Helena

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Helena

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—Para mañana tengo preparada una sorpresa...

Aprovecha para acercarse a mí ahora que Nora está distraída probándose unos zapatos que su madre insiste en comprarle.

—¿Y qué es?

—Si te lo digo, ya no es una sorpresa.

—¿Pero ni una pista pequeñita?

Le pongo morritos a ver si cuela.

—Pero solo una...

—¡Dímela!

—Mañana vamos a estar los dos solos.

—¿No tendrás pensado que nos quedemos en la habitación del hotel todo el día?

Le miro frunciendo el ceño.

—¡Nooooo! Aunque no sería mala idea tampoco...

—Ni lo sueñes.

Se echa a reír.

—No, Helena. Te prometo que no es eso. Y también te prometo que es algo que no olvidarás en tu vida.

—¿De verdad?

Creo que este es uno de esos momentos en los que los escritores describen las sonrisas de los protagonistas como deslumbrantes, y el brillo de la mirada cegador. Debo de parecer el árbol de Navidad de Central Park, por lo menos.

—De verdad.

Lo abrazo con fuerza.

—Gracias.

—No tienes que darme las gracias, cariño.

—No sabes lo feliz que me haces Alex, jamás lo hubiera pensado.

—Bueno...la verdad es que yo tampoco. Supongo que nos merecemos el uno al otro.

—Supones bien.

Sonrío y le beso. Justo a tiempo, porque Eija y Nora terminaron con las compras.

—Haz una maleta pequeñita.

—¿Una maleta?

—Sí, algo para unos tres días. Y de mucho abrigo.

—¡¿Vamos a estar tres días fuera?!

—Sí, ¿por qué?

—¿Tu abuela no ha dicho nada?

—No.

—No me lo creo.

—Helena haz la maleta anda, y no te preocupes tanto por mi abuela. Ella misma nos ha organizado el viaje.

—¿Pero dónde vamos? Dímelo por fi, por fi...

Me acerco a él y le mordisqueo la oreja.

—Así no voy a decírtelo, lo único que vas a conseguir es que te tumbe en la cama y te haga el amor hasta que me supliques que pare.

Me echo a reír.

—No vas a decírmelo, ¿no?

—No. Es que quiero ver la cara que pones, Hel.

—Vale, vale...me rindo.

—Solo puedo decirte que vamos a una ciudad que se llama Luleå y que nos espera un viaje muy, muy largo. Así que... ¡a la cama curiosa, que salimos de madrugada!

—¿Cómo de largo...?

—452 millas exactamente.

—Te quedaste sin súplicas, campeón...

—¿Ni un poco?

—No, no, no. Si hay que madrugar mucho y el viaje es largo...como has dicho tú, ¡a dormir!

Dios, me muero de ganas de tenerte entre mis piernas...

—Como quieras.

¡No! ¡Mierda! Esperaba que suplicaras un poco, vikingo. Se pone el pijama y se mete en la cama.

—¿Vas a dormir de pie?

—No, voy a hacer la maleta.

Se pone boca arriba en la cama con los brazos cruzados por detrás de la cabeza y me mira. Yo le miro con cara de mala leche.

—¿Te diviertes?

—¿Y ahora por qué estás cabreada?

No le contesto y sigo a lo mío.

Cuando termino con la maleta voy al baño y me cepillo los dientes. Te vas a enterar. Vuelvo a la habitación y me desnudo. Alex levanta una ceja mientras me meto en la cama. Me tumbo de lado y le doy la espalda.

—¿No te vas a poner el pijama?

—No.

Apago la luz y sonrío con malicia. Espero, espero y espero... no me puedo creer que no muerda el anzuelo, este al final se sale con la suya. Gruño frustrada sin darme cuenta.

—¿Qué te pasa, Hel?

Noto risa en su voz.

—Lo sabes de sobra, así que, ¡cállate!

—Ven aquí, anda.

Me da la vuelta y me pega a su cuerpo. Sus labios encuentran los míos y desliza su lengua suavemente recorriéndolos. Mis manos se deslizan por su pelo y le tiro suavemente hasta que inclino su cabeza hacia atrás. Le muerdo en el cuello y suspira. Se quita los pantalones y me subo encima. Me deslizo arriba y abajo por toda la longitud de su erección hasta que lo humedezco por completo. Enlazo mis manos con las suyas y levanto las caderas para ensartarme en él. Alex gruñe y me agarra de la cintura. Sus manos me acarician mientras marcan el ritmo a seguir. Yo me echo hacia atrás hasta que mi pelo roza sus rodillas. Mientras sigue marcando el ritmo con su mano izquierda, desliza los dedos hacia abajo hasta que encuentra la unión de su sexo con el mío y comienza a acariciarme el clítoris con el pulgar. Me muevo más rápido y Alex aumenta la profundidad de sus embestidas y la presión de su dedo. Oh, dios... Me incorporo otra vez y me agarro a su brazo con fuerza para que no pare. Como si fuera a hacerlo... Y cuando creo que vamos a tirar la cama abajo y nos van a echar del hotel, me corro como una campeona, llevándome a Alex conmigo al éxtasis.

* * *

—Cariño...

—Mmmm...

—Despierta, tenemos que irnos ya.

—¿Qué? Pero si no hemos dormido...

Me doy la vuelta y lo ignoro.

—Son las cuatro y media de la mañana, claro que has dormido.

