Heaven

Heaven


29. Un encuentro con fallecidos

Página 31 de 38

29

Un encuentro con fallecidos

Me senté tan deprisa que la cabeza me dio vueltas. ¿Era posible que Gabriel estuviera allí? ¿Había venido para sacarme? Entonces volví a oír la voz de Eve, enojada.

—¡No estás autorizado! ¡Detente, no puedes entrar!

Mi celda no tenía muros. Gabriel se materializó delante de mí, más luminoso que en su forma humana. Nunca me había sentido tan feliz de ver a alguien. Me puse en pie y me abracé a él, absorbiendo su presencia. Tenía miedo de que desapareciera si lo soltaba.

—Te han encerrado de verdad —apuntó.

—Es horrible —dije, con la cara apretada contra su pecho—. Aquí solo hay la nada. Me estoy volviendo loca. Tienes que sacarme de aquí.

—No puedo —dijo Gabriel.

—¿Qué? —Me aparté de él, parpadeando a causa de la sorpresa. El dolor del pecho que me había abandonado durante un momento volvió a aparecer, más agudo que nunca—. Entonces, ¿qué has venido a hacer aquí?

—No puedo llevarte conmigo. —Hablaba en voz baja y deprisa, como si supiera que no teníamos mucho tiempo—. Pero he venido a decirte que hay personas que te pueden ayudar.

—¿Quién? ¿Eve?

—Bethany, es evidente que ya no perteneces aquí. Hay personas que lo comprenden. Tienes que encontrarlas.

—¿Dónde? —pregunté, desesperada—. ¿Dónde están?

—Piensa —insistió Gabriel—. Los aliados pueden aparecer bajo cualquier aspecto y tamaño.

Me sentía demasiado abrumada para comprender lo que Gabriel intentaba comunicarme.

—¿No puedes simplemente decirme quién?

—Solo quiero que estés bien.

Dirigió sus penetrantes ojos plateados por la habitación y comprendí el mensaje: no sabía quién podía estar escuchándonos.

—¿Y qué debo hacer ahora?

—Sigue con el juego —murmuró—. Pero tienes que ser lista.

—¿Y eso qué significa? —pregunté.

—Lo estás haciendo muy bien actuando como si hubieras perdido la razón —dijo Gabriel—. Los cambios bruscos ponen nerviosa a la gente. Estoy seguro de que lo comprendes.

Tardé un momento, pero lo conseguí: tenía que seguir fingiendo que había perdido la razón para que no sospecharan nada. Asentí con la cabeza.

—¿Cómo le va a Xavier? ¿Está bien?

Gabriel levantó los ojos hacia el techo.

—Se va apañando.

—¿Qué quieres decir?

—Que lo está llevando igual de bien que tú.

—Dile que le quiero mucho —dije—. Dile que no dejo de pensar en él.

—Si de verdad crees que eso lo va a ayudar…

Antes de que pudiera responder, allí, en medio de la habitación, se materializó un pasillo brillante e iridiscente por el que apareció Eve acompañada por varios guardaespaldas. Gabriel sonrió.

—Los dos sabemos que no puedes arrestarme, Eve —dijo—. Dejemos de fingir.

Me gustó la manera en que se dirigía a Eva, como si ella fuera tan poco consistente como una nube. Me di cuenta de que esa actitud le molestaba.

—Quizá no. —Eve hinchó el pecho—. Pero puedo informar sobre ti.

—Hazlo —dijo Gabriel sin darle importancia—. De todas formas, ya me iba.

—¿Qué querías? —preguntó ella, mirándome con suspicacia.

—Quería asegurarme de que se encontraba bien —respondió Gabe, como si eso fuera una obviedad—. Y por cierto, no es así, lo que significa que no estás haciendo tu trabajo como es debido.

Eve no tenía ni idea de que Gabriel estaba jugando con ella.

—Estoy haciendo todo lo que puedo —repuso—. Pero no es fácil.

—Bueno, pues pon más empeño —respondió Gabriel—. Está hecha un desastre. Y es tu trabajo. —Girándose hacia mí, añadió—: Siento no poder ser de más ayuda, Beth.

