Heaven

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33. Metamorfosis

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Metamorfosis

El tiempo pareció congelarse un segundo antes de recibir el golpe de la espada de Joseph. El anfiteatro se llenó de niños. Oía sus susurros, aunque sus rostros permanecían inmóviles. Supe de inmediato quiénes eran: eran las almas de todos los niños a quienes yo había ayudado como ángel de la guarda durante su transición al Cielo. Habían venido a despedirse, y me dirigían palabras de ánimo: «Sé fuerte», «No tengas miedo», «Sigue a tu corazón y no te equivocarás». Tenían fe en mí.

Quise darles las gracias, pero no hubo tiempo: todo sucedió muy deprisa. Sentí un calor devastador en la espalda y, de repente, me encontré viendo el anfiteatro desde el exterior. Vi mi cuerpo caer hacia delante y quedar inmóvil. Joseph y los niños se borraron, como en una vieja fotografía. Los pilares de cristal se rompieron a mi alrededor. Yo ya no era una entidad sólida, sino que me había transformado en un millón de pequeños fragmentos que giraban en el espacio. Aguanté la respiración en un intento de contenerme, pero no había ninguna respiración que contener. Tampoco había ningún dolor, tal como Joseph había prometido.

Durante el trayecto vi imágenes de la inefable belleza del Cielo. Vi una cascada que parecía cristal líquido, vi un lago quieto y azul lleno de lirios que flotaban en su superficie y pintaban una explosión de colores para los cuales no encontré nombre. Vi un árbol muy antiguo lleno de flores y muchas habitaciones llenas de resplandecientes tronos; y me pregunté por qué había querido irme.

Pero todas esas visiones desaparecieron de repente cuando el rostro de Xavier apareció ante mí. Recordé todo lo que ambos habíamos compartido hasta ese momento, y la manera en que los dos habíamos luchado con uñas y dientes por el derecho a permanecer juntos. Tenía que regresar a tiempo para impedir que cometiera el mayor error de su vida. Le prometí a Dios que le dedicaría mi vida entera si guardaba a Xavier sano y salvo hasta que yo llegara. Aunque yo no había sido un ángel ejemplar, supe que mi padre lo haría. Él no nos daría la espalda. Pero, a pesar de mi descorporización, sentí una oleada de pánico. ¿Y si ya era demasiado tarde? ¿Y si, al llegar, Xavier ya se había marchado, arrastrado por su desesperado intento de reunirse conmigo? Entonces todos nuestros esfuerzos habrían sido en vano. Me encontraría atrapada en la Tierra sin él, condenada a una vida de soledad. Al final Xavier llegaría al Cielo, pero yo nunca lo encontraría. Allí había millones de reinos y él estaría fuera de mi alcance para siempre.

Pero no podía pensar eso en ese momento. Tenía que concentrarme. Mi principal objetivo era regresar de una pieza. Lo que sucediera después estaba fuera de mi control, pero Xavier y yo lo solucionaríamos juntos, como siempre habíamos hecho. Mis pensamientos se dirigieron hacia Gabriel e Ivy. ¿Qué pensarían de mí, ahora? ¿Continuarían considerándome su hermana?

Cuando Joseph accedió a ayudarme, me había imaginado que me enviaría a la Tierra a la velocidad de la luz. No pensé que el viaje sería tan largo. Pero justo cuando empezaba a pensar que era interminable, vi que algo cobraba forma en el vacío. Distinguí grandes extensiones de hierba y el terreno accidentado de una cadena montañosa: era como ver un mapa topográfico visto desde arriba. La velocidad a la que me había estado precipitando por el espacio se hizo más lenta y empecé a cobrar forma. Vi que mis piernas reaparecían, primero como unos brillantes trazos. Pensé que seguramente el viaje estaba a punto de terminar. Pronto me reuniría con Xavier.