—Es imposible, acabo de cerrar los ojos.

—Vamos dormilona, no me digas que no te lo advertí.

—¡Tendrás morro!

Cojo la almohada y se la tiro. Se mete en el baño riéndose y oigo el grifo de la ducha. Me siento en la cama y se me cierran los ojos, me dejo caer otra vez hacia atrás.

—¡Helena!

—¡¿Qué, qué, qué?!

Me incorporo de golpe.

—¡Te has vuelto a quedar dormida!

—No, no, que va. Solo había cerrado los ojos un poquito.

—¡Pero si estabas roncando!

—¡Yo no ronco!

—Si tú lo dices...

—Me voy a dar una ducha porque al final te atizo con lo primero que tenga a mano.

Paso por su lado y me da un cachete en el culo.

—¿No me vas a dar un beso de buenos días?

—Te lo daré cuando sean “buenos” y sean “días”, porque por lo que veo sigue siendo de noche...

Me meto en la ducha y me despejo un poco, pero solo un poco. Aún me pesan los párpados. Necesito una dosis de cafeína o no voy a ser persona en todo el día.

—¿Es posible que pueda coger prestado un minuto de tu precioso tiempo para tomarme un café?

Alex me mira y se echa a reír.

—¿De qué te ríes ahora?

—Cariño, te regalaría ese minuto, pero la cafetería del hotel está cerrada a estas horas.

—No me extraña, me pregunto si estarán las calles puestas. Esto es inhumano.

—Venga, no seas quejica. Te prometo que pararé en la primera cafetería que vea abierta. Además puedes dormir un rato en el coche, si quieres.

—¡¿De verdad?!

Oh, dios. Qué desesperado ha sonado eso.

—Claro que sí. A estas horas es noche cerrada y no hay mucho paisaje que ver. Te despertaré cuando amanezca, ¿ok?

—Mmmm...gracias. Ahora sí que te mereces un beso.

En la calle hace un frío de mil demonios. Menos mal que traje buena ropa de abrigo. Me monto en el coche y cierro los ojos.

—No ronques muy alto.

—Te he oído...

—Lo sé, por eso lo he dicho.

Le doy un manotazo y según pongo la cabeza en el asiento me duermo, con las risas de Alex de fondo.

* * *

Me despierta un olor a café delicioso. Inspiro con fuerza y al soltar el aire se me escapa un gemido.

—Vaya, vaya...así que un café te hace gemir casi más que yo.

Abro los ojos y Alex sujeta un vaso debajo de mi nariz. Se lo quito con ansia y doy un trago. Madre mía, está buenísimo. Vuelvo a gemir más fuerte, aposta.

—¡La madre que me parió, Helena!

—¿Qué? ¿Ahora te vas a poner celoso de un café? Lo he hecho aposta, tonto.

—El primero no.

Me acerco y le doy un beso. Abro la boca y le meto la lengua. Él responde enseguida y nos enredamos. Lo estrecho contra mí todo lo que estar sentada en un asiento de coche permite. Y gimo entre sus labios.

—Para, o te desnudo aquí mismo.

Paro y le miro a los ojos.

—Cariño, por muy bueno que sea el café, jamás podrá compararse con lo que tú me haces sentir.

—Es lo más bonito que me han dicho nunca.

—Bromeas.

—No, lo digo en serio. Te quiero.

—Lo sé, vikingo.

Miro por la ventana, está empezando a amanecer. Mi reloj marca las siete menos veinte.

—¿Dónde estamos ahora?

—En Söderhamn.

—Vale, como si me supiera el mapa de Suecia.

Alex se echa a reír.

—La que has preguntado has sido tú.

—Touché.

—Hemos recorrido unas 139 millas si es lo que querías saber. Y tienes un mapa de Suecia en la guantera, por si tienes curiosidad.

Le hago caso y cojo el mapa. Voy recorriendo con el dedo todos los pueblos y ciudades por los que vamos pasando: Hudiksvall, Sundsvall, Härnösand, Örnsköldsvik, Umeå, Skellefteå, Piteå y por fin, Luleå.

El camino en carretera no se me hace muy largo a pesar de la distancia. El paisaje es tan bonito que me entretengo mirando extasiada por la ventana y escuchando a Alex contarme lo que vamos viendo. A nuestra derecha vemos de vez en cuando el Mar Báltico y él me lo señala. Hacemos una parada en Umeå y Alex me saca del coche y tira de mí para enseñarme algo. Es un monumento en forma de corazón.

—Se llama Hjärtat av Umeå.[5]

Me susurra al oído, mientras me abraza por detrás y apoya la barbilla en mi hombro. Es un monumento simple, de esos a los que apenas le prestarías atención si pasaras un día de verano por allí. Pero es invierno, y con todo el parque cubierto de nieve, el corazón, rojo como la sangre, es una preciosidad.

—Y eso supongo que significa corazón.

—Sí.

—Alex es muy bonito, ¡vamos a hacernos una foto!

Busco a alguien alrededor y no veo a nadie. No me extraña, con el frío que hace cualquiera sale de casa. Pero me extraña que no haya niños jugando con la nieve tampoco. Un señor mayor sale de una tiendecita que debe ser una panadería, porque lleva una barra de pan en la mano y una bolsa que desprende un olor a bollos recién hechos que se me hace la boca agua. Me acerco a él con la cámara en la mano.