Gabriel arqueó una ceja para indicar que había llegado mi turno, el momento de demostrar mi habilidad como actriz. Dudé un momento, intentando decidir cuál sería la mejor respuesta. Entonces me dejé caer en el suelo, a los pies de Gabriel, y me agarré a sus tobillos.

—No te vayas —grité—. Por favor, no me dejes aquí.

Me alegré de que el cabello me cayera sobre la cara y me ocultara el rostro, pues no estaba segura de ser capaz de mostrar una expresión desesperada después de las esperanzas que me había dado Gabriel.

—¿Lo ves? —le dijo a Eve—. Tienes que arreglar esto.

Gabriel me apartó de sí y dio unos pasos hacia la salida.

—Cuídate, Bethany —dijo—. Y recuerda quiénes son tus amigos.

—Ella no es mi amiga —repliqué, mirando a Eve y fingiendo creer que Gabriel se estaba refiriendo a ella. Pero no tenía ni idea de a quién se refería.

—La sabiduría de Dios es infinita, Bethany. Confía en su buen juicio.

Gabriel me sonrió y luego desapareció. Eve despidió a los guardaespaldas y me miró con atención y achicando sus ojillos.

—¿Ha servido de algo verle?

—No. Él va a regresar a la Tierra, y yo no.

—Lo cual te coloca en una situación mejor —repuso Eve.

—¿Por qué no te vas? Ya he tenido bastante porquería de la tuya por un día.

—Bueno, por lo menos eso ha sido sincero —contestó.

Me pregunté si habría algo a lo que ella no pudiera encontrarle un lado positivo.

—Será mejor que te vayas ahora —dije con amargura—. No me vas a caer bien nunca.

Eve arqueó las cejas y salió con gesto altivo por el brillante pasillo, que se cerró de inmediato a sus espaldas.

Pensé en lo que Gabriel me había dicho: «Los aliados pueden aparecer bajo cualquier aspecto y tamaño». ¿Querría decir eso que tenía que pensar de otra manera? ¿Pensar en alguien en quien no se me hubiera ocurrido pensar para pedir ayuda? Pero ¿quién podía estar de mi parte en el Cielo? Yo no tenía amigos, precisamente. Y los ángeles no tenían tendencia a formar camarillas. Desde luego, estaba Miguel, pero él era el modelo perfecto de alguien que sigue las reglas del juego. Y también Rafael, pero lo último que sabía de él era que estaba en algún lugar de la Tierra ocupado en sus propios asuntos. No hubiera sabido cómo llamarlo aunque hubiera querido. Hacía falta una poderosa magia para llamar a un ángel; siempre se podía dirigir una plegaria a ellos, pero millones de plegarias llegaban al Cielo cada minuto. Cada ángel tenía una lista de un kilómetro de largo. Y, además, los arcángeles no se encargaban de responder las plegarias: ese era trabajo de los ángeles de menor rango. Era como trabajar en las oficinas de correos, había que clasificar las peticiones y ordenarlas por orden de prioridad. Pensé en la posibilidad de llamar a Rafael de esa manera, pero, por algún motivo, no creía que Gabriel se refiriera a él. Fuera quien fuera a quien se refiriera, tenía que encontrarse cerca de mí.

Nadie en el Cielo comprendía cómo me sentía. Nadie se había enamorado tan profundamente de un mortal, y nadie sentía simpatía por nuestra situación. Pero mientras me preguntaba quién podría comprender nuestra necesidad, el dolor de nuestra separación, la respuesta apareció de repente: Emily.

La primera novia de Xavier, la primera persona con quien él había hecho el amor y a quien se había creído en la obligación de proteger. Ella había estado con él en Bryce Hamilton mucho antes de que yo apareciera. Ellos dos se conocían desde muy pequeños, como era tan habitual en Venus Cove. Habían estado convencidos de que se casarían. Pero ella había muerto quemada en su cama, asesinada por los demonios, aunque nadie lo supo en ese momento. Se había visto separada de él en contra de su voluntad, al igual que yo. Pero ¿querría ayudarnos ahora? ¿Era posible que su alma todavía albergara algún sentimiento por él? O quizá se alegrara de que nos hubieran separado.