Aterricé de rodillas sobre un terreno cubierto de suave hierba, delante de un exuberante jardín. Rápidamente supe dónde estaba, porque era la viva imagen de la perfección. Sobre mí se abría un claro cielo, el aire estaba perfumado por el aroma; las flores y las ramas de los árboles estaban cargadas de frutos maduros. En medio de ese jardín se elevaba el árbol más magnífico que pudiera existir, y sus frutos eran como brillantes esferas rosadas. ¿Por qué se me mostraba aquello ahora? Justo cuando esa pregunta se formaba en mi mente, la respuesta apareció sin que tuviera que hacer ningún esfuerzo por encontrarla. Ese lugar era un cruce de caminos en mi viaje: todavía estaba a tiempo de cambiar de opinión. Detrás de mí estaba la paz eterna del Cielo, si la deseaba. La columna de luz que me había trasladado hasta allí esperaba, suspendida en el aire, aguardando mi decisión. Si me alejaba de ella, mi antigua vida desaparecería para siempre y nada volvería a ser nunca tan claro ni tan sencillo. Me esperaría la vida de un ser mortal, con todas las pruebas que eso comportaba; era un camino duro y lleno de tropiezos, pero no desprovisto de compensaciones. Eché un último vistazo a la columna de luz, que ya retrocedía envuelta en una blanquecina atmósfera. Me puse en pie, temblorosa, para dar mi primer paso en dirección al jardín. Entonces todo se volvió oscuro.

Cuando desperté, sentí un dolor lacerante. Supe que me encontraba en una playa porque oía el oleaje del océano y notaba la sal en los labios, resecos y agrietados. Mis cabellos se extendían a ambos lados de mi cuerpo como si fuera una enmarañada masa de algas. Mi ropa de ángel había desaparecido. Llevaba un fino vestido blanco, roto y sucio a causa del viaje. Algo extraño me impedía la visibilidad, y entonces me di cuenta de que tenía el rostro y los brazos cubiertos de una película gelatinosa, como la de un capullo; pero se estaba disolviendo en el agua salada. Quise acabar de arrancármela con las uñas, pero el más mínimo movimiento me provocaba tal dolor que me vi obligada a permanecer completamente quieta. No era un dolor superficial…, sino que me llegaba hasta los huesos, como si estos y mis músculos se estuvieran uniendo después de una gran operación de cirugía. Me sentí como una pieza de barro a la espera de entrar en el horno: mis músculos parecían líquidos y mi sangre todavía no era caliente. Lo único que sabía era que todo en mí había cambiado.

Me esforcé por abrir los ojos. Cuando lo logré, vi que algo brillaba en la superficie del agua, como si fuera pintura dorada. Era sangre de ángel…, mi sangre. ¿Cuánta había perdido? ¿Tendría fuerzas para caminar? ¿Me encontraba acaso en el estado de parálisis que Joseph había descrito? No tenía ni idea de qué iba a sucederme. De repente me di cuenta de que la urgencia por regresar a la Tierra había hecho que no me preparara para ello. Había tenido tanta prisa por irme del Cielo que ni siquiera le había preguntado a Joseph qué debía hacer si conseguía regresar. No es que hubiera esperado una fiesta de bienvenida, pero tampoco había pensado que tendría que enfrentarme a todo aquello yo sola. Y ahora la playa estaba desierta. La noche era demasiado fría para que nadie estuviera fuera de casa. ¿Cuánto tiempo tendría que esperar hasta que alguien me encontrara? Empecé a temblar sin quererlo, y sollocé sin poderme controlar. Cada vez que inhalaba aire era como si inhalara fuego.

Al cabo de un rato me tranquilicé un poco y pensé en las opciones que tenía. Solo veía dos alternativas: o esperar a que alguien me encontrara, o procurar reunir la fuerza suficiente para llegar hasta algún sitio en que alguien pudiera verme. Ninguna de las dos parecía posible. Intenté mover los dedos, pero los sentí tan inertes como si estuvieran hechos de madera. Intenté invocar mis poderes angélicos, y de inmediato me di cuenta de lo tonta que estaba siendo. El vínculo se había cortado, ya no estaba conectada a la fuente. No podía ayudarme a mí misma ahora: era completamente humana.