—¿Podría hacernos una foto, por favor?

El hombre me sonríe.

—Bien, no me ha entendido.

—Claro Helena, estás en Suecia.

—¡Tú, cállate y cógete el primer vuelo que salga para Nueva York, anda!

—Alex, no hablo sueco. ¿Podrías decírselo tú?

Le miro arrugando la nariz.

—Sí, sí que te ha entendido, pero dale la cámara. Está esperando.

Me doy la vuelta y el hombre estira la mano.

—Oh, lo siento. Tampoco entiendes eso, claro...me callo.

Alex me coge del brazo y nos colocamos al lado del enorme corazón, aunque con él al lado, ya no parece tan enorme. Caray, qué alto es.

—¿Cómo se dice gracias en sueco?

Le susurro entre dientes mientras sonrío a la cámara.

—Tack.

El hombre me devuelve la cámara y le sonrío.

—Tack.

-Du är välkommen, vackra.

Me meto en el coche y me echo a reír.

-¿Qué me ha dicho? ¿Vac...?

-Vackra.

-¿Qué significa?

— Hermosa.

-Vaya...mi primer cumplido en sueco. Vackra...vackra...

Lo repito intentando que suene bien.

-¿Quieres más vackra? Fina, trevligt, söt, skönhet...

-¡Vale, vale! No sé lo que me estás diciendo. Debería haber comprado un diccionario, ¡mierda!

-¿Para qué quieres un diccionario si me tienes a mí? Yo te enseño todo el sueco que quieras.

-Ya, claro. Y lo que te interese me lo traducirás y lo que no, no.

Se ríe.

-Te prometo que te diré todo. Helena no me mires con esa cara, lo digo en serio.

-Bueno pues empieza por decirme cómo se dice ¿podría hacerme una foto, por favor? Para no quedar en ridículo la próxima vez.

-Kunde göra mig en bild, vänligen?

-Tack, vacker.

-¿Vacker? ¿Dónde has aprendido eso?

-Yo también tengo mis recursos, guapo.

-No me digas más, ¿qué más te han enseñado la pequeña bruja?

-Solo me enseñó eso, por si tenía que piropear a alguien.

-¡Será cabrona!

Me río a carcajadas.

Llegamos sobre las doce de la mañana. Luleå se encuentra en la unión del Golfo de Botnia con la Bahía de Lule, que se estrecha en el noroeste convirtiéndose en el Río Lule. Casi toda la ciudad está rodeada de agua y es una de las ciudades suecas con mayor actividad en transporte marítimo. Unas setecientas islas componen su archipiélago. Yo miro asombrada por la ventana mientras nos dirigimos al hotel, es todo tan distinto a lo que he visto que no puedo cerrar la boca. Alex me mira de vez en cuando y sonríe.

—¿Te gusta Hel?

—Oh, sí. Es tan distinto a Nueva York...

—Te vas a quedar pegada en el cristal.

—Qué gracioso...

Entro en el hotel emocionada, parezco una niña pequeña. El recepcionista me mira y sonríe. Creo que tiene curiosidad por saber a qué viene tanto entusiasmo. Y la verdad es que yo también, sigo sin saber qué puede haber en esta ciudad que merezca un viaje tan largo.

—Är hans första resa till Sverige.[6]

—Därför damen är nervös?[7]

—Och att hon inte vet ännu vad som har kommit att se här.[8]

—Ah, jag vet...[9]

—Det är en överraskning.[10]

Le guiña un ojo y se echan a reír los dos mirándome. Miro a Alex con el ceño fruncido. El recepcionista le da las llaves de la habitación.

—Att du har en trevlig vistelse i Luleå.[11]

—Tack.

Alex me agarra de la mano y nos acercamos hasta los ascensores.

—¿Qué estabais hablando de mí?

—¿Cómo sabes que estábamos hablando de ti?

Se apoya en la pared y se cruza de brazos. El muy capullo está aguantándose la risa.

—¿Me vas a decir lo que estabais diciendo o tengo que castigarte esta noche?

Le borro la sonrisilla de golpe.

—No me amenaces.

—No es una amenaza cariño, es un aviso.

—Pues no me des avisos que no puedas cumplir.

—¿Y cómo estás tan seguro que no lo voy a cumplir?

Me cruzo de brazos y me apoyo en la pared imitándole. Cuánto tarda el maldito ascensor...

—Cuando lleguemos al hotel esta noche, me lo dices. Y cállate anda, que vas a meter la pata.

Me cierra la boca con un beso mientras las inoportunas puertas del ascensor se abren y, como siempre pasa en estos casos, va lleno de gente.

No me da tiempo a soltar las maletas y ya lo tengo encima.

—¿Qué haces? ¡Suelta!

Coge la cremallera del plumífero y tira de ella con fuerza. Le doy un manotazo, pero me agarra de la cintura y me aplasta contra él.

—Ven aquí.

—Se quitarme el abrigo yo sola Alex, así que déjammm....

Me mete la lengua hasta casi la campanilla y no me deja hablar. Yo intento apartarme con todas mis fuerzas pero el jodido vikingo puede conmigo. Piensa Helena, piensa... Estoy empezando a marearme porque apenas puedo respirar. ¿Cómo no se me ha ocurrido antes? Le agarro de sus partes blandas y aprieto sin compasión. Me suelta de golpe y se lleva las manos al paquete. Me mira atónito.