Solo había una manera de averiguarlo.

Aunque era difícil llamar a otro ángel, tenía la habilidad de comunicarme mentalmente con otra alma. En el Reino había millones de ellas, y no se suponía que tuviera que contactar con todas ellas hasta encontrar a la persona que buscaba. Pero tenía que concentrarme. Hacía tiempo que no lo intentaba y me faltaba práctica. Cerré los ojos, dejé que mi mente se alejara de los confines de esa prisión blanca y se adentrara en la vastedad del Cielo. Sentía la energía de las almas arremolinarse alrededor de mi mente. Por supuesto, yo no podía ver lo que ellas veían. Cada una de las almas vivía en su propio Cielo particular. Se encontraban las unas al lado de las otras, pero el Reino les permitía tener acceso a ciertos recuerdos de su pasado y de algún lugar favorito de su infancia. Me habían dicho que había un montón de tranquilos jardines y playas, pero cada alma era distinta. Había un hombre cuyo Cielo se encontraba dentro de un armario. Eso era así porque de niño se escondía allí cuando las cosas lo desbordaban, y para él ese era un lugar seguro. Y eso era lo que su alma hacía aparecer. A los ángeles les resultaba un poco extraño, pero no era cosa nuestra emitir ningún juicio.

—Emily —dije, pronunciando su nombre tan bajito que casi no era audible—. Emily, necesito tu ayuda.

Repetí su nombre una y otra vez. A medida que mi mente se hacía más aguda y se concentraba mejor, la habitación blanca empezó a desaparecer y delante de mí se abrió un pasaje que tenía los colores del arcoíris. Lo recorrí sin moverme, como si me hubieran absorbido en un torbellino de colores, y cuando salí al otro lado… estaba en el dormitorio de Xavier.

Al principio me sentí confusa y la emoción me golpeó con mayor fuerza que un tren expreso. Entonces vi a la chica, sentada con las piernas cruzadas encima de la cama, y me di cuenta de que… ese era el Cielo de Emily. El dormitorio de Xavier era distinto: por el suelo había un montón de ropa de deporte esparcida, y había una caja de caramelos volcada sobre su escritorio. Las fotos de la estantería también eran distintas: eran del equipo de natación de noveno curso y de un grupo de amigos a los que no reconocí, pero Xavier y Emily estaban con ellos. Al principio no lo veía, pero al final lo reconocí, entre una chica con trenzas y un chico que llevaba una gorra de béisbol puesta del revés. No estaba segura, pero el chico parecía su amigo Wesley, más joven. En cuanto a Xavier, casi no lo reconocía. Su cabello era más claro y lo llevaba más corto y el flequillo ya no le caía sobre la frente como ahora. Su complexión no era tan robusta, sino que se le veía más delgado y aniñado. ¿Eran aparatos de ortodoncia lo que llevaba en los dientes? Seguía siendo guapo, pero parecía un niño, muy distinto al hombre en quien se había convertido.

Toda la escena me resultaba sorprendente. Me encontraba en una habitación que pertenecía a un niño. Pero de eso solamente hacía cuatro años. ¿Cuántas cosas habían cambiado en ese corto periodo de tiempo? Miré los rostros que aparecían en las fotos y pensé que era evidente que esos chicos no tenían ninguna preocupación en la vida. Eran niños buenos y sanos que iban al cine y que montaban en bicicleta para ir a su casa.

—Supongo que no es así como lo recuerdas, ¿verdad?

A pesar de que era yo quien había invadido su Cielo, me sobresalté cuando Emily se dirigió a mí. Me di la vuelta hacia ella. Yo solo la había visto en viejas fotografías de la escuela, pues Xavier se había deshecho de las que tenía, o las había guardado en algún lugar para no tener que verlas. Emily no era como había esperado, aunque tampoco sabía qué era lo que había esperado. Era pequeñita, con el cabello fino y rubio, y tenía los ojos marrones. Su nariz era ligeramente respingona, y tenía las cejas arqueadas y bien dibujadas, lo que le confería expresión de jueza. Llevaba una enorme sudadera negra con capucha y unos vaqueros deslucidos. Estaba sentada en la cama de Xavier y tenía un osito de peluche en los brazos.