Y entonces me planteé si eso significaba que lo había conseguido. ¿Había logrado lo imposible y había sobrevivido a la metamorfosis? No supe si quería llorar o reír.

Sobre mí se elevaba, magnífico, el Peñasco, cubierto por el manto plateado de la luz de la luna. Levanté la cabeza un poco y casi grité de dolor. Miré los peñascos, recortados contra el cielo, que parecían imponentes torres. No había nadie allí, así que Xavier debía de haber recuperado su sano juicio y habría regresado a casa. Seguramente, si su cuerpo hubiera estado entre las rocas de abajo, mis sentidos lo hubieran captado. Oía su corazón latir en mi mente, y casi podía oler el limpio aroma de su colonia. Xavier estaba vivo, y no muy lejos.

De repente oí unas risas. Un grupo de adolescentes apareció de la nada en medio de la playa. De repente, me sentí avergonzada. ¿Cómo iba a explicar el estado en que me encontraba? Algunas de las voces me resultaron familiares, a pesar de que sonaban un poco distorsionadas a causa del exceso de alcohol. Desde donde me encontraba, los chicos no eran más que borrosas manchas a lo lejos, pero sí vi que llevaban el cuello de los abrigos levantado para protegerse del frío. Algunos de ellos portaban botellas en la mano. A medida que se acercaban, sus voces se hicieron más nítidas y oí su conversación con toda claridad.

—Esa fiesta ha sido una pesadez. No me dejéis ir a una Beta nunca más —dijo una chica a quien no reconocí.

—Eh, yo me estaba divirtiendo.

Conocía al chico que había respondido. Era Wesley, uno de los mejores amigos de Xavier antes de que nos tuviéramos que ir de Venus Cove. ¿Qué hacía él de nuevo en casa? Me parecía recordar que se había ido a Stanford para estudiar Ingeniería. Supuse que estaba en el descanso semestral de la universidad. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuánto me había perdido?

—Sí, jugando al pimpón con las cervezas —se burló la chica—. Ese juego es asqueroso.

—Estás furiosa porque Colt ha pasado la noche con otra.

—Sí, ¡como si Colt me importara algo! Es evidente que no tiene clase si le gusta alguien como Anna-Louise.

—¿De quién ha sido la idea de salir, por cierto? Hace un frío horrible aquí fuera.

—Eh, ¿adónde ha ido Molly? ¿No estaba detrás de nosotros?

Me emocioné al oír el nombre de Molly. ¿Molly estaba allí?

—Quizás haya cambiado de opinión —contestó la chica, como si no le importara en absoluto.

—Será mejor que vaya a buscarla —dijo Wesley.

—Caramba, todavía estás colgado por ella —se burló su amigo—. Deberías saber que esa chica está fuera de tus posibilidades.

—Cállate, Cooper. No estoy «colgado» por nadie. Solo intento ser un buen amigo.

Uno de ellos cambió de tema con delicadeza.

—Creí que Xavier vendría esta noche.

—Sí, ya. Xavier ya no sale con nosotros —dijo un chico que se llamaba Cooper.

—Déjalo en paz. Está pasando por muchas cosas ahora mismo —apuntó Wes.

—¿Muchas cosas? —preguntó su amigo—. Ese chico tiene más problemas que un libro de matemáticas.

—Eso es decir poco —dijo la chica a quien no conocía—. Es culpa suya. Uno se acuesta en la cama que se hace, eso es lo que decía mi abuelo siempre. Eso es lo que pasa por colarse por una desconocida.

—Eres una idiota, Leah —repuso Molly con decisión—. ¿Qué sabes tú de Xavier y de lo que le ha pasado? ¿Lo conoces mínimamente?

Leah se sobresaltó, como si la hubieran pillado en falta. La autoridad de Molly en el tema la hacía sentir incómoda.

—No personalmente, pero he oído cosas.

—Sí, los chismes son una fidedigna fuente de información.