—¿Por qué has hecho eso?

—¿El qué? ¿Pellizcarte en los huevos?

—¡Eso no ha sido un pellizco, Hel!

—¡Me estabas ahogando, bruto! ¿Qué coño te ha pasado a ti?

—¡¿Qué me va a pasar?! ¡Tenía ganas de besarte, solo eso!

—¡Pero si casi me ahogas!

Se planta delante de mí y me acaricia la cara. Se acerca para besarme de nuevo y yo me aparto poniéndole las manos en el pecho para que no se acerque más. Se echa a reír mientras mueve la cabeza hacia los lados.

—A mi no me hace gracia...

Pero el caso es que sí me la hace, así que estallo en carcajadas también. Alex aprovecha y me roba un beso, pero es apenas un roce con los labios.

—Voy a ducharme, a ver si me tranquilizo un poco.

—Sí, anda. Date una ducha...

Mientras Alex se ducha, yo curioseo un poco la habitación. Es muy bonita, decorada con alegres tonos rojos y blancos. En una mesita blanca nos han dejado una botella de cava y una bandeja con fresas y uvas. El estómago me ruge con fuerza. ¿Cuánto tiempo llevo sin comer? No me puedo creer que desde el café de esta mañana no haya metido nada más en el cuerpo. El paisaje de Suecia me ha atrapado tanto que me olvidé de mi pobre estómago. Me regaño a mi misma por no haber almorzado, no me gusta saltarme ninguna comida. Me siento en la silla roja y empiezo a devorar las uvas y las fresas. Veo que hay un ramo de flores con un par de corazoncitos de cerámica encima de la cama. Qué bonito. Sonrío. A continuación se me cae la fresa que me iba a llevar a la boca cuando veo a Alex salir del baño completamente desnudo. Se me van a salir los ojos de las órbitas. ¿Pero cómo puede estar tan bueno? Él me ignora, pero yo no pienso ignorarlo. Me levanto de la silla y me acerco despacio mientras abre la maleta y rebusca, lo que supongo, algo que ponerse.

—¿Dónde vas?

Me mira con la ceja alzada por encima del hombro.

—A ningún sitio.

Sigo avanzando y me planto detrás de él a admirar su trasero. Le doy un cachete y me mira frunciendo el ceño.

—Bueno, miento. Vengo a ponerte cachondo.

—Ah... ¿ahora si quiere la señorita? Pues el que no quiero ahora soy yo. No te acerques.

Se incorpora y se cruza de brazos frente a mí.

—Mmmm... Pues tu polla parece que no piensa lo mismo...

Tiene una erección de las buenas. Siento un cosquilleo en la entrepierna y me muerdo el labio, mientras no dejo de mirársela. Le deseo con todas mis ganas. Él se la mira frustrado.

—Ya lo sé, la muy zorra va por libre. Pero tengo hambre, así que se va a tener que joder y aguantarse.

Le pongo morritos a ver si cuela. Aunque me va a tocar cambiar de recurso porque últimamente no me vale de mucho.

—¿Yo también me voy a tener que joder y aguantarme?

—Pues siento mucho decepcionarte pero... ¡necesito comer!

—Vale, vale. Venga, vámonos. Pero ya me lo estás compensando con una buena comida.

Estoy ante la carta del Cook’s Krog con cara de póker. Está toda escrita en sueco y no entiendo nada. En cuanto vuelva a Nueva York me apunto a un curso intensivo de sueco como que me llamo Helena.

—¿Sabes ya lo que vas a pedir, cielo?

Ya está otra vez aguantándose la risa.

—Mira, pues sí.

Viene el camarero. Este se va a enterar, voy a pedir lo más caro.

—Yo quiero un...Loj...Lojr...Löjrom.

Dichoso idioma, qué difícil es de pronunciar.

—Y un Lax. Eso tiene que estar bueno si se llama como el aeropuerto de Los Ángeles.

—Förlåtelse?[12]

—Alex, no le entiendo.

—Ignorera fröcken. Hon kommer att äta vad jag.[13]

El camarero se echa a reír. Ya empiezo a mosquearme otra vez. Sigue hablando en sueco mientras yo me muerdo la lengua. Termina de tomar nota y se va. Alex me mira esperando la pregunta. Pues se va a joder que esta vez no voy a montar el numerito. Que hable lo que le dé la gana en sueco, ruso o chino mandarín.

—Me apuesto lo que quieras a que te mueres de ganas por preguntarme y no lo haces por orgullosa.

—¡¿Qué?! Ya estás confesando de una puñetera vez que tienes el don de la telepatía y deja de volverme loca cada vez que me lees el pensamiento.

—Helena, no soy telépata ni nada de eso. Pero es que eres tan expresiva que puedo saber qué estás pensando con solo mirarte a la cara.

—¡Pues vaya mierda de cara entonces!

Suelta una carcajada.

—Cariño, habías pedido salmón, que sé que no te gusta nada y huevas de pescado, que creo que te iban a gustar aún menos, así que le dije al camarero que te trajera lo mismo que a mí. Y tienes una cara preciosa.

Me muerdo el labio arrepentida.

—Vaya...gracias.

—Y además te he pedido un postre que te vas a chupar los dedos. Para compensarte lo de antes...

—Bueno, déjame que termine de comer y a lo mejor tengo que compensártelo yo a ti.

—Apuesto a que sí.