—Eh —saludé, sintiéndome incómoda de repente—. Soy…

—Sé quién eres —me cortó Emily.

—Vale. —Me mordí el labio—. Y apuesto a que no te alegras de verme.

—No, estoy bastante enfadada contigo —afirmó mientras se recostaba en los almohadones.

—De acuerdo —dije—. A nadie le gusta la chica nueva.

—No es eso. —Emily me miró frunciendo el ceño—. Él iba a encontrar otra chica y a casarse algún día. Yo esperaba que lo hiciera, incluso lo deseaba.

—Pero…

—Pero tú has arruinado su vida —dijo ella, frunciendo el ceño con fuerza. Me di cuenta de que tenía las uñas de los dedos completamente mordidas—. Él tendría que haber estudiado medicina en la universidad; se suponía que debía conocer a una buena chica, casarse y tener una casa con perro y todo eso.

—Lo sé. —Fue lo único que pude decir. Todo aquello era verdad.

—Tú lo metiste en un lío del que no va a salir nunca más —dijo, apartándose el flequillo de pelo rubio que le caía sobre los ojos—. No tienes ni idea de todo lo que hizo por mí. Empezó a cuidar de mí cuando tenía catorce años.

—No me contó nada sobre eso —murmuré—. No hablaba de ti…, por lo menos conmigo.

—Es un chico. —Emily se encogió de hombros—. Los chicos no muestran sus sentimientos.

—¿Por qué tuvo que cuidar de ti? —pregunté.

—Mi padre se fue cuando yo tenía dos años —repuso Emily—. Luego, en noveno curso, mi madre perdió su trabajo y casi se vino abajo, y mi hermana mayor empezó a tomar drogas. Yo no tenía nada bueno en mi vida, excepto Xavier. Y después de que muriera, no quería nada de eso para él. Xavier ya había cumplido: había rescatado a una chica con todos esos problemas a los que enfrentarse. Se suponía que su siguiente relación tenía que ser distinta, se suponía que debía ser una relación normal.

—Emily, sé que no soy normal —dije—. Y quizá fui egoísta por permitir que todo eso sucediera, pero no sabía hasta qué punto llegarían las cosas. Si hubiera sabido lo que iba a pasar, lo hubiera dejado en paz. Pero tienes que comprender que yo también lo amo.

—No me importa lo que tú sientas —replicó Emily—. Pero sí me importa lo que él siente. Y, por suerte para ti, él también te ama. Todavía estoy enojada contigo, pero no quiero que Xavier sufra la pérdida de una persona más. Ya ha padecido bastante, ¿no te parece?

—¿Estás diciendo que me vas a ayudar?

—Estoy diciendo que lo voy a ayudar a él —corrigió Emily—. Y si eso significa que tengo que ayudarte a ti, que así sea.

—Gracias —dije—. Y, Emily…

—¿Sí? —preguntó, levantando la vista.

—Siento mucho lo que te sucedió. No fue justo. Él está muerto ahora…; el demonio que te mató, quiero decir. No sé si eso te sirve de algo, pero mi hermano lo mató.

—Sí. —Emily bajó la mirada hasta sus uñas mordidas—. Todo eso forma parte del plan, ¿verdad?

—No —respondí, negando con la cabeza—. Eso nunca formó parte de los planes de Dios para ti. Los demonios interfirieron porque eso es lo que hacen. Pero vuestra historia no tenía que terminar de esa forma.

—No pasa nada —dijo Emily, suspirando—. Ya no estoy enfadada. Lo estuve durante un tiempo, pero no tenía ningún sentido. Pero es duro… no poder hablar con tu familia. Y entonces te das cuenta de que la vida continúa sin ti.

—La vida continúa, pero la gente no olvida —contesté—. No te han olvidado, Emily.

—Te equivocas —dijo ella con los ojos llenos de tristeza—. La gente olvida…, tiene que hacerlo, pues es la única manera de poder continuar adelante. Espero que consigas regresar… antes de que Xavier te olvide.

Ir a la siguiente página

Report Page