Me sentí orgullosa de la manera en que Molly defendía a Xavier. Le hubiera dado un abrazo si hubiera podido.

—Cálmate, no es nada contra él. Es solo que creo que necesita salir un poco.

—Lo hará cuando esté preparado —repuso Molly, cortante.

—Voy a regresar a la fiesta —anunció Wesley de repente, interrumpiendo la conversación sobre Xavier. Me di cuenta de que el tema le resultaba doloroso—. Haced lo que queráis.

A pesar de los gruñidos de disconformidad, todos ellos dieron media vuelta y sus voces empezaron a alejarse. Levanté la cabeza, sintiendo una súbita urgencia, y llamé a Molly, pero solo me salió un hilo de voz. No era posible que ella me pudiera oír. Tenerla tan cerca y tan fuera de mi alcance fue la gota que colmó el vaso. Estaba desesperada. El deseo de sobrevivir me abandonó y me sentí víctima de una cruel broma del Cielo. No tenía razón de ser luchar por algo que el universo no quería que sucediera. Xavier y yo sufríamos una maldición desde el principio. Me habían dejado llegar hasta ese punto, me habían seducido con el sueño de un nuevo comienzo, y ahora me lo arrebataban. Pensé que así era como tenía que terminar mi historia. Estaba demasiado cansada para enojarme. Así pues, me sentí agradecida de, por lo menos, haber podido regresar. Si mi vida iba a terminar, por lo menos que fuera en un lugar que amaba. Con esa aceptación, me llegó una paz sorda. Incluso el dolor empezó a aminorar. Ahora lo único que quería era sumergirme en el olvido del sueño.

De repente abrí los ojos y vi que una mujer que llevaba un viejo camisón me observaba. Por un momento creí que volvía a estar en el Cielo, pero entonces me percaté de que a mi alrededor todo seguía igual. La mujer sonrió. Llevaba un chal con flecos y su plateado cabello le caía sobre los hombros. Supe que no era real porque podía ver a través de ella. Me pareció vagamente familiar. De repente, me asaltaron unos recuerdos sobre ella: el de una mujer en un banco despidiéndose de su querido perro, el de unas camas metálicas y el ambiente limpio de una casa de retiro, el de una figura fantasmal ante la ventana de mi dormitorio.

—¿Alice? —pregunté—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—He venido a ayudarte, querida. —Hablaba como un personaje salido de un cuento de hadas—. Has conseguido llegar hasta aquí. No puedes abandonar ahora. No te lo permitiré.

—¿Por qué no te he visto en el Cielo? —pregunté.

—No te permitían recibir muchas visitas —repuso.

—Eve… —Recordé mi encierro en la habitación blanca. Al pronunciar su nombre, mi voz adoptó un tono de amargura.

—Ahora no importa —dijo Alice con amabilidad—. Has regresado. Sabía que lo conseguirías.

—No me ha servido de mucho. Creo que estoy muriendo, Alice.

—No digas tonterías. Tienes que ponerte en pie.

—No puedo. Siento demasiado dolor. Solo quiero dormir.

—Ya dormirás todo lo que quieras cuando estés en casa. Ahora, vamos, te ayudaré a hacerlo.

—No puedo.

—Xavier te está esperando.

Oír su nombre despertó algo en mi interior.

—¿De verdad?

—Por supuesto, querida. Hace mucho que espera. Pero tendrás que reunir todas tus fuerzas si quieres verlo. Sé que él desea terriblemente volver a verte.

Y esa era toda la motivación que necesitaba. Alice sabía perfectamente qué mecanismo debía activar en mí. Me concentré con todas mis fuerzas y me puse de rodillas. Lo hice con mayor facilidad de lo que había pensado, pero ponerme en pie supuso un esfuerzo colosal.

—Despacio —me aconsejó Alice—. Poco a poco.