Y gana la apuesta claro. La manera de cocinar la ternera es lo más delicioso que he probado nunca. Cuando le pregunto los ingredientes me echo a reír. Si me llegan a decir una semana antes que iba a comerme un filete de ternera con alcaparras, huevo, remolacha, mostaza, cebollas en escabeche y rábanos picantes, hubiera dicho que ni loca.

Y si Alex me lo hubiera dicho antes de dar el primer mordisco, probablemente ni hubiera tocado el plato. Bueno miento, con el hambre que tenía creo que me hubiera comido hasta el salmón. El postre se lleva el premio. Es una especie de turrón de chocolate con nueces y leche condensada. Tropecientas mil calorías que ya me encargaré de quemar esta noche.

* * *

Después de comer volvemos al hotel y me tumbo en la cama. Intento leer un poco mientras Alex habla con Danny por teléfono. Hago un esfuerzo para no dormirme porque quiero compensarle lo de la comida. Lo estoy deseando. Le miro por encima del libro, que intento leer y no puedo, como se pasea por la habitación con el móvil en la oreja.

—Sí, sí, están todos bien. Siento decirte que Nora no te está echando de menos esta vez, está bastante entretenida con Helena. Y la abuela dice que por qué no has venido........ ¿Pues qué le voy a decir? Que estás con un tío...... Danielle no les voy a mentir, no has venido porque preferías quedarte con Oliver, no me vengas ahora con tonterías........

No escucho nada más porque caigo dormida como un tronco.

* * *

Cuando despierto ya es de noche. Alex no está en la habitación. ¿Qué hora será? ¡Mierda! yo y mi manía de no llevar reloj. Y el teléfono sin batería... Voy al baño a lavarme la cara y oigo la puerta de la habitación abrirse.

—¿Hel?

—¡En el baño, cariño! ¿Qué hora es?

—Las siete y cuarto.

—¡¿Ya?!

—Te has echado la madre de todas las siestas.

Salgo del baño. Alex está dejando unas bolsas en el suelo.

—¿Por qué no me despertaste antes? ¿Dónde has ido? ¿Y esas bolsas?

Me mira y se ríe.

—Mírate, si todavía tienes cara de sueño. ¿Cómo iba a despertarte? He ido a comprar la cena de esta noche.

—¿Cenamos aquí?

—No...

—Ya estamos con los secretismos.

—Helena, es una sorpresa. Pero si quieres te lo digo ya para que no le des más vueltas.

—¡No, no! Lo digo solo para fastidiarte.

Me acerco y le doy un pellizco en el trasero.

—¿Puedo darme una ducha?

—Sí, ¿por qué no?

—Como no sé qué es lo que vamos a hacer pues no sé si me da tiempo o no. Si tengo que esperarme a después. Si vas a desnudarme y a hacerme el amor salvajemente ahora mismo o luego. No sé qué es lo que tienes pensado.

Me coge de la cintura y me besa. Mmmm...me va a hacer el amor, ¡bien! Me aprieto contra él y me rozo aposta. Entonces me suelta.

—Puedes ducharte.

Mi gozo en un pozo. Me vuelvo al baño cabreada. Me desnudo y me meto en la ducha. ¡Maldito vikingo! Ya me puede compensar toda esta frustración esta noche. Un momento... ¿no me estaré volviendo una ninfómana ahora? Oh, dios. No quiero ser una de esas mujeres que acaban yendo a terapia por su adicción al sexo. Me meto debajo del chorro de agua y lo regulo para que salga más bien fría. A ver si se me pasa un poco. De repente unas manazas me agarran los pechos y aprietan. Doy un respingo y me agarro a la pared para no resbalarme.

—¡Idiota! ¡Casi me caigo!

Me aprieta contra él y me mordisquea el cuello.

—Te tenía bien cogida, no iba a dejarte caer.

Me muerde en la oreja mientras desliza su mano vientre abajo.

—¿No es esto lo que querías?

No se lo voy a negar.

—Sí, por favor...

—Inclínate hacia delante y agárrate a la barra de la ducha.

No deja de acariciarme mientras me penetra por detrás. Me agarra de la cadera con la mano libre y comienza a embestirme suavemente. Tanto deseo reprimido me hace estar ya al borde del orgasmo.

—Yo también lo estaba deseando, Helena...

Me corro y se me doblan las rodillas de los temblores que me recorren el cuerpo.

—Sujétame Alex, o me caigo.

Rodea mi cintura con el brazo y se inclina hacia delante. Noto su lengua recorriéndome la espalda y sus dedos siguen dándome placer sin descanso. Comienza a moverse más rápidamente y yo me sujeto con fuerza a la barra. Empiezo a notar otra vez el cosquilleo por todo el cuerpo.

—Voy a correrme otra vez Alex, sujétame fuerte o no me sostendré.

—No te soltaré, cariño.

Me penetra con fuerza y me dejo ir. Consigo que se corra conmigo cuando contraigo mis músculos para apretarlo y retenerlo dentro de mí.

—Oh, dios mío... Suéltate de la barra, Hel.

Me suelto y me arrastra con él al suelo de la ducha. Me sienta encima suya y me apoya en su pecho.

—Un día de estos me matas.

—Yo estaba incluso pensando si no me estaré volviendo ninfómana. No puedo dejar de pensar en tener sexo contigo.

—¡Por fin lo admites!

