. Me monto en el taxi con un pensamiento: ojalá me llame.

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