Seguí su consejo y esperé un momento antes de dar el primer paso. Me sentía como un bebé que empezara a caminar. Giré la cabeza buscando a Alice, buscando su aprobación, pero ya no estaba allí. Se había ido. El resto era cosa mía. Centímetro a centímetro fui avanzando por la playa, impulsada solo por la idea de que Xavier me estaba esperando.

Cuando llegué al embarcadero, encontré a un camionero sentado delante del Gresy Joe’s, el único local que estaba abierto durante toda la noche en Venus Cove. Pareció sobresaltarse al verme, a pesar de que era él quien llevaba los brazos llenos de tatuajes.

—Eh, chica —dijo, un poco inseguro—. ¿Necesitas ayuda?

—Intento regresar a casa.

—¿Una mala noche?

Me di cuenta de que había entendido que mi estado se debía al abuso de ciertas sustancias. Asentí con la cabeza. Era más fácil dejar que creyera eso a explicarle ninguna otra cosa.

—¿Y si nos paramos en un hospital primero para que te echen un vistazo?

—Por favor, solo necesito llegar a casa y dormir. Mi hermano se encargará de mí. Vive muy cerca de aquí.

Mencionar que tenía un hermano surtió el efecto deseado. Su rostro se relajó un poco: ahora se sentía aliviado de toda la responsabilidad.

—De acuerdo, indícame el camino —dijo, mientras tiraba lo que le quedaba de la hamburguesa a la basura.

Me cogió del hombro y me ayudó a subir al asiento del pasajero de su camión. El suelo estaba lleno de latas vacías y de papeles. El interior de la cabina olía a patatas fritas, a cuero y a tabaco, lo que no me ayudó a sentirme mejor: ahora añadí las ganas de vomitar a mi lista de síntomas. Bajé el cristal de la ventanilla para que entrara el aire limpio de la noche, y eso me ayudó a no vomitar, aunque sabía que tenía el estómago vacío.

—¿Cómo te llamas, cariño?

—Beth.

—Un nombre bonito. Yo soy Lewis.

Al ver la expresión de mi cara, me ofreció una botella de agua precintada que llevaba en la guantera.

—Toma, seguramente estés deshidratada. Eso es lo que pasa cuando se bebe demasiado.

—Gracias.

Acepté el agua y la bebí, agradecida. Me ayudó a asentar el estómago y a aclararme la cabeza.

—¿Qué clase de amigos tienes? ¿Cómo pueden haberte dejado sola de esta manera?

—Salí yo sola.

—¿Problemas con un chico?

—Más o menos.

—Pues acepta un consejo de un viejo experimentado, muchachita: aunque ese chico sea el rey de Inglaterra, no se merece esto.

Por suerte, Lewis conocía las calles de la ciudad. Finalmente llegamos a Byron Street, que estaba desierta. Solo se veían las mariposas nocturnas que se arremolinaban bajo las lámparas de la calle. Lewis aminoró la marcha, esperando a que yo le hiciera una señal para que se detuviera. Pasamos por delante de las elegantes casas, con sus cuidados jardines y sus caminitos de grava. Cuando llegamos a la familiar cuesta de la calle, me erguí en el asiento con los ojos muy abiertos. Estaba tan absorta por la visión que cuando llegamos a la casa estuve a punto de olvidarme de decirle a Lewis que se detuviera. La casa, con el ancho porche y el olmo cubierto de hiedra del patio, me dio la bienvenida como una vieja amiga. Los rosales de Ivy se alineaban al otro lado de la verja de hierro. Las cortinas de la sala no estaban cerradas, y vi las estanterías del interior, llenas de libros, y la vieja alfombra, y el enorme piano. En la chimenea todavía había ascuas encendidas.

El corazón casi se me paró cuando vi un viejo Chevy azul de 1956, restaurado, aparcado delante de la casa. Sentí la misma excitación que había experimentado al ver a ese chico de ojos turquesa que pescaba en el embarcadero. Parecía que había pasado muchísimo tiempo. Pero ahora estaba segura de una cosa: lo que sucediera a partir de ese momento no me importaba.

Había llegado a casa.

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