—Si estas palabras salen de aquí lo negaré hasta con tortura.

Se echa a reír a carcajadas.

—Dicen que esto suele pasar al principio.

—Pues yo quiero que esto sea así siempre. Quiero que nos necesitemos tanto el uno al otro todos los días. ¿Me prometes que será así siempre?

—Bueno, no solo depende de mí Hel, eso también depende de ti.

—Pues yo sí que te lo prometo. Prometo desearte siempre por encima de todo. ¿Y tú?

—Prometo desearte siempre por encima de todo, min kärlek.[14]

* * *

Me monto en el coche y apenas puedo moverme. Con tantas capas de ropa y el plumífero parezco un muñeco de nieve. Debe de hacer muchísimo frío donde vamos para que me haya hecho vestir de esta manera. Pongo música en el coche. Suena If She Knew. Dios, me encanta esa canción. Alex me agarra de la mano y enreda sus dedos con los míos mientras vuelve a ponerla en la palanca de cambios. Me pierdo en la música mientras él me acaricia con el pulgar y sonríe mirando al frente. La carretera circula por un bosque muy espeso y apenas puedo ver nada, solo oscuridad. Cada minuto que pasa me muero más de curiosidad por saber dónde me lleva.

—Ahora tienes que cerrar los ojos, Helena. Y tienes que prometerme que no vas a abrirlos hasta que yo te lo diga.

—Pero si esto está más oscuro que la cueva del lobo, ¿para qué quieres que los cierre?

—Hazme caso, anda.

—¿Va a ser mucho rato?

—No, no va a ser mucho rato. ¿Podrás hacerlo?

—Sí, creo que sí.

—No me vale un creo que sí. Tienes que prometerme que no vas a abrirlos.

—Te lo prometo.

—Venga, pues ciérralos ya.

—Igual me quedo dormida.

—Con la siesta que te has echado, lo dudo.

—¡Imbécil!

Le doy un manotazo.

—¡Eh, eh! ¡No vale mirar!

—Vale, yo no los abro hasta que no me lo digas.

Pasan lo que yo creo son cinco minutos. Noto que el coche reduce la marcha hasta pararse.

—¿Ya puedo abrirlos?

—¿Te he dicho yo que los abras?

—Noooo...

—Ahora voy a salir un momento del coche, pero tú vas a ser una chica buena y no vas a hacer trampas, ¿a qué no? Recuerda que me lo has prometido.

—¡¿Y dónde vas?!

Me pongo nerviosa. No quiero que me deje sola sin saber dónde narices estoy.

—Solo voy al maletero, cariño. No tardo nada.

—Te doy un minuto.

—Tardo menos de un minuto, te lo prometo.

—Uno, dos, tres...cuando llegue a sesenta abro los ojos...cuatro, cinco, seis, siete, ocho...

Oigo la puerta abrirse y cerrarse de nuevo.

—...diecinueve, veinte, veintiuno...

Abre el maletero y noto el frío de la noche en la nuca.

—...veintiocho, veintinueve, treinta...¡¡te quedan treinta segundos vikingo!!

Abre una de las puertas de atrás y creo que coge las bolsas de la cena. Un momento... ¿vamos a cenar en la calle? ¿Dónde me ha traído?

—...cuarenta y cuatro, cuarenta y cinco, cuarenta y...

—¡Ya estoy aquí!

Abre mi puerta y el frío me da de lleno en la cara. Doy gracias al inventor de los plumíferos y los forros polares. Hace un frío de muerte.

—¿Puedo abrir ya los ojos?

—No, aún no. Dame la mano.

Me saca del coche y me rodea la cintura con el brazo. Caminamos unos pocos pasos y me coge en brazos, me sienta en algo blando. Como no me deje abrir los ojos ya, voy a ponerme a gritar.

—Ya puedes abrirlos.

—¿En serio?

—No, tienes que esperar otros diez minutos.

—¡¿Qué?!

—¡Es broma, es broma! Ábrelos ya.

Los abro y contengo el aliento. Es tan bonito que los ojos se me llenan de lágrimas que se desbordan y corren por mis mejillas casi helándose del frío. Pensándolo bien, bonito ni siquiera le hace justicia, no hay palabras para expresar lo que se siente al ver por primera vez esa maravilla de la naturaleza. Alex me ha traído a ver la Aurora Boreal.

Me quedo un buen rato callada, la verdad es que no sé ni qué decir. Voy a intentar describirla, pero ahora sé que hasta que uno no lo ve con sus propios ojos, no puede hacerse una idea de lo impresionante que es. Sé que las hay de varios colores, pero aquí, donde me ha traído Alex, se ve en tonos morados y verdes. Cae del cielo como una lluvia, una gran cortina de colores salpicada de estrellas.

—¿Es preciosa, verdad?

—Preciosa ni siquiera se le acerca. Es lo más bonito que he visto nunca, Alex.

—Ahora entenderás lo que siento cada vez que te miro.

¿De verdad me ha dicho eso?

—¡Alex...!

Le cojo de la mano y le acerco a mí. No me puedo creer que haya puesto almohadones en el maletero y haya hecho una especie de sofá. Le coloco entre mis piernas y le miro. Con la Aurora Boreal de fondo parece un príncipe salido de un cuento, de un cuento de vikingos, claro. Tan alto, tan rubio, tan guapo. Y me mira como si fuera lo único que existe en el mundo, como si fuera algo valioso, un tesoro. Su amor es tan arrollador que apenas puedo asimilarlo. Me coge la cara entre sus manos y me besa. Cierro los ojos y me pierdo en todas las sensaciones que me recorren el cuerpo y en su olor, mezclado con el olor a naturaleza que nos rodea. Es un momento mágico que guardaré para siempre en mi corazón. Cuando me suelta el vapor que sale de nuestras bocas se funde en uno solo.

Cenamos sentados en el maletero. Hace un frío de mil demonios pero a mí no me importa. El calor que desprende el cuerpo de Alex me mantiene templada. Cuando terminamos me rodea con sus brazos y me apoya en su hombro. Los dos miramos al cielo.

—Alex, yo...ni siquiera tengo palabras para expresar lo que me has hecho sentir esta noche.

—No hace falta que digas nada, Hel.

—Pero yo...yo quiero que lo sepas.

—Y lo sé. No te preocupes.

Me da un pellizco en la nariz y me sonríe.

—Gracias.

—Helena, no me gusta que me des las gracias. Hace que todo parezca un favor y no es así. Lo hago porque te quiero.

Le abrazo más fuerte.

—Yo también te quiero.

—Y ahora más vale que volvamos al hotel, están bajando más las temperaturas y no quiero que mañana nos encuentren como dos estatuas de hielo y salgamos en los periódicos.

Me echo a reír.

—Pues suena romántico.

Me mira horrorizado.

—¡Es broma, es broma!

Al día siguiente me lleva a ver Luleå. Las calles están nevadas pero la temperatura no es demasiado fría, según Alex claro, porque según yo hace un frío de narices. Pasamos frente a un edificio que me llama la atención.

—Es la casa de la cultura o Kulturens Hus.

Tiene una arquitectura fascinante. Toda la fachada es de cristal y se puede ver el interior desde fuera.

—Volveremos a pasar por aquí cuando anochezca, es mucho más bonita con las luces encendidas.

Mientras, vamos a visitar Luleå domkyrka, la catedral. El interior está pintado de blanco, con balcones en rojo y amplios ventanales que la hacen luminosa y espectacular. Tiene una impresionante lámpara dorada en el centro. Me pregunto si será de oro.

—Es de las iglesias más nuevas del norte. Primero hubo un templo de madera y después se construyó la iglesia de Gustavo, que se destruyó en un incendio en 1887. Construyeron esta a finales del siglo diecinueve.

—¿Sabes qué? Podrías ser un magnífico guía turístico.

Se echa a reír.

—Mi abuela nos contaba muchas historias de los pueblos suecos cuando Danny y yo veníamos en verano.

—¿Sabes lo que te envidio por eso?

—Oh, pues seguro que Danielle se echaría a reír si lo supiera. A ella le parecía de lo más aburrido.

Me sonríe y sus ojos brillan azules, como el mar que rodea Luleå.

—¿Sabes qué otra vez?

Alza una ceja y su frente se llena de pequeñas arrugas.

—Sorpréndeme.

—Que pensándolo mejor, paso de que seas guía turístico. No me haría gracia que te pasaras el día rodeado de turistas guapas derritiéndose por el guía altísimo, guapísimo y...

Me besa y no me deja terminar.

—Te prometo que solo seré tu guía, y veinticuatro horas, preciosa.

* * *

Buscamos un sitio para comer. Esta vez dejo a Alex que pida por mí sin rechistar. Vuelvo a terminar encantada con la comida, pero sobre todo, el postre. ¿Cómo pueden estar tan delgados los suecos con los postres que se meten? Chocolate, chocolate y más chocolate. Voy a volverme loca. Después de comer me lleva a un centro comercial, que curiosamente se llama Shopping, para que haga las compras que quiera. Me voy de allí cargada de chocolates y bombones.

—¿Crees que llegarán a Nueva York?

—Los llevaremos en la maleta de mano, por si acaso.

—Sylvia se va a morir cuando los vea. Y cuando los pruebe, aún más.

Me echo a reír.

Compro un vestido muy bonito que veo en un escaparate para Nora y una pulsera con una mariposa, para que tenga un recuerdo mío cuando volvamos. Ahora me entristece volver a Nueva York. Aquí se está tan bien...

—¿En qué piensas?

—Vaya... ¿hoy no puedes leerme el pensamiento?

—No, no sé qué puedes estar pensando para que estés triste.

—Bueno, no es que esté triste. Estaba pensando en la vuelta a Nueva York.

—¿No tienes ganas de volver?

—No, no muchas.

—No me lo puedo creer. ¿Te quedarías a vivir en Suecia?

—¿Por qué te sorprendes tanto?

—Porque esto es muy distinto a Nueva York, yo creo que te aburrirías aquí.

—Cariño, he vivido toda mi vida en un pueblo de Kansas, donde lo más divertido era el columpio del árbol. Y eso deja de ser divertido digamos...a los doce años. Hasta los dieciocho que me trasladé a Nueva York tuve mucho tiempo de aburrirme. Estar aquí, contigo, no es aburrido. Créeme.

—Bueno, volveremos más a menudo entonces. Y si algún día quieres que nos vengamos a vivir aquí juntos...

Todas mis alarmas se disparan. Empiezan a sudarme las manos. Mi respiración se acelera y empiezo a marearme. No, por favor, aquí no...

—Hel, ¿estás bien? ¿Qué te pasa?

—Necesito salir a la calle a que me dé un poco el aire.

—Vamos.

Me coge del brazo y me saca casi a la rastra. Me inclino hacia delante y me sujeto con las manos en las rodillas para coger aire. Cierro los ojos.

—Cálmate, Helena.

—Lo sé, lo sé. No he podido evitarlo. Me siento fatal.

Noto la mano de Alex en mi espalda. Me acaricia de arriba a abajo. Con la otra mano me retira el pelo de la cara. No me doy cuenta de que estoy llorando hasta que veo las lágrimas caer en la nieve. Me incorporo sorbiendo por la nariz como una niña pequeña.

—Lo siento...

Alex me coge del brazo y me acerca a él. Me abraza y rompo a llorar. Me acaricia el pelo y apoya su mejilla en mi frente.

—¿Vas a contarme lo que te pasa?

—Sí, claro que sí.

Quiero contárselo, necesito contárselo. Alex me arrastra hasta un banco y me sienta en sus piernas. Me limpio las lágrimas y le suelto todo. Cuando termino entierro la cara en su cuello y nos quedamos callados. Por primera vez no lloro al contarlo, y por primera vez siento que me libero de la carga que llevo arrastrando toda mi vida. ¿Por qué no me pasó esto con Henry? ¿Por qué me ha costado menos trabajo contárselo a él?

Volvemos a Estocolmo al día siguiente. Voy cantando en el coche todas las canciones de la radio.

—Hel, la canción no es lo tuyo.

—¡Cállate, aguafiestas! No canto tan mal.

—Si tú lo dices...

—¡Oye! Pues canta conmigo Don Perfecto. A ver qué tal se te da a ti.

—No, no quieras oírme cantar.

—Ooohhh, por favor, por favor, por favor...

Pone los ojos en blanco y suspira resignado.

—Vaaaale, busca un dueto por ahí y cantaré contigo.

Revuelvo entre los CD buscando algo que podamos cantar juntos.

—¿Prefieres música lenta o algo más movidito?

—¡Lenta no, por favor! ¡Lo que nos faltaba!

Me mira y nos echamos a reír. Por fin encuentro lo que busco. Le pongo el CD delante de las narices y lo agito.

—¿Rihanna?

—Sí, y Maroon 5. ¿Te la sabes?

—Por desgracia, sí...

—Pues prepárate...tú empiezas.

Pongo el CD y busco la canción. ¡Esto va a ser divertido! Empieza a sonar la música y subo el volumen.

—Now as the summer fades, I let you slip away. You say I’m not your type bur I can make you sway. It makes you burn to learn you’re not the only one. I’d let you be if you put down your blazing gun.[15]

—Now you’ve gone somewhere else far away, I don’t know if I will find you. But you fell my breath on your neck, can’t believe I’m right behind you...[16]

—Venga el estribillo tú sola.

—¡No, no! ¡Los dos! Oh, vamos Alex...

—Vas a tener que recompensarme esto.

—No lo dudes cariño, será una de las buenas.

Le guiño un ojo.

—Te toca, Hel.

—Sometimes you move so well, it’s hard not to give in.[17]

—I’m lost, I can’t tell where you end and I begin.[18]

—It makes you burn to learn I’m with another man.[19]

—I wonder if he’s half the lover that I am.[20] Now you’ve gone somewhere else far away, I don’t know if I will find you. But you fell my breath on your neck, can’t believe I’m right behind you...

—‘Cause you keep me coming back for more...[21]

—‘Cause you keep me coming back for more...

Cuando acabo la canción aplaudo como una niña.

—Y aquí es donde termina nuestra carrera musical.

—¿Estás de coña? ¡Si nos ha salido genial!

—Helena, tú y yo en un concierto reventaríamos tímpanos, créeme.

Me echo a reír a carcajadas. Podría morirme hoy mismo y moriría siendo la persona más feliz del mundo.

* * *

—Voy a ir directo al hotel, ¿ok? Creo que estamos un poco cansados para sesión familiar.

—Me parece bien.

—Llamaré a mi abuela para decirle que llegamos bien y aguantaré la bronca como un campeón.

—¡Ay dios!

—¿Qué pasa?

—No he llamado a mi madre en...he perdido la cuenta. Ni siquiera sabe que venía a Suecia. Mi contestador debe estar echando humo.

Me llevo las manos a la cabeza y resoplo.

—¿Y por qué no le dijiste que venías?

—La llamé tres días antes y no me cogió el teléfono. Luego con los nervios del viaje se me olvidó.

—¿Y el móvil?

—Lo dejé el otro día en el hotel, quería desconectar un poco...

Me muerdo el labio culpable.

—Llámala desde el mío, si quieres.

—No, déjalo. Estamos llegando ya, la llamaré en lo que tú hablas con Karin. ¿Apostamos cuántas llamadas perdidas tengo?

—Mmmmm... ¿Unas cincuenta?

—¿Tres días sin poder contactar conmigo, más una semana aproximadamente sin saber nada de mí? Yo apuesto por más de cien.

—¡Hala, qué exagerada!

Se ríe a carcajadas.

—¿Qué te apuestas?

—La verdad que tú conoces a tu madre mejor que yo, así que...creo que no voy a apostar nada.

—¡Cobarde!

—¿Me acabas de llamar miedica?

—No, te he llamado cobarde. Te da miedo que te gane una chica.

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